BREVE CATECISMO DE LAS MADRES:
Misión, deberes, peligros y remedios.
Vulgarizar las enseñanzas de nuestra Religión, hoy tan
olvidadas; manifestar la oposición que con ellas tienen las máximas del siglo,
tan preconizadas y tan en boga; llamar la atención a las madres cristianas
acerca de la nobleza y grandeza de su misión: advertirles la importancia de sus
deberes, y el modo de cumplirlos, abriendo las páginas de la Santa Escritura;
mostrarles la inminencia de sus peligros, y el rigor de los castigos con que
Dios las amenaza; y señalarles los medios prácticos más a propósito para
libertarse' de unos y otros; y todo ello en lenguaje popular y llano, y en
forma muy breve: he aquí lo que nos hemos propuesto en este Catecismo que
ponemos bajo los auspicios de la que es, no sólo la Virgen de las vírgenes sino
también la Madre de las madres, y Madre de Dolores María Santísima. ¡Ella nos
alcance el fruto que pretendemos!
Jueves Santo, del año de 1892. Gabino Chavez Pbro.
Con Licencia del Ordinario
I.
— ¿Cuál es la misión de las madres de familia?
—Es una misión en cierto modo apostólica; porque tienen que
iniciar a sus hijos en la vida cristiana; tienen que formarlos en la piedad,
enseñándoles la Religión, y tienen que educarlos en la moral evangélica.
— ¿Cómo deben iniciarlos en la vida cristiana?
—Acostumbrándolos, desde, muy pequeños a persignarse y dar gracias al levantarse y acostarse;
haciendo que las primeras palabras que pronuncien sean los nombres de Jesús y
de María; encomendándolos a Dios por medio de su ángel custodio, y dándoles a
reconocer y a reverenciar las imágenes de los santos.
— ¿Y cuáles madres faltan a estos deberes?
— Las que descuidan de cumplirlos, las que se fían para ello
de manos extrañas, las que lo hacen mal o raras veces, las que llevan una vida
mundana y disipada; pues es imposible enseñar la piedad quien no la tiene ni la
ama.
— ¿Quiénes los cumplen?
Las que saben levantarse a buena hora y vencer la pereza;
las que ruegan a Dios todos los días por sus hijos; las que recuerdan a menudo que han de dar cuenta al Señor
de todos ellos; las que nunca se cansan de hacer estos dulces oficios por sí
mismas.
— ¿Cómo deberán formarlos
en la piedad y enseñarles la Religión?
—Inculcándoles desde muy tiernos la devoción a la Virgen
Santísima; haciendo que lleven al cuello su Rosario y alguno de sus Escapularios:
imponiéndolos a besar sus imágenes y a visitar sus Santuarios, leyéndoles
libros adecuados a su capacidad, donde aprendan los misterios y dogmas de la
Religión.
— ¿Quiénes faltan a estas obligaciones?
— Las madres que no hacen nada de esto; las que asustan a
los niños pequeños con las imágenes; las que los amenazan con rezar el Rosario,
o los castigan con llevarlos a la Iglesia; las que los dejan jugar con el Rosario,
o con relicarios u otros objetos del culto.
— ¿Por qué no se les debe amenazar o castigar con las cosas
piadosas?
— Porque de ese modo las miran con miedo, con repugnancia, y
hasta con horror y con odio.
— ¿Pues qué debe de hacerse?
— Lo que hacen las madres prudentes y juiciosas: darles a
desear el rezo, la ida al templo, las prácticas piadosas, como una recompensa, como
recreo y gozo; y por el contrario, mostrarles la privación de ello como castigo
por sus faltas. Así se logra que vean lo bueno con ojos favorables, y que vayan
amándolo, y detestando lo malo.
— ¿Qué más deberán hacer las madres por la moral de sus hijos?
— Cuidarlos como a la pupila de sus ojos; no mandarlos a
pasear con personas extrañas; no dejarlos allanarse y familiarizarse con los
criados; no dejarlos todo el día, y mucho menos por la noche, en casa de sus
deudos o personas menos timoratas. El descuido en este particular es casi
siempre causa de la pérdida de la inocencia de los niños y de su inmensa ruina.
— ¿Y de las escuelas, qué me decís?
— Que es preciso hoy más que nunca vigilar en que sean sólidamente
católicas; por que habiendo en nuestro suelo tantas sectas heréticas,
sociedades secretas, gentes incrédulas y aun ateas, es espantoso hoy el
peligro, y por consecuencia mayor la obligación de vigilar, en los padres de familia.
