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miércoles, 26 de abril de 2023

DESTINO MANIFIESTO ANGLOAMERICANO y su influencia destructiva en LA HISPANIDAD

 



Luis Ozden

“Esa doctrina, supuesto regalo dado a los angloamericanos; para ser el nuevo pueblo “elegido” por Dios, y regenerar al mundo”

Que el Yahvé bíblico, decían ellos, había inspirado a sus líderes desde el siglo XVI, cuando el monarca inglés, de entonces, decidió portar sobre su cabeza la tiara de sumo pontífice adoptando el rimbombante título de “Intérprete de la verdad y canal de todas las gracias sobrenaturales”

No cabe duda que“esas gracias sobrenaturales”; no venían del Espíritu Santo , sino del Príncipe de este Mundo quien en esa ocasión ofreció a Inglaterra, el Poder material del orbe, y ésta, lo aceptó gustosa.

Acción nunca vista dentro de la Cristiandad, escandalosa y herética a todas luces, y que evocaba el paganismo de los antiguos césares romanos. Máximo acto de orgullo y rebeldía contra el Creador cometido antes por Luzbel y por la primera pareja del Edén.

Con el título de “Destino Manifiesto” fue llamada, en el siglo XIX, la doctrina política y religiosa que a partir del siglo XVI se había ido formando bajo los reyes herejes de Inglaterra; fortaleciéndose en el XVII por los puritanos calvinistas de la primera república, bajo Oliverio Cromwell , y decantada al fin en las colonias angloamericanas, por las ideas de los filósofos John Locke, David Hume, Adam Smith, y sobre todos, por Benjamín Franklin , quien era ardiente partidario del llamado “Destino imperial angloamericano” de acuerdo con la Gran Logia masónica de Inglaterra para destruir la Religión Católica y su espada el Imperio Español.

La Doctrina política del liberalismo y la doctrina religiosa del libre examen calvinista fueron el origen y resultado jurídico de la antigua rebelión protestante.

Del acta de Independencia de las Colonias inglesas en América, llamada:

“Declaración de independencia de los 13 Estados Unidos de América” en 1776, y la posterior acta llamada:

 

“La Constitución de los Estados Unidos de América” en 1787

En aquel entonces, la soberbia humana hizo exclamar a un estadista y escritor inglés, un tal William E. Gladstone, lo siguiente:

“The American constitution is the most wonderful work ever struck off at a given time by the brain and purpose of a man….”

“La Constitución Americana es la obra más maravillosa, nunca antes salida del cerebro humano….”

Copiar esa Constitución salida de cerebro humano fue la ruina de las naciones hispanoamericanas que la adoptaron.

La Nueva España del siglo XVIII

Muchos años ante de que los colonos angloamericanos se rebelaran contra su rey; los habitantes de la Nueva España habían dado al mundo, un ejemplo de unidad sin precedentes dentro del gran Imperio Español: la gran potencia oceánica y adalid de la Verdadera Cristiandad, es decir: de la Católica.
Los españoles, indios y castas se reconocieron como hijos de una misma Madre espiritual viendo en Nuestra Señora de Guadalupe
del Tepeyac la siempre Virgen María Madre de Dios, como la patrona del Reino de la Nueva España y se declararon sus hijos sin distinción de clases sociales.

A la cabeza de las máximas autoridades del Reino: el virrey y el arzobispo de la capital; desde las principales familias de la aristocracia hasta los más humildes habitantes peregrinaron para darse cita en el Santuario.

Este suceso extraordinario, aunque en cierto modo resultado de la maduración de la sociedad novohispana, aconteció felizmente el 12 de diciembre de 1747 a un poco más de dos siglos de las apariciones marianas del cerro del Tepeyac. Y a dos siglos exactos del fallecimiento del fundador de la nación: Hernán Cortés.

En esa fecha se celebró la Jura Nacional del Patronato de la Virgen de Guadalupe. Es interesante recalcar que fue durante el siglo XVIII, ya madura la nación, cuando se celebraron varios homenajes públicos en honor de la Virgen de Guadalupe, como, la jura de 1737 declarándola Patrona de la ciudad de México, el nombramiento de Protectora de toda la América Septentrional en 1746, la jura de 1747 como patrona de la Nueva España y la confirmación de ese protectorado territorial por disposición del papa Benedicto XIV en 1756.

Cuando él mismo acuñó la conocida frase del salmo 147, versículo 20

Non fecit táliter omni nationi”, “No hizo nada igual con ninguna otra nación”.

Frase que revistió un alto sentido político, distinguiendo al criollismo y conformando la identidad novohispana, elevando en igualdad a la Nueva con la Vieja España; al Virreinato con la Metrópoli.

El papa Benedicto XIV enfatizó que el catolicismo estaba destinado a asentarse en los territorios de la Nueva España, previniendo a la Iglesia, de las infiltraciones protestantes que ya empezaban a manifestarse en los territorios fronterizos del Virreinato.

Refiriéndose a lo anterior, el padre jesuita Bernard Bergöend escribió en 1913 en la ciudad de México:

“Con la Jura Nacional, se puede dar por terminada la serie de acontecimientos naturales, que como factores esenciales, habían ido formando durante más de dos siglos el alma nacional mexicana, y por lo tanto, debe mirarse el día 12 de diciembre de 1747, como la fecha memorable en que se consumó de derecho y para siempre la unidad nacional de Nueva España”.

Sus habitantes, unidos ya con unas mismas leyes y sometidos a la misma autoridad, se habían reconocido como hermanos, con amor e intereses comunes, como miembros de una misma familia espiritual, esto es; pertenecientes a una misma nacionalidad, “a los pies de la Madre de Dios”

Sin embargo, nubes de tormenta oscurecían los cielos de este estupendo Imperio. En solamente veinte años más, se concretaría un hecho lamentable, que marcó el inicio de la demolición del Impero donde no se ponía el sol:

Los ancestrales y eternos valores del ser verdadero cristiano que habían asumido Doña Isabel y Don Fernando, comprometiéndose ante el papado luego del Descubrimiento de América, ya no eran vigentes para la sociedad europea de la segunda mitad del siglo XVIII. Solamente la Compañía de Jesús continuaba con la santa labor de su fundador San Ignacio de Loyola dentro de la Cristiandad ya deslucida por el protestantismo.

“El Descubrimiento de América había ocurrido en un momento de verdadera encrucijada histórica. La Conquista había comenzado al culminar el siglo XV y se había asentado durante el XVI, cuando en el resto de Europa la Edad Media ya no era más que un recuerdo del pasado, en medio de una terrible crisis, en camino de la desintegración progresiva”

“Las actividades humanas como el arte, la cultura, la economía y la política, que antes se desarrollaban en jerarquía y gozosa subordinación a la Teología, ahora buscaban “liberarse” de sus principios rectores. Sobre este edificio ya averiado, la Reforma protestante había caído como un rayo”

Alfredo Sáenz.

 

La expulsión de la Sociedad de Jesús

El 25 de junio de 1767, en la madrugada, se presentaron las fuerzas armadas del virrey Carlos Francisco, Marqués de Croix y del visitador don José de Gálvez para ejecutar las órdenes reales de expulsión.
Los soldados de Cristo, sorprendidos sin ninguna advertencia, no opusieron resistencia. Fueron separados brutalmente de sus alumnos y familiares, amenazando a éstos con cárcel si trataban de avisar a los vecinos
Esos eméritos maestros, luminarias del saber de entonces, fueron custodiados como criminales, sin tener en cuenta su categoría sacerdotal o religiosa, y custodiados a Veracruz para embarcarlos hacia algún territorio que los quisiera recibir.

De todos los rumbos de Nueva España fueron concentrados en Veracruz 678 sacerdotes, hermanos y algunos estudiantes. Siendo las dos terceras partes de ellos criollos de diversas regiones americanas. Sus bienes personales les fueron confiscados.

¿Cuáles eran las razones oficiales para aplicarles tanto rigor?, las razones oficiales podrían parecer graves, pero ninguna tenía fundamento.

