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miércoles, 29 de diciembre de 2021

LA PASION DE LA IGLESIA EN NUESTROS DIAS (MONS. LEFEBVRE)

 


Mis amados hermanos, mis queridísimos amigos:  

Henos aquí reunidos una vez más en Econe, para participar en esta ceremonia, tan tocante, de la ordenación sacerdotal. Efectivamente si hay una ceremonia que nos hace vivir los instantes más sublimes de la Iglesia, ésa es la ordenación sacerdotal. En particular, ella nos recuerda la última Cena, en cuyo transcurso Nuestro Señor Jesucristo, hizo sacerdotes a sus apóstoles. También nos recuerda la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecostés. De esa manera la Iglesia continúa y el Espíritu Santo sigue expandiéndose por mano del sucesor de los apóstoles. Hoy nos sentimos dichosos de poder conferir la ordenación sacerdotal a trece nuevos sacerdotes.

No habría tenido que haber ordenaciones sacerdotales este, año ya que como los estudios se han extendido de cinco a seis años, las consecuencias de ese cambio gravitaron sobre 1982. Pero circunstancias particulares, ocasiones especiales, han hecho que hoy ordenemos a siete diáconos de la Fraternidad y a otros seis que forman parte de diversas congregaciones hermanas, que sostienen la misma lucha, con las mismas convicciones e idéntico amor a la Iglesia. Antes de ayer he conferido la ordenación sacerdotal a dos miembros del distrito de Alemania de la Fraternidad, con lo cual el número de sacerdotes este año se eleva a quince.   

Esperemos que, por gracia de Dios y a medida que pasen los años ese número vaya en aumento, puesto que nuestros seminarios, especialmente los de Alemania y Estados Unidos, van ahora a rendir los frutos del trabajo realizado en los años precedentes.

La primera ordenación en Ridgefield (Estados Unidos) se hará el año próximo con tres nuevos sacerdotes. Lo mismo ya ha sucedido, el seminario de Zaitzkofen, en Alemania.

Debemos rezar para que Dios bendiga esos seminarios y haga que los que en ellos se preparan para el sacerdocio reciban en abundancia las gracias que necesitan.

Queridos amigos, vosotros que dentro de pocos instantes vas a ser ordenados sacerdotes, hoy más que nunca comprendéis, estáis de seguro, que esta ordenación habrá de colocaros en el corazón mismo de la obra de la Redención de Nuestro Señor Jesucristo. Por su sacrificio cumplido en la Cruz, Nuestro Señor, en cierta manera, se comprometía a hacer sacerdotes, a hacer participar de su sacerdocio eterno a aquellos que Él elegiría para continuar su sacrificio, fuente de gracias, de la Redención, porque es la gran obra de Dios. Dios creó todo para la Redención. Es su gran obra de caridad.

Dios es caridad. Todo lo que sale de Dios es caridad. Él ha querido divinizarnos, comunicarnos esa caridad inmensa en la que Él arde desde la eternidad. Ha querido comunicárnosla y lo ha hecho mediante una manifestación extraordinaria, por su Cruz, por la muerte de un Dios, por su Sangre derramada. Quiso que hombres elegidos por Él continua­sen ese Sacrificio con el fin de infundir su vida divina a las almas, de curarlas de sus defectos, de sus pecados, de comunicarles su propia Vida, para que un día esa vida nos glorifique y para que seamos glori­ficados con Dios en la eternidad. Esa es la obra de Dios.

Para eso Él ha creado todo; todo ese mundo que vemos Él lo hizo para la Cruz, lo hizo para la Redención de las almas. Lo hizo para el Santo Sacrificio de la Misa. Lo hizo para los sacerdotes. Lo hizo para que las almas puedan unirse a Él, particularmente como Víctima en la Santa Eucaristía. Se comunica a nosotros como Víctima, para que tam­bién nosotros ofrezcamos nuestras vidas con la suya y para que así par­ticipemos no sólo en nuestra Redención sino también en la Redención de las almas.

Ese plan de Dios, ese pensamiento de Dios que ha creado el mundo, es una cosa extraordinaria. Quedamos estupefactos ante ese gran mis­terio que Dios ha realizado en esta tierra. Y precisamente porque el Sacrificio de Nuestro Señor se halla en el corazón de la Iglesia, en el corazón de nuestra salvación, en el centro de nuestras almas, todo aquello que se refiere al Santo Sacrificio de la Misa nos toca profundamente, nos toca a cada uno de nosotros personalmente, porque debemos recibir la Sangre de Jesús por el Bautismo y todos los sacramentos, en particular por el sacramento de la Eucaristía, para salvar nuestras almas. Por eso sentimos tanta adhesión al Santo Sacrificio de la Misa, y más todavía desde el momento en que quiere tocársela para hacerla, supuestamente, más aceptable para los que no tienen nuestra fe, para los que no tienen la fe católica. Todos esos cambios que han sido introducidos estos últimos años en lo que tiene de más precioso la Santa Iglesia, en la liturgia, se han hecho para acercarnos a nuestros hermanos separados, es decir, a los que no tienen nuestra fe.



Entonces se ha estremecido nuestro corazón, nuestra inteligencia y se ha conmovido nuestra fe. Nos hemos preguntado: ¿Es posible que se pueda reducir esa realidad, la más grande, la más mística, la más hermosa, la más divina de nuestra Iglesia, la Santa Iglesia Católica Romana? ¿disminuirla de tal suerte que se la deje a disposición de los herejes? No hemos podido comprenderlo, y, emocionados, nos pregun­tamos cómo, realmente, algunos clérigos con ideas ajenas a la Iglesia, sin verdaderas inspiraciones del Espíritu Santo, movidos no por el Espí­ritu de Verdad sino por el espíritu del error, hayan podido ascender hasta la cumbre más alta dé la Iglesia y promulgar reformas que la destruirían. ¡Misterio insondable! ¿Cómo pudo ser? ¿Cómo Dios pudo permitir eso? ¿Cómo pudo per­mitirlo Nuestro Señor, que había hecho todas aquellas promesas a Pedro ya sus sucesores, cómo pudimos llegar a ver esa realidad en nuestra época? ¡Bienaventurados los fieles que vivieron antes que nosotros y que no tuvieron que plantearse y resolver estos problemas!

