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miércoles, 5 de agosto de 2015

El que se gloría, gloríese en el Señor


   Cuando se considera atentamente cuál es el objeto de nuestra ambición, en qué consiste, y qué sustancia tiene la gloria por que se anhela, se conoce bien la pobreza del hombre, la bajeza de su espíritu y el apocamiento de su corazón; porque, al fin, ¿de qué se hace gloria en el mundo? De un nacimiento noble, de un nombre ilustre, de tener muchos hombres grandes en sus antepasados; se hace vanidad de poseer grandes bienes, de gozar gruesas rentas, de vivir en un suntuoso palacio, de tener un magnífico equipaje, de ser discreto, de brillar en una conversación. Una mujer hace vanidad de sus galas, de su hermosura y muchas veces de ser conquistadora y cortejada. Hácese vanidad de la destreza en el juego, del primor en el baile,  de los talentos, de la sabiduría, de la erudición, y, en fin, de todo lo que a cada uno le puede distinguir de los demás. Ea, pues, miremos de cerca estos objetos, y por su pequeñez,  por su poca insustancialidad y por su poca consistencia haremos juicio de nuestros errores y de nuestra extravagancia.

   Para gloriarse y alabarse, es preciso suponer algún mérito; porque sería notoria locura hacer vanidad de lo que no tenemos, o de lo que son defectos verdaderos. Pues, ¿qué mérito comunica a un hombre, que ninguno tiene personal, la virtud de un abuelo, que, si viniera al mundo, le desconocería por descendiente suyo? ¿Qué mérito comunica a un necio una larga serie de ilustres antepasados? Esos retratos antiguos que te ponen a la vista el valor y virtud de tus padres, ¿te pegan algo de aquellas grandes almas? ¿Puede haber necedad más lastimosa que gloriarse de que se lee en las historias el nombre de su casa, de que sus ascendientes fueron valerosos, esforzados, rectos y virtuosos? ¿Dónde hay gloria más extraña, ni que nos caiga más por de fuera? Y ¿qué mérito dan las ricas posesiones, fruto de la industria y acaso de la injusticia de los que te las dejaron? Esas grandes ganancias y esas fortunas arrebatadas ¿serán motivo digno para gloriarse y para envanecerse? Es verdad que te sacaron del polvo, que te elevaron a la cumbre, y acaso a tanta altura, que se te anda la cabeza; pero, ¿dan algún mérito a quien sólo se sirve de sus bienes para ser peor? Una dama muy pagada de su hermosura y de sus diamantes, ¿tendrá razón para envanecerse? La hermosura más consiste en la imaginación que en la realidad; depende de los gustos; y, por otra parte, ¿qué cosa más frágil? Es una flor que cualquier accidente la marchita, y la edad necesariamente la acaba. Una calentura de 24 horas basta para desfigurar enteramente la más grande hermosura; y ¿de cosa tan caduca se podrá gloriar alguna mujer? Por lo menos, será gloria bien superficial, gloria bien vana, pues toda ella consiste en algunos rasgos más o menos delicados, puestos en mejor orden, que cualquier ligero accidente descompone. No es más sólido el mérito de un magnífico vestido, ¿qué sustancia de gloria quedará para una mujer o para un hombre cuyo mérito todo consiste en el vestido?

   En fin, algún mérito dan los talentos y el espíritu; pero, si ese espíritu y esos talentos no están acompañados de la virtud y de la inocencia, ¿en qué se fundará la gloria? No hay demonio que no tenga cien veces más entendimiento que el hombre más sabio y más capaz. Por otra parte, ¿qué tienes que no hayas recibido? Dice el Apóstol; y, si lo has recibido, ¿de qué te glorías?

   De todo lo dicho es forzoso concluir que sólo en la virtud está la verdadera gloria, y que el que se quiera gloriar, solo se ha de gloriar en el Señor.

   Tomado del Año Cristiano (mes de Julio)