“.. un Obispo no puede unirse al comunismo si no es a expensas de una renuncia.
Mantengámonos firmes en nuestras creencias, la espada nos ha arrebatado en ocasiones la patria, pero la Cruz nos la ha mantenido.
Donde habitan ciudadanos temerosos de Dios, allá se acata la ley y donde se acata la ley, está fortalecido el orden interno y donde está fortalecido el orden interno, el Estado es fuerte”.
Cuando el Ejército Rojo traspuso las fronteras de Hungría, se preocupó de mostrar la mejor de sus caras a la nación.
“Húngaros: El Ejército Rojo os exige que permanezcáis en vuestros puestos y prosigáis vuestro trabajo pacífico. Los sacerdotes y los fieles pueden proseguir sin obstáculos sus prácticas religiosas”.
Pero en los más íntimos círculos del partido seguía vigente la consigna: “La religión es una superestructura ideológica perjudicial y sirve para el embrutecimiento de los pueblos explotados y oprimidos”.
Cardenal Mindszenty
MEMORIAS
Adquirí temprana conciencia de la naturaleza del enemigo de la Iglesia que teníamos delante, así como de las reales dimensiones que cabía dar al terror que nos amenazaba. “Todo concepto de Dios es una indecible indignidad, un despreciable autovómito”, había escrito Lenin a Gorki, reconociendo de manera explícita que el programa comunista tenía como uno de sus objetivos la expansión del ateísmo. Igual que combaten el individualismo y la propiedad privada, tratan de formar a su manera la familia y dar su propio carácter al matrimonio. Toda oposición es liquidada. La forma de practicar las persecuciones a los cristianos ha cambiado en algo desde Nerón y Julián el apóstata y también han cambiado las forjas revolucionarias desde Stalin. Una consigna de los bolcheviques dice así: “No quitamos las iglesias al pueblo, sino el pueblo a las iglesias”. Los estudios históricos me enseñaron que el compromiso con semejante adversario casi siempre ha beneficiado a este. Si bien un perseguidor de la iglesia sustituye a otro, la iglesia siempre es superior a sus adversarios. Pueden caer los castillos y las fortalezas, pero la iglesia con toda su debilidad humana, no perecerá. La sangre de los mártires es desde siempre semilla de la que vuelve a brotar una y otra vez tras los días de su Pasión.
Durante el tiempo que duró mi cautiverio, se confirmó lo que ya había temido: pueblos y ciudades quedaron destruidos, las comunicaciones desbaratadas, servicio postal y de teléfono inutilizables. Desde la entrada de los rusos en el hospital de los Hermanos Mercedarios había ingresado un total de mil mujeres y muchachas, de las que ochocientas sufrían contagio sifilítico. Muchas mujeres se habían quitado la vida y otras habían perdido la razón.
La catedral había sido completamente saqueada, al igual que las casas de los demás ciudadanos. Por doquier se había asesinado y violado. No se libraron las niñas ni las ancianas. Cientos de millares de personas se habían quedado sin techo o habían sido llevadas como ganado. Muy pocas veces había sangrado nuestra patria por tantas y tan profundas heridas como en aquellos primeros días posteriores a la segunda guerra mundial.
“ Trabajamos todos en limpiar las ruinas. Pero no podemos dejar a un lado la consideración de que los daños causados en las almas son mucho más tristes que las ruinas materiales. El respeto a los Mandamientos de la Ley de Dios ha decrecido. Los dirigentes de nuestra historia se han manifestado contrarios a nuestras tradiciones y han roto con la fe recibida en herencia.
Aquellos que ejecutan, apoyan o hacen posible todo ello, parecen haber olvidado que nosotros, en caso de una pugna entre las leyes de Dios y los hombres, tenemos que escuchar más a Dios que a los hombres. Aquellas autoridades, empero, que se colocan por encima de las leyes de Dios y de este modo le niegan su respeto no comprenden que con ello no hacen más que minar los fundamentos de su propia autoridad.
Durante una guerra, también el sexto mandamiento parece perder su valor. Es nuestro deber la defensa de la pureza del matrimonio, aun en condiciones difíciles y adversas. Si una mujer ha sufrido violencia e interiormente no consintió a ella, puede su ánimo tranquilizarse, no ha cometido pecado.
Donde habitan ciudadanos temerosos de Dios, allá se acata la ley y donde se acata la ley, está fortalecido el orden interno y donde está fortalecido el orden interno, el Estado es fuerte”.
Cuando el Ejército Rojo traspuso las fronteras de Hungría, se preocupó de mostrar la mejor de sus caras a la nación.
“Húngaros: El Ejército Rojo os exige que permanezcáis en vuestros puestos y prosigáis vuestro trabajo pacífico. Los sacerdotes y los fieles pueden proseguir sin obstáculos sus prácticas religiosas”.
Pero en los más íntimos círculos del partido seguía vigente la consigna: “La religión es una superestructura ideológica perjudicial y sirve para el embrutecimiento de los pueblos explotados y oprimidos”.
Cardenal Mindszenty
MEMORIAS