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sábado, 12 de abril de 2014

EFICACIA DE LA PASION DE CRISTO. (CONTINUACION)



EFICACIA DE LA PASION DE CRISTO


¿Cómo se realiza esto en la pasión de Cristo? Volviendo al principio antes indicado, debemos ver en Jesús la divinidad y la humanidad. La primera es la causa de la salud humana; la humanidad, la instrumental, o el instrumento, las dos eficientes, pero subordinadas, puesto que el instrumento no obra si no es movido sin la causa principal, como por ejemplo la pluma por el que escribe. Pero la principal, todo cuanto hace, lo hace valiéndose del instrumento. De otro modo no sería causa principal, sino causa única. La aplicación de esta doctrina a estas cosas divinas suele tener sus dificultades, puesto que solo por analogía se pueden aplicar las doctrinas humanas a la declaración de los misterios divinos. Por eso no es extraño que no concuerden la sentencia de los teólogos que aquí propone el aquinatense. Vamos hacerlo apoyándonos en sus palabras. Hay en Cristo dos naturalezas, la divina y la humana, siendo la humana el instrumento de la divina; aquella obra (la humana), sufre y muere por la salud del mundo; pero sus obras, sufrimientos y muerte reciben la virtud de obrar la salud humana de la naturaleza divina. La flaqueza humana se hace fuerte por la virtud de la divinidad.

Cuando el alma fiel, movida por la gracia,  se une a la pasión y muerte de Cristo mediante la fe, la divinidad obra comunicándole los frutos de la pasión y muerte de Cristo, que son frutos de la salvación. “La pasión de Cristo, aun siendo corporal, posee, sin embargo, virtud espiritual, derivada de la divinidad, a la que está unida. Y así, por el contacto espiritual alcanza su eficacia, a saber por la fe y los sacramentos de la fe". Según aquella palabra del Apóstol a los Romanos: “A quien (Cristo) ha puesto Dios como sacrificio de propiciación mediante la fe en su sangre” (3,15).

 Es este un misterio demasiado divino para que lo alcance la razón humana. Por esto, los teólogos protestantes, que pretenden medir las cosas divinas por la pequeñez de la razón, reducen la eficacia de la redención de Cristo a una causa moral, el ejemplo de abnegación, de sacrificio, de entrega a Dios Padre, que en su vida y en su pasión nos dejo. Muy diferente es el sentir de Santo Tomas, interprete fiel de la verdad católica.



MARIA MADRE CORREDENTORA

Esta cuestión exige para su complemento un breve apéndice sobre la parte que a la Virgen María corresponde en esta obra de la salvación humana, ya que es común apellidar a María Corredentora y universal mediadora. Lo de Corredentora parece referirse a la obra de Jesucristo en su vida y pasión; la mediación, a la distribución de su gracia a las almas en el curso de la historia hasta el fin de los siglos. Para ver como esto conviene a María, es preciso sentar algunos principios indispensables para la recta solución de una verdad que se halla tan gravada en el corazón de los fieles y que la teología mariana toma muy a pecho en estudiar y definir.


Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del hombre, es el único en quien puso Dios la salud del mundo. El, a su vez, ofreció a la justicia divina una satisfacción plenísima por los pecados; El nos mereció de rigurosa justicia el perdón de los pecados, la gracia de Dios, el don de la filiación divina y la gloria eterna; El es la cabeza del cuerpo místico, que es la Iglesia, y nadie puede alcanzar de Dios la menor gracia que no sea por su mediación. Tal es la doctrina cristiana, la enseñanza fundamental de la fe.