El gasto que se hace en la educación de los hijos es un gasto sagrado, y muchos
padres no lo comprenden; de allí es, que por evitarlo, prefieren las enseñanzas
mortíferas que envenenan gratis los corazones.
— ¿Pues qué debe de hacerse?
— Sacrificarse por la salud de los hijos, y aprovechar las
enseñanzas gratuitas católicas, que tampoco faltan, cuando realmente no haya recursos
para proporcionarles otra más conveniente.
II.
— ¿Qué debe temer la madre, especialmente de sus hijos
varones?
— El orgullo y el encaprichamiento que muestran desde niños:
es preciso reprimirlos con mano fuerte, hacerse obedecer a toda costa, y no
dejar salir al hijo con sus necios caprichos.
— ¿Qué madres faltan en esto?
— Aquellas, numerosísimas por cierto, que no tienen más que
caricias perpetuas para los niños, regalos y terneras; pero nunca correcciones ni
castigos. Este es el gran defecto de las madres en México: sobra de mimos y
cariños: falta completa de rigor racional y de castigos para con sus hijos.
— Pero el espíritu del siglo mira hoy con horror a los padres que emplean con sus
hijos el rigor sensible; ¿sería preciso pasar por no ser uno ya de la época?
—Es la verdad; pero la prudencia del siglo es necedad delante
de Dios, y es mejor creer a la Santa Escritura que a todas las sabidurías del
siglo, y a las vanas ideas de los mundanos.
— ¿Pues qué dice la Sagrada Escritura a ése respecto?
— Bueno es que las madres pesen sus palabras: “Él que
perdona la vara, aborrece a su hijo.” (Prov. XIII. 24.) “No quieras quitar al
niño el castigo, y si le azotas con la vara no ha de morir por ello.” (Id.
XXIII, 13.) “Si tú le azotas con la vara, librarás su alma del infierno.” (Id.
14.) “La vara y la corrección da sabiduría, mas el niño que se deja a su
voluntad, avergüenza a su madre.” (id. XXIX. 15.)
—Mas, ¿qué, el Espíritu Santo realmente mandará azotar 'con vara?
— La vara significa el castigo corporal y sensible, aunque
al pie de la letra no se aplique con vara; mas hay que notar las expresiones
enfáticas de Ia Santa Escritura; porque, lo primero, asegura qué una madre que
no castiga físicamente al niño, lo aborrece; de suerte que lo que parece amor y
cariño, ante Dios, es verdadero odio; y da la razón en el otro texto:
Porque el castigarlo es librarlo del infierno, luego el no
hacerlo es dejarlo caer en él, que mayor odio no puede haber. Dice, además, que
el niño sin corrección, causará confusión a su madre, es decir, la avergonzará
un día con sus hechos y torpe conducta; y burla la delicadeza exagerada de las
madres, diciendo que no morirá el hijo del castigo, como algunas parecen temer,
no temiendo echarlos al abismo.
— ¿Qué
otra cosa dicen los Libros santos acerca de esto?
— En el Capítulo treinta del Eclesiástico, habla mucho en el
particular, y de él entresacamos estos consejos: “El que ama a su hijo le
frecuenta los azotes, para que en sus novísimos se alegre, y no ande tocando
las puertas de sus próximos. Quien enseña a su hijo será en él alabado, y se
gloriará entre los de su casa. Quien enseña a su hijo, pone en celo al enemigo,
y entre sus amigos en él se gloria.
“Así como el caballo indómito se hace duro, así el hijo
remiso se hace precipitado. Lacta al hijo y te llenará de pavor; juega con él y
te contristará. No te pongas a reír con él, para que no te pese algún día. No
le des potestad en la juventud, antes doblega su cerviz y vapula sus costados
mientras es niño. Enseña a tu hijo y trabaja en él, para que no tropieces en su
torpeza.
— ¿Qué hay que notar
en estas palabras?
— Lo primero, que insiste el Espíritu Santo en que el hijo
se castigue cuando niño, y con frecuencia; lo segundo, que promete a Ios padres
alegría y. regocijo si educan bien a los hijos, y a ambos felicidad en sus
novísimos; lo tercero, que amenaza con lo contrario, es decir con pavor,
tristeza, confusión y vergüenza, a los que no lo hacen; lo cuarto, que a los
mismos hijos anuncia la mendicidad y varios males si no son corregidos.
— ¿Mas por qué dirá que quien lacta al hijo tendrá pavor,
puesto que el lactarlos es obligación de las madres?
