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¡Pasémonos a los bárbaros!
OZANAM
Estoy preocupado por el clero. ¿No habéis visto los discursos de ciertos curas de París que han calificado a Nuestro Señor de DIVINO REPUBLICANO?
MONTALEMBERT (a dom Guéranger)
A veces una página es suficiente para describir un
reinado. Que un escritor de genio capte el rasgo dominante de la época, que lo
presente y todo se vuelve luminoso. Sobre el reinado de Luis-Felipe se ha
escrito mucho, pero todo está contenido en una página de Louis Veuillot. Ella
nos servirá de transición para abordar la Segunda República, la de 1848, la de
los curas demócratas y el “Cristo republicano”.
Veuillot
resumía así el reinado de Luis Felipe:
“En diecisiete años, la disolución social, ya muy avanzada,
alcanzó el punto culminante. Algunos la predecían sin poder hacerse escuchar.
La realidad sobrepasa todos los temores. Mientras el espíritu burlón y
destructivo de Voltaire tronaba en las Tullerías, en las Cámaras, en la
Universidad, en los concejos municipales, en los teatros, en los libros, en los
folletines, allí donde resonase una voz, allí donde corriera una pluma
burguesa, el fanatismo socialista se volvía a encender en el pueblo, animado
por individuos, en su mayoría, situados a bajo nivel y apenas conocidos del
público y a los que la autoridad no veía como peligrosos. Pensamos que
habríamos asombrado a M. Delessart si alguien, hojeando los registros de la
policía y poniendo el dedo en ciertos nombres le hubiese dicho: ‘Aquí están las
personas que van a dominar inmediatamente en París y en Francia’. Y sin embargo
esto fue lo que sucedió. Todo el edificio de febrero se hundió como un árbol
con las raíces podridas. Ni el hacha ni la tormenta fueron necesarios, bastó
con la sacudida del aire producida por los gritos y los movimientos de una
revuelta de burgueses. En un día, en algunas horas, la nación que se complacía
envaneciéndose de haber aniquilado la religión, la realeza, la aristocracia,
había caído totalmente en las manos de algunos demagogos, pontífices de sectas odiosas y torpes, reyes de
barricada, caballeros de periódicos, teatros y prisiones”
Se llegaba al período más
extravagante de la historia de Francia.
Resulta divertido y un poco triste, releer las viejas
gacetas. Pensamos que estas páginas han sido leídas, que el sábado 13 de mayo
de 1848 ha habido personas que han leído el artículo de Mme. G. Sand en la
Vraie Republique, que han vibrado con sus sueños, que han creído en ellos y
que, en cierto modo, nuestros problemas han nacido de sus ilusiones.
Sonreímos al leer esta prosa que, sin embargo,
tuvo su parte en la desorientación de las mentes. Lo que nos hace sonreír, es
el ridículo que se ha hecho notar por el fracaso de las ilusiones; pero nuestro
tiempo ¿no se forja otras aún más peligrosas?
Existe un progreso en la tontería,
incluso es el único que se hace evidente.
“¿Cuáles serán las formas del culto?, se preguntaba
George Sand. Y contestaba: serán eternamente libres, eternamente modificables,
eternamente progresivas como el genio de la humanidad. Se llamarán fiestas
públicas y ya París y Francia han improvisado el boceto. El culto será más o
menos hermoso, más o menos saludable según que la humanidad esté más o menos
inspirada por los acontecimientos y por las ideas. Si volvemos a la monarquía,
recaeremos en pleno catolicismo; si caminamos hacia una verdadera república,
tendremos un verdadero culto, artistas inspirados, símbolos magníficos que ya
no velarán los pensamientos, las maravillas de la invención y las obras
maestras del arte. Pero no llegará la inspiración a los que dispongan las
fiestas, mientras la inspiración no llegue a las masas. En la hora en que
vivimos, hacen falta fiestas sencillas cuyo lujo no sea un insulto a la miseria
del pueblo. En el futuro, las creaciones de genio volverán por derecho a la
gran iglesia republicana igual que en otro tiempo volvían de hecho a la rica
Iglesia Católica”.
El
Arzobispo de París veía con inquietud estas ideas sobre las fiestas litúrgicas
republicanas y George Sand protestaba:
“El sacerdote quiere guardar en el fondo del santuario
cuyas llaves posee, la imagen venerada de Jesús, el amigo y el profeta del
pueblo. Las imágenes paganas de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad
mancharían con su contacto la imagen del filósofo que ha santificado y
predicado esta triple idea, madre de su doctrina”.
