Del Libro: Para asegurar tu salvación
Por San Alfonso María de Ligorio
La vida humana es una lucha constante, por lo que mientras vivimos en
este mundo no podemos descansar, pues la carne lucha contra el espíritu, y el
espíritu contra la carne (Gal.5,17), por lo cual hay que estar en lucha
contante, huyendo de las ocasiones peligrosas y acogiéndonos a todos los medios
que Dios nos ha dado para poder conseguir la victoria y triunfar de nosotros
mismos.
Los principales medios que señala San Ligorio son: huir de las
tentaciones peligrosas, la oración diaria y perseverante, sobre todo en los
momentos de tentación, profesar una devoción sincera y muy tierna a la
Santísima Virgen, rezándole todos los días el Santo Rosario con gran esmero y
devoción y acudiendo a Ella invocándola con confianza siempre que nos hallemos
en peligro de pecar.
La Misa diaria y el recibir a Jesús cada día en la Sagrada Comunión,
para aprovechar los minutos que Jesús
permanece con nosotros después de la comunión, para hacer fervorosos actos de
fe, de esperanza y caridad, y sobre todo, para pedirle ayuda para poder hacer
en todo momento su voluntad, es algo importantísimo, y son unos minutos
preciosísimos que no podemos desperdiciar para unirnos a Jesús y conseguir su
ayuda para hacer siempre su voluntad.
El alma que mediante la oración, llega a conocer mucho a Jesús y se
enamora de Él, pierde el miedo a condenarse y ya no se preocupa tanto de lo que
a ella le conviene como de complacer a Jesús y hacer todo cuanto estuviere en
sus manos por dar gusto y conseguir todo lo que entiende que quiere y desea su
enamorado Jesús.
El que hace todo lo que entiende que quiere y desea Jesús, y sólo porque
Él lo quiere, se gozará en el sufrimiento, pensando que solamente sufriendo
puede corresponder adecuadamente al amor de Aquel que voluntariamente quiso
sufrir por nosotros muriendo colgado de una cruz. Olvídate de ti, piensa en
Jesús y trata de complacerle esforzándote todo lo que puedas para hacer su
voluntad, y no deseando otro bien mas que el cumplimiento de lo que Él quiere,
sabiendo que Él no quiere más que nuestro bien, y que su amor por nosotros es
mucho mayor del que nosotros nos tenemos, y además, sabe mucho mejor que
nosotros lo que nos conviene.
Dice Dionisio Cartujano que ”cuanto más trata uno de servir a Dios,
tanta más violencia despliega el adversario”.
I. EL RECURSO A DIOS POR MEDIO DE LA ORACIÓN.- ¿Quién nos podrá librar de tantos y tales
enemigos? Sólo Dios. Si el Señor no
guarda la ciudad, en vano el centinela estará alerta. ¿Con qué medios
contar para conjurar tales peligros?
1.- Dios quiere que en todos los peligros recurramos a Él. En lo bravío
de la tormenta no deja el marino de mirar a la estrella cuya claridad le habrá
de guiar al puerto. De igual manera en esta vida hemos siempre de tener fijos
los ojos en Dios, que es quien tan sólo nos ha de librar de tales peligros.
El Señor quiere en su providencia que, mientras estemos en la tierra,
vivamos en continua tempestad y nos veamos asaltados de enemigos para que
continuamente nos tengamos que encomendar a Él, que es el único que nos puede
salvar mediante su gracia. Tales adversidades nos desprenden de los afectos
terrenos y nos hacen aborrecer el mundo, pues no hallamos más que amarguras y
espinas en los mismos honores y riquezas y hasta en sus delicias y diversiones.
Todo lo consiente el Señor para que nos desprendamos de los bienes caducos, en
que se hallan tantos peligros de perdición, y para que nos esforcemos en
unirnos a Él, bien supremo, que es nuestro
único contentamiento.
2.- Que no nos fiemos tan solo de
los remedios humanos.- Nuestro error y engaño está en que, cuando nos vemos
trabajados por las enfermedades, pobreza, persecuciones y demás género de
pruebas, en vez de recurrir a Dios, recurrimos a los hombres y colocamos
nuestra esperanza en estos auxilios humanos: obrando así atraemos sobre
nosotros las maldiciones de Dios, que dice: Maldito
el hombre que confía en el hombre (Jr 17,5). Cierto que Dios no nos prohíbe
en nuestra penas y dificultades emplear los remedios humanos, sino que su
maldición cae tan sólo sobre aquellos que cifran toda su confianza en los remedios humanos.
3.- Que el temor de perdernos nos haga emplear los medios de salvarnos.-
Mientras vivimos en la tierra debemos procurar nuestra eterna salvación, como
dice el Apóstol, con temor y temblor (Fil
2,12). Temamos también nosotros, queridísimos míos, pues se trata del alma y de
la eternidad. Quien no teme, como dice San Pablo, está en gran peligro de
condenarse, porque al no temer se encomendará poco a Dios y se perderá
fácilmente por eso y por no adoptar los medios de salvación.