He aquí las más conocidas:

·                     Inmenso poder y enriquecimiento por las Misiones, llamadas reducciones.

·                     Haber obstaculizado la política de Carlos III y haber intentado envenenarlo.

·                     Haber adquirido mucha influencia en la política europea.

·                     Haber intentado los asesinatos de los reyes José de Portugal y de Luis XV de Francia

Pero, con investigar superficialmente, la actuación de la Masonería del siglo XVIII sabremos bien cuál era la verdadera razón del odio contra la Compañía de Jesús. A los ojos de los seguidores del Príncipe del Mundo, uno era su crimen: Haberse opuesto tenazmente a la destrucción del Orbe Católico, a la destrucción de la Cristiandad. Existen dos cartas de conocidos masones franceses que han reproducido casi todos los historiadores: La una, de Jean le Rond D’Alemberta Chatolai:

“Para destruir a la Iglesia Católica, hay que comenzar por los jesuitas como los más valientes”.

La otra de François Marie Arouet, alias Voltaire a Claude Adrien Helvetius en 1761:

“Destruidos los jesuitas, venceremos a la infame”. La infame, para él, era la Iglesia Católica.

Una grave consecuencia de la expulsión de los jesuitas de los territorios americanos del Imperio Español, fue la profunda aversión que sus habitantes sintieron por las disposiciones de la Corona. Por tanto, no hay que descartar en ese episodio, las semillas de la separación de España, así como la introducción de la literatura enciclopedista francesa en la educación de las clases altas, educación ayuna del fuerte sostén jesuítico.

Acto seguido, el Liberalismo se encargaría de preparar a la opinión pública ensanchando la brecha que se producía entre los españoles americanos y los peninsulares.

La España del siglo XVIII, ya no era la de los Reyes Católicos, ni la de Carlos V o la de Felipe II. Como bien lo dice don Ramiro de Maeztu en su obra En defensa de la Hispanidad:

“De las incertidumbres hispanoamericanas del siglo XIX tiene la culpa el escepticismo español del siglo XVIII….”
La España de ese siglo conoció una etapa lamentable de ablandamiento, de una gran decadencia, sobre todo en la monarquía. La corrupción, que ya se notaba en las altas capas del clero y de la aristocracia, siguió de manera ascendente con la admiración de todo tipo de novedades que llegaban principalmente de Francia.

Siguiendo a Maeztu, transcribo otro párrafo de su obra:

 

Defensa de la Hispanidad 

“El hidalgo de los siglos XVI y XVII recibía una educación severa y disciplinada de modo que el pueblo asumía de buena gana su superioridad, pero cuando dicha educación se hizo notoriamente muelle, y al espíritu de servicio a la comunidad, sucedió el de privilegio, los caballeros se convirtieron en señores, primero, y en señoritos después, no es extraño que el pueblo les perdiera el respeto”.

En la segunda mitad del siglo XVIII gobernaron aristócratas masones, cuyo propósito último era dejar a España sin religión.
Por supuesto que la impiedad no entró a España blandiendo ostensiblemente sus principios anticatólicos, sino que entró en secreto.

Durante muchas décadas los nobles siguieron rezando su rosario. Pero empezaron por envidiar el fasto y la pujanza de las naciones extranjeras, principalmente si eran protestantes, admiraron sin reservas, las flotas y el comercio de Holanda e Inglaterra, los lujos de la corte de Versalles, después se asomaron a los autores extranjeros, comenzando por Montesquieu, el más antihispanista de todos. Llegando hasta experimentar vergüenza por la gesta evangelizadora de los Reyes Católicos y de la Casa de Austria.

Entre los valores de la Cristiandad que España había transmitido al continente americano estuvo la certeza inamovible de ser, ella misma, la espada de Dios sobre la tierra, preservando la fe del pueblo español y propagando en todas partes la verdadera Religión.

Recordemos que la conquista de Granada acaeció precisamente en 1492, tras siete siglos de incesante lucha contra el infiel. En ese año se decretó la expulsión de los judíos no bautizados, por pretender ellos, ofrecer a los Reyes Católicos el dominio del mundo por medio de las finanzas. Ofrecimiento hecho a Inglaterra y aceptada por esta en 1532. El Cisma de la iglesia anglicana aconsejada por el canciller privado del Rey, el hereje Thomas Cromwell en 1532, provocó la división entre los ingleses, pues mañosamente había propiciado el ingreso a la Cámara de los Comunes de una mayoría de burgueses anticlericales, quienes de acuerdo con las sociedades secretas pidieron la ruptura con Roma tomando como pretexto el deseo real de divorciarse de la Reina.

Ante el peligro de contaminación de la religión, ya manifestado varias décadas antes por los falsos conversos, los Reyes Católicos habían pedido al Papa la instauración del Santo Oficio, el Tribunal de la Santa Inquisición.

Con el Santo Oficio, España quedó exenta de la contaminación de la Cábala Gnóstica y posteriormente de la invasión herética protestante que había conmovido al resto de Europa.

El Imperio, y con él, la Cristiandad pudo enfrentar los embates contra la religión por medio de la Compañía de Jesús y su obra la Contrarreforma, y el posterior Concilio de Trento. En Lepanto, el Imperio Español lucho y triunfó en favor de los pueblos europeos en general, aunque ninguno de sus gobiernos se lo agradeció, resaltando entre todos la traición del rey Francisco I de Francia y de los Dogos venecianos.

Los valores eternos de la Cristiandad, tan bien representados en la Edad Media y conservados por la España de los siglos XV, XVI y la mayor parte del XVII, se manifestaban en la sociedad organizada de cara a Dios, siguiendo todos, un mismo fin:

La Iglesia y el Estado, la Universidad, las Leyes, las costumbres y la educación que se proporcionaba a los pueblos, los inducía a vivir para la mayor gloria de Dios

Por el espíritu del Concilio de Trento, el Estado español realizó un renacimiento propio, de cuño español, cuya concreción arquitectónica se plasmó en el Monasterio del Escorial.

Al tiempo que libraba a la jerarquía eclesiástica de la tentación mundana característica de la Sede papal y neutralizaba el influjo del humanismo laico de Erasmo de Rotterdam.

Pero, esta Cristiandad, este Imperio medieval, apresado entre las garras del nominalismo filosófico, del voluntarismo teológico y del creciente naturalismo agonizó sin remedio a fines del siglo XVIII.
La Nueva España del mar Océano que había sido fundada y evangelizada por esta Cristiandad y este Imperio medieval formidables, que había disfrutado desde la fundación por H. Cortés de innumerables privilegios de la Corona, y que administraba desde México, su hermosa y estupenda ciudad capital, inmensos y ricos territorios. Este verdadero Reino de Ultramar se encontraba inerme, sus habitantes confiados e inconscientes, sin pensar que vivían los últimos años de bonanza, orden y paz.

Adormecidos como estaban, no podían imaginar que a la vuelta de unas cuantas décadas iban a sufrir las consecuencias de su descuido. ¡Qué diferencia! Entre los primeros monarcas de la Casa de Austria y los últimos de esta dinastía, así como los pertenecientes a la nueva, la borbónica, del siglo XVIII.

Un botón de muestra nos da ejemplo del interés que el Emperador don Carlos tenía por los nacientes reinos americanos. Ya en sus últimos años como gobernante decretó lo siguiente:

“Para servir a Dios nuestro Señor y bien público de nuestros Reinos, conviene que nuestros vasallos súbditos naturales, tengan en ellos Universidades y estudios Generales donde sean instruidos y graduados en todas las ciencias y facultades, y por el mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras Indias, y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia, criamos, fundamos y constituimos en la ciudad de Lima de los Reinos del Perú y en la ciudad de México de la Nueva España, Universidades, y estudios generales, y tenemos por bien y concedemos a todas las personas que en las dichas Universidades fueran graduadas, que gocen en nuestras Indias, Islas y Tierras Firmes del Océano, de las libertades y franquicias de que gozan en estos Reinos, los que se guardan en la Universidad y estudios de Salamanca…”

España, desde el principio de la Conquista había sido por esencia fundadora, los conquistadores fueron fieles a este concepto y fundaron una nueva sociedad. España había fundado la polis grecorromana en un Nuevo Mundo, fundó en fusión con el mundo precolombino, mediante el mestizaje, la erección de ciudades, el establecimiento de la Iglesia Católica y las instituciones del gobierno civil, los cabildos.