El Cristo republicano, reducido al papel de filósofo
amigo del pueblo y predicando la trilogía republicana, he aquí la herejía del
siglo XIX, la que predicaba Lamennais y aplaudían G. Sand y Chateaubriand.
Nuestros ‘innovadores” de hoy no son más que los discípulos retrasados de los
ideólogos de 1848. Tienen el cabello largo y las ideas cortas.
Las ideas de esta época fueron extravagantes, pero ejercieron una gran influencia sobre la imaginación.
Sarcey narraba un día en el Temps un recuerdo de su juventud: “Era en 1848, en Uno de esos banquetes tan frecuentes entonces, donde se comía ternera fría y se bebía vino ‘noble’ para consolidar la República. Aquel banquete había sido organizado por la juventud de las Escuelas. Yo asistí porque a lo veinte años uno es tonto.
“En los postres dijeron muchas bobadas, se cantaron
muchas canciones patrióticas y entre ellas una que tenía de refrán estos Versos
miríficos:
”El socialismo tiene dos alas: el estudiante y el obrero.
Estoy orgulloso de ser una de esas dos alas del socialismo”.
Entre los oradores figuraba Challemel-Lacour que transportó al
auditorio.
“De esta jornada inolvidable me había quedado un recuerdo
que aún me hacía latir el corazón después de más de cuarenta años. ¡Qué pena
que este trozo de elocuencia no haya sido recogido!”.
Sarcey expresó en un artículo este
sentimiento de pesar.
Un día de 1898 encontró a Reinach:
“Podría Ud., por favor —me dijo con una sonrisa
enigmática—, volver a leer este discurso?”. Confió a Sarcey que estaba en su
poder por habérselo pedido en otro tiempo al mismo Challemel-Lacourt, quien al
dárselo le bahía dicho:
—Es demasiado malo, no lo publique jamás.
Reinach envió una copia a Sarcey quien volvió a leer
aquel trozo de elocuencia de 1848.
“¡Ay!, tres veces ¡ay! ¡Qué fárrago de banalidades
oratorias! ¡Qué ímpetu en todos los tópicos!
“¡Y
esto es lo que habíamos admirado y aplaudido! Y Sarcey concluye
melancólicamente:
“El texto era el mismo; las pasiones que nos animaban y
que le comunicaban su brillantez habían desaparecido”
Es bastante curioso ver que el historiador de la
democracia cristiana, M. Vaussard, tiene como primer y auténtico precursor de
ésta, en el siglo XIX, a Buchez, un carbonario que frecuentaba los medios
sansimonianos. Aseguraba haberse convertido al catolicismo, pero reconoce M.
Vaussard, que aunque se separa de los pontífices del sansimonismo, Bazard y
Enfantin, no deja de permanecer vinculado a varios principios
de
la doctrina de Saint Simon.
Buchez
había tomado parte en la Revolución de 1830 en las filas de las sociedades
secretas. Es un adepto del sufragio universal del que da esta curiosa
definición:
“La soberanía del pueblo es católica porque manda
a cada uno la obediencia a todos. Es católica porque comprende el pasado, el
presente y el futuro, es decir, todas las generaciones. Es católica, porque
tiende a hacer de toda la sociedad humana una sola nación sometida a la ley de
la igualdad. Es católica, en fin, porque emana directamente de las enseñanzas
de la Iglesia”.
Después de Lamennais y Buchez, M. Vaussard, da como
auténticos precursores del movimiento a los animadores de la Ere Nouvelle.
El 15 de abril de 1848 aparecía una hoja diaria: la Ere Nouvelle, cuyo manifiesto estaba firmado por Lacordaire, el cura Maret, Ozanam, Charles de Coux y otros cinco publicistas o profesores católicos amigos del P. Lacordaire quien asumía la dirección del periódico.
Lacordaire se había colocado a la izquierda en la
Asamblea nacional y esto hay que tenerlo en cuenta, porque los innovadores
demócrata-cristianos van a hacer valer la idea de que la preocupación por lo
social es patrimonio de la izquierda.
La Ere Nouvelle afirmaba que la Iglesia no
encontraría su libertad y su protección más que en el marco de la democracia:
“Si la Iglesia —podía leerse en el número del 4 de julio de 1848— se ha dado
cuenta de que un nuevo poder (la Segunda República) acaba de surgir, es por el
profundo respeto que la ha rodeado, por la libertad mayor de la que ha
disfrutado”.