—Habla de los hijos en mayor edad, y es una figura: pues es
como si dijera: regala al hijo, mímalo, consiéntelo, trátalo, con blandura y
muellemente, y después te llenará de sustos, de aflicción y de pavor.
— Y ¿por qué añadirá, trabaja en él?
— Para significar que la educación es obra importante, laboriosa,
y que necesita diligencia, estudio y cuidado. Muchos no quieren tomarse este
trabajo.
— ¿Y el no darle potestad, y doblegar su cerviz, qué
significa?
— No darles libertad, licencia y facultad para ir y venir, y
manejarse por sí mismos, sino doblegarlos con el trabajo, que es un peso y
carga que encorva, evitándoles el ocio y holganza, fuentes de mil males.
— ¿Y el tropezar en su torpeza, qué indica?
— Indica que los padres algún día tendrán que sufrir
confusión y vergüenza, con la ignominia, los escándalos y la mala fama de sus
hijos.
III.
— ¿Y de las hijas en particular, qué nos dicen las Sagradas
Letras?
— Dicen así: “En la hija que no se recata afirma el cuidado,
no sea que hallada la ocasión, abuse de sí.” (Eccli. XXVI. 13.) Quiere decir,
si tienes una hija que no se aparte de las miradas y trato de los jóvenes, sino
que a todos libremente mire, y todo lo observe, y todo lo recorra, atiéndela y
guárdala, para que dada la ocasión, no abuse de su libertad entregándose a la lasciva incontinencia, y liviandad.
— ¿Y no insiste en ello el Libro Sagrado como en lo de los
hijos?
— Sí; varias veces en el mismo libro: por ejemplo, en el
capítulo séptimo dice: “si tienes hijos, edúcalos y doblégalos desde su
juventud; si tienes hijas, guarda su cuerpo y no les muestres rostro
alegre."(Eccli. VII. 27.)
— ¿Y cómo puede hacerse esto?
— Dice un docto intérprete: “esto harás, si las contienes en
su casa, si las apartas de los jóvenes, de los convites, de los bailes y de los
teatros. Además, si tu hija siempre tiene a su madre por compañera, si sus
sirvientes son castos y púdicos, si nunca escucha palabras indecentes, si
continuamente se le inculca el amor a la pureza y al pudor, y el más grande
horror a la impureza, entonces se le guarda su cuerpo según este consejo del
Espíritu Santo.” (Alapide.)
— ¿Mas no es extraño que recomiende ponerles a las hijas mal
semblante?
— Esto se hace, (dice el
mismo piadoso autor) tanto para reprimirles la ligereza,
libertad y osadía, con la severidad del semblante, cuanto para inspirarles
respeto y pudor,’ a fin de que no se atrevan a ofenderte; y también para que
con las caricias y blandura de su mismo padre, no se acostumbren a aficionarse
a los hombres, haciéndose más libres e inverecundas con ellos;
— ¿Decís que varias veces repite la misma recomendación?
— Varias veces, para que mejor se conozca su importancia: en otra parte dice: “Asegura el
cuidado sobre tu hija liviana, no sea que te haga venir a ser el oprobio de los
enemigos por la murmuración de la ciudad, y la oposición del pueblo, y te
avergüence entre la multitud de la gente” (Eccli. XLII. 11.) Es decir, como explica
siempre Alápide, que a la hija procaz, imprudente, ligera y propensa a la liviandad,
es preciso guardarla con mucho cuidado porque si se le permite tratar
libremente con los jóvenes, se perderá y llenará de oprobio a sus padres,
haciéndolos la fábula y el escarnio del vulgo.
— Y en cuanto a permitirles a las hijas desposarse ¿no dice algo la Sagrada Escritura?
— Dice: “Entrega tu hija a un hombre sensato, y harás una
obra grande” (Eccli. V II. 27;) '
Llámala obra grande, explica Comedio, porque es una cosa
difícil y útil, tanto a los padres que se libran de grandes molestias y
responsabilidades colocando a sus hijas, como a estas, cuyo pudor se asegura
poniéndolas en estado honesto, y a la república que con la prole crece en número,
oficios y méritos” Mas adviértase que se trata de darla a un varón sensato, y
esa es la dificultad, y por eso se llama obra grande.
— ¿Y si la hija no es llamada al matrimonio?
— Entonces puede entenderse el texto en sentido figurado, y
el Varón sensato a quién
se entrega, será Jesucristo, Esposo de las Vírgenes, siendo entonces la obra
tanto más grande, cuanto más grande es Dios que los hombres, y cuanto más
grande es la virginidad que el matrimonio.
