Sinopsis: "La Iglesia Ocupada" es un libro de JACQUES PLONCARD D’ASSAC que demuestra como la Iglesia Católica está siendo ocupada por el enemigo así como un país puede estar ocupado por un ejército enemigo.
El demonio nunca ha parado de atacar a la Iglesia de Jesucristo. Tales intentos cada vez se acrecientan más comenzando por la Revolución protestante (mal llamada reforma protestante), seguida de la Revolución francesa y la Revolución comunista o bolchevique.
Pero el Golpe Maestro de Satanás fue la revolución de la Iglesia más grande de la historia: EL CONCILIO VATICANO II. Donde el “Humo de Satanás ha entrado en la Iglesia”, contaminado a sus miembros con principios modernistas, haciendo que los ataques ya no fueran desde afuera sino más bien desde dentro de la misma.**
La mayoría de los errores de los hombres
proceden menos de que éstos razonen mal partiendo de principios verdaderos, que de que razonen bien
partiendo de juicios
inexactos o de principios falsos.
Sainte-Beuve, Causerie du Lundi, t.X,p.36
Si se llega a demostrar que todas las “novedades” que confunden hoy a la Iglesia no son más que antiguos errores, constantemente condenados por Roma, se podrá sacar la conclusión que la Iglesia en este final del siglo XX está ocupada por una secta extranjera, de la misma forma que un país puede estarocupado por un ejército enemigo.
El fin de esta obra es llevar a cabo esta demostración para la tranquilidad de las almas inquietas y para llegar a una más justa apreciación de los hombres y de las cosas.
J. P. d’A
La perfección de una idea falsa es llegar al absurdo.
LOUIS VEUILLOT
Que Dios nos conceda aplastar los huevos y matar a
los polluelos.
UN MONJE DE COLONIA (s. XVI)
Si se hubiese envenenado a Lutero y a Calvino cuando aparecieron, se habrían ahorrado
grandes males a la religión y mucha sangre a
Europa.
CARDENAL DE RICHELIEU
¡Ay! de los luteranos, es muy mala la causa, pero muy bien la defienden; y por fatal desgracia, la nuestra es buena y mal la defendemos.
RONSARD
CAPITULO I - EL HUEVO DE ERASMO
Ya hace cuatro
siglos, Erasmo profesaba que “cada hombre posee la teología verdadera”, que
está “inspirado y guiado por el espíritu de Cristo, ya sea picapedrero o
tejedor”.
Erasmo encontró un
terreno particularmente favorable en España “donde las clases superiores
estaban profundamente influenciadas por la levadura de los judíos conversos” .
Su doctrina se extiende en el siglo XVI, igual que la filosofía masónica se
extenderá en el siglo XVIII mediante la conquista de los soberanos y de sus
consejeros. El mismo Erasmo era consejero del archiduque Carlos, gobernador de
los Países Bajos, y a este príncipe dedica su tratado De la educación de un príncipe cristiano. En 1520, Carlos se ha
convertido en el monarca más poderoso de la época.
Reina en Alemania y
en España. Su camarilla está llena de “erasmistas”. Mercurio Gattinara, su
canciller piamontés, es un discípulo del filósofo flamenco, lo mismo que su
inseparable secretario, Alonso de Valdés. Pero el acontecimiento capital
sobreviene en 1521, cuando Adriano de Utrecht, un flamenco “erasmista” es
elegido Papa. Adriano VI lleva consigo a Roma “un grupo de gente de su país” ganado
a las nuevas ideas.
Los “innovadores”
arremetieron primeramente contra las órdenes monásticas.
Se reconoce el
espíritu del error en que ataca más a las Instituciones que a los hombres. En
lugar de reformar, suprime. Ahora bien, las instituciones, fruto de la
experiencia y de la historia, tienen siempre una razón de ser y es malo
destruirlas. Llevado por el espíritu innovador, vemos que el futuro Papa Paulo
IV preconiza la supresión paulatina de las órdenes monásticas en toda la
cristiandad.
