… Et luci comparata
invenitur purior.
…Y comparada con la
luz, es mucho más pura que ella.
Queridos amigos: Quiera Dios que quienes
colocaron la horrible imagen de la
Santísima Virgen María en España la retiren, le hagan un millón de retoques, la
pinten blanca y resplandeciente, dibujen sus hermosos ojos y la vuelvan
preciosa para que chicos y grandes, creyentes y no creyentes se sientan
atraídos por esa belleza sin igual que nos invita a imaginar la gran hermosura
de la Madre de Dios a quien esperamos con su ayuda ver un día cara a cara…
¡nunca es tarde! Es de sabios corregir. Y Dios que todo lo ve se pondrá muy contento. ¿No decía Santa Teresita del Niño
Jesús que su contento era hacer sonreír a Dios?
Nadie ha podido elegir
madre, todos hemos tenido la que Dios nos dio. Sin embargo, todos coincidirán
que no hay hijo que vea fea a su madre.
Será el amor que Dios imprime en el alma del hijo, pero todo hijo
siempre verá a su madre hermosa. Pasarán los años, y la blancura de su pelo y
las huellas del tiempo en su rostro no harán que el hijo cambie de opinión.
¿Qué podremos entonces decir de
la belleza sin igual de nuestra Madre Santísima y Madre de Dios?
Nuestro Señor Jesucristo sí se eligió y formó
a su Madre como quiso. La formó bellísima, pura y santísima. “Pudo y quiso”, decía el pueblo
cristiano hace muchos siglos.
En todos sus misterios y
advocaciones es María la misma, la Reina
de la belleza y de la hermosura.
San Ambrosio escribe en el año
377 a su hermana, religiosa en Roma, lo que se ha llamado el Retrato de la
Virgen. “… ¿Quién más noble que la Madre
de Dios? ¿Quién más casta que la Madre que ha traído a su Hijo al mundo
permaneciendo Virgen? Ella era Virgen pura no sólo en el cuerpo sino también en
el espíritu… su actitud exterior era la imagen de la santidad de su alma. “El rostro descubre lo que se lleva en el
alma”. El rostro de la Virgen era el retrato de su alma santísima.
El 27 de noviembre de 1830 la Virgen Santísima se apareció a Santa
Catalina Labouret, humilde religiosa vicentina. La Virgen estaba hermosísima y venía vestida de blanco. Junto a
Ella había un globo luciente sobre el cual estaba la Cruz. Nuestra Señora abrió
sus manos y de sus dedos fulgentes salieron rayos luminosos.
El 19 de septiembre de 1846 se apareció la Santísima Virgen en la montaña de la Salette, relata Melania: “… ví una bella luz, más brillante que el
sol, y en esta luz una bellísima Señora.
La bella Señora me cautivaba… La Santísima Virgen era muy bella y toda hecha de
amor. En su atavío, como en su persona, todo respiraba la majestad, el
esplendor la magnificencia de una Reina incomparable. Era bella, blanca,
inmaculada, cristalina, resplandeciente, celestial, fresca, nueva como una
virgen; parecía que la palabra amor se escapaba de sus labios, plateados y
purísimos. Me parecía como una buena Madre, llena de bondad, de amabilidad, de
amor para nosotros, de compasión, de misericordia. La corona de rosas que tenía sobre la cabeza
era tan bella, tan brillante que no
nos podemos hacer una idea… Los ojos
de la Santísima Virgen, nuestra tierna Madre, no pueden describirse con
lenguaje humano. Parecían mil y mil
veces más bellos que los diamantes y
las piedras preciosas. Brillaban como dos soles, eran dulces, la dulzura misma.
Claros como un espejo…
El 11 de febrero de 1858 una niña muy pobre, muy humilde y muy devota de
la Santísima Virgen vio una luz sobre la
roca, como un relámpago y vio una señora hermosísima,
muy joven, vestida de blanco. Era
Bernardita quien vio a Nuestra Señora de Lourdes. La Inmaculada Concepción.