— ¿De suerte que el consejo de la Escritura, no se reduce
precisamente a dar a las hijas el estado del matrimonio?
— No: sino a que se les ha de dar oportunamente el estado
que' elijan y a que se sientan inclinadas, o cómo dice el catecismo, a darles
estado no contrario su voluntad.
IV.
— ¿Cuáles son los peligros de las madres?
— Todos los de los hijos: el peligro de que salgan
caprichosos, obstinados, soberbios, iracundos; el peligro de que las hijas
salgan ligeras, livianas, impúdicas, desenvueltas, presuntuosas, amantes del
lujo y de las vanidades; el peligro de que unos u otras, salgan poco amantes, o
aun enemigos de la Religión, poco piadosos, y aun impíos, inmorales e irrespetuosos.
— ¿Cómo se incurre en estos peligros?
— Educando a los hijos según las costumbres del día; mimándolos,
acariciándolos en demasía, dándoles una libertad que no les conviene, fomentando
el lujo en las hijas, llevándolas al teatro y a los bailes so pretexto de
cultura, y dejándolas familiarizarse con los varones para que tengan trato.
— ¡Son demasiados los peligros de las madres!
—No es eso todo; hay ahora gran peligro en las lecturas:
novelas numerosas y malsanas ensalzando el suicidio, pintando con hermosos
colores el adulterio, burlando las órdenes religiosas, y escarneciendo lo más
sagrado, pululan por todas partes; préstanselas las jóvenes unas a otras con
insaciable empeño, escóndenlas de los ojos de las madres, si es que ellas
mismas no se las facilitan y recomiendan, o por lo menos les dan el ejemplo
manejando delante de ellas esa clase de libros.
— ¿Y esos libros los conoce la Iglesia?
— No solo los conoce, sino que los tiene severamente
prohibidos; todas las novelas de los autores de más fama como Dumas, Víctor Hugo,
Jorge Sand, los dos Cock, etc., etc., están puestas en el Índice de los libros
prohibidos, y es pecado grave el no respetar esa disposición de la Iglesia; y
si se trata de libros que además de la moral, atacan al dogma, hay también
excomunión para quien los lee o los conserva.
— Pero advierto que todo eso va contra los usos y costumbres
actuales, pues hoy se usa dar libertad a los hijos, recomendar en las escuelas
que nunca se les castigue con cosas dolorosas, dejarlos tratar con sus iguales,
independerlos desde muy temprano, llevarlos a todo lo que es de diversión y de
recreo; en fin, todo lo contrario a lo que se estaba diciendo: ¿cómo conciliar
los deberes de la Religión con los usos de la época?
—No hay que intentar tal conciliación, pues dice el Espíritu
Santo, que no puede haber ninguna entre Cristo y Belial, ni entre la luz y las
tinieblas, (2. Cor. VI. 15.) Y el Señor Pio IX, dijo, que la Iglesia no podía conciliarse
con el progreso y la moderna civilización, (que son pura corrupción.) Lo, que
se infiere, pues, de esa oposición entre las máximas y costumbres actuales con
la ley de Dios, es, que el mundo no ha dejado de ser, como siempre ha sido, uno
de los tres enemigos del alma, y que el modo como nos tienta, es trayéndonos
los dichos y usos de los mundanos.
— ¿Pues qué debe de hacerse?
— Desechar las máximas del mundo y seguir a Jesucristo, no
queriendo servir a un tiempo a dos señores, lo que el Evangelio declara ser
imposible. (Math. VI. 24.) Y añadiremos que este es tal vez el mayor de los
peligros de las madres: el vivir entre los usos y las doctrinas más opuestas al
espíritu de Dios, y verlas no obstante puestas en boga, y aún preconizadas como
sabiduría y gran adelanto.
V.
— ¿Pues qué medios y remedios podrán practicarse para
librarse de los peligros y poder cumplir con tan graves obligaciones?
— Los remedios, solamente los tiene y enseña nuestra santa
Religión: contra las máximas del mundo, las máximas del Evangelio; contra los
dichos y hechos de los mundanos, los dichos y hechos de los Santos; contra las
modas y las bogas del día, las eternas verdades de la moral cristiana; contra
los malos y perversos libros, los buenos, que no faltan, y los Libros Sagrados sobre
todo.
— ¿Mas para atinar a escoger lo bueno y dejar lo malo, qué
hacer?