Pero este Hijo de Dios, para venir a ser Hijo del hombre, nació de madre virgen, que el mismo escogió tal y como a Él le plugo, y, en consideración a sus propios merecimientos, la preservo del pecado original, la enriqueció plenamente de todo género de gracia y se la incorporo a la obre que El venia a cumplir en la tierra. Y como El había de cumplir esa obra con su vida, pasión  y muerte, así la Madre, incorporada a esa vida, pasión y muerte, viviese la suya con su Hijo por los mismos fines que El, la salud del mundo. Este último punto pertenece a la enseñanza actual de magisterio de la Iglesia, mientras que los precedentes son otros tantos dogmas de fe. Pues, siendo la Virgen santa exenta de todo pecado, ofreció sus obras, sus plegarias, sus dolores, por las intenciones de su Hijo, o sea, por la salud del mundo, y esta ofrenda fue gratísima a Dios, mereciendo ella por su parte de condigno- al decir de los teólogos- lo que para el Hijo merecía por la suya de rigurosa justicia.


Para entender mejor esta intimidad de vida conviene recordad un episodio evangélico y señalar su hondo sentido. Jesucristo, desde el primer instante de su ser natural humano, conoció plenamente y hasta en sus ínfimos detalles su destino; por consiguiente, en su vida, su pasión y su muerte. Desde entonces se abrazo con todo esto y así vivió llevando siempre la cruz ante sus ojos. Pues, para que la Madre se asemejase al hijo y viviera unida a Él en la cruz, en anciano Simeón, ilustrado por el Espíritu Santo, anuncio a María el triste destino de su Hijo y la parte que ella tendría en ese destino: “Puesto esta para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción, y una espada traspasara tu corazón para que se descubran los pensamientos de muchos" (Luc. 2,34s). Estas palabras dictadas por el Espíritu Santo, fueron recibidas por quien gozaba de abundantísima luz para entenderlas en su más hondo sentido, siendo esta inteligencia causa continua de dolor, hasta ver realizado en el Calvario el sentido pleno de aquella profecía. En esto la Madre, como Abraham, ofreció en el altar de su corazón, el sacrificio de su Hijo, asociándose íntimamente a la oblación de Jesús. Tal ofrenda de María fue en los ojos del Padre celestial sumamente grata, y por ello mereció también de su parte lo que el Hijo, con mayor derecho, merecía de la suya.

De esta suerte quedo la Madre incorporada a la obra redentora del Hijo, cooperando a ella en la medida que su condición de pura criatura le permitía, pero también con la eficacia que le daba su dignidad de Madre de Dios y la riqueza de su gracia y santidad. Tal es la razón de su título de Corredentora y mediadora.



Pues como en los planes del Padre Eterno se incluía la exaltación del Hijo sobre las demás criaturas en premio de su obediencia hasta la muerte de cruz, no de otro modo está incluida la exaltación de la Madre. En premio de su compasión, es decir, en su intima asociación  a la obediencia del hijo, fue también ensalzada sobre las demás criaturas, y recibió el glorioso titulo de Señora, acatada por los ángeles y santos del cielo, por los hombres de la tierra y por los demonios del infierno. La Sagrada Escritura no nos dice nada de la vida de María después de la venida del Espíritu Santo, sin embargo, la piedad de la Iglesia, desde los primeros siglos reconoció la exaltación de la bienaventurada Virgen, o sea su asunción a los cielos, como una consecuencia necesaria de su asociación a la obra de su Hijo. Por esto S. S. Pio XII definió solemnemente como dogma de fe divina que María, “acabado el curso de su peregrinación terrestre, fue llevada en cuerpo y alma al cielo”

Si la Madre del Salvador, como corredentora, tuvo, en virtud de la unión con su Hijo, tanta parte en la obra de la salud y mereció de condigno lo que Jesucristo mereció de rigurosa justicia para sí, ahora María tendrá el derecho, como mediadora universal, la de distribuir esa misma gracia entre los hombres, no por vía de eficiencia física, como Jesucristo, sino por vía de eficiencia moral,  mediante su intercesión. Y eso hasta el fin de los tiempos, mientras haya una sola alma que aspire a la posesión de Dios en el cielo. Cuando esto sea y en el cuerpo místico de Jesucristo haya alcanzado su plenitud, habrá llegado el momento de que Dios lo sea todo en todos. La obra del Redentor y de la Mediador estará consumada.