El sagrado Corazón de Jesús reside en medio de nosotros en la tierra, al mismo tiempo que en el cielo. Inseparable de la santísima y adorabilísima humanidad de Jesucristo, de la cual es como el centro y la vida, este divino Corazón, tan amante y tan amado, reside en cada una de nuestras iglesias bajo los velos eucarísticos, como es de fe. A menudo olvidamos la realidad de esta viva presencia de Nuestro Seños en la tierra.
En teoría todos creemos en ella (sin esto seríamos herejes), pero no todos en la práctica; y esta es quizá la causa principal de esa tibieza, de esas mil y mil faltas que somos los primeros en lamentar. No tenemos, al menos en la medida que seria necesario, el espíritu de fe en la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía. Lo mismo sucede relativamente á su sagrado Corazón. Le miramos muchas veces como una especie de abstracción celestial, bellísima contemplada de lejos, pero inaccesible. Si tuviésemos una fe más viva, le veríamos presente en el altar en medio del sagrado pecho de Jesús, y entonces ¡cuántas gracias esta fe viva atraería sobre nuestras almas! Desde el fondo de su tabernáculo Jesucristo nos aguarda, nos llama: como á la beata Margarita María, nos muestra y á la vez nos abre su Corazón abrasado de amor: «¡Mirad, nos dice, ved aquí el Corazón que tanto ha amado á los hombres, y de los cuales en pago de mi amor no recibo más que ingratitudes ' y ultrajes!»
El altar es, en efecto, el trono del divino amor, como el tribunal de la Penitencia es el trono . de la divina misericordia. De lo alto de este el Corazón de Jesús se entreabre para perdonar y purificar: de lo alto de aquel se da sustancialmente, se abre para amar, para fortificar, para santificar. En el altar el sacerdote de Jesús tiene en sus manos consagradas el Cuerpo y el Corazón del Hijo de Dios, y en el santo cáliz contempla y bebe la misma Sangre que partiendo del sagrado Corazón vivificaba la carne del Verbo humanado. Y como la En caristia es por excelencia el misterio del amor, puede decirse que el sacerdote católico es verdaderamente el consagrante, el depositario y el dispensador del sagrado Corazón de Jesús. Cuando comulga en la santa misa, recibe en su interior este divino Corazón y esta Sangre adorable. Le recibe, y le recibimos también nosotros cuando comulgamos, con todas sus llamas, con todos sus ardores. ¡Foco vivísimo de amor es la Comunión, donde se come y bebe el Amor eterno, Jesucristo, su carne, su Corazón y su Sangre gloriosos! Lo que el amor de nuestro Salvador hace en el misterio de la Eucaristía presenta un cúmulo tal de prodigios, que en vez de hablar de ellos, siéntese uno inclinado, por respeto, á callar y adorar. Todo lo que de esto se puede decir es nada. .
San Bernardo llama á este gran sacramento (el amor de los amores, amor amorum.) Ciertamente, el amor, sólo el amor impulsa á Nuestro Señor á encerrarse bajo esa humilde apariencia, despojado de todo esplendor, y á morar así en esta tierra de miserias, de lodo y de impurezas, expuesto á mil y mil ultrajes, y esto hace diez y nueve siglos, y hasta el fin de los tiempos, hasta su segundo advenimiento. E l amor es el que obliga á Jesús á vivir en medio de nosotros para cubrirnos á los ojos de su Padre celestial, como la gallina cubre y protege con sus alas á sus polluelos.
Allí, sobre el altar, su divino Corazón, supliendo á la flaqueza de su Iglesia militante, hace subir incesantemente al cielo adoraciones, alabanzas, acciones de gracias, súplicas y oraciones dignas en un todo de la majestad divina. «Siempre vivo para interceder por nosotros,»1 ama por nosotros y nos obtiene gracias. Nos bendice con incesantes bendiciones, según la bella expresión de San Pedro: «Dios os ha enviado á su Hijo para bendeciros.»2 E l amor, si, el amor le ha hecho resumir en el santísimo Sacramento todos sus misterios de misericordia y ternura,3 pues allí está, bajo los velos eucarísticos, como Criador y Señor eterno de los Ángeles y de los hombres, del cielo y de la tierra, santificador de todos los elegidos, Santo de los Santos, Cabeza y Soberano pontífice de la Iglesia, Rey de los Patriarcas y Profetas, Salvador y Redentor. Allí está con la gracia del misterio de la Encarnación, con su largo sacrificio de treinta y tres años, con todas sus palabras y todos sus milagros; allí con todo lo que ha obrado en el alma santa de su Madre, en su Iglesia y en todos sus elegidos; allí, en fin, con todo el mundo de la gracia y todo el mundo de la gloria, de. que es principio, centro y vida. ¡Qué océano de amor encierra la Eucaristía!
¡Y todo este misterio de los misterios, este Amor de los amores, no es en el fondo otra cosa que vuestro sagrado Corazón, oh dulcísimo Jesús! Y nosotros ingratos correspondemos á este prodigio de bondad olvidándole en el silencio de sus Tabernáculos, y mostrándonos con él más fríos, más duros, y más insensibles que el mármol de los altares!
EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS por Monseñor Segur