LA REDENCIÓN DE CRISTO
En la antigüedad era el hombre objeto
de tráfico. Y no solo el individuo, también en las Escrituras lo es también el
pueblo en masa. Los vencidos eran, por derecho, en todas partes recibido, esclavos
del vencedor, que los podía vender como una parte del botín de guerra. En el
Deuteronomio (28.68), amenazando a Israel con el castigo de sus prevaricaciones,
se dice. “Acabará Yave por haceros volver en naves a Egipto por el camino de que
te había dicho: no volverás mas por él. Allí seréis ofrecidos a vuestros
enemigos en venta, como esclavos y esclavas,
y no habrá quien os compre”.
El esclavo no podía jurídicamente
recobrar su libertad sino pagando el debido rescate a su dueño. Los profetas se
valen de esta imagen para explicar la conducta de Dios con Israel. Isaías hace
hablar a Yave en esta forma: “o ¿Cuál es
aquel de mis acreedores a quien os haya vendido yo? Por vuestros crímenes
fuisteis vendidos” (50.1ss). Y el salmista se queja al Señor diciendo: “Has vendido de balde a tu pueblo; no
subiste mucho su precio” (44,13). Y en el cantico del Deuteronomio: “¿Como puede uno solo perseguir a mil, y
los ha entregado?” (32,30). En oposición a esta, Isaías habla en la segunda
parte de su libro del “Redentor de Israel, que dice: “Por vosotros mande yo contra Babilonia y rompí los cerrojos de
vuestra cárcel, y los caldeos fueron atados en cuerdas” (43,14).
Antes
había hablado con más respeto de los caldeos sobre su pueblo diciendo: “Yo di el Egipto por rescate tuyo, doy por
ti a Etiopia y Seba. Porque eres a mis ojos de muy grande estima, de gran
precio, y te amo, y entrego por ti reinos y pueblos a cambio de tu vida”
(43,38) es la interpretación providencialista de la conquista de Egipto por
Nabucodonosor hacia el fin de su reinado (604-561).
La redención o rescate supone,
naturalmente, la servidumbre del rescatado o la esclavitud del diablo. Los apóstoles
hablaban con frecuencia de Cristo, “que
había venido a sernos, de parte de Dios, justicia, santificación y redención,
para que, según esta escrito, el que se gloria gloríese en el Señor” (1
Cor. I,30). Y más adelante: “Habéis sido comprados a precio; no os
hagáis siervos de los hombres” (7,13). Este precio que por nosotros se
dio, no es orto que Cristo, “que se entrego a si mismo par redención de
todos” (1 Tim. 2,6).
Y concretando mas, es la sangre, es decir, la
virtud de su sangre.”No con oro ni plata, que son corruptibles, dice San Pedro, habéis
sido rescatados sino con la sangre preciosa de Cristo” (1 Petr.
1,18ss). Y San Juan dice que el cordero degollado fue quien “compró
con su sangre hombres de toda tribu, lengua, pueblos y naciones, y nos hizo
para nuestro Dios reino y sacerdotes” (Apoc. 5.9ss). San Pablo, que
había sentido, en su vida de fariseo, todo el peso de la ley y que estimaba en
tanto el hallarse libre de ella, dice a los Gálatas: “Cristo nos redimió de la
maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición, pues está escrito: “maldito
todo el que es colgado del madero” (3.13-44ss).
Santo tomas sobre lo
mismo dice: “De dos maneras estaba el hombre obligado por el pecado: primero, por
la servidumbre del pecado (heredado por Adán) pues según se lee en SAN Juan, “quien
comete el pecado es ciervo del pecado”. Y San Pedro: “Cada uno es siervo de
aquel que le venció”. Pues como el diablo venció al hombre, induciéndole a
pecar, quedo el hombre sometido a la servidumbre del diablo. Segundo, por el
reato de la pena con que el hombre quedo obligado según la divina justicia, y
esto es cierta servidumbre, a la cual pertenece que uno sufra lo que no quiere,
siendo propio del hombre libre el disponer de sí mismo.
Pues, como la pasión de Cristo fue
satisfacción suficiente y sobreabundante por el pecado y por el reato de la
pena del pecado del género humano, fue su pasión algo a modo de precio, por el
cual quedamos libres de una y otra obligación. Pues la misma satisfacción que
uno ofrece por sí o por otro, se dice cierto precio con que a sí o a otro
rescata del pecado y de la pena, según aquello de Daniel: “Redime tus pecados
con limosnas”. Pues Cristo satisfizo, no entregando dinero o cosa
semejante, sino dando lo que es más, entregándose a sí mismo por
nosotros. De este modo se dice que la pasión de Cristo es nuestra redención.
EFICIENCIA DE LA PASIÓN DE CRISTO
La necesidad de explicar el lenguaje
de la Escritura, en la cual ya se atribuye la obra de la redención a Dios
Padre, ya a Cristo, hace a Santo Tomás proponer
una cuestión sobre si el ser redentor es exclusivo de Cristo.
La respuesta es
sencilla. Dios Padre es la causa primera o principal de la redención humana,
como lo es de todas las cosas, y porque Cristo en cuanto Hijo de Dios, es uno
con el Padre y con el Espíritu Santo, síguese que la redención, así
considerada, es obra de la Santísima Trinidad,
del Dios trino y uno, como lo son todas las obras ad extra (fuera de la
trinidad misma). Pero Dios puso la obra de la redención en manos de Cristo,
Hijo del hombre, exigiendo por ella su pasión, su sangre y su vida, siendo
verdad lo que decía San Pedro, que “no hay otro nombre, otra persona por la
cual podamos ser salvos”.
El artículo postrero sirve para poner
otras nuevas cuestiones sobre el modo de obrar de Cristo la salud de los
hombres. Son cuatro causas, según los filósofos, dos internas a las cosas,
porque entran en la construcción de ellas, que son la material y la formal;
otras dos externas a las cosas que son causa final, que obran como atracción hacia
sí, y la eficiente, que obre como impeliendo. Tal, la máquina que empuja o
arrastra el tren, es causa eficiente de su movimiento. A esta causa eficiente
física se reduce la causa moral, el consejo, el mandato, el ejemplo.
Continuará…