Presencia de Satán
en el
Mundo Moderno
Título
original en francés:
PRÉSENCE DE
SATAN DANS LE MONDE MODERNE
Nihil Obstat:
Parisiis, die Januarii 1960
A.
de Parvillez, s. j.
INTRODUCCIÓN
Palabra del Evangelio
Cuando decimos que una afirmación es o no es "palabra
del
Evangelio", queremos aseverar que es o no es una
verdad indiscutible.
Para los cristianos Cristo es la autoridad soberana,
aquella ante la cual nos inclinamos, a la cual damos toda nuestra fe y toda nuestra
confianza, todo nuestro amor. Hasta para los mismos incrédulos,
Jesús es una de las personalidades más eminentes de la
historia.
Es la rectitud y la sinceridad. Es aquel que dijo: Que
tu discurso sea: ¡esto es o esto no es! ¡Todo lo que esté fuera de esto de nada
sirve! Preguntémonos, pues, lo que Jesús ha pensado y ha dicho de Satán.
El Evangelio, sobre este punto, como sobre todos los
otros puntos que conciernen a la vida religiosa de los hombres, es normativo y definitivo.
Si no lo es ya para los que han perdido la fe, no es menos cierto que no se
puede comprender nada de la mentalidad religiosa de los siglos que nos han
precedido en Francia sin recurrir al evangelio.
Quienes han tenido — o creído tener — contactos con el
Demonio, quienes han sufrido sus ataques como nuestro
cura de Ars, quienes han sido tratados como "poseídos" y han sido
objeto de exorcismos más o menos eficaces, habían extraído del Evangelio y de
la tradición emanada del Evangelio sus interpretaciones de los estados
experimentados por ellos.
Abramos pues el Evangelio. ¿Habla de Satán? ¿Contiene
historias de poseídos, de expulsiones de demonios?" Jesús en persona ¿ha creído
en el Diablo y qué ha dicho sobre ello?
PRESENCIA DE SATÁN
La tentación de Jesús
En primer lugar debe llamar nuestra atención la
tentación de
Jesús en el desierto. Tres de nuestros Evangelios
hablan de ello. Nos muestran a Jesús y a Satán solos y frente a frente. Pero
prestemos atención a lo siguiente: nadie había sido testigo de este encuentro memorable.
Nuestros tres evangelistas no podían saber nada de lo ocurrido más que por boca
del mismo Jesús. Por consiguiente, El se tomó el trabajo de decir a sus
discípulos lo que había pasado entre El y el Demonio. El quiso que se supiera
que lo había visto, lo que se llama verlo, por decirlo así, "cara a cara";
que Satán le había hecho proposiciones, había tratado de someterlo a su yugo,
¡tratado de desviarlo de su camino! En una palabra, Jesús quiso ser tentado.
Lo fué. Reveló a los suyos en qué había consistido esa
tentación:
Satán le había mostrado el mundo, diciéndole: "Te
daré toda esta potencia y la gloria de esos reinos, puesto que a mí me ha sido entregada
y a quien quiero la doy; si, pues, tú te postrares delante de mí, será tuya
toda." (Lucas, IV, 5-7.)
No digamos que la tentación fué pequeña. Tenía las
dimensiones del planeta. Satán había adivinado, pues, que tenía las dimensiones
de Jesús. Y Jesús, por su parte, al llamar en dos oportunidades a Satán "príncipe
de este mundo" (Juan, XIV, 30; XVI, 11), está de acuerdo con él para
reconocerle una preponderancia en todos los reinos de la tierra. Hablando de
los relatos de la tentación en el desierto, el padre Lagrange los compara a
esos prólogos de las tragedias antiguas en los cuales todo el drama que iba a
desarrollarse estaba anunciado y como prefigurado. La batalla entre Satán y
Jesús en el desierto fué un prólogo de esta naturaleza. Decía todo con respecto
a la misión de Cristo. Este sólo venía para derribar la dominación de Satán.
San Juan iba a decir en su primera epístola: "Para esto se manifestó el
Hijo de Dios, para destruir las obras del Diablo." (Juan, III, 8.)
Todo el
Evangelio, pues, tiene que estar lleno de acciones dirigidas por Cristo contra
Satán y por Satán contra Cristo. Y está bien que así sea. No podemos leer
nuestros Evangelios sin que esto nos llame la atención. No comprenderíamos nada
de los Evangelios. Sin la certidumbre de la existencia de Satán y de su acción entre
nosotros.
