CAPITULO II - EL “ORBIS
CHRISTIÁNUS”
Todo se miraba bajo
SPECIAE AETERNITAS, desde el punto de vista
eterno.
C. V. GHEORGHIU
La Edad Media duró
mil años. Mil años durante los cuales se forja el ORBIS CHRISTIANUS, el
Universo cristiano. Es el más formidable ensayo de imperio universal que jamás
haya sido intentado, conseguido y mantenido.
“El esfuerzo
principal de la clase dirigente —la clase eclesiástica— era unificar el
planeta. La consigna era: REDUCERE AD UNUM. Un solo jefe: el representante de
Dios en la tierra. Una sola lengua: el latín. Una sola ley: la ley de la
Iglesia. El ideal era hacer depender de la Iglesia todas las formas de vida,
con todos sus valores y todas sus virtudes, no negadas pero sí avasalladas”.
Al cabo de estos
mil años, un fenómeno trastorna todo: la aparición del Capitalismo.
¿Cómo se produjo? Muy sencillamente, las finanzas
y la economía consiguieron escapar de las normas de la Iglesia y comenzaron a
desarrollarse según la ley de la ganancia. Esto sucede cuando Lutero fija sus
tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg, en octubre de 1517. El ORBIS
CHRISTIANUS estalla. Se entra en el
mundo moderno.
Este mundo moderno
que, observa C. V. Gheorghiu, cesará “un mes de octubre — siempre octubre— de
1917. En el momento del estallido del mundo moderno y del advenimiento de la
revolución rusa, a partir de la muerte de la sociedad moderna, todas las ramas
de la actividad dejan de ser independientes. Están subordinadas a la idea
central, absoluta y considerada como inviolable. En octubre de 1917, SE REANUDA
LA FÓRMULA DE VIDA DE LA EDAD MEDIA. Karl Marx es el continuador de Santo Tomás
de Aquino, en cuanto a la concepción de la organización social. Así como en la
Edad Media no se concebía más que una filosofía cristiana, unas matemáticas
cristianas, una medicina cristiana y un amor cristiano, allí donde son
aplicadas las reglas de la nueva sociedad, en la mitad del planeta, no existe
exclusivamente más que una filosofía
marxista, una literatura marxista, una moral marxista y un ejército marxista
(...) Así como antes no existía rama de la actividad humana sin la opinión y la
aprobación de la religión, no existe en la sociedad marxista ninguna especie de
actividad que no esté controlada y dirigida por la idea central marxista. La
sociedad que ha surgido en octubre de 1917 es una continuación de la Edad Media
EN LA QUE DIOS FALTA y el equipo técnico sobra. El resto es exactamente igual, idéntico”.
Así, la sociedad
capitalista no habría sido más que un enorme paréntesis entre dos sociedades
universalistas, SIN DIOS la segunda.
Karl Marx, escribe M. Trévor-Roper, vive en el protestantismo la ideología propia del capitalismo, el epifenómeno religioso de un fenómeno económico. Max Weber y Werner Sombart invierten la proposición.
“Considerando que el
espíritu liberal precedía a la letra, lanzaron la hipótesis de un espíritu
creador, el ESPÍRITU DEL CAPITALISMO. Weber y Sombart, como Marx, situaron el
desarrollo del capitalismo moderno en el siglo XVI y, por consiguiente, ambos
buscaron el origen de este nuevo ESPÍRITU DEL CAPITALISMO entre los
acontecimientos de ese siglo. Weber, seguido en esto por Ernest Troeltsch,
encontró este origen en la Reforma; el espíritu del capitalismo, dice, es una
consecuencia directa de la nueva “ética protestante, tal como la enseñaba
Calvino”.
Sombart fue más lejos que Weber y vio en los judíos sefardíes, que en el siglo XVI huyeron de Lisboa y de Sevilla y llegaron a Hamburgo y Amsterdam, a los verdaderos instauradores del capitalismo, cuyo ESPÍRITU denunciaba en la ética judía del TALMUD.
Las dos tesis no son inconciliables, incluso se complementan y forman una nueva tesis que se podría expresar así: el hundimiento de la ética cristiana en el siglo XVI, bajo los golpes del liberalismo erasmista, de la Reforma luterana y calvinista, de la ética judía, permitió el nacimiento de un capitalismo de especulación que tiende a la plutocracia.
