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martes, 11 de abril de 2023

FLORILEGIO DE MÁRTIRES ESPAÑA 1936-1939 (Capítulo 4: SACERDOTES MARTIRES)

 


7°. Don Vicente Valero Almudever, cura ecónomo de Puzol (Valencia), fue detenido en Valencia el 17 de agosto de 1936, en el domicilio de una familia que lo había acogido; lo llevaron a Puzol, según dijeron para hacerle unas preguntas, y dice el Doctor José Zahonero en su obra “Sacerdotes Mártires” lo siguiente: 

“Cuando el día 17 llegó Don Vicente a la residencia del Comité de Puzol, se le maltrató cruelmente a puñetazos y patadas, martirizádole largo rato, e incluso se le pinchó con aguja alpargatera para que confesara donde había escondido la imagen de la Patrona, y al no conseguirlo siguieron con los insultos y palos, haciéndole vaciar la letrina. Le llaman otra vez: “Ahora has de blasfemar”, le dicen, y contesta: “Antes me cortaréis la lengua”. Le dan otra paliza. La sangre mana a borbotones de su boca; “Blasfema o te mataremos”. “Matadme si queréis, pero no blasfemaré jamás”. Siguen los atroces golpes… y nada. En vista de ello lo llevaron por el camino de Barcelona a la entrada de la hijuela de Rafelbuñol, a allí, luego de decir, “os perdono” y besar su mano, se apartó un poco de ellos, para que pudieran matarle, y dijo dulcemente “Cuando ustedes quieran”, y sonó la descarga que lo mató. Uno de ellos, al darle el tiro de gracia, exclamó: “Hemos matado un santo”.

8°. Don Rogelio Chillida Mañes, canónigo Magistral, cayó acribillado en aquellos días en compañía de otro sacerdote y dos religiosas, por las ametralladoras cuando vitoreaban a Cristo Rey. “Antes de la ejecución tuvo lugar una escena admirable. Don Rogelio Chillada, que en ningún momento había perdido su serenidad asombrosa, solicitó de sus verdugos que le fuera indicado cuál de ellos iba a matarle, y cuando uno de aquellos infelices se adelantó hacia él, estrechándole la mano, le dijo: “Te estrecho la mano, para que sepas que te perdono. Pero antes de morir quiero deciros que, por cada gota de sangre que derramemos, dentro de diez años habrá un sacerdote en España”.

9°. Don Ricardo Pla Espí, era valenciano y canónigo de Toledo. Fue detenido por el “pelotón de la muerte” en Toledo el 28 de julio del 36, que, “irrumpe en su domicilio, preguntando por “el cura”. El, que estaba sentado junto a su padre, se levanta muy resuelto y contesta: “Yo soy”, y como viesen que dudaban, les dijo: “El sacerdote soy yo; éste es mi padre”… Acordaron que pasara la noche con sus padres y al día siguente volverían. El 30 por la tarde llegó su hora… Preguntó a los milicianos: ¿puedo despedirme de mis padres?, y le respondieron que no. Desde el umbral de la puerta dirige la mirada serena a sus padres diciéndoles: Madre, ¿usted no me a criado para el cielo?”. Su madre contestó:

“Sí, hijo mío”. “Pues esta es la hora”. “No merecía yo tanto; Dios me premia con largueza al concederme la palma del martirio”. Su madre, viéndole llevando a empujones por la horda, aún le dijo: “Hijo mío, mucho valor para sufrir, pero mucho amor para perdonar”. Y en lugar denominando “Paseo del Tránsito” cayó acribillado a tiros, por la espalda, no sin antes gritar fervorosamente: “!Viva Cristo Rey!” (J. Zahonero, en su obra “Sacerdotes Mártires”)

 10°.Don Tomás Capdevila Miquel, sacerdote de treinta y tres años. De él escribe el Dr. Dn. Juan Serra, en su libro “Víctimas Sacerdotales” del Arzobispado de Tarragona: “El lugar donde fue capturado dista de la casa del Comité unos tres kilómetros con un desnivel superior a 200 metros, lo que dio tiempo para que todo el vecindario percatado de cuanto ocurría, acudiera a la puerta del comité donde pudo contemplar cómo la víctima abrazó a su madre y a su sobrinito, recibiendo éste palabras de consuelo, y la madre el ruego de que perdonara a sus perseguidores. Bruscamente y con malas palabras fue arrancado de los brazos de su madre y, a empujones, internado en la residencia del Comité, en cuya oficina se reunió el pleno de los elementos revolucionarios, dirigidos por un agitador forastero… Serían aproximadamente las nueve y media de la noche, cuando atado de pies y manos, le subieron en un auto guardado por cinco o seis desalmados, dándole escolta otro coche.