Los monjes se
defendieron:
“La sabiduría
cristiana —dijeron— es lo perfecto para los hombres instruidos, para los
obispos y el alto clero, para los príncipes, los altos funcionarios, los
negociantes cultivados, los juristas, los eruditos, toda esta burguesía
instruida donde Erasmo reclutaba a sus discípulos. Pero ¿qué pasaba con el
pobre y el ignorante que no podían comprender un mensaje tan intelectual? Para
esas gentes, las imágenes visibles, las ‘devociones mecánicas’, las
peregrinaciones, las reliquias, las ceremonias religiosas, constituían otras
tantas representaciones de la Iglesia. Las imágenes tan criticadas por los
reformadores eran la Biblia del iletrado”.
Evidentemente, los
monjes se burlaban de los “cultivados burgueses”, quienes no debieron percibir
la ironía. Les faltaba la sencillez de corazón.
Fue necesario que
llegase Lutero atacando ahora de frente a la Iglesia, para darse cuenta del
peligro. Y entonces sucedió lo que acontece siempre en casos semejantes: los
protestantes buscaron la alianza de Erasmo, quien tan bien les había abierto el
camino y Roma se volvió hacia el mismo Erasmo como hacia una “tercera fuerza”
que impediría a la herejía ir demasiado lejos.
Pero Erasmo,
consciente de las potencias de destrucción que ha desencadenado, no osa
pronunciarse. Prefiere conservar su confort y su tranquilidad espiritual; el
liberal se calla. Ya sólo quedan
frente a frente la Revolución y la Contrarrevolución, la Reforma y la
Contrarreforma.
Un monje de
Colonia resume con humor y sentido común las responsabilidades del liberal
Erasmo en la Reforma: “Erasmo ha puesto el huevo; Lutero hará salir el pollo”.
Y, belicoso,
concluía:
“Que Dios nos conceda aplastar los huevos y matar a los polluelos”.
No hay que ir muy
lejos para encontrar en Erasmo al demócrata-cristiano de nuestros días:
“Han hecho bien
—escribe— en elegir el águila como símbolo de la realeza, puesto que ni es
hermosa, ni canta bien, ni es comestible; pero es carnívora, rapaz, todo el
mundo la detesta. Es una verdadera plaga: puede y quiere hacer más daño que nadie”.
Estas
palabras se habrían esperado de un convencional de 1793. Las ideas son siempre mucho más antiguas de lo que parecen.
Erasmo
murió en 1536, en Basilea, en tierra protestante. El Papa “erasmista” le había
ofrecido el capelo cardenalicio. Lo rechazó. Sabía que estaba vencido por
Lutero quien había llevado sus
principios hasta las últimas consecuencias.
“ Qué buen defensor
de la libertad evangélica es Lutero! —escribe—, gracias a él, el yugo que
soportamos va a hacerse el doble de pesado. Simples opiniones van a convertirse
en dogmas”.
H. R.
Trévor-Roper, que recoge estas citas, concluye su ensayo sobre Erasmo con
Pero el asunto no
quedó ahí.
Todos los libros de
Erasmo fueron puestos en el Indice. Sólo fueron reeditados en países
protestantes, donde se sabía por experiencia que el liberalismo es el camino
hacia la contestación, el libre examen y la rebelión.
Y hay que retener
esta observación. Veremos que el “erasmismo” vuelve a apoderarse de los Países
Bajos, esta tierra donde siempre parece que renace alguna herejía. De ahí
llegará a la Sorbona, contaminará a los jansenistas, pasará por la Revolución,
alcanzará a Lamennais y nos alcanzará a nosotros en la segunda mitad del siglo
XIX.
Nunca comienza nada,
ni termina. Las ideas fluyen como esos arroyos que desaparecen bruscamente,
corren bajo tierra y reaparecen más lejos.
Louis Veuillot usaba
una bella imagen para explicar los comienzos de los errores humanos. Eso,
decía, venía desde el día en que Adán y Eva “comieron el fruto prohibido para
hacerse semejantes a Dios y hacer la primera revolución democrática, que
consistiría en reducir a Dios a la condición de simple habitante del Paraíso,
sin perjuicio de expulsarle más tarde”.
Lutero repite el
pecado de Adán.
Sigamos con Veuillot
el desarrollo de la idea protestante, sus prolongaciones filosóficas y
políticas:
“Al pretender
liberar la razón humana — observa Veuillot—, Lutero ha sido para sus adeptos
una causa inmediata de hundimiento intelectual y moral; asimismo, la razón
humana ‘emancipada’ se ha convertido en el principio de las aberraciones
filosóficas y políticas de lo tiempos modernos y de los desórdenes sociales”.