Es el nacimiento de una civilización nueva, distinta, original, enraizada en la tradición mediterránea greco-romana-ibérica y católica sobre lo indígena americano. España es en suma la madre histórica de América.

España no vaciló en mezclar su sangre con la del nativo, dando origen al “hombre de la tierra”

Refiriéndose al proceder de los seudo historiadores materialistas de todas las épocas, cuando quieren juzgar la actuación de España en el Nuevo Mundo. El historiador argentino don Alfredo Sáenz nos proporciona esta reflexión muy clara y apropiada para formar nuestro criterio histórico:

“Si se quita la intención evangelizadora, la conquista de América aparece – y así se ha querido reiteradamente mostrar por la Leyenda Negra como el caso de un pueblo poderoso que se enfrentó con pueblos débiles, que los vence, los explota lo más posible, y de este modo acrecienta el patrimonio de la Corona y las posibilidades mercantilistas de la Metrópoli. En una concepción semejante, el aspecto religioso pasa a ser solamente anecdótico y también expresión del “atraso y oscurantismo” secular de España”.

Visión parcial y malévola de la Conquista, tan querida por los materialistas dialécticos de todos los tiempos, los protestantes angloamericanos y sus corifeos de todas las nacionalidades.

He relatado brevemente los acontecimientos más destacados que sucedieron en la Nueva España durante el siglo XVIII en materia religiosa; ahora, también brevemente hablaré de su situación económica y moral: Para esto, voy a seguir la información que nos da don Pedro Sánchez Ruiz
en su estupenda obra “Historia de la Nación Mejicana”, de su última edición de este año 2005, en dos tomos.

“La ejemplar paz y armonía social, el desarrollo de las ciencias, las artes y las letras. El progreso económico de que disfrutó la Nueva España en los siglos XVI y XVII, y que se manifestó pujante en el siglo XVIII, no obstante las primarias y más urgentes necesidades de evangelización y civilización de los naturales. Se inicia la decadencia religiosa, política, cultural y económica de Méjico. Por su situación geográfica con respecto a la Metrópoli, por la extensión de su territorio, población y recursos de todas clases, por sus instituciones religiosas, políticas, sociales y culturales, el Reino de la Nueva España estaba predestinado a ser una nación independiente y soberana, y ya en ese siglo reunía todos los elementos necesarios para llegar a serlo. Era prácticamente la metrópoli de un mundo que se extendía desde Asia hasta la cuenca de mar Caribe, pasando por todos los territorios occidentales de Norte América. Y como consecuencia natural de los valores de todo orden acumulados en los dos siglos precedentes, la Nueva España llegó a su máximo esplendor”.

En la página 173 del primer tomo de la obra citada anteriormente, don Pedro Sánchez Ruiz nos da esta información:

“Según don Marcelino Menéndez y Pelayo, la Nueva España era toda una nación, la primera del continente, la más culta, y que mayores elementos tenía para engrandecerse, la parte predilecta y más cuidada del Imperio”. “Donde la cultura española había echado más hondas raíces”

El virrey Marqués de Cerralvo, escribía al rey don Felipe III a principios del siglo XVII:

 

“La capital es la ciudad más culta y elegante del continente, pocas poblaciones tiene la Monarquía de Vuestra Majestad de más lustre que la de Méjico…”

A principio del siglo XIX, el diario angloamericano Morning Post citó en su editorial del 15 de octubre de 1804:“Es Méjico la ciudad más rica y espléndida del mundo, el centro de todo lo que se transporta entre América y Europa, por una parte, y entre América y las Indias Orientales por la otra”. Don Lucas Alamán y Escalada en la página del Tomo I, cap. III de su “Historia de México”, escribe lo que se revela como una nostalgia del la Nueva España que le toco ver:

“La abundancia y prosperidad que se disfrutaba, constituía un bienestar general que hoy se recuerda en toda la América, como en la antigua Italia el siglo de oro y el reinado de Saturno, más bien se mira como los tiempos fabulosos de nuestra historia, que como una cosa que en realidad hubo o que es posible que existiese”.

La Nueva España tenía todo para ser de por sí, un Reino independiente pese a su poca población en relación con su enorme extensión territorial; más de tres veces toda la Europa occidental estaba muy organizada en todo, con riquezas y moneda propia. Con flota propia, renovada ya, después que los ingleses la destruyeran como venganza por haber apoyado a Felipe V, en vez de Carlos de Austria.

También, don Lucas Alamán relata en el capítulo III del primer tomo de su obra un curioso proyecto que destaca la importancia de la Nueva España:

“A principios del siglo XVIII, durante la guerra de sucesión dinástica, la América toda se conservó adicta a la casa de Borbón, cuyo dominio tuvo tiempo de afirmarse antes de las hostilidades, Felipe V, ocupado Madrid en dos ocasiones por las tropas aliadas al archiduque don Carlos que sostenían los derechos de la Casa de Austria, creyendo no poder conservar su trono en España, pensó trasladarse a la Nueva España y hacer de su capital, Méjico, la capital de sus dominios ultramarinos”

Esta idea del nuevo monarca Borbón estuvo a punto de realizarse, de haber sido así, estos territorios, con su riqueza hubieran dado nueva vida al vetusto Imperio de los Austria.

Más tarde, en 1783, apenas firmado el Tratado de París que reconocía la Independencia de los Estados Unidos por las potencias europeas, el conde de Aranda advertía a Carlos III de la peligrosidad de la nueva nación republicana a quien la Corona había ayudado a independizarse de Inglaterra. Y recomendaba colocar a sus tres infantes españoles en sendos Reinos de ultramar, tomando el monarca el título de Emperador. No se le escuchó entonces.

En 1808, vendría otra oportunidad cuando Napoleón invadió a España. Unos meses antes, en marzo se previó la posibilidad de que el rey Carlos IV se refugiara en Nueva España, como lo había hecho el de Portugal en Brasil.

Manuel Godoy, el primer ministro del Monarca ideó un bien estructurado plan con todas las posibilidades de realizarse. Ya estaba todo preparado para el viaje de la familia real, con la anuencia indirecta de Napoleón para tener el campo libre de la Corte, cuando en 18 de ese mes se produjo una rebelión de los empleados y servidores del palacio que iban a quedar sin empleo y más aún por venir la idea del odiado Godoy.

La rebelión contagió al pueblo de Aranjuez donde se hallaba la corte desencadenando toda una catástrofe para la Corona. Los cabecillas del motín querían la cabeza del favorito Manuel Godoy quien tuvo que huir para salvar su vida y al día siguiente, obligaron al rey a abdicar en favor de su hijo don Fernando. Don Lucas Alamán, refiriéndose a ese suceso comenta:

“Proyecto ese que hubiera producido los mejores resultados y que un siglo antes concibió Felipe V”. “La independencia de Méjico se hubiera hecho sin violencia y sin sacudimientos como sucedió con el Brasil…..”

Es muy interesante repasar con cuidado los capítulos III y IV del primer tomo de esta Historia de Alamán, porque en ellos relata todos los intentos, pequeños y grandes de separar a Nueva España del Imperio por los propios gobernantes españoles.

De su atenta lectura, se deduce entre líneas, las actuaciones de las Sociedades Secretas que maquinaron durante todo el siglo XVIII y principios del XIX, no nada más en Nueva España, sino en todo el Imperio; para desmembrarlo a favor de Francia, Inglaterra o los Estados Unidos.

Orígenes del Destino Manifiesto de los angloamericanos

La doctrina del Destino manifiesto angloamericano sigue viva, actuante y ofensiva; de manera más sutil en unos casos, de forma brutal en otros, pero mayormente, con vestido de caridad.