“— ¡Pasémonos a los bárbaros! —exclama Ozanam—, pero no se bautiza a la democracia igual que a Clodoveo. Clodoveo es un hombre, la democracia es una idea”.
El programa de la Ere Nouvelle aseguraba que los principios de 1789 abrían “la era pública del cristianismo y del Evangelio”.
El error fundamental del equipo de este periódico va a
ser el de querer confiar la recristianización de la sociedad a la democracia,
que lo único que puede hacer es acelerar la corrupción. “Dios —decía Ozanam— no
crea pobres: no envía a las criaturas a este mundo azaroso sin proveerlas de
dos riquezas que son las primeras de todas, me refiero a la inteligencia y a la
voluntad”, y concluía diciendo que la sociedad era la que tenía que permitir su
desarrollo. Sin duda, pero ¿cómo estos ideólogos han podido llegar a pensar en
volver a poner la organización de la sociedad en manos de aquéllos que sin duda
más lo necesitan, pero, con toda seguridad, son los menos aptos para establecer
esta organización? Este es el error fundamental de los demócratas: niegan la preeminencia
de la élite.
Si la sociedad capitalista del siglo XIX se revelaba muy a menudo dura y egoísta, esto indicaba una languidez en la fe y en la caridad cristiana bajo el empuje del liberalismo económico. Añadir a esto el liberalismo político, ¿qué probabilidades tenía de mejorar la situación?
Todo el esfuerzo hubiese debido dirigirse hacia la recristianización de las clases dirigentes. El resto se hubiese dado por añadidura. Debió haberse dicho: Aristocracia cristiana y no Democracia cristiana.
Lacordaire debía estar profundamente turbado por las
sangrientas jornadas de junio de 1848. Tampoco podía ignorar la hostilidad del
episcopado hacia las “nuevas ideas”. Lo mismo que en la noche en que había
huido de La Chesnaie, abandonando a Lamennais, va ahora a abandonar al equipo
de la Ere Nouvelle. Incluso desea que el periódico deje de salir, como en otros
tiempos el Avenir, pero sus amigos se obstinan. Entonces los deja solos. El
abate Maret le sustituye en la dirección de la Ere Nouvelle. Lacordaire va a
consagrarse a la predicación y a hacer notable la de Notre Dame. De vuelta de
sus errores, dirá: “la democracia europea ha roto los lazos del presente con el
pasado, ha enterrado los abusos en las raíces, ha construido aquí y allá una
libertad precaria, más que renovar el mundo por medio de instituciones, lo ha
agitado por acontecimientos y, dueña incontestable del futuro, nos prepara, si
por fin no se forma y ordena, la espantosa alternativa de una demagogia sin
fondo o de un despotismo sin freno”
Montalembert, el otro compañero de Lamennais, que había
abandonado al herético quince años antes, lanza un grito de romántico —pues
estos hombres de la Avenir y de la Ere Nouvelle son ante todo románticos—,
frente a la triunfante democracia.
“Yo la soporto sin negar la sublime ley por la cual Dios
se complace en sacar bien del mal, pero sin querer tomar el mal por el bien. No
sé si el triunfo de la democracia será durable, o si este torrente devastador
no irá a perderse pronto en las aguas estancadas del despotismo. Pero, pase lo
que pase, no quiero compartir ni la vergüenza de su derrota, ni la de su
victoria. Me quedaré solo, pero DE PIE. El carro de la democracia, del falso progreso, de la tiranía mentirosa e
impía, está lanzado. No seré yo quien lo detenga. Pero prefiero, cien veces más, ser aplastado bajo sus ruedas que
subir atrás para servir de lacayo, de heraldo, o incluso de bedel a los
sofistas, a los retóricos y a los espadones que la dirigen”.
Lo que sobre todo inquieta a Montalembert es la manía por
las nuevas ideas que ve en el clero. Escribe a Dom Guéranger: “Estoy preocupado
por el clero. ¿No habéis oído acaso los discursos de ciertos curas de París que
han calificado a Nuestro Señor Jesucristo de DIVINO REPUBLICANO? El espíritu
siempre es el mismo, la adoración servil de la fuerza laica y del poder
vencedor. Desgraciadamente este espíritu galicano se complica y se envenena por
las tendencias demagógicas que han infectado al clero en un grado que no podía
sospechar”
La Ere Nouvelle, bajo la dirección del padre Maret se
desliza a la izquierda. Se desliza hacia la “Gran Tentación”: la traducción
temporal del mensaje evangélico. El 20 de octubre de 1848, el cura Maret había
escrito a los obispos de Francia para pedirles que apoyasen la posición de la
Ere Nouvelle. No le llegó ninguna respuesta favorable. En febrero de 1849, el
obispo de Montauban, Monseñor Donay, condenaba incluso el periódico. El
sacerdote no tenía más que un protector, el obispo de Troyes, que le nombró
vicario general de su diócesis.