Veuillot ha
demostrado admirablemente cómo la esencia del cristianismo es “la unión de Dios
y del hombre”. “Al tener el hombre por todas partes y siempre con él el
elemento divino (. . .) sólo puede errar y caer por un abuso del más bello
atributo que ha recibido de Dios: la libertad”. Dentro del orden es invencible;
si quiere salir del orden, puede hacerlo fácilmente, pero está perdido.
“Para pervertir al
hombre bastaba con separarle del elemento divino, es decir, REDUCIRLE A SUS
PROPIAS FUERZAS.”
Lo más difícil era “aislar al hombre y separarle de Dios, AÚN EN EL SENO DE LA RELIGIÓN; crear un cristiano que en presencia de la Iglesia, depositaria e intérprete de la verdad de Dios, proclamase la soberanía de su propia razón. Este horrible prodigio lo ha obrado Lutero”.
La razón
“emancipada”, ¿cómo va a comportarse?
Ya tenemos el
principio de Lutero volviéndose contra Lutero:
“Lutero emplea
inútilmente la espada de los príncipes para apoyar su doctrina y protegerla
contra el espíritu innovador del cual ella es, a la vez, resultado y causa: de
cada pueblo sale un teólogo dispuesto a reformar al reformador”.
Las consecuencias
del principio de Lutero no se limitan a las cuestiones religiosas y una vez más
conviene que sigamos con Veuillot el encadenamiento lógico de las cosas:
“Era imposible que la razón individual habiendo sido proclamada soberana, limitase su plenitud de poder a escoger una religión y una filosofía y volviese a entrar después dócilmente en el orden social, respetando en la autoridad temporal el carácter divino que rechazaba en toda otra autoridad. Pero, ¿qué sería de la libertad de pensar sin la libertad de hablar? ¿Y la libertad de expresión sin la libertad de acción? ¿Y la libertad de acción si hubiese cualquier ley que jamás pudiese ser atacada? Tal es la constancia inexorable con la que los principios admitidos engendran iguales consecuencias en todo lo que se refiere a la humanidad”.
“La razón
individual, soberana en religión, soberana en filosofía, se vuelve soberana
también en política. Después de haberse hecho a su gusto una religión y una
filosofía, el individuo quiere hacerse de nuevo un gobierno que siga las ideas
y los gustos que le han guiado en la elección de lo demás. . .“. De ahora en
adelante el campo está libre para los combates “de los intereses individuales,
armados unos contra otros con toda la fuerza y la terquedad del egoísmo”.
Sigamos la admirable demostración de Veuillot:
“Dios —prosigue—,
habiendo misericordiosamente creado al hombre demasiado débil para que pueda
hacer prevalecer su voluntad personal, cada individuo busca fortalecerse
asociándose a los que comparten o se aproximan a sus opiniones; así se conserva
siempre alguna forma de autoridad (...), pero el hombre cae inmediatamente bajo
el yugo del hombre.
“En esta
fragmentación y en esta imitación de la autoridad, la sociedad que era una
familia, degenera en una mezcolanza de tribus cuyo más ardiente deseo es el de
aniquilarse recíprocamente. ¡ Cuán viva imagen de las sectas del protestantismo
y de las escuelas filosóficas! Los mismos principios, el mismo resultado, igual
derecho.
JUAN CALVINO
Conviene recoger
aquí la poderosa demostración de Louis Veuillot. Ni ha envejecido ni ha perdido
su fuerza. Los acontecimientos que se han desarrollado desde el tiempo en que
fue escrita, hace más de un siglo, la han. confirmado aún más. El interés de las
grandes páginas de verdades religiosas, sociales y políticas es que no
envejecen nunca. Como siempre es el mismo error el que reaparece a lo largo del
tiempo, las refutaciones que fueron hechas entonces conservan toda su fuerza.
De ahí el interés de lo que León Daudet llamaba la ‘‘Biblioteca del Orden’’, la
que recomendaba se opusiese a la ‘‘Biblioteca del Desorden’’.