En pocas palabras, querría intentar llevar a vuestras mentes un poco de luz acerca de lo que creo debe ser nuestra línea de conducta en medio de estos acontecimientos tan dolorosos que vive la Iglesia. Me parece que esta pasión que sufre la Santa Iglesia hoy en día puede compararse con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. Sabéis cuán estupefactos se sintieron los apóstoles mismos ante Nuestro Señor ma­niatado, después de recibir el beso de la traición de Judas. Sé lo llevan, lo disfrazan con un manto escarlata, se burlan de Él, le golpean, le cargan con la Cruz y los apóstoles huyen, escandalizados. ¡No es posible! que aquel a quien Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, se vea reducido a esa indigencia, a esa humillación, a esa afrenta, ¡no es posible! Y los apóstoles huyen.

Únicamente la Virgen María con San Juan y algunas mujeres rodean a Nuestro Señor y conservan la fe; no quieren abandonarle. Saben que Nuestro Señor es verdaderamente Dios, pero saben también que es hombre. Precisamente esa unión de la divinidad con la humanidad de Nues­tro Señor es la que ha planteado problemas extraordinarios. Porque Nuestro Señor no quiso solamente ser hombre: quiso ser hombre como

nosotros, con todas las consecuencias del pecado, pero sin el pecado, exento del pecado. Sin embargo, quiso sufrir todas las consecuencias del pecado: el dolor, el cansancio, el sufrimiento, el hambre, la sed, la muerte. Hasta la muerte sí, Nuestro Señor realizó esa cosa extraordinaria que escandalizó a los apóstoles, antes de escandalizar a muchos y otros que se separaron de Nuestro Señor porque no creyeron en Su Divinidad.

En todo el curso de la historia de la Iglesia se encuentra a almas que, atónitas ante la debilidad de Nuestro Señor, no creyeron que Él era Dios. Es el caso de Arrio. Arrio se dijo: “No, no es posible, este hombre no puede ser Dios, puesto que ha dicho que Él era menos que Su Padre, que Su Padre era más grande que Él; por lo tanto, Él es menos que Su Padre. Así, pues, no es Dios. Y luego pronunció aquellas palabras sorprendentes: “Mi alma está triste hasta la muerte”. ¿Cómo , Aquel que tenía la visión beatífica, que veía a Dios en su alma humana y que, por ende, era mucho más glorioso que débil, mucho más eterno que temporal —su alma ya estaba en la eternidad, bienaventurada— podía sufrir y decir: “Mi alma está triste hasta la muerte”, y después pronunciar esas palabras inauditas que nunca hubiéramos podido imaginar en los labios de Nuestro Señor: "Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?” Entonces es cuando el escándalo, por desgracia, se ex­tiende entre las almas débiles y Arrio consigue que casi toda la Iglesia diga: no, esta persona no es Dios.

En cambio, otros reaccionaron y dijeron: quizá todo eso que Nuestro Señor sufrió, la sangre, las heridas, la Cruz, todo esa es pura imaginación. ¿En realidad, se trata de fenómenos exteriores que sucedieron? pero que no eran reales, algo así como lo del arcángel Rafael cuando acompañó a Tobías y le dijo después: Creíais que yo comía cuando, tomaba alimento, pero no, me nutría de un alimento espiritual. El arcángel Rafael no tenía un cuerpo como el de Nuestro Señor Jesucristo; no había sido concebido en el seno de una madre terrenal como lo había sido Nuestro Señor en el seno de la Virgen María. Dijeron que Nuestro Señor era un fenómeno como ese, y que parecía comer y no comía, que parecía sufrir y no sufría. Esos fueron los que negaron la naturaleza humana de Nuestro Señor Jesucristo, los monofisitas, los monotelitas, que negaron la naturaleza y la voluntad humana de Nuestro Señor Jesu­cristo: todo era divino en Él, y todo lo que había sucedido no era sino apariencia.

Ved las consecuencias de aquellos que se escandalizan de la rea­lidad, de la Verdad. Haría aquí una comparación con la Iglesia de hoy. Nos hemos escandalizado, sí verdaderamente escandalizado de la situa­ción de la Iglesia. Pensábamos qué la Iglesia era realmente divina, que nunca podía equivocarse y que nunca podía engañarnos.

Y en verdad es así. La Iglesia es divina; la Iglesia no puede perder la Verdad; la Iglesia custodiará siempre la Verdad eterna. Pero también es humana, y mucho más humana que Nuestro Señor Jesucristo: Nues­tro Señor no podía pecar, era el Santo, el Justo por excelencia.

La Iglesia, si es divina, y verdaderamente divina, nos proporciona todas las cosas de Dios —particularmente la Santa Eucaristía—, cosas eternas que jamás podrán cambiar, que harán la gloria de nuestras almas en él Cielo. Sí, la Iglesia es divina, pero también es humana. Está sostenida por hombres que pueden ser pecadores, que son pecadores y que, si bien participan en cierta manera de la divinidad de la Iglesia, en cierta medida —como el Papa, por ejemplo, por su infalibilidad, por el carisma de la infalibilidad participa de la divinidad de la Iglesia, no obstante seguir siendo hombre—, siguen siendo pecadores. El Papa, salvo en el caso en que usa su carisma de infalibilidad, puede equivo­carse, puede pecar.

No tenemos por qué escandalizarnos y decir, como algunos, al es­tilo de Arrio, que, entonces, no es Papa. Así decía Arrio: “No es Dios, no es verdad, Nuestro Señor no puede ser Dios”.

También nosotros nos sentimos tentados de decir: “No es Papa, no puede ser Papa si hace lo que hace”. (esto es arrianismo puro)


Sedevacantistas

O si no, en cambio, como otros que divinizarían a la Iglesia al punto de que todo sería perfecto en la Iglesia, podríamos decir: “No es cuestión de que hagamos algo que se oponga a lo que viene de Roma, porque todo es divino en Roma y debemos aceptar todo lo que de allí venga”. (Monofisismo y monotelismo) Los que así dicen hacen como aquellos que decían que Nuestro Señor era de tal manera Dios que no era posible que sufriere, que todo aquello no eran sino apariencias de sufrimientos, que en realidad no sufría, que en realidad Su Sangre no manaba, que no eran sino apa­riencias que afectaban los ojos de los que Le rodeaban, pero no una realidad. Lo mismo sucede hoy en día con algunos que siguen diciendo: “No, nada puede ser humano en la Iglesia, nada puede ser imperfecto, en la Iglesia”. También esos se equivocan. No admiten la realidad de las cosas. ¿Hasta dónde puede llegar la imperfección de la Iglesia, hasta dónde puede llegar—diría yo— el pecado en la Iglesia, el pecado en la inteligencia, el pecado en el alma, el pecado en el corazón y en la voluntad? Los hechos nos lo muestran.

