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domingo, 24 de junio de 2018

Si nos persiguen es que somos enemigos de los enemigos de Cristo: Ignacianas


LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO


  Caminan en silencio, con modestia celestial, recogidos interiormente, porque nunca abandonan la presencia de Dios, a quien tienen allí, en los brazos de María, hecho Hombre.
  Meditan sobre el objeto del viaje, que es para consagrar a Dios al Niño.
  Ni Ella ni Él estaban obligados a la ley: Él, por ser Dios, y Ella porque era Madre Virgen.

No están obligados, pero quisieron cumplir la ley para darnos ejemplo de respeto a la ley; María, para humillarse pasando como una mujer vulgar, y Jesús para pasar como un niño nacido igual que los demás.

  A la entrada del templo hallan al anciano Simeón. Toma a Jesús en sus brazos y, ante la admiración de María y José. Entona aquel precioso himno de acción de gracias.

  Una muchedumbre de judíos entra y sale del templo.
  Miran al Niño pero no ven en Él al preparado ante la faz de todos los pueblos como la luz que se había de revelar a las gentes y gloria del pueblo de Israel.

  Quizá nosotros vemos a Jesús en el Sagrario y vemos a María y José en sus altares; pero no conocemos a Cristo como luz y gloria del mundo.

  Entramos en la Iglesia rutinariamente. Y así nos pasamos la vida sin conocer a Cristo.

  Es que para conocer al Salvador es necesario, como Simeón, ser justos y temerosos de Dios o como Ana, la profetisa, ocuparse en la oración y el ayuno, es decir, el sacrificio.

  ¿Qué diría la Virgen a quien se anunciaban sus futuros dolores?
  Lo que al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”.
  Verdaderamente que Jesús vino:

  ¡Para ruina de muchos! De todos los que no quisieron reconocerle y salvarse.
  ¡Para resurrección de muchos! De todos los que quisieron conocerle y servirle.

  No vino para la muerte y perdición de nadie, sin su voluntad.
  Vino para salvarlos a todos, siendo Él signo de contradicción.
  Desde que nació fue perseguido hasta que se le puso en la Cruz.

  Y desde entonces sus servidores lo son también: cuanto más seguidores, más perseguidos.

  Es señal de los amadores de Jesucristo.

  Por eso, si nos dejan en paz sus enemigos, mal; si nos persiguen, bien.
  Si nos persiguen es que somos enemigos de los enemigos de Cristo.
  Si no nos persiguen, es que somos indiferentes a los enemigos de Cristo.
  La primera fragancia que se percibe al entrar en el templo es la del incienso de los sacrificios.

  El incienso grato a Dios es el corazón sacrificado y humilde.

  Y allí están el Corazón divino de Jesús y el Corazón Inmaculado de María. Dos altares sagrados desde donde sube al Cielo el incienso de todas las virtudes: la humildad y la pobreza, la obediencia y el sacrificio.

  Gustemos la paz serena e inalterable de esta Sagrada Familia en todos los sucesos de la vida.

  ¡Jesús divino, haz que te conozcamos para más amarte y seguirte.
  Angel Anaya, S.J.