¿Dónde han llevado,
históricamente, las ideas que el monje de Colonia, en el siglo XVI, descubría
ya en ‘‘el huevo de Erasmo’’?
Abramos otra vez
la obra de Veuillot, puesto que en ella todo está magníficamente dicho:
“Desde que la
Filosofía se ha divorciado de la Revelación, como el Protestantismo se había
divorciado de la Iglesia, la Razón, errando al azar por el desierto del
pensamiento poblado de fantasmas y lleno de espejismos, y no encontrando en
ninguna parte un jalón para reconocer su camino, sucesivamente ha sometido todo
a sus investigaciones, ha afirmado todo, ha puesto en duda todo, ha negado
todo: de extravagancia en extravagancia, SE HA NEGADO A SI MISMA, pero ¡ay!, no
para confesar su impotencia, sino por un último exceso de orgullo y, como para
castigarse por el instinto que la empuja a volver a Dios, a la verdad” .
No habiendo podido
fundar nada estable, ni en religión, ni en filosofía, ni en política, puesto
que es la DUDA, sólo encuentra cierta verdad en su lucha contra la Verdad, pues
es el objeto de su combate, el que unifica sus tropas y sus argumentos.
“La razón
emancipada, es decir, incrédula, desde su victoria, no ha hecho otra cosa más
que trabajar para destruir lo que la razón sometida, es decir, creyente, había
edificado tras largos siglos e ingentes trabajos”. Pero no ha terminado, pues
“por un lado, era tal la grandeza y la solidez de la obra, que ciertas partes resisten
todavía y, por otro lado, es tal el frenesí de destrucción que nada entorpece
su camino, ni lo detiene”, así pues, concluía Veuillot, “el trabajo continúa”.
Ante nuestros ojos
lo vemos continuar y vemos caer partes que aún resistían. Lo importante no es
enumerar los bastiones que ceden, sino comprender POR QUÉ ceden.
Veuillot había
captado muy bien el mecanismo, lo que tiene de fuerte y también lo que tiene de
frágil, si se sabe desarticularlo en el sitio exacto:
“La política de la Razón soberana —decía— SE REDUCE AL MANEJO DE LAS MASAS”, ahora bien, “a las masas se las excita por la pasión, por el error, por el temor y de esta fermentación se desprende una fuerza que lo puede todo, pero que pasa pronto y que NO CREA NADA POR SI MISMA; irresistible como el vapor, tan sutil y estéril como él”.
He aquí el punto
débil del error: no crea nada. Desorganiza, siembra la duda, trastorna la sociedad pero es impotente
para reconstruirla. Ahora bien, la sociedad no puede vivir de dudas, de
desorden, de ausencia de estructuras duraderas.
Es el punto exacto
a donde debemos llegar con nuestra “Biblioteca del Orden”.
La Cristiandad
experimentó ante la herejía de Lutero un violento sobresalto. Cuando no se le condena, se intenta disculparle
y disculparnos de ello. Pero Veuillot, veía las cosas de otra manera.
“Nuestros
antecesores —decía— creían que el heresiarca era más peligroso que el ladrón y
tenían razón. Su doctrina herética era una doctrina revolucionaria. De ella
salían confusiones, sediciones, robos, asesinatos, toda clase de crímenes
contra los particulares y contra el Estado; se caía en la guerra civil, se
hacían alianzas con el extranjero y estaba amenazada la nacionalidad, así como
la vida y la fortuna de los individuos. La herejía, que es un mal religioso muy
grande, era también un crimen político muy grande. Esto no necesita demostrarse
a las personas Instruidas y de buena fe; a los demás... no se les demuestra
nada. La pronta represión de los discípulos de Lutero, una cruzada contra el
protestantismo, habría ahorrado a Europa tres siglos de discordias y de
catástrofes en los que pudieron perecer Francia y la civilización”
Esta era la opinión
de Richelieu cuando escribía a su sobrina la duquesa d’Aiguillon: “Si se
hubiese envenenado a Lutero y a Calvino cuando aparecieron, se habrían ahorrado
grandes males a la religión y mucha sangre a Europa”
Erasmo mismo, el
hombre del HUEVO, al regresar de su visita a Calvino en Basilea, decía
aterrado:
“Veo que una gran
peste va a nacer en la Iglesia contra la Iglesia” .