Hace un momento os decía que nunca nos habríamos atrevido a colocar en labios de Nuestro Señor las palabras: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Y bien, tampoco nunca habríamos pen­sado que el mal, que el error, pudieran penetrar en el seno de la Iglesia. Ahora vivimos esa época: no podemos cerrar los ojos. Los hechos se nos aparecen ante los ojos y no dependen de nosotros. Somos testigos de lo que sucede en la Iglesia, de todo lo espantoso que ha ocurrido a partir del Concilio, de las ruinas que se acumulan día tras día, año tras año en la Santa Iglesia. A medida que pasa el tiempo, más se ex­tienden los errores y más pierden los fieles la fe católica. Una encuesta hecha recientemente en Francia indicó que nada más que dos millones de franceses son todavía verdaderamente católicos en la práctica.

Estamos llegando al fin. Todo el mundo caerá en la herejía. Todo el mundo caerá en el error porque, como decía San Pío X, hay clérigos que se han infiltrado en el interior de la Iglesia y la han ocupado. Han difundido los errores gracias a los puestos claves que ocupan en la Iglesia.

Ahora bien, ¿estamos obligados a seguir el error porque nos venga por vía de autoridad? Así como no debemos obedecer a padres indig­nos que nos exijan hacer cosas indignas, así tampoco debemos obe­decer a los que nos exijan renegar de nuestra fe y abandonar toda la tradición. No hay nada que hacer. Ciertamente, es un gran misterio esa unión de la divinidad con la humanidad.

La Iglesia es divina, y la Iglesia es humana. Hasta qué punto las fallas de la humanidad pueden afectar, me atrevo a decir, la divinidad de la Iglesia, sólo Dios lo sabe. Es un gran misterio. Comprobados los hechos, debemos enfrentarlos y nunca debemos abandonar la Iglesia, la Iglesia Católica Romana; nunca debemos abandonarla, ni abandonar nunca al sucesor de San Pedro, pues por su intermedio estamos unidos a Nuestro Señor Jesucristo. Pero si, por desgracia, arrastrado por vaya a saber qué idea o qué formación o qué presión que sufriese, o por negligencia, nos abandona y nos arrastra por caminos que nos hacen perder la fe, pues entonces, no deberemos seguirlo, aunque reconozca­mos que es Pedro y que, si habla con el carisma de la infalibilidad de­bemos aceptarlo, pero cuando no hable con el carisma de la infalibilidad bien puede equivocarse, desgraciadamente. No es la primera vez que sucede una cosa así en la historia.

Nos sentimos profundamente perturbados, profundamente mortifi­cados, nosotros que tanto amamos a la Santa Iglesia, que la hemos venerado, que la veneramos siempre. Por eso existe este seminario, por amor a la Iglesia Católica Romana, y por eso existen todos esos semina­rios. Nos sentimos profundamente heridos en el amor a nuestra Madre, al pensar que, por desgracia, sus servidores ya no la sirven, e incluso la traicionan. Debemos orar, debemos sacrificarnos, debemos permanecer como la Virgen María, al pie de la Cruz, no abandonar a Nuestro Señor Jesucristo, aunque parezca que, como dice la Sagrada Escritura, "Era como un leproso” sobre la Cruz, Pues bien: la Virgen María tenía fe y detrás de esas, llagas, detrás del corazón traspasado, veía a Dios en su Hijo, su divino Hijo.

Nosotros también, a través de las llagas de la Iglesia, a través de las dificultades, de la persecución que sufrimos, inclusive por parte de aquellos que ostentan autoridad en la Iglesia, no abandonamos a la Iglesia, amamos a nuestra Santa Madre Iglesia y seguiremos sirviéndola a pesar de las autoridades, si fuera necesario. A pesar de esas autori­dades que equivocadamente nos persiguen, sigamos nuestro camino: queremos conservar la Santa Iglesia Católica Romana, queremos conti­nuarla y la continuaremos por el Sacerdocio, por el Sacerdocio de Nues­tro Señor Jesucristo, por los verdaderos sacramentos de Nuestro Señor Jesucristo, por su verdadero catecismo.

¿Por qué, mis queridos amigos? Sabéis que yo mismo, y todos mis colegas de cierta edad aquí presentes, fuimos ordenados en la Santa Misa tradicional de siempre; hemos recibido el poder de celebrar la Santa Misa y el Santo Sacrificio en el rito romano de siempre. Recordad eso: fui ordenado en ese rito y no quiero dejarlo, no quiero abandonarlo. Es la Misa en la que fui ordenado y en la que quiero seguir viviendo. Es verdaderamente la Misa de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana.

Sed fieles, fieles a vuestro Santo Sacrificio de la Misa, que os brindará tantos y tantos consuelos, tantas alegrías, tantos auxilios en vuestras dificultades, en vuestras pruebas, en las persecuciones que arros­tráis y sufrir. Hallaréis la fuerza para sufrir con Nuestro Señor Jesucristo todas esas afrentas, hallaréis esa fuerza en el Santo Sacrificio de la Misa. Al dar verdaderamente a Nuestro Señor Jesucristo en su Cuerpo, en su Sangre, en su Alma, en su Divinidad a los fieles, les daréis también el valor para seguir a la Iglesia en su tradición y para imitar los ejemplos de todos los Santos que nos han precedido, todos aquellos que han sido beatificados, canonizados, señalados como modelos de santidad en la Santa Iglesia. Ellos seguirán siendo nuestro modelo.

Que la Santísima Virgen María, en particular, sea nuestro modelo. Pidámosle hacer de vosotros, queridos amigos, sacerdotes santos, sacer­dotes como Ella lo desea. Si la invocáis en el curso de vuestra vida, os protegerá y hará de vosotros sacerdotes según el corazón de Nuestro Señor Jesucristo, su divino Hijo.

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Marcel Lefebvre Arzobispo

Econe, 29 de junio de 1982.