Entonces empezó el cruento martirio, por espacio de hora y media que duró el trayecto que separa el pueblo Forés del de Solivella, ampuntándole la lengua y los miembros genitales, sacándole los ojos y fracturándole de un porrazo la clavícula izquierda; iba desangrándose poco a poco, de tal suerte que llegó a este pueblo tan exhausto que permaneció sin conocimiento una media hora en la plaza Mayor. Puesta de nuevo en marcha la macabra comitiva, se encaminaron al cementerio, precipitándole por un terraplén como quien echa un fardo en basura…, eran las once de la noche del 6 de septiembre del 36.” No le pude caber mejor muerte; como sacerdote de Cristo hizo de sí, por su inmolación cruenta, una víctima que unida a la del Calvario, se convirtió en oblación grata a Dios. Era “Sacerdote y víctima”, el ideal más acabado del sacerdote católico; su identificación como Cristo Sumo y Eterno Sacerdote, estaba lograda.

11°. Don Fortunato Arias Sánchez, sacerdote que padeció martirio en la diócesis de Murcia el 12 de septiembre de 1936. De él se lee en el libro citado: “Muertes gloriosas”: “Porque apenas llevaría un año al frente de su nueva parroquia, cuando sobrevino al Alzamiento Nacional, secundado en los primeros tiempos de Hellín, como en toda la provincia de Albacete…, y aunque por el escaso tiempo que llevaba en el pueblo, y por su nativa bondad, no podía haber evitado enemistades y odios contra su persona, sin embargo, no tardó en verse envuelto en la general persecución de que fueron víctimas la mayor parte de los sacerdotes…

Durante el mes de agosto de aquel mismo año 36, fue reducido a prisión, sin que podamos señalar el día con seguridad de acierto. Tal vez estaba preso cuando escribió a su hermano Félix, con fecha de 26 de agosto, la hermosísima carta de la que entresacamos estos párrafos, dignos de pluma de un San Ignacio de Antioquía o de un Santo Tomás Moro: 

“Desde mi última carta, las cosas han cambiado notablemente, y hoy sospecho con sobrada razón que me quedan pocas horas de vida. Perdono a todos los que sean o hayan de ser causantes o cómplices de mi muerte. Perdonadlos vosotros también, como nos manda la ley cristiana que profesamos. Que Dios acepte nuestros sacrificios y nuestra vida para que todos se conviertan y vivan. No recuerdo haber dado ocasión a que se me persiga , y me satisface pensar que la causa única de todo es mi carácter sacerdotal. Morir así es un verdadero y glorioso martirio ¿Qué mejor suerte podía yo imaginar? No tengáis pena por mi. Encomendadme a Dios, y quiera El que nos juntemos en el cielo, bendiciendo allí los caminos secretos de su misericordia.

Que seáis siempre buenos cristianos, y procuréis que lo sean también vuestros hijos y toda vuestra casa. Si en alguno de los pequeños vierais aptitudes para ser sacerdote, haced lo posible porque lo sea”. Bien entrada la noche del día 11 de septiembre, unos milicianos le sacan de la prisión y en un automóvil le conducen a las afueras de la ciudad, al sitio denominado “Cañada de los pozos”, donde tiene lugar una escena conmovedora… Al descender del coche, Don Fortunato les pregunta cuál de ellos le va a matar, y al que le responde que él, largándole su reloj, le dice: “Pues toma este reloj como recuerdo. Sólo te pido que me dejes morir besando esta cruz…”, y poniéndose de rodillas y besando el Crucifijo, que luego de haberlo besado estrecha fuertemente contra el pecho. Pronuncia estas palabras, las últimas que de sus labios habían de salir en la tierra: “Que Dios perdone, como os perdono yo. ¡Viva Cristo Rey!”. Inmediatamente tres balas atraviesan sus sienes. Tan fuerte tenía apretado el crucifijo que , ni después de muerto, se lo pudieron arrancar de las manos.