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jueves, 26 de mayo de 2016

VISITAS AL SANTÍSIMO SACRAMENTO





Por San Alfonso María de Ligorio

  ¡Qué espectáculo tan bello fue contemplar a nuestro dulce Redentor en aquel día en que, fatigado de caminar,  se sentó apacible y amoroso junto a la fuente, esperando a la samaritana para convertirla y salvarla!Jesús, pues, fatigado del camino, se sentó sin más, junto a la fuente. Así también se diría que Él mismo se entretiene ahora con nosotros diariamente, bajando del cielo a nuestros altares, como a tantas otras fuentes de gracias, esperando y convidando a las almas a que le hagan compañía, a lo menos por algún tiempo, a fin de atraerlas así a su perfecto amor. 

Desde todos los altares en que está Jesús sacramentado diríase que habla y dice a todos: “Hombres, ¿Por qué huís de mi presencia?¿Por qué no venís y os acercáis a Mí, que tanto os amo, y que por vosotros estoy aquí tan humillado? ¿Qué teméis? Ahora no vine al mundo a juzgar, sino que me oculto en esta Sacramento de amor sólo para  hacer bien y salvar a todos los que acudan a Mí”.No vine para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo(Jo., 12.,47). Entendamos, pues, que así como Jesucristo está en el cielo, así también en el Sacramento del altar está continuamente, día y noche, haciendo este piadoso oficio de abogado nuestro, ofreciéndose al Eterno Padre como víctima para alcanzarnos de Él innumerables misericordias y gracias. Por eso decía el devoto Kempis que habíamos de acercarnos a hablar a Jesús Sacramentado sin temor a sus castigos y sin encogimiento, sino como habla el amigo con el amigo.

  Ya, pues, que me lo permitís, dejad, ¡Oh invisible Rey mío y Señor!, que os abra mi corazón confiadamente y os diga: ¡Oh Jesús mío Oh enamorado de las almas! Conozco bien el agravio que os hacen los hombres. Vos los amáis, y no sois amado; les hacéis bien, y recibís desprecios; queréis hacerles oír vuestra voz, y no os escuchan; les ofrecéis vuestras gracias, y las desprecian. ¡Ah, Jesús mío!  ¿y será verdad que también yo hice causa común con estos ingratos para ofenderos? Demasiado cierto es, Dios mío; pero resuelvo enmendarme y compensar en los días que me resten de vida los disgustos que os di, y hacer cuanto pudiere por complaceros y agradaros. 

Decid, Señor, qué es lo que queréis de mí, pues todo lo quiero hacer sin reserva; dádmelo a entender por medio de la santa obediencia, y espero ejecutarlo. Dios mío, os prometo con toda firmeza no omitir desde hoy  cosa alguna que entienda ser de vuestro mayor agrado, aun cuando tuviere que perderlo todo: parientes, amigos, estima, salud y hasta la vida. Piérdase todo, con tal que os de gusto a Vos. ¡Pérdida dichosa cuando se pierde y se sacrifica todo por contentar a vuestro Corazón! ¡Oh Dios de mi alma! Os amo, sumo bien, más amable que cualquiera otro bien, y para amaros uno mi pobre corazón a los corazones con que os aman los serafines; lo uno al Corazón de María y al Corazón de Jesús. Os amo con todo mi ser, y sólo a Vos quiero amar, y siempre a Vos sólo quiero amar, y sólo a Vos quiero y me propongo amar para siempre.

¡Dios mío, Dios mío, vuestro soy y Vos sois mío!