Los Santos Inocentes contra el Covid

 


Las vacunas y el aborto, culto a Satanás y desprecio a Nuestra Señora de Guadalupe

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martes, 28 de diciembre de 2021

lunes, 27 de diciembre de 2021

viernes, 24 de diciembre de 2021

FELIZ Y SANTA NAVIDAD 2021

 


Porque así amó

Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para

que todo aquel que cree en Él no se pierda,

sino que tenga vida eterna. (San Juan 3:16)


FELIZ Y SANTA NAVIDAD LES DESEA EL ARIETE CATOLICO

¡Adelante Católicos Cristeros...!

lunes, 20 de diciembre de 2021

LA MADRE QUE FORJÓ UNA NACIÓN

 


Fuente

No al azar elegí este título, sino porque fue, es y será hasta el fin del mundo la realidad de la nación mexicana, que bajo el influjo de Nuestra Señora de Guadalupe haya surgido esta nación como tal. Podríamos decir con toda propiedad, “Non fecit taliter omni nacioni” no hizo tal cosa con otra nación.

Cuando los barcos de Hernán Cortes irrumpieron en las costas de lo que hoy es Veracruz, el pueblo mexica o azteca pasaba por una de sus peores crisis espirituales, existenciales y morales. Sus habitantes ansiosos esperaban la realización de la profecía de aquel rey que los saco de su vida nómada y los condujo a su nueva vida sedentaria.

Muchas conjeturas han surgido sobre este rey, incluso unas apuntan a Santo Tomas Apóstol, así parecen confirmarlo también los indios guaraníes a quien llamaban “Pay Tome” que significa padre Tomas, de ello soy testigo porque estuve misionando entre ellos cuatro años.

Según narran las crónicas de la historia azteca este les dijo: “Cuando vieres venir un hombre blanco con pelo castaño, pensad que está cerca vuestro fin”, palabras más palabras menos esta era la profecía que se trasmitió de generación en generación.

A Moctezuma le toco comprobar la veracidad de estas palabras, pues en 1512 aparecieron las naves o barcos con Hernán Cortez al mando de ellas, por la mañana de ese día y al medio día Moctezuma tenía noticias del arribo de Cortez a las costas de Veracruz, presagio que en ese momento vaticinaba el fin de la cultura azteca.

No quiero detenerme en los pormenores de la conquista española dado que es un tema muy polémico y no es el objetivo de este escrito, siendo pues un tema para otro artículo. Posteriormente a la conquista cuando ya todo estaba en calma, llegaron en otros barcos los frailes franciscanos, ante quienes Cortez doblo la rodilla y besó sus cordones en señal de sometimiento a la Iglesia, representada por estos misioneros de la orden franciscana.

Este hecho no pasó desapercibido por los indígenas, que veían a Cortez con mucho respeto y admiración, como a alguien muy superior y distinguido. ¿No comprendían como dobló su rodilla ante insignificantes hombrecillos, vestidos con hábitos pobres y sencillos? ¿Contribuiría este hecho a la evangelización de los indígenas por los franciscanos?

La evangelización no fue fácil y con muy pocos frutos, desde 1512 a 1531 no fueron muchos como se esperaba, los convertidos al catolicismo florecieron mínimamente a pesar del gran esfuerzo que hacían los franciscanos, muchas dificultades se les cruzaron por el camino tales como como el idioma y las costumbres paganas muy arraigadas todavía en ellos, entre otras.

Se requería de una intervención divina para salir del atolladero en que se encontraban los misioneros, tales como, ruegos, suplicas, penitencias y Misas sobre abundaron para conseguir del cielo el milagro tan deseado. 1531 fue el año elegido por la providencia divina para obrar el milagro tan necesario, el día 12 del mes de diciembre en un pequeño monte cercano a la ciudad de México llamado Tepeyac.

La enviada del cielo fue la santísima Virgen María, quien se le apareció a un indio convertido al catolicismo llamado Juan Diego, que a la sazón tenía 57 años, y había enviudado recientemente. ¿Qué fue lo que cautivo tanto de Nuestra Señora a Juan Diego y con él a todos los indígenas? La Virgen María les hablo en su dialecto de manera suave y tierna, su color mestizo reflejado en su rostro, así como los signos que están estampados en su vestimenta, además de otras señales que el describirlas nos llevaría tiempo y espacio, toda vez que contemplando la imagen podemos agregar esos detalles que sin duda robaron el corazón de los indígenas de aquel tiempo.

Solo me detendré en otro detalle muy importante en el dialogo de Nuestra señora con Juan Diego durante sus cinco apariciones, ¿Cómo no van a robar los corazones las palabras de una Madre tan tierna y tan hermosa como lo es la Madre de Dios? No es mi intención escribir todos los diálogos desde la primera hasta la cuarta, sino solo las de la quinta aparición.

De todas las palabras que la Santísima Virgen nos dirigió en sus prodigiosas apariciones en diferentes partes del mundo, las dichas a Juan Diego en el cerro del Tepeyac por nuestra Señora de Guadalupe, son sin duda las más consoladoras, conmovedoras y reconfortantes, por que brotan del corazón de una Madre ternísima y van encaminadas a producir en nuestras almas, descanso y confianza. Fueron dichas en la quinta y última aparición a Juan Diego cuando él, preocupado por la enfermedad de su tío Bernardino, tomó otro camino al acostumbrado.

He aquí sus palabras: ¿A DÓNDE VAS HIJO MIO NO TE AFLIJA COSA ALGUNA?  NO TEMAS ESA ENFERMEDAD, NI OTRA ALGUNA ENFERMEDAD Y ANGUSTIA. ¿NO ESTOY YO AQUÍ QUE SOY TU MADRE? ¿NO ESTAS DEBAJO DE MI SOMBRA Y AMPARO? ¿NO SOY YO VIDA Y SALUD? ¿NO ESTAS EN MI REGAZO Y CORRES POR MI CUENTA? ¿TIENES NECESIDAD DE OTRA COSA? NO TE AFLIJAS POR LA ENFERMEDAD DE TU TIO, QUE NO MORIRÁ DE ESTE ACHAQUE Y TEN POR CIERTO QUE YA ESTA SANO.

Lea bien y memorice las palabras expresadas por la Virgen Santísima, ¿no le parecen como música celestial, como un bálsamo de suavísimo olor que ahuyenta los humores y olores mundanos a los que nuestra pobre alma está acostumbrada? Bendecidos somos nosotros ya que mucha falta nos hacia un bálsamo de tal hechura celestial, porque como dice el salmo: “Todos a una andábamos errados” por los caminos de este mundo que mas bien conducen al infierno. Son precisas tales y tan confiadas palabras para detener nuestra precipitada carrera.

Vea como el humilde Juan Diego doblegado por estas palabras, detiene su apresurada marcha y da razón, con timidez confiada de su desvío y con atención escucha a la Reina del Cielo y atraído por la aparición, se detiene para oír detenidamente, esa hermosa catarata de palabras que atraviesan su humilde corazón lleno de angustia.

