La lucha contra el mundo
Qué es el mundo.- Es difícil definirle por
su misma complejidad. Es, en último análisis, el ambiente anticristiano que se
respira entre las gentes que viven totalmente olvidadas de Dios y entregadas
por completo a las cosas de la tierra. Este ambiente malsano se constituye y
manifiesta en cuatro formas principales.
a) FALSAS
MÁXIMAS, en directa oposición a las del Evangelio. El mundo exalta las riquezas,
los placeres, la violencia, el fraude y el engaño puestos al servicio del
propio egoísmo, la libertad omnímoda para entregarse a toda clase de excesos y
pecados. “Somos jóvenes, hay que disfrutar de la vida”, “Dios es muy bueno y
comprensivo; no por divertirnos un poco nos vamos a condenar”, “Hay que ganar
dinero, sea como sea”, “Lo principal de todo es la salud y la vida larga”,
“Comer bien, vestir bien, divertirse mucho: he ahí lo que hay que procurar”,
etc., etcétera. Estas son las máximas consagradas por el mundo y a las que
rinde culto y vasallaje. No concibe nada más noble y elevado y le cansan y
aburren las máximas contrarias, que son cabalmente las del Evangelio. Y va tan
lejos el mundo en la subversión de la realidad de las cosas, que un vulgar
ladrón es “un hombre hábil en sus negocios”; un seductor, un “hombre alegre”;
un impío y librepensador, un “hombre de criterio independiente”; una mujer con
trajes indecentes y provocativos, una que “viste al día”; y así sucesivamente.
b) BURLAS
Y PERSECUCIONES contra la vida de piedad, contra los vestidos decentes y
honestos; contra los espectáculos morales, que califica de ridículos y
aburridos; contra la delicadeza de conciencia en los negocios; contra las leyes
santas del matrimonio, que juzga anticuadas e imposibles de practicar; contra
la vida cristiana del hogar; contra la sumisión y obediencia de la juventud, a
la que proclama omnímodamente libre para saltar por encima de todos los frenos
y barreras, etc. etc.
c) PLACERES
Y DIVERSIONES cada vez más abundantes, refinados e inmorales; teatros, cines,
bailes, centros de perversión, playas y piscinas con inmoral promiscuidad de
sexos; revistas, periódicos, novelas, escaparates, modas indecentes,
conversaciones torpes, chistes procaces, frases de doble sentido, etc. etc. No
se piensa ni se vive más que para el placer y la diversión, a la que se
sacrifica muchas veces el descanso y el mismo jornal indispensable para las
necesidades más apremiantes de la vida.
d) ESCÁNDALOS
Y MALOS EJEMPLOS casi continuos, hasta el punto de apenas poder salir a la
calle, abrir un periódico, contemplar un escaparate, oír una conversación sin
que aparezca en toda su crudeza una incitación al pecado en alguna de sus
formas. Con razón decía San Juan que el mundo está como sumergido en el mal y
bajo el poder de Satanás: “el mundo todo está bajo el maligno”, y el divino
Maestro nos puso en guardia contra las seducciones del mundo: “¡Ay del mundo
por los escándalos!” (Mt 18,7), anunciándonos el espantoso destino que aguarda
a los escandalosos (Mt 18, 6-9).
Modo
de combatirlo.- El remedio más eficaz contra el mundo
sería huir materialmente de él. Pero como no todos los cristianos tienen
vocación de cartujos o ermitaños y la inmensa mayoría han de vivir en medio del
mundo, sin renunciar, no obstante, a la perfección cristiana, es preciso que
adquieran el verdadero espíritu de
Jesucristo, que es diametralmente opuesto al espíritu del mundo.
Para ello procurarán con toda
decisión y empeño:
a) LA
HUIDA DE LAS OCASIONES PELIGROSAS.- En
el mundo las hay abundantísimas. Sobre todo, el alma que aspira a santificarse
ha de renunciar de buen grado a los espectáculos,
en la mayor parte de los cuales inocula el mundo su veneno, siembra sus errores
y excita las pasiones bajas. En ninguna otra parte como aquí tiene aplicación
el oráculo del Espíritu Santo: “El que ama el peligro, perecerá en él” (Eccli
3,27). Es aleccionador, entre otros mil, el caso de Alipio –el santo y
entrañable amigo de San Agustín-, que, arrastrado por sus amigos, asistió a un
espectáculo peligroso con la intención de demostrarles que tenía sobrada fuerza
de voluntad para permanecer todo el tiempo con los ojos cerrados para no
contemplar el vergonzoso torneo, y acabó abriéndolos más que nadie y
aplaudiendo y vociferando como ninguno.
