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domingo, 15 de febrero de 2015

MEDITACIONES: Domingo de Quincuagésima

Meditación
Por el P. Alonso de Andrade

De la Pasión de Cristo Nuestro Redentor






Trata el Evangelio, cómo subiendo Cristo a Jerusalén profetizó a sus discípulos su Pasión, y sanó a un ciego mendigo que le pidió vista en el camino, el cual le fue siguiendo y glorificando a Dios.

   Punto I.- Considera punto por punto la memoria que hace Cristo de toda su Pasión, diciendo que ha de ser vendido, preso y entregado a los príncipes de los sacerdotes; mofado, escupido, azotado, y últimamente muerto afrentosamente; y luego carga el peso de la consideración en la alegría con que sube a padecer, declaró con este hecho, que murió porque quiso espontánea y voluntariamente por los hombres, y en particular por ti, y tú rehúsas el padecer cosas más leves por Él. Espántate de lo poco que le amas y de ver cuán lejos estás de seguirle y de imitarle: y pondera que cuando subió otra vez a Jerusalén lloró amargamente, mirando como presente la destrucción que le amenazaba de allí a muchos años, y ahora mirando tan próxima su Pasión no llora ni muestra sentimiento porque la padece gozosamente por ti.

   Punto II.- Pondera aquella palabra de Cristo: El Hijo del hombre será entregado, no dice quién lo ha de entregar, no porque lo ignorase, sino porque era uno de sus discípulos y predicador, y calló su pecado mirando por su honra; enseñándonos en esto a mirar por la de nuestros prójimos, y dar bien por mal a los que nos ofendieren hasta la muerte. ¡Oh, Señor, y qué gran virtud es esta! Dadme vuestra mano para que yo os imite en ella callando siempre los defectos de mis prójimos, y retornando bien por mal a todos mis enemigos.

   Punto III.- Considera cómo Cristo haciendo memoria de su Pasión, la hizo también del premio que había de recibir por ella, diciendo: Y al tercer día resucitará.  Encadenando lo uno con lo otro para que supiésemos que el día del padecer es la víspera del gozar, y que está encadenada la gloria con la paciencia, y la honra con la deshonra padecida por su amor. Acuérdate en tus trabajos del premio que puedes merecer por ellos, y la corona que tiene Dios preparada a los que llevan su cruz, y cuán presto vendrá y te verás glorioso y honrado: anímate con su esperanza a llevarla con alegría por amor de Jesús.

   Punto IV.- Considera que Cristo dio vista al pobre ciego que se la pidió en el camino, para que supiésemos que la memoria de su Pasión da vista y luz al alma, y sana de la ceguedad del mundo. ¡Oh, alma mía! Si meditases despacio lo que tu Redentor hizo, dijo, obró y padeció en su Pasión, qué luz alcanzarías para salir de la ceguedad en que vives codiciando las honras del mundo, amando y procurando lo perecedero, estimando lo que no tiene valor, y dejándote llevar de los apetitos ciegos de la carne. Toma esta hiel amarga de la Pasión de Jesús y ponla sobre tus ojos mirándola despacio, y te dará vista mejor que la que dio la  hiel del pez  al santo Tobías. Considera cómo recibe las deshonras y desprecia las honras, cómo calla, cómo pudiendo no se defiende ni permite a las legiones de los ángeles que le defiendan, cómo abraza los dolores, las bofetadas, las espinas, los azotes, los clavos y la cruz, para sanar la ceguedad del mundo y la tuya, que en todo procuras lo contrario; y pide a Cristo con este ciego que te de ojos y luz para ver y conocer el valor de lo eterno y el engaño de lo temporal, y amar aquello y despreciar esto.