Juan Diego representa a la nación mexicana convertida a Dios y así como San Juan apóstol atento escuchó las palabras de su Maestro antes de Morir en el monte calvario, Juan Diego escucha el testimonio o el testamento legado por Nuestra Señora de Guadalupe en el Tepeyac que es otro monte. ¿Casualidad? Diría más bien causalidad que es propia de Dios.

Como si actualmente nos dijera: ¿A dónde vas hijo mío? y con tristeza y lágrimas en los ojos le respondiéramos como nación, no lo se Señora, hace tiempo perdí el camino al cielo en medio de esta espantosa oscuridad, con la que los enemigos han cubierto la nación que Tú forjaste allá en el Tepeyac. Muchas aflicciones estrechan mi corazón y afligen mi alma, la confusión se apodero de mi hace mucho tiempo, mi paso es errado y no acierto a tomar el camino que Tú Madre mía me mostraste, el sueño se me ha ido, la alegría verdadera ha desaparecido de mi alma, mi faz se ha mudado de tal manera que no me reconozco, aunque de Ti Madre Mia no me he olvidado porque te llevo en lo profundo de mi alma hechura de tu Hijo bien amado.

Nuestro lamento es detenido por estas otras palabras: ¿No te aflija cosa alguna? ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? Sin duda alguna el amor de una madre cualquiera será para nosotros un misterio insondable, misterio reservado solo a Dios, ¿A qué nación la Santísima Virgen le ha dicho estas hermosísimas palabras? Me pregunto, solo a México ya que como nación la trata como lo que es, su hija predilecta y a cada uno de los mexicanos que aún guardan estas memorables palabras en lo más profundo de sus corazones.

¡Cuánto alivio traen a nuestra afligidísima alma estas palabras, pues Ella las dijo de todo corazón de aquel que late a la diestra del hijo, pues recuerda que fue asunta al cielo en cuerpo y alma! Ella nunca ha dejado de ser fiel a su vocación de Madre de esta nación, ¿dejaremos de ser nosotros fieles a la vocación de hijos suyos? Ha pobres de nosotros si renunciáramos a esta sublime vocación como, por desgracia, lo hicieron los israelitas al desear en su corazón las cebollas de Egipto antes que aspirar a la tierra prometida.

Pero por desgracia, en esta confusión actual vemos a muchos que antes eran sus hijos alejarse de esta bondadosa Madre y tomar decididamente los caminos del maligno, roguemos por ellos. Por si no quedo claro lo anterior esta buena Madre agrega: ¿NO ESTAS DEBAJO DE MI SOMBRA Y AMPARO? ¿Quién no recuerda aquel salmo 90? en donde dice el alma al Padre: “¡Refugio mío y fortaleza mía, mi Dios en quien confió!” Si el salmista lo decía con tan profundo sentimiento de confianza en Dios, ¿Cómo no manifestar estos mismos sentimientos nuestros como nación a la Santísima Virgen María, que de tal manera se ha prodigado en estas palabras llenas de quien da y tiene en abundancia de aquello de lo que es la llena, de gracia, como lo anuncio el Arcángel?

Los mexicanos más que otras naciones, debemos sentir y vivir en nuestras vidas, estas palabras llenas de confianza, cuando vemos que se hunde todo a nuestro alrededor. No lo olvidemos estamos bajo su sombra que nos cubre porque “Con sus plumas te cubrirá, y tendrás refugio bajo sus alas” y “aunque mil caigan junto a ti y diez mil a tu diestra, tú no serás alcanzado.” Vano y peligroso es substraerse a esta protección de nuestra Madre Santísima, pues fuera de Ella no hay más que aflicción y dolor sin merito para nuestras almas ansiosas de Dios.

¡Oh guadalupano no te alejes de esta sombra y amparo! pero si esto te parece poco continúa diciendo: ¿NO SOY YO VIDA Y SALUD? San Juan en su Evangelio nos dice: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el verbo era Dios.” Mas adelante continúa diciendo: “Y el Verbo se hizo carne y habito entre nosotros.” Jesucristo dice de si mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, Nuestra Señora por su predestinación a ser la Madre del Verbo hecho Hombre puede decir con toda propiedad que ella es VIDA porque dio a luz al autor de la vida y, se sobreentiende, que es SALUD por lo anterior ya dicho.

No lo dice como reproche sino como para que, en nuestras necesidades tanto del cuerpo como del alma, nos fiemos y abandonemos plenamente en su regazo como antaño, el Niño Jesús lo hizo sin vacilar y seguro que en el regazo de su madre no tenia de que preocuparse, así lo dicen los santos Padres de la Iglesia.

Por si persistiera alguna duda, se lo vuelve a decir a usted con palabras más explicitas: ¿NO ESTAS EN MI REGAZO Y CORRES POR MI CUENTA? La nación mexicana desde ese momento corre por cuenta de Nuestra Señora de Guadalupe. Es ella nuestra mejor garantía ante el Hijo y no necesitamos de “influencias humanas” de ninguna índole porque, en todo esto, no busca su interés propio sino el de su Hijo y el nuestro con respecto a la salvación de nuestra alma, que es nuestro mayor negocio en este mundo.

Por lo demás, nuestras madres están lejos y solo de lejos nos aman o, aunque estén cerca, muchas veces se ven imposibilitadas para ayudarnos, no solo en el cuerpo sino también en el alma y se ven también impotentes para protegernos en el momento presente. No así con nuestra Madre del cielo porque siempre gozaremos de su protección perpetua, porque así se lo prometió a Juan Diego, representante nuestro en ese tiempo y es Ella fiel a su promesa. Además, no olvidemos que es la omnipotencia suplicante, pero sobre todo su corazón maternal, es el motor o la garantía de su fidelidad en lo prometido.

Asimismo, estamos bajo su sombra y cuidado; por lo tanto, Nuestra Madre de Guadalupe, podemos decir, que está más cerca de nosotros que nuestras propias madres y sin duda alguna, nuestra alma está más unida a Ella: Madre cariñosa y siempre presente.

Finalmente, nuestra madre de la tierra, por mucho que nos ame, no puede decir lo mismo, porque la experiencia nos demuestra, que hay trances en los cuales ella es impotente. No así con nuestra Madre del cielo, porque Ella es la vida que triunfa de la muerte, es la salud que triunfa de la enfermedad y del dolor; esto sería suficiente para disipar toda duda, todo temor y para llenar nuestro corazón de santa y divina confianza.