Influyendo a los pueblos desprevenidos con su artificiosa propaganda. Y todo esto, en nombre de Dios, quien en Su misericordia “ha predestinado a un nuevo pueblo, los angloamericanos, -dicen ellos-, para regenerar la tierra y reconquistar el Paraíso perdido”

Para comprender mejor este famoso Destino Manifiesto; es necesario remontarnos un poco a los fundamentos de la nación inglesa y de la comunidad judía asentada en las islas. En el año 597, fin del siglo VI después de Cristo, el papa san Gregorio Magno envió a un grupo de monjes a cuya cabeza iba Agustín, mas tarde consagrado primer arzobispo de Canterbury y canonizado santo, con la misión de re evangelizar a los bretones, quienes después de la sangrienta invasión de los bárbaros anglosajones, habían quedado sin sacerdotes y bajo la autoridad espiritual de sus jefes tribales y de sus consejeros judíos.

Agustín y sus monjes cumplieron su cometido, pero la Inglaterra quedó bajo la protección y autoridad espiritual directa del Papa, lo que significó mayores impuestos además del diezmo correspondiente. Esto no gustó a los reyezuelos y con el tiempo, se rebelarían contra la Santa Sede.
Durante toda la Edad Media, la historia de Inglaterra está marcada por las luchas entre la Monarquía y la Iglesia. Ejemplos significativos de esta lucha son los martirios del arzobispo santo Thomas Becket por Enrique II en 1172 y del canciller santo Tomás Moro por Enrique VIII en 1535. Hemos de aclarar que el sacrificio de estos dos buenos hijos de la Iglesia no fueron causados tanto por la maldad o ira de esos reyes, sino por la debilidad del primer rey como por la impiedad del segundo rey, ambos acosados por consejeros nominalmente cristianos pero en realidad judíos. Sin embargo, la Iglesia tuvo que recurrir en Inglaterra varias veces al brazo armado de los reyes, cuando la nación entera estuvo gravemente amenazada por los prestamistas judíos. Tales fueron los casos de la pequeña expulsión ordenada en 1189 por Ricardo I, “Corazón de León” y la gran expulsión dictada en noviembre de 1290 por Eduardo I, Plantagenet contra los judíos que conspiraban contra la Monarquía en favor de Francia. Quedando en Inglaterra pocos cientos quienes aceptando el bautizo juraron aparente fidelidad a la Corona.

Con la economía del Reino en sus manos, Eduardo I inició un brillante período de florecimiento interno, de equilibrado desenvolvimiento de la industria y de expansión hacia el exterior.

Pero como en la España del siglo XVI, sus enemigos intrigaron desde los países vecinos, principalmente desde Gales. A donde personalmente encabezó la invasión, y una vez ganada nombró a su hijo como primer príncipe de Gales.

Ricardo C. Albanés, “Los judíos a través de los siglos”, Edit. La Verdad, 1988, Lima-Perú.

 

 

 

 

Un personaje clave en la confección del Destino Manifiesto

John Wicleff nació en Yorkshire en 1330 de familia neo conversa estudió teología y fue ordenado sacerdote, a la edad de 40 años, era profesor en Oxford y en 1374 era párroco de Lutterworth donde comenzó a elaborar su doctrina de “La Predestinación” que le llevó a rechazar la enseñanza tradicional de la Iglesia y a confeccionar una especie de puritanismo casi 200 años antes que Juan Calvino. Fundó una nueva Iglesia que se distinguiría por su santidad y pureza: “La Comunidad de los Santos elegidos y predestinados” donde no habría sacerdotes, porque afirmaba:“En la Gloria todos son sacerdotes consagrados por Dios, frente a los que no forman parte de la grey”

A despecho de las autoridades eclesiásticas instauró en su parroquia un nuevo culto, según él, más puro y santo. Desechó el idioma latino de la Misa, celebrándola en la lengua vernácula, “para que todos los fieles la entendieran”, afirmaba que no existía la Transubstanciación de las especies y que la Eucaristía era una fiesta conmemorativa, un deleite espiritual donde solamente participaban los elegidos. Suprimió la confesión individual, la penitencia y las indulgencias, despojó su iglesia de las imágenes de los santos, y en sus prédicas proclamaba la desaparición del celibato y de toda referencia a la Santa Sede. La comunidad de los santos elegidos y predestinados” la formó con unos monjes pobres mendicantes que enviaba a los pueblos cantando salmos en inglés con la Biblia en mano y que los campesinos llamaron “loulards”. Estos simpáticos monjes fundaron círculos de lectura para leer la Biblia que interpretaban a su manera y enseñaban a los fieles, a ser constantes en el trabajo manual y olvidarse de las oraciones y meditaciones porque eran fuente de holgazanería. Su popularidad llegó a personas influyentes hasta alcanzar a la familia real, en la persona del Duque de Lancáster, John de Gaunt, antepasado de doña Isabel la Católica.


El Duque tomó bajo su protección a John Wicleff para evitar ser procesado por la jerarquía eclesiástica inglesa, y al principio simpatizó con la doctrina del Abad de Luterworth Wicleff, por su poderoso protector, pudo morir en su monasterio sin problemas con Roma. Cuando los lolardos se sintieron poderosos comenzaron por predicar la libertad y la justicia social contra los ricos propietarios y contra los bienes de la Iglesia. Instaron a repartir la riqueza entre todos los habitantes como lo habían hecho los primeros cristianos. Pero el movimiento desembocó en franca rebeldía y ataque contra los señores feudales y contra el mismo rey, provocando la primera revolución social de los campesinos. Entonces el duque de Láncaster tuvo que retirarles su protección y él mismo los combatió hasta vencerlos. Los círculos de lectura de Biblia continuaron en Inglaterra, pero esta vez, como Sociedad Secreta. John Wicleff puede considerarse, sin lugar a dudas, como el antecesor de los herejes reformistas del siglo XV, Juan Huss y Jerónimo de Praga, a través de ellos los herejes del siglo XVI: Lutero, Zwinglio y Calvino, tomaron sus doctrinas de la “Predestinación de los elegidos”

Años después de la muerte de Wicleff, cuando sus lolardos propagaban la Revolución en Hungría, la Iglesia mandó desenterrar sus huesos y quemarlos públicamente como hereje judaizante. Porqué los judíos son los causantes de tantos males en la Cristiandad

 

Camino abierto al Destino Manifiesto

La doctrina predicada por los seguidores de John Wicleff “La Predestinación de los elegidos”, no era una idea nueva en la mente de los hombres, esta idea tiene su raíz en el convencimiento de los judíos de ser “El pueblo elegido de Dios para traer al Mesías” una elección que ningún otro pueblo se merecía.
Los hijos de Abraham aceptaron esa elección divina como una bendición, pero también, la sufrieron como una carga insoportable. Los menos; una exigua minoría, aceptaron la elección con alegría, con resignación, con obediencia y sufrimiento, con la esperanza de ver un día
al Ungido de Yahvé quien reinaría sobre todos los pueblos y por toda la tierra. Estos, continuaron las tradiciones de los Patriarcas y de los Profetas concentrándose en la llamada Casa de David.
La mayoría, quienes sirvieron de “corteza al meollo”, se rebelaban, apostataban, se contaminaban, se corrompían y cometían los peores crímenes; de la misma forma que sus vecinos paganos. Constantemente reconvenidos por Yahvé a través de los Profetas, estos judíos infieles preferían eliminar a los enviados de Dios y martirizarlos.

San Pablo, en su carta a los romanos, capítulo XI, nos recuerda la queja que el profeta Elías dirige a Dios contra Israel:

“¡Oh Señor!, a tus profetas los han muerto, demolieron tus altares, y he quedado yo solo y atentan a mi vida”.

En esa misma carta paulina, en el capítulo IX, versículos 27 a 29, nos recuerda el reclamo del profeta Isaías. “Aún cuando el número de los hijos de Israel fuese como las arenas del mar, solo un residuo de ellos se salvará. Porque Dios en su justicia reducirá su pueblo a un corto número; el Señor hará una gran rebaja sobre la tierra”

Tanto el Antiguo Testamento como el Evangelio citan muchas veces esa elección divina a un corto número. Los verdaderos elegidos de Dios han sido los judíos que reconocieron al Mesías como hijo de Dios, quienes le siguieron durante su paso por la tierra y fueron la raíz de la Iglesia de Jesucristo.