Así,
desde sus orígenes, el “progresismo cristiano” divide a la Iglesia. Louis
Veuillot dirige una violenta campaña contra los redactores de la Ere
Nouvelle,
a quienes llama los “liberaloides”, violenta campaña aprobada por la inmensa
La Ere Nouvelle al perder sus abonados y sus lectores fue puesta en venta. Y... ¡fue comprada por un grupo de... legitimistas!
El sacerdote Chantôme recogió los restos de la Ere
Nouvelle en su Revue des Réformes et du Progrés, pero sólo saldrán 25 números.
El presbítero Chantôme, debido a sus osadías, fue suspendido en la diócesis de
París por Monseñor Sibour, aunque éste era tenido por “abierto a las
novedades”. El se retira a Langres, pero es suspendido de nuevo por el obispo.
Insiste, funda el Drapeau du Peuple, “periódico de la democracia y del
socialismo cristiano”. Publicará seis números y, en diciembre de 1852, seis
días después del golpe de Estado de Luis Napoleón, se someterá a Monseñor
Sibour.
Un laico, Victor Challand, intenta proseguir la campaña
de la Ere Nouvelle en su Revue du Socialisme Chrétien que se hundirá en el
séptimo número. Pierre Prodié, diputado de Aveyron, intenta a su vez lo mismo
con su revista: la Republique Universelle, pero sólo se sostendrá un año. El
caso de Prodié es interesante. Acabará por comprender que la verdadera solución
de la cuestión social debe pasar por la restauración de las Corporaciones
destruidas por la Revolución de 1789, y se convertirá en discípulo de Le Play
¡e incluso se hará adicto a la monarquía!
Sin embargo un gran número de mentes habían sido
contaminadas y los errores renacerían sin cesar.
Dom Guéranger resumía así el conflicto fundamental que acababa de instaurarse en el seno de la Iglesia:
“Un ancho surco dividía de ahora en adelante a los
católicos en dos grupos; los que tenían como principal preocupación la libertad
de la Iglesia y el mantenimiento de sus derechos en una sociedad todavía
cristiana, y los que se esforzarían primeramente en determinar qué cantidad de
cristianismo podía soportar la sociedad moderna, para después invitar a la
Iglesia a reducirse a ella. La media centuria que entonces comenzaba vibró con
el choque de estas dos familias espirituales.
Era también así como Veuillot, con su genio sintetizador, resumía la situación: “Lo que lleva sobre todo a nuestros adversarios a alentar los pasos que aparentemente se hacen hacia ellos, escribía, no es la esperanza de una reconciliación que no es objeto de sus deseos... Saben que nuestras más extravagantes concesiones jamás llegarán a mitad de camino de la meta a la que tienden sus doctrinas. Pero aún así, creen captar en nosotros un oculto desfallecimiento de esta fe que los asombra y los desespera. Si no tienen más que odio, su odio se aviva con nuestras incertidumbres; si tienen alguna quimera, algún absurdo sistema de renovación social, su confianza se acrecienta a medida que la nuestra parece disminuir (...). Basta para agradarles titularse la Ere Nouvelle; o hablar de NUEVAS EXIGENCIAS. ¡Vaya!, ¡nuevas necesidades!, por fin lo confiesan; la humanidad experimenta nuevas necesidades.
“A nuevas exigencias, nuevos dogmas; luego la pretendida revelación cristiana no está completa, la humanidad ha progresado y el cristianismo se ha estacionado, luego el cristianismo no es divino. La democracia da una respuesta a las nuevas necesidades del mundo, luego el verdadero cristianismo es la democracia. Estos son sus razonamientos. ¿Por qué no cortar por lo sano esta dialéctica que pretenden atribuirnos, diciéndoles de una vez, que la nueva necesidad de la humanidad es sencillamente aprender el catecismo y poner en práctica la fe, la esperanza y la caridad?”.