FUENTE
Los designios de Dios no se manifiestan sino con lentitud, no es pequeña prueba para un jefe de familia celoso ver en peligro las almas de sus hijos, o para un Superior dejar en una mediocridad a aquellas a las que se proponía conducir a la santidad.
Los designios de Dios no se manifiestan sino con lentitud, no es pequeña prueba para un jefe de familia celoso ver en peligro las almas de sus hijos, o para un Superior dejar en una mediocridad a aquellas a las que se proponía conducir a la santidad.
Por dolorosa que sea la falta de éxito, es preciso ver en ella una
permisión de Dios, recibirla con un tranquilo abandono, y hacerla servir para
nuestro progreso espiritual. Es una de las ocasiones más propicias para
abismarnos en la humildad, desprendernos de la vanagloria y de las
consolaciones humanas, depurar nuestras intenciones y buscar sólo a Dios en el
trato con las almas. Con el Profeta Rey bendeciremos a la Providencia por
habemos humillado, pues con harta frecuencia el éxito ciega, infla y embriaga;
hace olvidar que las conversiones vienen de Dios y que son quizá debidas no a
nosotros, sino a un alma desconocida que ruega y se inmola en secreto. La falta
de éxito reduce al justo sentimiento de la realidad, nos recuerda que somos
pobres instrumentos, nos invita a entrar en nosotros mismos; y si fuere
necesario, a corregir nuestros deseos, rectificar nuestros métodos, renovar nuestro
celo e insistir en la oración. Porque si nuestra negligencia y nuestras faltas
han contribuido al mal, es preciso no sólo borrarlas por la penitencia, sino
reparar sus consecuencias en la medida posible, redoblar el celo, la oración,
el sacrificio.
No debe, sin embargo, esta humilde resignación entibiar nuestro ardor.
Cuando las almas no corresponden a nuestros cuidados, «lloremos -dice San
Francisco de Sales-, suspiremos, oremos por ellas con el dulce Jesús, que
después de haber derramado lágrimas abundantes durante toda su vida por los
pecadores, murió por fin con los ojos anublados por el llanto y el cuerpo
empapado todo en sangre».
Condenado, vendido, abandonado, hubiera podido conservar su vida y
dejarnos en la obstinación, pero nos amó hasta el fin, mostrando así que la
verdadera caridad no se desanima, segura como está de que ha de triunfar al fin
de la más obstinada resistencia; lo espera todo, porque espera en Dios que todo
lo puede. Si la misericordia se estrella ante Judas, ha, sin embargo, santificado
a la Magdalena, a San Pedro, a San Agustín, a todos los santos penitentes. La
humildad, que nos revela nuestras miserias y nuestras faltas, nos muestra con
evidencia las dificultades de la virtud y nos inspira profunda compasión hacia
las almas aún débiles. «¿Qué sabemos -añade el dulce Obispo de Ginebra- si el
pecador hará penitencia y conseguirá la salvación? En tanto conservemos la
esperanza (y mientras hay vida, hay esperanza), jamás hemos de rechazarle, sino
más bien orar por él, y le ayudaremos en cuanto su desdicha lo permita.»
Después de todo, si las almas defraudan nuestras esperanzas, como
nosotros nada hayamos escatimado, para su bien, no hemos de responder de su
pérdida, pues hemos cumplido con el deber, hemos glorificado a Dios y regocijado
su misericordioso corazón en lo que a nosotros se refiere. En estas
condiciones, el sentimiento de nuestra insuficiencia o de nuestras
responsabilidades nada tienen que inquietarnos.
Asimismo lo asegura
Nuestro Padre San Bernardo en su carta al beato Balduino, su discípulo: Se os
pedirá -le dice- «lo que tenéis y no lo que no tenéis. Estad preparados para
responder, pero sólo del talento que os ha sido confiado, y en cuanto a lo
demás estad tranquilo. Dad mucho, si mucho habéis recibido, y poco, si poco es
lo que tenéis… Dad todo, porque se os pedirá todo hasta el último óbolo; pero
por supuesto, lo que tenéis y no lo que no tenéis.
TOMADO DEL SANTO ABANDONO
TOMADO DEL SANTO ABANDONO