Como todos sabemos, los que fueron iluminados por el Espíritu Santo en Pentecostés. Los demás, los que ignoraron, rechazaron y sacrificaron a N. S. Jesucristo; Dios les ha dado en castigo a su rebeldía, dice San Pablo “Un espíritu de estupidez y contumacia. Ojos para no ver y oídos para no oír”. Israel buscaba la justicia por medio de la Ley, mas no por la Fe, pero la han hallado aquellos que han sido escogidos por Dios, habiéndose cegado todos los demás… Los judíos poscristianos son los rechazados, se les ha quitado el Reino espiritual, (San Mateo: 8,11-13 y 21,38-46) a ellos no les ha quedado otro camino que seguir al mundo material; que rendirse al Príncipe de este Mundo, por lo que en sus academias del destierro confeccionaron el Talmud como una interpretación materialista de la Sefer Thora o Pentateuco. Y en ese engendro del demonio que es el Talmud como regla de conducta para su pueblo en lo sucesivo, han asentado la destrucción del orden cristiano, de ahí han salido, por dos mil años, todas las herejías y los ataques que la Sinagoga ha impulsado y sigue impulsando contra todo lo que represente a Cristo y a Su Iglesia. Las pocas conversiones verdaderas han sido por gracia especial de Nuestro Señor Jesucristo.

A lo largo de los últimos dos mil años, los judíos han influido en el curso de la Historia como ningún otro pueblo. Se han valido de todos los medios, de todos los sistemas teológicos, filosóficos, económicos. De todos los individuos, religiones, gobiernos y naciones, aún de la propia jerarquía eclesiástica católica, en muchas ocasiones; para conseguir su fin último, es decir: El dominio material del Mundo.

La catástrofe que padeció la Cristiandad a principio del siglo XVI con la llamada Reforma protestante tuvo sus antecedentes, como hemos visto, en las herejías de John Wicleff, pero también en la contaminación cabalística de las escuelas de traductores de Toledo en el siglo XIII, y en el Humanismo del siglo XIV, aunque anteriormente había brotado parcialmente en la Francia del siglo VIII y en las Universidades del XIII.

El Humanismo, como un movimiento espiritual para darle mayor valor al hombre en sí mismo, basado en el conocimiento de los clásicos paganos; especialmente griegos, a través de los bizantinos ortodoxos.

Este Humanismo difería del antiguo sometido a los cánones cristianos, los clérigos más avispados los juzgaban rígidos y sofocantes para su deseo de libertad intelectual. El nuevo Humanismo reinterpretaría la civilización cristiana, “porque el hombre había madurado”, decían sus corífeos, era necesario “vivir el cielo en la tierra ” La reinterpretación de la civilización cristiana “revitalizada” por el mundo clásico se configuró como una actitud filo científica a partir de una imitación de los paganos griegos y romanos. Se desarrollaron normas de liberar al individuo de las normas cristianas medievales, acompañadas de un nuevo interés por la Naturaleza, la afirmación del Yo como centro rector del Universo. Todo esto atacó directamente al pensamiento teocéntrico medieval.

 El nuevo humanismo no se detuvo ahí, sino que, a través de la admiración por el arte y las costumbres paganas dio paso al llamado Renacimiento. Quebrando la imaginería religiosa tan recatada de los siglos anteriores, exponiendo el cuerpo desnudo o semidesnudo aún en los personajes de la historia sagrada. En el siglo XIII y principios del XIV sería la ciudad de Aviñón asiento de varios antipapas, uno de ellos, Benedicto XIII, don Pedro de Luna destacó por su protección a los humanistas, sin menoscabo de su piedad religiosa. Aviñón fue sede del nuevo Humanismo, junto a las cortes de los magnates italianos como los Colonna y los Médici donde brillaron Francesco Petrarca, Dante y otros con sus loas al amor profano. Entre los que rodearon al papa Luna había varios españoles.

No tardarían en aparecer en el siglo XV los humanistas españoles, comenzando con Juan Fernández de Heredia (1394), Alonso de Cartagena (1384-1456), Juan de Moles (1404-1484), el marqués de Santillana (1 ) y terminando ya, en el siglo XVI, por Erasmo de Rotterdam y otros. El siglo XV va ver engrandecerse a la Burguesía: los comerciantes y los industriales, con su nueva moral económica contrapuesta a la moral cristiana del Medioevo.
La corrupción de las costumbres, de la moral y de la práctica religiosa abrirán las compuertas al libertinaje, llamado “deseo de libertad” por los intelectuales. Tal va a ser el caldo de cultivo del que saldrán el Libre Examen y las ideas democráticas de los herejes protestantes.
El libre examen o libre interpretación de las Sagradas Escrituras, unido a la doctrina de la predestinación propiciada por John Wicleff en base a la supuesta elección divina de los “nacidos de nuevo o renacidos”, ideas retomadas por Martín Lutero, cundieron como fuego en paja por el Imperio Alemán.

Desde la prohibición que el joven Carlos V en 1521 le hizo de publicar sus escritos hasta la desafortunada Paz de Augsburgo en 1555; los herejes tomaron la iniciativa en la construcción de una falsa Cristiandad que a pesar del Concilio de Trento y de la Contrarreforma española siguió creciendo impulsada por los eternos enemigos del catolicismo y de su espada: el Imperio Español.

 

La falsa Cristiandad protestante, máscara de la Revolución anticatólica

Después del reconocimiento oficial de la Reforma por la firma de la Paz de Augsburgo, la antigua Doctrina de la Predestinación que había tomado forma bajo la teocracia calvinista de Ginebra, y que entre los años 1541 y 1546 había llevado a la hoguera a 58 personas y desterrado a 76 dirigentes opositores; se asentó en los Países Bajos. La herejía religiosa calvinista introdujo en los fundamentos de la nueva religión el principio democrático, pues afirmaba que en la comunidad de los santos no debía haber sacerdotes ni jerarquía alguna. Solamente un presidente de la Asamblea elegido por los fieles. Este principio democrático ejerció preponderante influencia en la vida política de sus creyentes, a medida que aumentó la importancia del calvinismo.
El calvinismo se propagó principalmente entre los sencillos campesinos y los más ignorantes habitantes de los cantones suizos. Ahí se acuñó el nombre de “Iglesia del Pueblo”, iglesia de los pobres, algo así como la Teología de la liberación sudamericana conducida por los desheredados.

En cuanto a la moral; Calvino cambió “La mística de la consolación”, la certeza de la salvación por la Fe, de Martín Lutero; por “La mística de la elección divina”, hecho evidente en la pureza de la vida personal. Consiguió mantener la creencia en la salvación por la Fe y la necesidad de las obras como señal de Fe y su consecuencia de la riqueza por el trabajo. Mas tarde esta doctrina se llamaría “puritanismo”. La doctrina de Juan Calvino prendió en Francia con el movimiento de los “Hugonotes”, fanáticos anticatólicos y antiespañoles, y en Inglaterra y Holanda, con el movimiento de los puritanos no conformistas, también rabiosamente anticatólicos y antihispanos. De esta diabólica combinación nació el Destino Manifiesto angloamericano, engendro de la ancestral Revolución de Luzbel que San Pablo llama: “El Misterio de Iniquidad que ya está actuando….” en la 2ª Carta a los Tesalonicenses

El embrión de la doctrina del Destino Manifiesto angloamericano pasó a las colonias de Inglaterra en la costa oriental de Norteamérica con los puritanos anglo holandeses expulsados por los protestantes menos acelerados escandalizados de sus ideas. Mientras que los anglicanos eran partidarios de llegar a un acuerdo con la Iglesia de Roma para mejorar las condiciones de los católicos fieles al Papa a quienes los puritanos del Parlamento veían como traidores a Inglaterra.
Los puritanos habían logrado en el Parlamento, llevar al cadalso a muchos sacerdotes católicos, mientras los jesuitas, pilares de las familias y educadores de la juventud habían sido expulsados brutalmente acusados de colocar bombas en el la sede de gobierno.

