El heresiarca Wiclef ambicionaba la gloria de ser contado
entre el numero de los más sabios teólogos de su tiempo, y para llamar la
atención del mundo cristiano, que le miró con desprecio, empezó atacando la
institución divina de la Iglesia Católica, la autoridad infalible del Papa y el
dogma eucarístico de la transubstanciación.
Uno de sus secuaces, zapatero de oficio, fue acusado de
hereje y presentado ante el tribunal que presidía el santo arzobispo de
Cantorbery, Tomás de Arundell. Preguntándole los del tribunal acerca de la
herejía que profesaba, y convertirle a la verdadera fe de la Iglesia Católica,
mas todo resulto inútil, porque sostenía pertinazmente que la sagrada
Eucaristía no era más que pan bendito. Entonces el Presidente le mando que
hiciese reverencia a la Hostia sacrosanta, a lo que respondió el blasfemo: “Verdaderamente
tengo por más digna de reverencia una araña que lo que me mandáis adorar”. No
bien hubo dicho estas palabras, cuando de lo más alto del techo descendió una
grande y horrible araña, llegóse hilo derecho a la boca del blasfemo, porfió
para entrarse por ella, y acudiendo mucho de los asistentes para ver si podrían
ahuyentarla, apenas pudieron lograrlo. Estaba presente el Príncipe Tomás, duque
de Oxone, que entonces era Cancelario de reino, y vio este prodigio. Y el
sobredicho Arzobispo, levantándose luego con los demás del tribunal, declaró al
pueblo lo que había obrado la mano del Señor, vengándose de aquel blasfemo de
la sagrada Eucaristía.
(P, Fr. Tomas Uvaldense. De Sacramentis, tomo 2, capítulo 63.
- Nicolás Harpsfeld, Historia Vicleffiana, capítulo 18.)