Sería demasiado largo enumerar aquí todos los párrafos
donde se habla de los demonios en el Evangelio. Citemos, sin embargo, los principales.
Jesús comienza a predicar en Galilea, y San Marcos
escribe que echa a los demonios (Marcos, I, 34). Antes del Sermón de la Montaña
las multitudes se reúnen alrededor de Él, ¿por qué? San Lucas nos lo dice:
"Los cuales habían venido a oírle y a ser curados de sus enfermedades; y
los que eran vejados por espíritus inmundos eran curados." (Lucas, VI,
17-18.) Porque, dice San Mateo, "le presentaron todos los que se hallaban
mal, aquejados de diferentes enfermedades y recios dolores, endemoniados,
lunáticos y paralíticos, y los curó". (Mateo, IV, 24.)
Cuando se habla de María Magdalena, se nos puntualiza
que
Jesús había echado de dentro de ella "siete
demonios" (Lucas, VIII,
2). Cuando Jesús envía a sus apóstoles a predicar en
Galilea, les otorga poder sobre los demonios. Cuando regresan les dice con
júbilo: "Contemplaba yo a Satán caer del cielo como un rayo... ( Lucas
, X, 17-20.)
Cuando Jesús curó a la mujer "que tenía un
espíritu de enfermedad hacía dieciocho años" y el jefe de la sinagoga se
indignó porque era día sábado, Jesús responde: "Hipócritas, cualquiera de
vosotros en sábado, ¿no desata a su buey o su asno del pesebre y lo lleva a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abrahán, a
quien ató Satán !hace ya dieciocho años ¿no era razón desatarla de esta cadena
en día de sábado?" (Lucas, XIII, 10-16.)
Y recordemos la expulsión del demonio llamado Legión,
porque era numeroso dentro de los mismos poseídos. Legión pide que se los envíe
a una piara de cerdos. Jesús consiente y todos los cerdos se arrojan al mar y
se ahogan. (Los tres Evangelistas; ver sobre todo
Marcos, V, 1-20.)
Este episodio burlesco es asombrosamente evocador. Los
demonios están allí perfectamente representados. Presentimos su naturaleza, su
carácter.
Presentimos su "psicología", sobre la cual
tendremos oportunidad de volver a hablar: ¿qué hacen en un ser humano cuando lo
tienen en su poder? "Introducen en él — escribe monseñor Catherinet — y
mantienen en él perturbaciones morbosas emparentadas con la locura; tienen una
ciencia penetrante y saben quién es Jesús; sin vergüenza se prosternan ante El,
le rezan, le hacen juramentos en nombre de Dios, temen ser de nuevo lanzados
por El al Abismo y para evitarlo piden entrar en los cerdos y establecerse allí.
No han terminado de instalarse cuando, con un poder no menos asombroso que su
versatilidad, provocan la destrucción cruel y malvada de los seres en los
cuales habían pedido refugiarse. Miedosos, obsequiosos, poderosos, malignos,
versátiles y hasta grotescos, todos estos rasgos, fuertemente revelados aquí,
vuelven a encontrarse en grados diversos.
En suma, es imposible, no sólo para un católico sino
para un historiador serio, dejar de comprobar que Jesús no se limita a hablar como
se acostumbra en sus tiempos, que no tiene la intención de conciliar con la
ignorancia y los prejuicios de su medio, pero que cree en la existencia y en la
acción de Satán, que nos pone en guardia contra Satán, que no cesa de luchar
contra Satán, tanto que Satán está presente en todo el Evangelio, a tal punto
que esto nos plantea un problema que debemos examinar con la mayor atención.
¿Por qué tantos poseídos?
Los relatos demonológicos son tan numerosos en el
Evangelio, el Diablo ocupa en ellos tanto lugar, que debemos preguntarnos si en
todo esto no habrá algo de exageración. Es bien sabido que en La vida corriente
no encontramos a seres poseídos en la cantidad relativamente considerable con
que aparecen al paso de Jesús. Los críticos modernos — por lo menos los que se complacen
en llamarse
"críticos independientes" — no han dejado de
proclamar que lo consideran inverosímil. Para ellos la mayor parte de estos
"poseídos" eran simplemente maniáticos, medio locos, o dementes más o
menos furiosos.