¿TIENES NECESIDAD DE OTRA COSA?  Nuestra alma solo tiene necesidad de dos cosas, que son su fin y aspiración; de amar a Dios con todo su ser y por medio de ello, salvar su alma. Es claro que para alcanzar estos medios necesita de los medios providenciales, que pueden ser de dos categorías: los positivos, que influyen directamente en nuestra alma, como la gracia, las virtudes, los dones del Espíritu Santo etc., los negativos que Dios permite para nuestra santificación como lo son, los dolores del cuerpo y del alma, los sufrimientos externos como el hambre, la sed, la desnudez entre otros.

Como nación, México también necesita de la protección de la Santísima Virgen de Guadalupe, desde su “independencia” hasta este momento, la hemos visto intervenir ante la trinidad, para impedir varias calamidades en donde, quizá, las más peligrosas, han sido las dos ocasiones que nos libró de las garras del comunismo ateo y anticatólico, ¿Lo recuerda? La guerra cristera en 1929 y la de 1968, cuyo fin era terminar con el México católico y actualmente el intento renovado, por las nuevas autoridades mexicanas por querer hacer lo que los otros dejaron pendiente, la comunización de México.

No debemos temer a estas arremetidas del enemigo de todo lo católico, Nuestra Señora no permitirá que su nación caiga en manos del comunismo y de otras alimañas parecidas. Mas quiero señalaros otro peligro más grave que el comunismo y lo es el MODERNISMO, que asola como bestia feroz y diabólica nuestras Iglesias: el comunismo puede matar los cuerpos, pero no el alma, por el contrario, el MODERNISMO mata cuerpo y alma y Nuestro Divino Maestro nos dijo puntualmente: “No temáis a los que matan el cuerpo, temed más bien a los que matan el cuerpo y el alma.”

Mientras México, se mantenga fiel a su sagrada vocación de hijo de la Santísima Virgen María de Guadalupe, Ella por cierto, nos librara de nuestro peor enemigo por el momento, que no es el comunismo sino del MODERNISMO, cuyo fin es descristianizar a México y dejarlo a merced de las hienas representadas por los judíos, los masones y los protestantes, dirigidos y orquestados por el demonio, eterno enemigo de Dios y jurado enemigo nuestro, mientras andemos en este valle de lágrimas.

Seria egoísta pensar, que el Corazón de esta buena Madre, solo alcanza para la Nación mexicana, también las demás naciones hispanas y no hispanas disponen de esta protección Materna. Su intención de socorrer a las demás naciones se encuentra en las palabras de Ella misma, cuando pidió a Juan Diego, que se construyera el templo o Iglesia, en el cerro del Tepeyac y este mismo fue el deseo de S. S. Pío XII, cuando la nombro Reina de México y emperatriz de América.

R. Padre Arturo Vargas Meza

N. B. hago unas correcciones necesarias al presente escrito sobre Nuestra Señora de Guadalupe:

a) S. S. Benedicto XIV autorizo el oficio propio de la Santísima Virgen de Guadalupe.

b) S. S. León XIII, mando poner una corona de oro sobre su cabeza y la nombro Reina de México y emperatriz de América.

c) S. S. Pío XII, la nombro oficialmente patrona de toda América.


martes, 14 de diciembre de 2021

Nuestra Señora de Guadalupe Historia y Espiritualidad


Explicación de las apariciones de la Santísima Virgen de Guadalupe y del significado espiritual para todos los hispanoamericanos, en el contexto actual de la apostasía de las naciones y en el contexto de los sacrificios humanos ofrecidos a Satanás por medio de los abortos.

miércoles, 8 de diciembre de 2021

LA INMACULADA CONCEPCION DE MARIA

 


Convino al Padre preservar a María de la culpa original.

1.- Por ser su Hija primogénita. En cuanto a lo primero es de saber, que convino al Padre eterno preservar a María de la culpa original por ser Ella su Hija, y su Hija primogénita, como la misma Virgen lo declaró: Yo salí de la boca del Altísimo, engendrada primero que existiese ninguna criatura (Eclo 24,4) Estas palabras aplican a María los sagrados interpretes, los Santos Padres y la Santa Iglesia, cabalmente en la fiesta de su Concepción Inmaculada. Pues bien, ya sea primogénita, por haber sido predestinada en los divinos decretos, juntamente con su Hijo, antes que ninguna criatura, como quiere la escuela de los escotistas; o bien sea la primogénita de la gracia, como predestinada para la Madre del Redentor, después de la previsión del pecado, como afirma la Escuela de los tomistas, todos se ponen de acuerdo para llamar a María la primogénita de Dios. 

Por este solo título fue muy conveniente que la Virgen jamás estuviese bajo la esclavitud de Lucifer, sino que su Creador solo y siempre la poseyera, como en efecto así sucedió, y Ella misma lo confesó: El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras (Prov 8,22).Por esto San Dionisio Patriarca de Alejandría, la llamó: la sola y única Hija de la vida, para diferenciarla de todos los demás hombres que naciendo en pecado, son hijos de la muerte.

2.- Convino al Padre preservar a María de la culpa original por ser destinada para ser medianera de la paz. Convino al Eterno Padre que la crease en gracia, porque la destinó para ser reparadora del mundo perdido y medianera de paz entre Dios y los hombres como la llaman los Santos Padres, y señaladamente San Juan Damasceno, que se expresa así: Oh Virgen Bendita, se te ha dado la vida para labrar la salvación de toda la tierra.

3.- Convino al Padre preservar a María de la culpa original porque debía quebrantar la cabeza de la serpiente infernal. Ella estaba destinada para quebrantar la cabeza de la serpiente, que seduciendo a nuestros primeros padres, precipitó a todos los hombres en el abismo de la muerte. Enemistades pondré-- había dicho el Señor-- entre tí y la mujer, entre tu descendencia y la suya; Ella quebrantará tu cabeza (Gen3, 15). Ahora bien, si María debía de ser la mujer fuerte, puesta en el mundo para vencer a Luzbel, convenía ciertamente, que no fuera de antemano vencida por Lucifer y hecha esclava, sino que estaba muy puesto en razón que fuese exenta de toda mancha y jamás sujeta al poderío de Satán. San Buenaventura dice: Era muy conveniente que la bienaventurada Virgen María, destinada a acabar con el oprobio de nuestra raza, venciera al demonio, sin padecer quebranto en nada.