Aparte
de esta razón, existe todavía la necesidad de mortificarse plenamente para
alcanzar la perfecta unión con Dios. Ni le parezca a nadie demasiada renuncia
la de privarse para siempre de la mayor parte de los espectáculos y
diversiones. En realidad, a nada renuncia quien deja todas las cosas por Dios,
ya que todas las criaturas son como si no fueran delante de Él. Sólo a nuestra
ceguera y obcecación debemos atribuir el que nos parezca demasiado caro comprar
la santidad –que se traducirá en una felicidad eterna de magnitud
inconmensurable –a cambio de unos cuantos céntimos; que eso, y menos que eso, son todas las criaturas juntas, como
dice San Juan de la Cruz.
b) AVIVAR
LA FE, que nos da la victoria contra el mundo: “Esta es la victoria que ha
vencido al mundo, nuestra fe”. Guiados por ella, hemos de oponer a las falsas
apariencias del mundo la firme adhesión del espíritu a las cosas divinas
invisibles; a sus máximas perversas, las palabras de Jesucristo; a sus halagos
y seducciones, las promesas eternas; a sus placeres y diversiones, la paz de
nuestra alma y la serenidad de una buena conciencia; a sus burlas y
menosprecios, la entereza de los hijos de Dios; a sus escándalos y malos
ejemplos, la conducta de los santos y la afirmación constante de una vida
irreprochable ante Dios y ante los hombres.
c) CONSIDERAR
LA VANIDAD DEL MUNDO.- El mundo pasa velozmente: “porque pasa la forma de este
mundo” (I Cor 7,3I), y con él pasan sus
placeres y concupiscencias: “el mundo pasa y también sus concupiscencias” (I Io
2,17). Nada hay estable bajo el cielo, todo se mueve y agita como el mar
azotado por la tempestad. El mundo
–además- cambia continuamente sus juicios, sus afirmaciones, sus gustos y
caprichos; reniega a veces de lo que antes había aplaudido con frenesí, yendo
de un extremo a otro sin el menor escrúpulo o pudor, permaneciendo constante
únicamente en la facilidad de la mentira y en la obstinación en el mal. Todo
pasa y se desvanece como el humo. Únicamente “Dios no se muda”, como decía
Santa Teresa. Y juntamente con Él permanecen para siempre su verdad: “et
veritas Domini manet in aeternum” (Ps I I6,2); su palabra: “verbum autem Domini
manet in aeternum”. (I Petr I, 25): su
justicia: “iustitia eius manet in saeculum saeculi” (Ps I IO, 3), y el que
cumple su divina voluntad: “qui autem facit voluntatem Dei manet in aeternum”(I
Io 2,17).
d) PISOTEAR
EL RESPETO HUMANO.- La atención al qué
dirán es una de las actitudes más viles e indignas de un cristiano y una de
las más injuriosas contra Dios. Para no “disgustar” a cuatro gusanillos
indecentes que viven en pecado mortal, se conculca la ley de Dios y se siente
rubor de mostrarse discípulo de
Jesucristo. El divino Maestro nos advierte claramente en el Evangelio
que negará delante de su Padre celestial a todo aquel que le hubiere negado
delante de los hombres (Mt 10, 33). Es preciso tomar una actitud franca y
decidida ante Él: “el que no está conmigo, está contra mí” (Mt 12, 30). Y San Pablo afirma de sí mismo
que no sería discípulo de Jesucristo si buscase agradar a los hombres. El cristiano que quiera santificarse ha de
prescindir en absoluto de lo que el mundo pueda decir o pensar. Aunque le
chille el mundo entero y le llene de
burlas y menosprecios, ha de seguir adelante con inquebrantable energía y
decisión. Es mejor adoptar desde el primer momento una actitud del todo clara e
inequívoca para que a nadie le quepa la menor duda sobre nuestros verdaderos
propósitos e intenciones. El mundo nos odiará y perseguirá –nos lo advirtió el
divino Maestro, pero, si encuentra en nosotros una actitud decidida e
inquebrantable, acabará dejándonos en paz, dando por perdida la partida. Sólo
contra los cobardes que vacilan vuelve una y otra vez a la carga para
arrastrarlos nuevamente a sus filas. El mejor medio de vencer al mundo es no
ceder un solo paso, afirmando con fuerza nuestra personalidad en una actitud
decidida, clara e inquebrantable de renunciar para siempre a sus máximas y
vanidades.