Poco antes de la muerte de Jaime I, el heredero, príncipe Carlos, proclive a Roma, había ido a España para concertar su matrimonio con doña Mariana de Austria, hija del rey Felipe III. Cosa que desgraciadamente no logró por las maquinaciones de la corte francesa, Carlos, casó posteriormente con Enriqueta de Francia y sus hijos fueron bautizados católicos romanos. La enemistad del Partido puritano vocero de la Revolución, con Cromwell a la cabeza fue completa, y solamente terminó con el asesinato del rey.

El Partido puritano en el Parlamento inglés se había convertido en nido de las Sociedades secretas y la masonería anticatólica, cuyos prosélitos, ahora, a la sombra de los nuevos principios revolucionarios dieron forma al movimiento más antimonárquico, anticatólico, antiespañol de la época. Abriendo, también, camino a los gobiernos seudo democráticos, republicanos y masónicos que comenzaron con la república de Oliver Cromwell primera “decapitadora” de un rey en la persona de Carlos I en 1642, siguieron con la rebeldía de los colonos angloamericanos contra el rey Jorge III en 1776, continuaron con la república francesa de 1789 y la decapitación de Luis XV en 1791; continuaron con la rebeldía de las repúblicas hispanoamericanas contra España con ayuda napoleónica, yanqui e inglesa, culminando, en México, con el asesinato del Libertador Agustín de Iturbide el 19 de julio de 1824.

 

El proyecto de Nación de don Agustín de Iturbide 

Don Agustín Iturbide y Aramburu ideó para salvar a Nueva España de la Revolución mundial, y que de haber triunfado su proyecto, tendríamos ahora una potencia adalid de la Hispanidad renovada. Para entender claramente el proyecto de nación enarbolado por Iturbide debemos tener en cuenta al pensamiento y religiosidad de los novohispanos de principios del siglo XIX. Desde 1767 año de la expulsión de los padres de la Compañía de Jesús, habían pasado en más de 50 años, dos generaciones al menos sin su educación religiosa, y la sociedad de la Hispanidad había quedado al encargo de otras órdenes no tan celosas en la pureza y combatividad por la Fe como la de los soldados de Cristo. Durante ese medio siglo, solamente pequeños núcleos en las diferentes capas de la población mantenían incólume la ortodoxia en las costumbres cristianas. Para la mayoría, la fe católica se había diluido y la relajación en la moral era el pan de cada día.


En la Nueva España había aumentado considerablemente la población de las clases bajas, las castas, aún no suficientemente civilizadas, todavía semi bárbaras constituían la mayoría. Solamente faltaba un pretexto o el empuje de algunos líderes audaces para moverlas como un huracán destructivo. Los enemigos de la Hispanidad lo sabían muy bien por medio de sus agentes clandestinos que habían estado llegando al país desde antes del triunfo de Napoleón, en la servidumbre de los últimos virreyes, y desde la República americana de los Estados Unidos por infiltración desde la Luisiana y las costas poco vigiladas de ambos litorales. Por la correspondencia secreta entre don Luis de Onís, ministro plenipotenciario de España en los Estados Unidos a los virreyes, sabemos de la conjura entre ese país, de la Francia napoleónica e Inglaterra que desde 1803 habían decidido separar a Nueva España del Imperio Español. Los directores de la Revolución pusieron su atención en los curas y religiosos de costumbres relajadas, de la misma forma ocurrida en la revolución francesa del 1789, que por su autoridad sobre las masas eran elemento idóneo para rebelarlas. Estos curas relajados y mundanos comenzaron por desorganizar la vida social y económica, dieron rienda suelta a las manifestaciones del error, se afiliaron a las sociedades secretas en complicidad con intelectuales charlatanes de Europa y América, y más tarde, reunidos muchos de ellos en las cortes de Cádiz juraron la constitución anticatólica de 1812, traicionando a su religión y a su patria. El prototipo de ellos fue en novohispano fray Servando Teresa de Mier. Presentaré, aquí, algunas referencias de la mencionada correspondencia de don Luis de Onís siguiendo el libro en dos tomos que don Pedro Sánchez Ruiz acaba de reeditar este año de 2005, obra, que considero de capital importancia para entender la verdadera historia de México y que recomiendo consultar sin reservas. Seguiré su libro en lo sucesivo pues relata claramente los acontecimientos referentes al ascenso y caída del régimen de don Agustín Iturbide. El ministro de Onís escribió a la Audiencia que gobernaba en ese momento, el 25 de febrero de 1810.

“Ofrece (Napoleón) todos los auxilios que son necesarios, que quiere decir tropas y pertrechos de guerra, sobre cuyos puntos está ya de acuerdo con los Estados Unidos de América, y que están prontos a facilitárselos” A continuación mencionaré el plan que Napoleón entregó al general Octaviano D’avilmar para seguirlo en Nueva España, y que fue aplicado en todos sus puntos:

 “Para conseguir todo esto con facilidad, como el pueblo es por la mayor parte bárbaro, deberán ante todas las cosas los comisionados, hacerse estimar de los Gobernadores, Intendentes, Subdelegados, de los curas Párrocos y prelados religiosos. No excusarán gasto ni medio algunos para lograr sus amistades, en particular con los eclesiásticos, procurando que éstos en las conversaciones persuadan y aconsejen a los fieles, que les conviene un gobierno independiente, y que no deben perder una ocasión tan oportuna como la que les presenta y facilita el Emperador Napoleón, haciéndoles creer que es un enviado de la mano de Dios para castigar el orgullo y tiranía de los monarcas españoles, y que es un pecado mortal que no admite perdón el resistirse a la voluntad Divina”.“Les manifestarán la diferencia que hay entre los Estados Unidos y Las Américas Españolas, la satisfacción de que gozan los angloamericanos, su progreso en el comercio, la agricultura y navegación, y el gusto con que viven libres de todo yugo, solamente con su gobierno patriótico y electivo, y les asegurarán, que siendo libres las Américas de España, serán las legisladoras del Universo”.

“Cada comisionado, tanto los jefes como los demás, deberán apuntar los nombres de los que se declaren amigos y miembros de la Libertad, los subalternos remitirán sus listas a los jefes y éstos al enviado mío en los Estados Unidos, para que mi gobierno recompense debidamente a cada individuo”.“En los estandartes o banderas de la sublevación irá escrito el mote de Viva la Religión Católica, Apostólica, Romana y muera el mal gobierno”.

Desde 1808 con la entrada de Napoleón en España y los intentos que se produjeron en Nueva España para formar un gobierno autónomo cuyo presidente sería el virrey Iturrigaray, actuaba en la sombra el agente Octaviano D’avilmar masón iniciador en su Logia de los principales miembros del Ayuntamiento de México y de todos los cabecillas insurgentes de la Revolución entre ese año y 1820.El Destino Manifiesto angloamericano se aplicaba en Nueva España por medio de los agentes de Napoleón, aparente incongruencia para los no enterados, pero clarísima para los más avispados, como el ministro de España don Luis de Onís. La horrenda destrucción que causó la guerra civil en Nueva España entre los años 1810 y 1820, por causa de las ideas o principios de los revolucionarios, no eran de ninguna manera nuevas ni originales. Don Pedro Sánchez Ruiz escribe atinadamente: en la pag. 230 del Tomo I de su obra “Nacimiento, grandeza, decadencia y ruina de la nación mejicana” Lo siguiente:“Eran las ideas del liberalismo político del filósofo inglés John Locke y de la tenebrosa judeo-calvinista Inglaterra de Cromwell, desarrollados y difundidos por el filosofismo y la Enciclopedia y aplicados en las constituciones de los Estados Unidos en 1787, de Francia en 1791 y de Cádiz en 1812. “La Constitución de Apatzingán de 1815 imitaba a la Constitución de Cádiz de 1812, adaptándola a la forma republicana y apuntando ya, al sectarismo extremo que era necesario para dividir la sociedad mejicana y arruinar conjuntamente a la Iglesia y a la Patria”

En 1816, la Revolución parecía dominada, sus principales jefes habían desaparecido por la energía e inteligencia del virrey don Félix Calleja, así como por la actividad y valentía de un joven coronel llamado Agustín de Iturbide. Ese mismo año el gobierno pasó a don Juan Ruiz de Apodaca, quien siguió la política de su antecesor. “El ejército virreinal contaba con unos 80 mil combatientes bien instruidos y fogueados en batallas victoriosa que habían levantado grandemente su moral”.