4.- Convino por fin al Padre preservar a María de la culpa original, porque debía ser la Madre de su Unigénito. Tu Oh María-- le dice San Bernardino de Sena-- fuiste predestinada en la mente de Dios, antes de toda la creación, para vestir al mismo Dios con el manto de vuestra humildad. Aunque no hubiera mas motivo que este, bastaba el honor de su Hijo, que también es Dios, para que el Padre la crease libre de toda mancha; pues, como enseña el Angélico Santo Tomas, todas las cosas que se ordenan a Dios debe ser santas y limpias de toda mancha.

Fuente: Las Glorias de María de San Alfonso María de Ligorio



lunes, 6 de diciembre de 2021

viernes, 3 de diciembre de 2021

EL SANTOABANDONO (4. El amor a Dios)

 


Siendo el Santo Abandono la conformidad perfecta, amorosa y filial, no puede ser efecto sino de la caridad; es su fruto natural, de suerte que un alma que ha llegado a vivir del amor, vivirá también del abandono. Propio es del amor, en efecto, unir al hombre estrechamente con Dios, la voluntad humana al beneplácito divino.

Por otra parte, esta perfección de conformidad supone una plenitud de desprendimiento, de fe, de confianza, y sólo el Santo Abandono nos eleva a tales alturas y nos lleva a ella como naturalmente. El amor dispone al abandono por un perfecto desasimiento. El ejercicio habitual del abandono requiere una verdadera muerte a nosotros mismos. Podrán comenzarlo otras causas, pero no tendrán la delicadeza ni fuerzas necesarias para llevarlo a término; para lo cual será necesario «un amor fuerte como la muerte». Mas el amor lo conseguirá, por que le es propio olvidarlo todo, darse sin reserva, y no admite división: ni quiere ver sino al Amado, no busca sino al Amado, ama todo cuanto agrada al Amado. «El amor de Jesucristo -dice San Alfonso- nos pone en una indiferencia total; lo dulce, lo amargo, todo viene a ser igual; no se quiere nada de lo que agrada a sí mismo, se quiere todo lo que agrada a Dios; empléase con la misma satisfacción en las cosas pequeñas como en las grandes, en lo que es agradable y en lo que no lo es; pues con tal que agrade a Dios, todo es bueno. Tal es la fuerza del amor cuando es perfecto -dice Santa Teresa-; llega a olvidar toda ventaja y todo placer personal, para no pensar sino en satisfacer a Aquel que se ama.» 

Y San Francisco de Sales añade, con su gracioso lenguaje: «Si es únicamente a mi Salvador a quien amo, ¿por qué no he de amar tanto el Calvario como el Tabor, puesto que se halla tan realmente en uno como en otro? Amo al Salvador en Egipto, sin amar el Egipto. ¿Por qué no lo amaré en el convite de Simón el leproso sin amar el convite? Y si le amo entre las blasfemias que lanzaron sobre El, sin amar tales blasfemias, ¿por qué no le amaré perfumado con el ungüento precioso de la Magdalena, sin amar ni el ungüento ni el perfume?» Y como lo decía, así lo practicaba. El amor dispone al abandono haciendo la fe más viva y la confianza inquebrantable.

Ciertamente la fe se esclarece y el corazón se abre a la esperanza, a medida que la niebla de las pasiones se disipa y la virtud crece. Mas cuando llega a la vía unitiva, las convicciones tórnanse más luminosas, las relaciones con Dios se convierten en cordial comunicación llena de confianza e intimidad, sobre todo cuando un alma ha experimentado repetidas veces que es ardientemente amante, y al revés, aún más amada de Dios cuando la ha purificado y afinado en el rudo y saludable crisol de las purificaciones pasivas.

Como un niño en brazos de su madre reposa sin inquietud y se abandona con confianza, porque instintivamente siente que su madre le ha dado todo su corazón, así el alma se entrega a la Providencia con entera tranquilidad de espíritu, cuando ha podido llegar a decirse:

 «Es mi Padre del cielo, es mi Esposo adorado, el Dios de mi corazón que tiene en sus manos mi vida, mi muerte, mi eternidad; no me sucederá sino lo que El quiera, y no quiere sino mi mayor bien para el otro mundo y aun para éste.» Así es como terminando de romper nuestras ligaduras, y dando a nuestra confianza y a nuestra fe su última perfección, el santo amor completa nuestra preparación al abandono. Nos queda por manifestar cómo lo produce directamente. El amor perfecto es el padre del perfecto abandono.

 « El amor es lazo que une al amante con el amado, y hace de los dos uno, como el odio separa a los que la amistad había unido. La unión que produce el amor, es sobre todo la unión de las voluntades. El amor hace que los que se aman tengan un mismo querer y no querer para todas las cosas que se ofrezcan y no hieran la virtud; lo mismo que el odio llena el corazón de sentimientos diametralmente opuestos a la persona a la que se tiene aversión, de lo cual hemos de concluir que la unión y la conformidad con la voluntad de Dios se miden por el amor; que poco amor da poca conformidad, y un amor mediano una mediana conformidad, finalmente, un amor completo, una completa conformidad.» Por esto, los principiantes generalmente no pasan de la simple resignación, los proficientes se elevan a una conformidad ya superior; no consiguiéndose la perfecta conformidad sin un amor perfecto, con el cual se llega con seguridad a ella. Insistamos más para declarar mejor nuestro pensamiento. Nadie ignora que el término a donde tiende el amor es la unión; y según San Juan: «El que permanece en la caridad, permanece en Dios y Dios en él.» La experiencia nos lo dice al igual que la fe. El movimiento propio del amor es entregarse la criatura a Dios y Dios a la criatura, los lanza el uno hacia el otro; no hay amor de amistad en donde no exista este movimiento de unión. Cuando Dios nos estrecha contra su corazón en amoroso abrazo, nos unimos a El con todas nuestras fuerzas; se le querría estrechar mil veces más, hasta confundirnos con El y formar un solo ser. 