H. R. Trévor-Roper
demuestra que en el siglo XVI, en los países católicos y protestantes, los
hombres de negocios son calvinistas. “Constituyen —escribe—, una fuerza
internacional, la ¿élite económica de
Europa. Es como si fuesen los únicos capaces de hacer fructificar el comercio y
la industria y al hacerlo administran importantes sumas de dinero destinadas,
bien a mantener ejércitos, bien a reinvertir en otras grandes empresas
económicas”.
Se trata de una clase apátrida, no solamente
formada por calvinistas: “Analizando la clase de empresarios de las nuevas
ciudades ‘capitalistas’ del siglo XVI, se descubre que esta clase está esencialmente
formada por emigrantes y que éstos, cualquiera
que sea su religión, provienen esencialmente de cuatro regiones.
Primeramente, vienen los flamencos calvinistas, lo que permite a Weber defender
su tesis. Después vienen los judíos de Lisboa y de Sevilla a los que Sombart
hizo rivales de los calvinistas de Weber. En tercer lugar, están los alemanes
del Sur, en particular de Augsburgo. Por último, en cuarto lugar los italianos,
sobre todo los de Como, Locarno, Milán y Lucca”.
Todos tienen un denominador común: HAN ROTO CON LA CRISTIANDAD.
¿Por qué aparece de repente esta clase capitalista apátrida? ¿Por razones económicas, como cree Karl Marx? Por eso no. Aparece porque la Iglesia de la Contrarreforma ha vuelto a tomar en sus manos la estructura social.
La creación de la
Internacional capitalista que se forma en el Norte de Europa en el siglo XVI,
se debe a las medidas religiosas, políticas y sociales de la Contrarreforma. El
protestantismo ha engendrado un nuevo tipo de hombres que engendran a su vez el
capitalismo apátrida, porque la Iglesia de la Contrarreforma rechazó el
capitalismo liberal que se había introducido bajo el amparo del liberalismo
erasmista.
Esta Internacional del Oro, esta Plutocracia “flor del mal del peor capitalismo”, se forma y se adhiere a las Corporaciones cuyo control conserva la Iglesia.
Dos tipos de
sociedad se enfrentan: la sociedad corporativa cristiana, que busca proteger el
empleo reglamentando los cambios de técnicas, y la sociedad capitalista, que
busca acrecentar sin límite sus beneficios por la aceleración de los cambios
técnicos. Es la sociedad del interés y de consumo.
Pero esto se ha hecho en contra de la ley de la Iglesia.
“Este estado de naturaleza ideal, soñado tan a menudo, no habiendo existido jamás y no pudiendo realizarse ni en el presente, ni en el futuro, desde la caída del hombre, la comunidad absoluta de bienes no ha podido ser aplicada nunca, ni lo será jamás fuera de las asociaciones religiosas cuyos miembros tienden a aproximarse a la entera perfección”.
Luego, la propiedad privada no se admite más que “como un orden, en la mayoría de los casos, más ventajoso para la colectividad que la comunidad de bienes”.
Pero aunque la Iglesia admita la propiedad privada, “no ha dejado menos de conservarle su carácter de usufructo, de simple delegación, unida a la obligación de no disfrutar de la propiedad más que dentro de muy estrictos límites, y de distribuir su parte a los que sufren”.
El ORBIS CHRISTIANUS fundado sobre esta concepción de la propiedad no podía admitir que “la moneda engendrase monedas”. San Gregorio Nacianceno había dicho que “el que llamase ROBO y PARRICIDIO a la inicua invención del interés del capital no estaría muy alejado de la verdad. En efecto ¡qué importa que te adueñes del bien ajeno escalando muros o matando a los caminantes o que adquieras lo que no te pertenece por los efectos despiadados del préstamo!”.
En el ORBIS CHRISTIANUS la moneda es sólo un instrumento de medida. Por lo demás se utiliza poco, el comercio es esencialmente un trueque.
Salvo a los judíos a quienes la Iglesia tolera en sus ghettos, el ORBIS CHRISTIANUS sólo abarca a los cristianos y “la Iglesia no es un ejemplo de verdades especulativas con las cuales la fe o la razón puedan estar de acuerdo o en conflicto. Se impone con el mismo derecho que una constitución política o que las leyes jurídicas”.