Recordemos el detalle tan hermoso
que sucedió cuando Tomasso Lorenzone, pintor turinés, (1823-1902) estaba
pintando el cuadro de María Auxiliadora que le había encargado San Juan Bosco. El
pintor confesó que al llegar al rostro de María le parecía que una mano misteriosa
guiaba sus pinceladas.
El 13 de mayo de 1917, tres niños pobres, Jacinta Francisco y Lucía
estando rezando vieron que sobre el árbol cercano aparecía una Señora muy bella, vestida de blanco.
Se cuenta que un día un
pequeño niño que vivía en París entró a la iglesia. El chico parecía
desorientado, miraba a todas partes. El sacerdote se dirigió hacia él. Tenía su
gorra en la mano y una mirada triste. ¿Vas a la escuela? ¿Has oído hablar del
buen Dios? Silencio. Gesto vago e indiferente.
¿Y de la Santísima Virgen? El pequeño alzó la frente y su rostro se
animó. ¡Sí! He oído decir que los niños
del catecismo tienen una madre, la Santísima Virgen, y por eso he venido.
Gruesas lágrimas rodaron por sus mejillas y añadía: ¡Cuánta necesidad tengo de
una madre!
Ven, le dije, te llevo a donde tu Madre. En cuanto descubrió el pequeño
la santa imagen exclamó juntando las manos: “¡Oh, ahí está! ¡Qué hermosa! ¿Cree usted que se
dignará aceptarme como hijo suyo? Mire usted, tiene otro entre sus brazos, y
quién sabe si no necesita de mí; yo en cambio, ¡no lo sabe usted bien!, tengo
gran necesidad de una madre… sobre todo desde que estoy enfermo.
Tocó el
costado izquierdo, diciendo: Me duele aquí, aunque poquito; sólo que no puedo
jugar o correr como los demás, y por eso prohíbe el médico que se me mande a la
escuela. Soy desgraciado, solito, en
casa. Papá me quiere mucho, pero siempre está fuera. Me han dicho que los niños
que viven aquí, encuentran una madre buenísima y todopoderosa. Por eso
he venido aquí.
¿Cree usted que la Santísima Virgen me aceptará? No hay duda, pero hay
que imitar a los niños que vienen aquí, y aprender el catecismo. ¡Lo he de
aprender!
Lo aprendió. Pero la enfermedad seguía avanzando. Poco tiempo después de
su Primera Comunión, murió como un santo y se fue al cielo a reunirse con su
madre. (1911).
¡Qué maravillas obró en el corazón de este pequeño una hermosa imagen de
Nuestra Madre Santísima!
Y para aquellos que aún no creen que sea importante que una imagen de
María sea lo más hermosa posible lean el siguiente milagro, que pueden
consultar en la vida de San Jacinto el día 16 de Agosto.
Habiendo fundado San Jacinto en Kiova un hermosísimo convento y una
magnífica Iglesia, sitiaron los tártaros la ciudad. La tomaron por asalto, y
todo lo entraron a sangre y fuego. Acababa San Jacinto de decir Misa, cuando
tuvo esta triste noticia. Tomó el Santísimo Sacramento en las manos, y mandó a
todos los religiosos que le siguiesen. Pasaba por delante de una estatua de la
Santísima Virgen, delante de la cual solía hacer oración, y oyó una milagrosa voz que le dijo: “¿Pues qué, hijo mío Jacinto, aquí me dejas a merced de los bárbaros? Deshaciéndose
en lágrimas el Santo, respondió: Señora y
Madre mía, ¿cómo podré yo llevar una imagen de tanto peso? La imagen
respondió: Haz la prueba, y verás que no
es superior a tus fuerzas. Tomó entonces el Santo la corpulenta imagen, la
que se hizo tan ligera, que la llevó en una sola mano; y, saliendo por la
puerta de que todavía no se habían apoderado los Tártaros, tomó el camino de
Cracovia…
Johan of Arc. Oblata OSB