LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO
Caminan en silencio, con modestia celestial, recogidos interiormente, porque nunca abandonan la presencia de Dios, a quien tienen allí, en los brazos de María, hecho Hombre.
Meditan sobre el objeto del viaje, que es para consagrar a Dios al Niño.
Ni Ella ni Él estaban obligados a la ley: Él, por ser Dios, y Ella porque era Madre Virgen.
No están obligados, pero quisieron cumplir la ley para darnos ejemplo de respeto a la ley; María, para humillarse pasando como una mujer vulgar, y Jesús para pasar como un niño nacido igual que los demás.
A la entrada del templo hallan al anciano Simeón. Toma a Jesús en sus brazos y, ante la admiración de María y José. Entona aquel precioso himno de acción de gracias.
Una muchedumbre de judíos entra y sale del templo.
Miran al Niño pero no ven en Él al preparado ante la faz de todos los pueblos como la luz que se había de revelar a las gentes y gloria del pueblo de Israel.
Quizá nosotros vemos a Jesús en el Sagrario y vemos a María y José en sus altares; pero no conocemos a Cristo como luz y gloria del mundo.
Entramos en la Iglesia rutinariamente. Y así nos pasamos la vida sin conocer a Cristo.
Es que para conocer al Salvador es necesario, como Simeón, ser justos y temerosos de Dios o como Ana, la profetisa, ocuparse en la oración y el ayuno, es decir, el sacrificio.
¿Qué diría la Virgen a quien se anunciaban sus futuros dolores?
Lo que al ángel: “Hágase en mí según tu palabra”.
Verdaderamente que Jesús vino:
¡Para ruina de muchos! De todos los que no quisieron reconocerle y salvarse.
¡Para resurrección de muchos! De todos los que quisieron conocerle y servirle.
No vino para la muerte y perdición de nadie, sin su voluntad.
Vino para salvarlos a todos, siendo Él signo de contradicción.
Desde que nació fue perseguido hasta que se le puso en la Cruz.
Y desde entonces sus servidores lo son también: cuanto más seguidores, más perseguidos.
Es señal de los amadores de Jesucristo.
Por eso, si nos dejan en paz sus enemigos, mal; si nos persiguen, bien.
Si nos persiguen es que somos enemigos de los enemigos de Cristo.
Si no nos persiguen, es que somos indiferentes a los enemigos de Cristo.
La primera fragancia que se percibe al entrar en el templo es la del incienso de los sacrificios.
El incienso grato a Dios es el corazón sacrificado y humilde.
Y allí están el Corazón divino de Jesús y el Corazón Inmaculado de María. Dos altares sagrados desde donde sube al Cielo el incienso de todas las virtudes: la humildad y la pobreza, la obediencia y el sacrificio.
Gustemos la paz serena e inalterable de esta Sagrada Familia en todos los sucesos de la vida.
¡Jesús divino, haz que te conozcamos para más amarte y seguirte.
Angel Anaya, S.J.