La mayor demostración del error de los Reformadores se encuentra en el hecho de que no podían mantenerse más que contraviniendo sus propios principios.
Hay que leer lo que Veuillot cuenta sobre Calvino en su obra Pelerinages de Suisse. Demasiado lo olvidamos cuando nos paseamos en Ginebra por el apacible parque de los Reformadores: “la vida estaba en juego en Ginebra cuando se hacía uso demasiado libremente del derecho del libre examen. Calvino que no aguantaba ni la contradicción ni la competencia, quemaba a cualquiera que se atreviese a dogmatizar a su lado y en sus libros acribillaba de atroces injurias a los que no podía alcanzar de otra manera”.
Pasemos las hojas de
la historia:
“Epifanio, obispo
apóstata de Nevers, consultado a menudo por los magistrados, fue decapitado; la
misma suerte alcanzó a Gruet, culpable de haber escrito contra el reformador.
Un pobre tintorero metido en teología tuvo que pedir perdón de rodillas por
haber dicho que Calvino bien podía haberse confundido y no debería avergonzarse
de reconocer su error, como hizo San Agustín en una ocasión semejante.
SERVET
“Servet,
médico español, había sostenido contra Calvino una polémica al estilo de la
época; Calvino supo atraerle pérfidamente a Ginebra, le acusó de herejía, le
mandó procesar sin concederle siquiera un abogado, y le hizo condenar.
“Servet,, dice
Allwardin, fue atado de pie a un poste clavado en el suelo, una cadena de
hierro ligaba su cuerpo y cuatro o cinco vueltas de gruesa soga sujetaban su
cuello. Su libro estaba colgado a su
lado, una corona de paja o de follaje untada de azufre cubría su cabeza. El
verdugo, a quien rogaba abreviase su suplicio, prendió el fuego ante sus ojos y
después, acercó las llamas en círculo a su alrededor. Servet al verlo, lanzó un
grito tan horrible que los asistentes se estremecieron de horror y hubo hombres
que viéndole durar mucho tiempo se apresuraron a arrojar haces de leña a la
pira. Al fin, después de media hora de tormentos, entregó su alma gritando con
voz lastimera: ¡ Jesús, Hijo de Dios eterno, ten piedad de mí !“. Calvino tuvo miedo de que Servet
pasase por un mártir y reanudó sus ultrajes. “Para que los miserables a quienes ha conmovido su suplicio,
escribió, no se vanaglorien de la terquedad de este hombre como de la
perseverancia de un mártir, tengo que señalar que en el momento de su muerte
mostró una estupidez completamente animal; cuando se le comunicó la sentencia,
unas veces permanecía en la actitud de una persona estúpida, otras veces
lanzaba profundos suspiros, o bien gritos furiosos y esta última manía le duró
tanto, que no se le oía más que mugir como las vacas de su país: ¡
Misericordia! ¡ misericordia !“
He ahí a dónde llevaba la emancipación de la razón, el derecho al libre examen, la promesa de la libertad. Miremos ahora las revoluciones nacidas de estos principios: en 1789, 1830, 1848, 1871, 1944, todas ellas nos ofrecen escenas semejantes y los regímenes que instauran se fundan en la sangre y la opresión de aquellos cuyo “libre examen” no se doblega a las ideas de los demócratas del día. Luego el error, tiene que estar en el principio mismo que es su base.
No hay que creer que
los contemporáneos de Lutero y de Calvino no fueran conscientes de la
formidable batalla de ideas que iba a entablarse. Ronsard, en el momento más
duro de la Reforma, denunciaba “la insuficiencia de la defensa intelectual y
moral del catolicismo respecto a la propaganda protestante”.
En 1560, en su Elégie á Guillaume des Autels, proponía
un plan, no ya de discusión defensiva, sino de réplica ofensiva en el terreno
que era el suyo, el de las letras. No es con las armas como hay que responder
al adversario, sino CON LA RAZÓN, CON LA RAZÓN VIVA:
Así como el enemigo
ha seducido con libros al pueblo descarriado que falsamente le sigue, hay que,
discutiendo, con libros responderle, con libros asaltarle, con libros
confundirle.