Aun cuando así fuese, aun cuando Jesús al tratar a
esta categoría de enfermos se hubiera avenido a las ideas medícales de su
siglo, no dejaría de ser menos notable que hubiera tenido éxito, en la mayoría de
los casos, en liberar con una palabra de su invalidez a estos desgraciados y
devolverlos a su estado normal. Pero esta forma de resolver el problema, debe
tenerse por singularmente sumaria, si se considera lo que hemos dicho más
arriba. Los textos evangélicos distinguen muy claramente entre los enfermos y
los poseídos. Estos últimos manifiestan, mediante signos patentes, la presencia
de una inteligencia extraña que habita en ellos. Esta inteligencia es hostil a
Jesús, es lo que llamamos la inteligencia de un espíritu maligno.
Si a continuación de ese Prólogo, del cual hemos
señalado la grandeza: la tentación de Jesús en el desierto, Satán no hubiera
intervenido en el transcurso de la carrera de Cristo, o no hubiera interpretado
más que un papel secundario, hubiésemos tenido, antes bien, la ocasión de
habernos sorprendido. Pero no es el caso. Jesús ha demostrado abiertamente que
es "el fuerte" que ha venido para reprimir el imperio de Satán sobre
el mundo. A decir verdad, esta lucha se desarrollaba principalmente en el
terreno de lo invisible, en los dominios de la gracia y del pecado. Y hasta el
fin del mundo esto será así. Pero con el permiso de Dios, esta lucha inmensa y secular
presenta también signos visibles y nos ofrece episodios espectaculares.
Estos episodios no son lo esencial. No lo olvidemos.
Aun cuando en este libro insistimos
sobre ellos, no cabe en nuestro espíritu el extremar su importancia. Lo que
está en juego son las almas, es la elección entre el cielo y el infierno, entre
el odio y el amor, ¡entre la felicidad y la condenación! Entraba, pues, en los
designios de la Providencia hacer conocer a los hombres algo del poder de Satán
y de humillar a éste ante el poder del Redentor.
No estamos de ningún modo obligados a creer que el
número de poseídos del cual se habla en el Evangelio corresponde a un término medio
en el mundo de entonces o en el mundo actual. Es muy posible y hasta verosímil
que estos casos se hayan producido con una frecuencia extraordinaria alrededor
de Jesús. La unión personal de la divinidad con la naturaleza humana en Jesús,
Hijo del Hombre e Hijo de Dios, todo junto, habría tenido como contragolpe, con
el permiso divino, manifestaciones repetidas y múltiples de diablismo.
¡La posesión es, en cierto sentido, una réplica, una
caricatura de la
Encarnación del Verbo!
El paganismo y el mismo judaísmo
empezaban a estar roídos por esa incredulidad con respecto a lo sobrenatural que
es una de las señales del tiempo en que vivimos. ¡La venida de Jesús a la
tierra y los numerosos casos de posesión que se produjeron alrededor de Él
constituyen una revelación sobrecogedora del mundo sobrenatural en sus dos
aspectos complementarios que son la
Ciudad de Dios y la Ciudad de Satán
En este sentido fue que dijimos que para nosotros el
Evangelio es normativo. Plantea principios, proporciona claridades, establece leyes,
arroja sobre todos los siglos por venir, luces que no deben apagarse jamás.
Todo lo que sabemos y creemos con respecto al
Demonio está arraigado en el Evangelio. La creencia en
la existencia y en la malignidad del Demonio es un dogma para los cristianos.
Nuestro destino está emparentado con el de los Ángeles
o los Demonios.
Veremos a Dios, como los ángeles, dice Jesús, o bien
seremos malditos con Satán y todos sus demonios.
Todo esto
tenía que ser dicho o recordado antes que llegáramos a los hechos
contemporáneos.
Y para
conducirnos del Evangelio a estos hechos contemporáneos será suficiente una
rápida ojeada.
En conjunto
tendremos que cuidarnos de dos peligros: el de exagerar el satanismo y el de reducirlo
a la nada. En algunos siglos se ha visto al Diablo por todas partes y en otros
no se quería verlo por ninguna parte. Doble exageración igualmente engañadora,
igualmente falsa y por consiguiente igualmente salida de Satán, padre de la
mentira.