En esta sociedad,
las relaciones sociales no se imponen por exigencias humanas, tales como las
concebimos hoy en día, sino por exigencias divinas. El hombre forma parte del
tiempo eterno, con las Estaciones, los Angeles, el Paraíso y el Infierno, “con
unidades de medida tales como el Cielo y la Eternidad, la manera que tenía el
hombre de mirar las cosas, los acontecimientos y la vida era totalmente
diferente de la del hombre moderno. Todo se miraba bajo SPECIAE AETERNITAS,
desde el punto de vista eterno”.
En esta sociedad todo se encadena con lógica: “El hombre medieval considera el universo como una máquina creada por Dios (...) El único camino por el que el hombre puede subir al Paraíso, son los peldaños de la Iglesia. EL QUE LOS ESCALA ENCONTRARÁ A DIOS. Con el fin de facilitar la obra de la salvación del planeta, “LA MÁQUINA PARA SALVAR A LAS ALMAS” ha dividido la población de la tierra en tres categorías... los BELLATORES o los que combaten, los ORATORES o los que rezan los LABORATORES o los que trabajan para alimentar, vestir y servir a las dos categorías primeras”.
Estas divisiones descansan a la vez en el empleo de las capacidades de cada uno. Ninguna discriminación de valor entre estas clases. “Por inferior que sea la función que el hombre ejerza, forma parte del cuerpo del universo (. . .). Gracias a esta doctrina, los contrastes que en el mundo moderno son considerados como antítesis irreconciliables, se presentan en el mundo medieval bajo el aspecto de una perfecta armonía”.
La conciencia del carácter efímero de la vida humana, la convicción de que no es más que un período de paso hacia la vida verdadera, un tiempo de prueba, son tan vivas en la sociedad del ORBIS CHRISTIANUS que los mismos comerciantes tienen buen cuidado en no ceder a la tentación de las posibilidades de ganancias que se les ofrecen.
“Nadie habría
aceptado una transacción que le hubiese llevado —automáticamente— al Infierno o
al Purgatorio, igual que hoy ningún hombre sensato aceptaría hacer un negocio
que lo llevase automáticamente a la cárcel. Los hombres de negocios del ORBIS
CHRISTIANUS tenían todos un consejero eclesiástico a quien consultar antes de
cada operación, como los hombres de negocios de los tiempos modernos tienen un
consejero jurídico a quien consultar para no acabar en la cárcel” .
Al primer gran capitalista del siglo XVI, Jacques Fugger, le vemos dudar todavía e inquietarse ante ciertos negocios. Por mediación de Johannes Eck, accede al Papa “con el fin de obtener licencia y absolución para ciertas operaciones que, normalmente, conducen al Infierno al que se dedica a ellas”.
Se adivina la
inquietud que nace de la dislocación de un orden social cuyos frenos estaban en
el INTERIOR DE LOS INDIVIDUOS, en su conciencia, y en la aparición de un mundo
nuevo en el cual los frenos sólo podrán actuar desde el exterior.
Esos frenos, ¿en qué manos van a estar? ¿En las del
Estado? Pero, ¿qué Estado?
Ya estamos tocando
las consecuencias políticas de la Reforma. La Boétie, en su Discours sur 1a servitude volontaire,
pone ya todas las condiciones de la democracia permisiva. Por lo demás el
sofisma es hábil: “Ciertamente —escribe— no hay nada claro ni visible en la
naturaleza en lo que no podamos hacernos los ciegos, así es como la naturaleza,
este ministro de Dios y Gobernador de los hombres, ha hecho a todos de la misma
forma y según parece de un mismo molde, a fin de que nos reconozcamos todos por
compañeros o más bien HERMANOS.
Cuando la crisis
alcance su punto culminante, a finales del siglo XIX, León XIII tendrá que
recordar que la libertad es SOLAMENTE “la facultad de hacer el bien, sin trabas
y siguiendo las normas impuestas por la eterna justicia”, es decir Dios, y que
esta libertad “es la única digna del hombre y ÚTIL A LA SOCIEDAD”.
¿Asombrosa
premonición de los tiempos actuales? No, sino apreciación lógica de las
consecuencias de los principios planteados por la herejía del siglo XVI. En
cuanto a la idea de igualdad, tal como la entendía La Boétie, León XIII nos
muestra por el contrario que “la naturaleza ha puesto diferencias tan variadas
como profundas entre los hombres: diferencias de inteligencia, de talento, de
habilidad, de salud, de fuerza: DIFERENCIAS NECESARIAS de donde nace
espontáneamente la desigualdad de condiciones”.