Tal situación no convenía a la Revolución Mundial y a su doctrina americana: del Destino Manifiesto, por lo que en el mismo año de 1816, se puso en marcha otro plan para destruir ese ejército. En Londres se organizó una expedición en la intervendrían tropas de Inglaterra, Estados Unidos y el recientemente independizado Haití. Para el efecto se escogió como su jefe militar al traidor Francisco Javier Mina. Este, se relacionó en la capital inglesa, con dos personajes significativos en la historia de México: el ya citado fray Servando Teresa de Mier y el militar yanqui Winfield Scout invasor de nuestra nación en 1847.

Mina, fray Servando y Scott eran tres personalidades de extracción social muy diferente pero estaban hermanados por las logias. En Londres se le dio a Mina un buque, dinero, armas y vestuario, provisiones y medicinas. Winfield Scott le aseguró que al llegar a los Estados Unidos tendría todo el apoyo de ese país, lo que así sucedió.

Por alguna razón de la Providencia, Fco. Javier Mina tuvo un altercado con dos oficiales españoles quienes al llegar al puerto de Norfolk denunciaron el plan a don Luis de Onís, este, se comunicó inmediatamente con el virrey para alertarlo del peligro que corría el Virreinato. Se tomaron las precauciones necesarias y Mina “el General del ejército auxiliador de la República Mejicana” como se titulaba, a pesar de todo el apoyo extranjero e interior de sus “hermanos”, terminó fusilado por la espalda con sus principalmente seguidores, casi todos yanquis, el 11 de noviembre de 1817 en el cerro del Bellaco perteneciente al rancho del Venadito, cerca de Guanajuato.

Muy poco tiempo después cayeron los fuertes de los Remedios y de Jaujilla sede de la Junta revolucionaria. Las fuerzas virreinales tomaron a todos prisioneros, se les hizo juicio sumario y fueron fusilados con todos sus capitanes angloamericanos: Laurence Christie, James Dovers y Nickolson. Ya habían perecido en la toma otras batallas; Young, David Bradburn y Pedro Moreno.

El fracaso de Mina no desalentó a los directores de la Revolución, esta vez, utilizaron a los revolucionarios sudamericanos de Venezuela, Argentina y de Chile para intentar expediciones por la costa del Pacífico, pero solo los chilenos llegaron a hostigar cerca de Acapulco y la península de California, sin ningún resultado.

Sin embargo la paz no sobrevino en Nueva España, don Lucas Alamán relata en su “Historia de Méjico”:

“Los hombres más perdidos, los criminales salidos de las cárceles, se ponían al frente de bandas de bandidos y a la voz de Viva la América o Viva la Virgen de Guadalupe, llevaban al exterminio en todos los lugares que tenían la desgracia de caer bajo su poder”

“Consumidas las haciendas de los españoles, se echaban sobre todos los bienes y propiedades sin exceptuar las de sus mismos adictos, de lo que siguió la ruina completa del Reino”.

Todo el Imperio se había tambaleado con la actuación de los revolucionarios, pero, en la Nueva España y en la mayor parte de América, desde 1818 se vivía un clima de conciliación, de normalizar la vida del Continente entero.

Entonces, los directivos de la Revolución Mundial decidieron darle la puntilla al Imperio siguiendo otra estrategia:

Presionar a Fernando VII para que volviese a reconocer la Constitución de Cádiz, ya abolida por el monarca desde el 22 de marzo de 1814 y cuando este monarca, había restablecido el Santo Oficio de la Inquisición, readmitido a la Compañía de Jesús, y anulado todas las reformas de los legisladores de Cádiz. Sin embargo ya para el año 1820 se rumoraba en la capital novohispana la posibilidad de una restauración de la Constitución liberal de Cádiz. En ese contexto las personas más conscientes del Virreinato pretendieron llevar a cabo un plan para separarlo pacíficamente de España, conservando el antiguo orden católico. Se pusieron al habla con los personajes de México, tanto peninsulares como criollos que estuvieran de acuerdo con lo proyectado.

 

Las Juntas de la Profesa

El voluble y débil monarca Fernando VII cedió a las presiones de sus validos liberales, jurando la Constitución de 1812, bandera de la Revolución Mundial.
Contra la aplicación de esta Constitución, sus secuelas y sus promotores se levantó un clamor entre todas las personas que deseaban la paz según el antiguo régimen. Regresó la inquietud para los más, no así, para los promotores de la Revolución quienes deseaban la separación del Imperio para proclamar la República al estilo yanqui. Convocados y presidiendo las reuniones el Dr. Matías Monteagudo en su aposentos de la Casa Profesa de los jesuitas. Algunos pertenecientes al Oratorio de San Felipe Neri y la jerarquía eclesiástica bien representada decidieron actuar de inmediato, invitar al virrey a aceptarla y proclamar la separación.

Desde que se recibieron las noticias de España, se trato de impedir su publicación, declarando “que el rey estaba sin libertad, y que mientras la recobraba, La Nueva España quedaba depositada en manos del virrey Apodaca, quien continuaría gobernando según las Leyes de Indias, con Independencia de España, entretanto rigiese en ella la Constitución de 1812 tal como había sucedido antes por la invasión de Napoleón en 1808”

Para la ejecución de estas ideas se necesitaba la conducción de un jefe militar de crédito, que mereciese su confianza, éste sería sin duda, el de mayor prestigio: don Agustín de Iturbide. Entonces se dio una situación muy extraña, de la que el genio estratégico de don Agustín sacaría el mejor partido.

Tanto los promotores de la Revolución como sus contrarios estaban de acuerdo en separar a la Nueva de la Vieja España. Pero, por medios opuestos y encontrados fines.

Los católicos tradicionales y los masones revolucionarios, se iban a reunir en la misma empresa independentista, pero una vez obtenida por Iturbide; se enfrentarían irremediablemente en una guerra a muerte. Las ovejas y los cabritos juntos en un mismo rebaño no podrían naturalmente tolerarse.

Don Lucas Alamán y Escalada, como siempre, nos da detalles extraordinarios en el Capitulo II del 5º tomo de su “Historia de México”, de cómo se formó en Nueva España la secta masónica mas numerosa del virreinato, por dos peninsulares que antes de venir al virreinato habían estudiado en Alemania. El oidor Felipe Martínez de Aragón y el director de la Minería don Fausto de Elhuyar, yerno y suegro, organizaron en 1817 a todos los masones independientes en la logia “Arquitectura Moral”. Había muchos otros pertenecientes a otras obediencias y ritos desde los albores del siglo XIX.

Las autoridades de la nación comenzando por el virrey Juan Ruiz de Apodaca, muchos nobles titulados, los jefes militares, los dirigentes del Comercio y la Minería, hasta no pocos sacerdotes del bajo clero pertenecían a la Masonería. La vuelta de la Constitución de 1812 trajo como consecuencia, el en virreinato, una nueva expulsión de los sacerdotes jesuitas, de los hermanos juaninos e hipólitos, y de la supresión del Santo Oficio.

Era dar Carta blanca al movimiento anticristiano agazapado desde 1814. Agustín de Iturbide conocía bien los planes de la Masonería y los llamaba “El Nuevo Orden de cosas”, sabía que la jura de la Constitución de Cádiz por el Rey, el virrey, el Arzobispo y el Presidente de la Audiencia traería el aliento a los revolucionarios promotores de los anteriores crímenes y desórdenes. Ante tal situación, la más bella y rica parte de la América del septentrión iba a ser despedazada por las sectas.

