Las promesas que el Señor hace a las almas que dignamente
le recibe en la Eucaristía son en verdad estupendas y muy consoladoras, por
cuyo motivo pone espanto la tremenda responsabilidad y el justo castigo de que
se hace reo quien recibe, sin las debidas disposiciones, el Pan de vida eterna.
En el año 1331, en la ciudad de Colonia, como una persona
comulgara sin fe en la presencia real de Jesucristo en el Sacramento,
experimentó el castigo de no poder tragar la sagrada Hostia, e instigada del
demonio la arrojo al suelo. Al momento la Hostia quedo transformada en un
pequeño Niño.
Una multitud inmensa fue testigo de este prodigio. Los
enfermos que se acercaban a aquel lugar quedaban al punto curados, y la piedad
de los fieles hizo se construyera allí mismo una iglesia, en cuyo frontispicio
se grabo la inscripción Corpus Christi: “El cuerpo de Jesucristo”.
(P. Cornelio a Làpide, S. J., Tesoros, tomo 2 pág., 114- P. Fr. Alonso de
Ribera, O.P. pág. 20)