— Buscar un director
prudente e instruido; frecuentar los sacramentos; llevar una vida
piadosa; una madre mundana jamás podrá sacar una hija que no lo sea; decir
adiós desde el día de su matrimonio a las vanidades y diversiones del mundo, considerando
la alteza de la misión de una madre, y cómo el Señor derramó su preciosa
sangre, a fin de santificar la unión del hombre y la mujer, elevando el
contrato matrimonial a la. Dignidad, de sacramento.
— ¿Qué otros medios pueden tomarse?
— Ejercitarse en buenas lecturas. Son dignos de recomendarse
ala madres, la Mujer fuerte y la Mujer piadosa del Señor Landriot, la Mujer
cristiana de madama Mercey, los deberes de la mujer cristiana por la señora
Livia Bianchetti, el Manual de las Madres cristianas, de Roca y Cornet, la Vida
de Virginia Bruni, del Padre Ventura de Ráulica, y la Mujer católica, célebre
obra del mismo. Además, deben recomendarse las Vidas de Sarita Mónica y de
Santa Juana Francisca de Chantal, del Señor Bougaud, las de Santa Paula y sus
hijas, del Abate Lagrange, la de Santa Rita de Casia, que trae muchas
instrucciones para las madres, y aun la de Santa Catalina de Génova, la de
Santa Francisca Romana y otras santas que se santificaron en el estado del
matrimonio.
— ¡Pero esos libros formarían un estante lleno!
— Nada hay que extrañar, pues muchas tienen estantes llenos
de malditas novelas, y de libros ligeros e inútiles, oportunísimo sería que se
formasen colecciones de obras sólidas y cristianas, en las que pudiese hallarse
al mismo tiempo solaz provecho, y que Las Asociaciones de Madres podrían
comprar para formarse como una biblioteca, común, escogida aunque pequeña.
— ¿Qué otros medios asignáis todavía para el uso de las
madres?
—El entrar en las Asociaciones que para ellas hay
establecidas: como la de Santa Mónica, el meditar en la octava estación del Viacrucis
que toda les pertenece, y practicar la lección, que Jesucristo ;dio allí a las
madres, diciéndoles: “llorad por vosotras, y por vuestros hijos,” temiendo los
castigos con que las amenaza a ellas allí también en particular; pues hablando,
de la ruina de Jerusalén, figura del día del juicio, anunció que en aquel día
se dirá: “bienaventurados los vientres que no concibieron y los pechos que no
amamantaron,” (Luc. XXIII. 29.) Como si dijera: “bienaventuradas, el día del
juicio las que no fueron madres, ni tuvieron responsabilidad de tales.”
— ¿Qué: tan peligrosa es la suerte de
las madres?
— Tanto que, su juicio y su infierno han de ser más
terribles.
— ¿De dónde inferís eso?
—No tengo que inferirlo, sino solo, creerlo a la palabra de
Dios que nos dice: “Durísimo juicio se hará a los que presiden.” (Sap. VI. 6.) O
gobiernan, pues claro es que las madres están comprendidas en este número. Y
esto, en cuanto al juicio; que en cuanto al infierno, dice: “Los que ejercen
potestad, poderosamente serán atormentados,” (Id. 7) palabra que evidentemente
comprende a los padres de familia, que ejercen potestad sobre sus hijos.
— Y ¿qué podrá hacerse para evitar tan terrible desgracia?
— Ya lo hemos dicho: conservar y aún aumentar la gracia de
la vocación, por medio de la frecuencia de sacramentos: tener una especial
devoción a la Madre de las madres y modelo de todas. María Santísima; tenerla
con Señor San José, patrón de los padres de familia; tenerla con los ángeles
custodios de los hijos; mirar al mundo y sus máximas con horror dirigiéndose
solo por las del Evangelio, y meditando las grandes verdades que hemos
insinuado de la noble misión de las madres, de sus espantosos peligros, de su
terrible responsabilidad, de las lágrimas por sí y por sus hijos que el Señor
les manda derramar, y del durísimo juicio y poderosos tormentos que les
esperan, si no cumplen hasta donde les es posible con sus obligaciones.
Un medio
excelente de santificarse a sí y a sus familias, es plantear en sus casas la
práctica del santo Rosario rezado en reunión todos los días, como tanto lo ha
recomendado el actual Pontífice, el Señor León XIII. ¡Practiquen las madres
estos consejos, y Dios les ayudará a desempeñar debidamente sus penosos
deberes, preparándoles también muy dulces recompensas!