Meditación
Por el P. Alonso de Andrade
Punto I.- Mira las lágrimas de Cristo y oye las palabras que salen de su
boca, en que da razón de su llanto: si
conocieses tú en este día tuyo en que gozas de tanta paz, lo que está ahora
escondido de tus ojos; porque vendrán días sobre ti en que te cerquen tus
enemigos y te sitien alrededor y te aprieten de manera que te echen por tierra
y no dejen en ti piedra sobre piedra y acaben con todos tus hijos, porque no
has conocido el tiempo de su visitación. Atiende y ve meditando punto por
punto todas las palabras del Redentor. Lo primero, llora tu ceguedad con que no
ve los males futuros, ciego con los gustos presentes y ocupada en los intereses
y ganancias temporales. ¡Oh, Señor! Y cuánta ocasión tenéis de llorar el día de
hoy a tanto número de personas que no se acuerdan de lo porvenir, ocupados en
las ganancias presentes, ni levantan los ojos a mirar las calamidades que les
amenazan, tomados del vino de los bienes temporales, y como animales inmundos
sólo se acuerdan de lo que tienen delante, olvidados de lo porvenir. ¡Oh alma
mía! Abre los ojos y no te ciegue el oropel que brilla en las tiendas de este
siglo. Mira a lo porvenir, prevén con tiempo los pasos en que puedes caer y la
calamidad que te amenaza, porque no te llore el Señor, como a ciego miserable.
Punto II.- Considera qué calamidad fue la que amenazaba a Jerusalén, y
cuál es la que te amenaza a ti, porque según San Gregorio, la que amenazaba a
Jerusalén fue la destrucción que padeció de allí a cuarenta años por Tito y
Vespaciano que la asolaron y destruyeron, matando y cautivando a todos sus
amadores; y la que te amenaza a ti es el infierno para siempre. A
Jerusalén cercaron los hombres sus enemigos, a ti te cercarán los demonios,
enemigos capitales de tu alma; a Jerusalén la batieron por tierra, a ti te
batirán en el infierno; allí cautivaron a los moradores llevándolos a otras
tierras, a ti te cautivarán los demonios llevándote a los calabozos eternos;
aquel cautiverio tuvo fin y aquella destrucción remedio. ¡Oh si conocieses la
calamidad que te amenaza por tus pecados y considerases cuán terrible y
espantosa es y te previnieses para no caer en ella! Pídele a Dios luz para
conocerla, providencia para evitarla y gracia para trocarla por la felicidad
del cielo.
Punto III.- Considera que llama Cristo a este día suyo de Jerusalén.
Presto acabará el tuyo y llegará el de Dios. Tuyo es el que te concede para
obrar con tu libre albedrío en lo que por tu voluntad escogieres; y suyo será
aquel en que no te dé lugar de obrar más y de acabe el tiempo de merecer. Mira
qué rápido pasa todo, y que el tiempo corre como el agua, y la vida como el
río, y que ni el agua que pasó vuelve a correr, ni el día pasado volverá más. Este
es el día tuyo, Dios te lo da para que obres bien y ganes el cielo, y el
que viene será el de Dios en que te pedirá cuenta de todo. Por eso mira cómo
vives y qué será de ti en aquel día tremendo del Señor.
Punto IV.- Considera cómo se lamenta Cristo de la paz en que estaba
Jerusalén gozando de sus deleites y entretenimientos, con tanta seguridad y tan
sin recelo de lo que le amenazaba, como si no tuviera enemigos ni hubiera dado
motivo para tan grande castigo. Llora con Cristo la paz que tienen los hombres con
sus pecados el día de hoy, que es su mayor calamidad, pues ni les remuerde la conciencia, ni les quita
el sueño, y estando condenados por sus culpas al infierno, no tienen
sentimiento ni cuidan de ello; y la razón es porque no lo piensan y ninguna cosa
tienen más olvidada que su fin y paradero, de que más de debieran acordar. Pide
al Señor que dé al mundo varones que le despierten y que le avisen y prevengan
para su fin, y que no seas tú de los que
viven engañados y casados con sus pecados y con sus vicios en paz y
tranquilidad.