Se quejaba de no ver
“a nadie que empuje desde lo alto de la brecha y rechace al enemigo”,...nadie
toma la pluma y por escrito, defiende nuestra ley.
A M. Henri Longnon le había llamado la atención esta queja de Ronsard:
“En efecto,
observaba, cuanto más ardiente, pronta, inalcanzable era la propaganda
protestante, que se hace a carretadas bien camufladas de vivos libelos y de
alegres panfletos firmados por mentes activas, instruidas, mordaces y hechas
para la disputa, tanto más la réplica católica era pesada, pedante, o bien
blanda, desmayada y sin alcance (...) era como para creer que todo vigor
intelectual se hubiese retirado de la Iglesia Católica”,
Ronsard no se
contentaba con lamentarse:
“Tomó sobre sí la
improvisación de esta defensa necesaria. Había que golpear a los enemigos con
rapidez y energía, atacar al adversario en sus propias líneas y puesto que
aquél multiplicaba los panfletos en francés, responderle con panfletos en
francés que el pueblo leería igual que leía los de los hugonotes. Llamó al
orden a la Brigade , despertó a Baïf, despertó a Belleau, despertó a des Autels
y a Daurat, y él fue el primero en tomar la ofensiva (...) Pues, ¿ no estaba
todo el talento del lado de la Reforma?... Los católicos atemorizados volvieron
a tener confianza en sí mismos.
Tenían a Ronsard a la cabeza”.
Si bien Ronsard no
tenía gran estima de la Opinión, cuya verdadera esencia conocía: Se dice,
contaba el poeta,
se dice que Júpiter, enojado contra la raza
de los hombres,
que quería por curiosa osadía hacer llegar sus razones hasta el cielo, para
saber los altos secretos divinos que el hombre no debe ver un día, sintiéndose
alegre, escogió por amiga a la Presunción, la vidente dormida
al pie del monto
Olimpo y besándola de repente concibió a la Opinión, peste del género humano
creer fue su nodriza y fue llevada a la escuela de Orgullo, Fantasía y Loca
Juventud.
Pero, por muy desdeñoso que fuese con la Opinión, Ronsard sabía, tenía presente que el enemigo la manipulaba y él no quería consentir que se corrompiera. Tanto más cuanto que los “reformadores” eran muy hábiles.
Jacques Maritain nos narra en Trois Réformateurs, con qué
procedimientos se impuso la Reforma:
“El pueblo quería
permanecer fiel a su religión, un cambio brutal habría provocado sublevaciones.
¿Qué se hizo, entonces? Por una serie de medidas hábilmente calculadas, SE
GRADUARON LAS NOVEDADES EN LA DOCTRINA Y EN EL CULTO, de
manera que no se
percibieran; se separó al pueblo de la comunión con la Iglesia SIN QUE SE DIESE
CUENTA DE ELLO. Lutero escribía en 1545: ‘Porque entonces (poco después de su
apostasía) nuestra doctrina era nueva y ESCANDALIZABA A LAS MASAS en el mundo
entero, tuve que avanzar con precaución y, a causa de los débiles, dejar de
lado muchos puntos, cosa que ya no he hecho después’ “.
Por ejemplo, según
palabras de Mélanchton, “el mundo estaba tan unido a la misa, que parecía que
nadie podría arrancarla del corazón de los hombres”. Por eso, LUTERO HABIA
CONSERVADO LA MISA en los formularios oficiales de 1527 y de 1528, en Sajonia.
La elevación de la hostia y del cáliz se mantenían. PERO LUTERO HABIA SUPRIMIDO
EL CANON SIN ADVERTIR AL PÚBLICO. “El sacerdote, decía, puede arreglárselas muy
bien, de manera que el hombre del pueblo ignore siempre el cambio efectuado y
pueda asistir a misa sin encontrar de qué escandalizarse…”
En su opúsculo sobre LA CELEBRACIÓN DE LA MISA EN ALEMÁN decía también: “Los sacerdotes saben las razones que les obligan a suprimir el canon” (Lutero negaba EL SACRIFICIO de la misa); respecto a los laicos, es inútil tratar con ellos sobre este punto”.
¿No nos recuerda nada todo esto?
Qué mejor manera
de terminar este capítulo que con una página de Bossuet que dice todo, resume
todo y aclara todo: