Traducir

jueves, 24 de agosto de 2017

MEMORIAS DEL CARDENAL MINDSZENTY (6a parte)




  “No entrego nada a quien no debe ni puede darse nada” Ferenc Déak
   “… Me pareció mucho mejor permanecer en la profundidad de los bosques y atenerme a la fórmula seguida hacía cien años por Ferenc Déak.
  Se esperaba que yo solicitara la amnistía. No redacté ninguna solicitud al respecto, yo no pedía gracia, sino justicia. Una amnistía por mi parte animaría a mis adversarios a presentar sus condiciones, que con toda seguridad se referían a la confirmación de los siguientes puntos:
  -Un acuerdo sobre el reconocimiento oficial de la oficina para Asuntos Eclesiásticos y el movimiento de los sacerdotes pro paz.
  - Una declaración de apoyo al llamado movimiento mundial de la paz y de la colectivización  de las explotaciones campesinas y las tierras.
  -Prestación de un juramento al Estado.
  -Aceptación ilimitada e incondicional de todo lo acaecido en Hungría y a mi persona hasta aquel momento.
  -Aceptación por  mi parte de unos emolumentos procedentes del Estado.
  Yo había recobrado mi fortaleza espiritual y mi decisión era irrevocable: en la alternativa de una muerte en el cautiverio en la cárcel o la libertad al precio de un turbio compromiso, escogería lo primero del mejor agrado. El único sacerdote que en aquel tiempo vivía a mi lado trataba constantemente de ganarme para la causa de la “paz”. No haber obtenido éxito alguno era para él, según supongo, motivo de desazón.
  Muchos fieles se rompían la cabeza preguntándose por qué  el primado no abandonaba su prisión después de que el gobierno le había dado la libertad, según informaban los periódicos.
  La población de Petény conocía mi cautiverio en su localidad. Ahora se agolpaban en la puerta y en torno a la valla.  La guardia se vio obligada a que entrara una delegación, la cual exigió ser llevada a mi presencia. ¡Mis amigos húngaros fieles hasta lo inverosímil! Durante seis años, ni una sola lágrima había salido de mis ojos, pero en aquellos instantes di rienda suelta al llanto. A las 18 horas apareció una delegación de cinco miembros.  Me comunicaron que habían decidido que el cautiverio del cardenal era ilegal y por tanto improcedente. Que podía considerarme libre a partir de aquel momento.  “El Señor había desatado mis ligaduras y me llevaba afuera, al campo libre.
  Entró un destacamento de oficiales del Ejército Nacional húngaro. El comandante me comunicó: -Está usted libre. Podemos emprender inmediatamente el camino a Budapest. Cuando les impartí la bendición, no sé quiénes estaban más emocionados si ellos o yo.
  Dante colocó en las puertas del infierno la inscripción “Lasciate ogni speranza”, “Abandonad toda esperanza”. En el Purgatorio, sin embargo, brilla el resplandor de la esperanza. La reclusión equivale, en definitiva, a una estancia en el Purgatorio. El recluso está en permanente espera. Mientras alienta esperanza, le asisten las fuerzas.
  Las oraciones de mi madre y de todos los fieles habían hecho posible, sin duda alguna, aquella libertad que unos meses antes parecía prácticamente imposible.  Y por efecto de la oración adquirieron valor heroico los obreros, las juventudes del campo y la ciudad, así como otros muchos núcleos de población.
  -¿Quién podría describir la bendita paz del primer día de libertad?
  “Abandono el infierno”, había cantado el poeta. Algo semejante experimenta todo cautivo.
  El pueblo irrumpió al interior del castillo para ver al primado del país. Alargaban las manos para tocarme, besaban mis ropas y solicitaban una y otra vez mi bendición. A cada instante llegaba más gente y finalmente se reunió una gran multitud.
  Comencé a rezar: “¡Cuán grande es tu bondad,  Dios mío! ¡Qué benevolente es tu Providencia!
  Continuamos el camino a Buda, el cortejo era avasallador. Atravesábamos lentamente los pueblos. Las campanas sonaban y las gentes arrojaban flores. Profundamente emocionado yo les impartía mi bendición.
  Hungría no había sido nunca un pueblo de borregos; era un pueblo que sabía el valor de la individualidad, la familia, la estirpe.
  Aquella Hungría había sido oprimida por Moscú y sus mandatarios, por la violencia y la astucia. Pero la opresión no dio al traste con su carácter, es decir, su cristianismo, su amor a la libertad y su orgullo. Hungría fue obligada a aceptar el dominio de Moscú, pero este dominio no significó en ningún momento alianza, respeto o afecto.
  Cardenal Mindszenty
  MEMORIAS