Cuando Dios se oculta por amoroso artificio, como pala hacerse buscar con más avidez, la pobre alma, temiendo haberle perdido, va preguntando por El por todas parte con amorosa ansiedad; es una necesidad dolorosa, es un hambre insaciable, una sed inextinguible. Siente el vacío de Dios y no podría pasar sin El; nada le puede consolar en ausencia suya, a no ser el pensar que ella le agrada cumpliendo su adorable voluntad, y la esperanza de volverlo a encontrar más perfectamente. Querría poseerle, por decirlo así, infinitamente en el otro mundo para amarle, para alabarle, para unirse a El en la medida de sus deseos. Entre tanto lo busca aquí abajo sin descanso, aspira a una unión de amor cada vez más estrecha, dada por el sentimiento de una posesión sabrosa si Dios quiere, unión en la que dominará con frecuencia la necesidad y el deseo y el esfuerzo laborioso. En el primer caso, el alma está unida a Dios y en el otro, trata de unirse; en ambos es idéntico el movimiento de amor que nos saca fuera de nosotros para lanzarnos en Dios con ardiente deseo de poseerle. Esta unión de corazones produce la unión de voluntades. Desde que está poseído de un profundo afecto hacia Dios y se ha entregado a El sin reserva ni división, poseyendo nuestro corazón, se adueña también de nuestra voluntad, tanto que nada podríamos negarle. 

En el cielo se gusta la unión con Dios en las alegrías del amor beatifico. Aquí abajo se le encuentra más frecuentemente sobre el Calvario que sobre el Tabor; respecto a la unión de gozo, es rara y fugaz, y generalmente el sufrimiento la precede y la sigue. Dios mostró en un éxtasis a Santa Juana de Chantal que «padecer por Él es pasto de su amor en la tierra, como gozar de El lo es en el cielo». Concuerdan con las de su fundadora estas expresiones de Santa Margarita María: «Tanto vale el amor cuanto es lo que se atreve a sufrir. No vive a gusto el amor, si no sufre. Querer amar a Dios sin sufrimiento es ilusión.» Ya que el sufrimiento es necesario para purificar, desprender, y adornar las almas y preparar así su unión a Dios. Es también preciso para alimentar esta unión, para impedir que se debilite y hacerla crecer, pues no bastarían los ardores del amor.

Es porque el amor, en efecto, no vive tan sólo de lo que recibe; vive aún más de lo que da; su mejor alimento será siempre el sacrificio. Así acontece hasta en las cosas humanas: el hijo que ha costado más dolores y lágrimas a su madre, ¿no será por ventura el más amado? De la misma manera el alma se une a Dios en la medida en que sabe abnegarse por El; la unión de corazón y de voluntad, cimentada por el hábito del sacrificio, será siempre la más sólida, y por decirlo así, inquebrantable. Mas, ¿sobreviviría la que ha nacido de las suavidades del amor? Quizá. Pero hay necesidad de que la prueba venga a reforzarla y mostrar lo que vale. 

Cuando Dios nos prodiga inefables ternuras y nos acaricia amorosamente como un padre que estrecha a su hijo contra su corazón, nuestra alma emocionada, anhelante, enloquecida, sale de si misma, se da por entero y se entrega con sinceridad. Mas el amor propio está muy lejos de morir definitivamente y hasta puede hallar su más delicado alimento en las dulzuras de esas emociones. Para completar la obra de las divinas ternuras, para robustecer la debilidad de la naturaleza y el reinado de la santa dilección, será, pues, imprescindible la acción lenta y dolorosa de la prueba bien aceptada.

Dejémonos crucificar de buena gana: en el Calvario fue dada a luz nuestra alma y en la cruz hallará siempre la vida. El dolor es, pues, el alimento necesario del santo amor y por cierto muy sustancial. Un alma iluminada lo declara así: tanto más experimenta un alma que Dios se le comunica y le abraza, cuanto la favorece más el Señor, permitiendo que sea humillada y que reconozca su incapacidad y que sienta su inutilidad. «El amor divino crece en el dolor. Cuando éste es más punzante, tanto más vivos son los ardores del santo amor. Cuanto más pesa la tristeza sobre un alma, tanto más siente las llamas del divino amor, y su corazón deja escapar palabras de fuego.»

Nuestro Señor le pondrá frecuentemente en la imposibilidad de comulgar a causa de enfermedad, pero El compensará esta privación del pan eucarístico, partiendo en mayor abundancia el pan de la tribulación. En una palabra, «el dolor es el pan sustancial de que Jesús quiere alimentarla»; ella lo entiende así y pide tan sólo que no se harte jamás de este manjar divino. Este es el lenguaje de todas las almas grandes, que por alcanzar la unión tan deseada con el Dios de su corazón, atravesarían el fuego y el hielo, sin que esto quiera decir que son insensibles al dolor. 

Mas el amor dulcifica el padecimiento, y hasta lo busca y desea. «¡Cuántas crucecitas encuentro cada día!, decía un alma ardiente. Amo esas cruces, aun cuando me causan mucho dolor, porque si no lo sintiera me parecería que no amo. Si no padeciera, amando tantísimo a mi Dios, no sería feliz y me creería juguete del demonio.» La venerable María Magdalena Postel dice: «Cuando se ama, no hay trabajo para el que ama, pues es tanta la dicha que se halla en padecer por el objeto amado.» Y San Francisco de Sales nos revelará el secreto de este heroísmo: Ved las aflicciones en sí mismas, son pavorosas, vedlas en la voluntad divina, son amores y delicias. Si miramos las aflicciones fuera de la voluntad de Dios, tienen su amargura natural; mas considéreselas en este beneplácito eterno y son todo oro, amables y preciosas, mucho más de lo que puede decirse. Las medicinas desagradables ofrecidas por una mano cariñosa las recibimos con alegría, sobreponiéndose el amor a la repugnancia. La mano del Señor es igualmente amable, ya distribuya aflicciones, ya nos colme de consolaciones. 

El corazón verdaderamente amante, ama aún más el beneplácito de Dios en la cruz, en las penas y en los trabajos, porque la principal virtud del amor consiste en hacer sufrir al amante por la cosa amada.» En fin, el amor justifica la Providencia y la aprueba en todos sus caminos. El Hijo de Dios cree a su Padre celestial, le adora, confía en El, pero sobre todo le ama, y amándole tiene gusto para todo cuanto viene de El, aun cuando su divina Providencia fuere en apariencia dura y severa. De esta manera su amor filial recibe con escrupuloso respeto todo cuando es enviado del cielo. San Francisco de Sales no miraba bien que uno se quejase del tiempo: ¡hace mal tiempo, hace mucho frío, qué calor! «semejantes reflexiones -decía no convienen a un hijo de la Providencia que siempre ha de bendecir la mano de su Padre». El amor divino obra de la misma manera cuando intervienen las causas segundas y la malicia humana: por encima de los hombres y de los acontecimientos ve a su Amado, al Dios de su corazón, y con amor filial, con respecto inalterable besa la mano que le está hiriendo.