Iturbide pensó que la Revolución era inevitable, que lo que mejor convenía era darle otra dirección, orientada a las ideas católicas tradicionales de las Juntas de la Profesa que ya inoperantes éstas quedaba él, en libertad de proceder como le pareciere por bien de la Patria en su conjunto.

 

El Plan de Iguala, Las Tres Garantías y Los Tratados de Córdoba

Iturbide se entrevistó con el virrey Apodaca, para exponerle su preocupación por la vuelta a la Constitución de 1812.

Apodaca, aún siendo masón, le confió el mando del ejército del sur en sustitución del general Armijo. Con esto, don Agustín comenzó a madurar su plan de Independencia apoyado en su antiguo y fiel Regimiento de Celaya. Su Plan lo resumió cambiando genialmente la divisa de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad, de la siguiente manera:

·                     La Libertad revolucionaria, por la verdadera libertad que da la Religión Católica.

·                     La Igualdad revolucionaria por la verdadera igualdad que solo da la Independencia.

·                     La Fraternidad revolucionaria por la Unión de todos los hombres bajo el gobierno de Cristo Rey.

Una nueva bandera de tres bandas en el siguiente orden:

Bandera Trigarante:

Blanco representando la Religión, Rojo la Unión y Verde la Independencia, tres colores con una estrella dorada sobre cada una de ellas.

Entonces, bajo esta divisa, la guerra por la verdadera independencia de México iba a tener un sentido de verdadera cruzada contra los enemigos de la Hispanidad católica, englobados en el llamado DESTINO MANIFIESTO DE LOS ANGLOAMERICANOS.

Don Pedro Sánchez Ruiz transcribe en su Historia lo siguiente: “Iturbide escribió al Virrey:

“Yo no soy europeo ni americano, soy cristiano, soy partidario de la razón. Conozco el tamaño de los males que nos amenazan: me persuado de que no hay otro medio de evitarlos, que el que he propuesto a V. E. y veo con sobresalto que en sus superiores manos está la pluma que debe escribir: Religión, Paz, Felicidad o confusión, sangre y desolación a la América Septentrional”.

Y a su amigo el Arzobispo de Guadalajara:

Ilmo. Sr. Don Juan Ruiz de Cabañas: “…..No creo que hay más que una religión verdadera que es la que profeso, creo igualmente que esta religión sacrosanta se halla atacada de mil maneras, y sería destruida sino hubiera espíritus de alguna fortaleza, que a cara descubierta y sin rodeos salieran en su protección…. “me tiene ya en campaña. Estoy decidido a morir o vencer…. O se ha de mantener en Nueva España la religión pura y sin mezcla o Iturbide no ha de existir…..”

El virrey Apodaca rechazó el Plan de las Tres Garantías respondiendo con la guerra total contra

El 24 de febrero de 1821, reunidos los jefes, oficiales y tropa del Ejército Trigarante en la ciudad de Iguala, don Agustín de Iturbide proclamó solemnemente la Independencia de México con base en los 24 artículos del Plan de Iguala. Algunos de ellos por lo relevante de su significado:

·                     La Religión Católica, Apostólica y Romana será la única sin tolerancia de alguna otra.

·                     Este Reino será absolutamente independiente.

·                     El país se regirá por un gobierno monárquico templado por una constitución.

·                     Fernando VII o alguno de su dinastía o de alguna otra reinante será emperador.

·                     Todos los habitantes del Imperio, sin otra distinción que su mérito y virtudes serán idóneos para obrar cualquier empleo.

·                     Sus personas y propiedades serán respetadas y protegidas.

·                     El Clero secular y regular conservará todos sus fueros y propiedades.

Después juró el Plan de Iguala de rodillas y ante el Crucifijo, así como cada uno de sus oficiales. arengó a la tropa de la siguiente manera: “Acabáis de jurar observar la Religión Católica, Apostólica y Romana, hacer la Independencia de esta América, proteger la unión de los españoles; europeos y americanos, y prestar obediencia al Rey bajo condiciones justas….Yo juro no abandonaros en la empresa que hemos abrazado, y mi sangre si fuera necesario, sellará mi eterna fidelidad….”

Nada del pensamiento anterior concordaba con la doctrina del Destino Manifiesto angloamericano ni con las consignas de la Revolución Mundial que los asesores yanquis e ingleses infiltrados entre los insurgentes novohispanos, así como los masones franceses y españoles habían aconsejado para lograr la independencia.

Lo que propuso Iturbide para hacer la verdadera Independencia de esta nación concordaba con los eternos valores de la Hispanidad desde la caballerosidad de Ruy Díaz de Vivar, la Cruzada de la Reconquista, el pensamiento de los Reyes Católicos, la conquista de Hernán Cortés, la Evangelización de los indígenas del Nuevo Mundo y la Contrarreforma contra los protestantes, decantada en el Concilio de Trento. El recuerdo de la Jura del Patronato de la Virgen de Guadalupe que en 1747 había unido verdaderamente a todas las clases sociales del Reino, seguía vivo.

Don Pedro Sánchez Ruiz escribe al respecto:

Tales valores subyacían en toda la población de Nueva España, en toda ella había esa conciencia colectiva, aunque, adormecida por las sombras del enciclopedismo y del filosofismo tan en boga. Por tanto, el Ejército Trigarante al mando de su jefe máximo, pudo ganar todas las principales batallas y finalmente la guerra por la Independencia. Más, por medio de la persuasión y del ejemplar comportamiento de sus tropas, que por la sangre o la intriga.

El 24 de agosto de 1821, Agustín de Iturbide, pudo firmar junto con el último gobernante enviado de la Corona: don Juan O’Donojú los Tratados de Córdoba, reconociendo la Independencia de la antigua Nueva España.

Finalmente el 27 de septiembre de ese mismo año de 1821, el otrora pequeño ejército insurgente de Iguala, entró en la capital convertido en el soberbio Ejército Nacional.


Todo parecía, que nacía entonces, de las ruinas que la Revolución había dejado a lo largo de 11 años de destrucción, una potencia americana valladar de la otra potencia herética del norte. Esta sí apoyada desde su nacimiento por la Revolución Mundial

Todos nosotros sabemos de la proclamación y caída del consumador de la Independencia nacional, de su amor a la Región Católica, al reinado de Cristo sobre esta tierra y de la especial protección de la Virgen María para este pueblo. Sabemos también, de la generosidad de don Agustín con sus enemigos, tal vez más allá de la prudencia. Pero pocos saben las causas principales de su asesinato.

 

Algunas reflexiones:

Agustín de Iturbide el padre de la nación mexicana, se asemeja en mucho al fundador de la Nueva España; Hernán Cortés. Porque ambos, eran adalides de los valores eternos de la Hispanidad, valores mismos de la Civilización Cristiana. El llamado Destino Manifiesto angloamericano y su espada la Revolución Mundial cambiaron el concepto de nación proyectada por Iturbide: De una Monarquía Católica y aristocrática por una República Laica y plebeya.
Los jerarcas angloamericanos no le perdonaron a Iturbide, haber dado nacimiento a un Imperio Nacional sin el concurso de las logias asentadas de Charleston, Nueva Orleáns y La Habana. Lo atacaron, lo persiguieron y finalmente lo asesinaron con la complicidad de los traidores nativos, hermanados todos ellos, en el ideal cosmopolita de un Nuevo Orden político, económico, religioso y mundial destructor de nuestra Hispanidad.

 

LUIS OZDEN, 23 de noviembre de 2010

 

BIBLIOGRAFÍA:

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“Reflexiones”, Salvador Borrego, Ed. Tipografías,  México 1994.

“México en la Conciencia Anglosajona”, Juan A. Ortega y Medina, Ed. Porrúa y Obregón  1953.

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“Comentarios a las Revoluciones Sociales de México”, A. Gibaja y Patrón, Ed. Tradición,  2001.

“Apuntes  para la Historia de México” Luis G. Pérez de León Rivero, México D.F. Año 2000.

“Nacimiento, Grandeza, Decadencia y Ruina de la Nación Mexicana” Pedro Sánchez Ruiz.