El sacramento de la penitencia puede llamarse maravilla del Corazón de Jesús. En este, más que en los otros Sacramentos, abre el Salvador á todos los hombres ese divino Corazón que tanto les ha; amado. En este Sacramento brilla de un modo especialísimo la omnipotencia de su misericordia y bondad, todos los días y en toda la tierra, con prodigios de todo género.
La beata Margarita María veía al sagrado Corazón con sus llamas, su cruz y su corona de espinas, como en un trono resplandeciente de gloria. ¿No es este trono una hermosa figura del tribunal de la Penitencia, en el que la gloria de Dios no resplandece menos en milagros de misericordia que en el Sacramento del altar en prodigios de amor y santidad? ¿Cuál es,, en efecto, en la tierra la gloria por excelencia de Dios sino la conversión de los pobres pecadores, la resurrección y la salvación de las almas?
Desde lo alto de este trono de compasión y de paciencia divinas, de inefables misericordias y de perdón inextinguible, el Corazón de Jesús, vivo y palpitante en el corazón de sus sacerdotes, arde de amor por los pobres pecadores y devora ávidamente sus pecados en sus divinas llamas. De allí irradia la esperanza; allí derrama á torrentes la sangre de la redención.
La sangre de Jesús, la sangre del Corazón de Jesús, es como el alma de este gran Sacramento. Este es un compuesto de celestial santidad que purifica, de ternura que alivia y consuela, de compasión que conmueve y ablanda los corazones, de ardores sagrados que abrasan, y en fin, y sobre todo, de amorosa caridad. Esto es la Confesión, esa Confesión que tanto espanta á los que no tienen la dicha de «creer en el amor que nos tiene Dios.»
Un día, después de confesarse, escribía Santa Catalina de Sena estas palabras llenas de profundidad: «He ido á la Sangre de Cristo: Ivi ad sanguinem Christi.-a Ir á la Sangre de Jesús ¿no es ir á su Corazón, es decir, á la fuente y al foco de su amor? ¡Y hay hombres, hay cristianos que temen acercarse á este Sacramento! ¡Oh Sangre divina, Sar.gre de amor y de infinita misericordia! á tí vengo, precisamente porque soy pecador. Por mí fluyes; á mí me aguardas, como el padre del hijo pródigo aguardaba á su pobre hijo, ¡Sí, iré á tí, oh Sangre purificadora y santificante! ¡iré á tí con corazón contrito y humillado, pero lleno de confianza! ¡Qué gozo poseer este rico ' tesoro de la Confesión! ¡Y con cuánta verdad es la Esposa de Jesucristo esta misericordiosa Iglesia católica, que posee el trono de la misericordia del Corazón de Jesús!
Bien podemos decir sin reparo que el sacramento de la Penitencia es el triunfo del sagrado Corazón de Jesús. En él aparece mucho más misericordioso todavía que en el sacramento del Bautismo; pues en éste (al menos en el Bautismo de los niños,) la gracia del perdón no borra más que una mancha de la cual el pecador no es personalmente responsable; mientras en el de la Penitencia esta misma gracia se dilata, se extiende todavía más, y no conoce otros límites que los qne le impone la mala voluntad de esos infelices sin juicio llamados pecadores impenitentes. Es de fe que en la Confesión el sacerdote puede perdonarlo todo, absolutamente todo, sin excepción; y la Iglesia quiere que el sacerdote lo perdone todo, cuando el pecador da verdaderas señales de arrepentimiento. ¡Oh misericordia del Salvador! Ni para esto ofrecen obstáculo las recaídas, siempre que provengan de la fragilidad humana; pues Jesús llama al perdón á los débiles como á los fuertes, á los pobres como á los ricos, á todos los que tienen buena voluntad. Después del altar, que es el trono del santo amor, en ninguna parte es más grande ni más admirable el sacerdote católico que en el confesonario, trono de la divina misericordia.
Las llamas con que allí arde el sagrado Corazón no sólo aniquilan nuestros pecados, sino que además apagan las llamas eternas del. infierno que por ellos merecíamos; y aún, si nuestra contrición es perfecta, la Iglesia nos enseña que las llamas del Corazón misericordioso de Jesús apagan también el fuego del purgatorio.
Con sus amorosas llamas el Corazón de Jesús abrasa, dilata y derrite á la vez el Corazón del confesor, llenándolo de caridad y de dulzura, y el corazón del penitente, llenándolo de contrición, purificándolo hasta en sus menores escondrijos é inundándolo de felicidad y de alegría.
Y todo esto es el fruto de la cruz y de la corona de espinas; el fruto de la Pasión de Jesucristo, cuyos méritos infinitos se nos aplican en el sacramento de la Penitencia.
Dadme, pues, mi buen Salvador, que ame como ,debo este maravilloso Sacramento, y que á él recurra á menudo con vivísimos deseos de aprovecharme de las santas efusiones de vuestra sangre. Haced que me confiese siempre bien, que sea muy sincero en la manifestación de mis pecados, muy leal con mi conciencia, que huelle el orgullo y los respetos humanos, y que reciba siempre la absolución con las santas disposiciones que vuestro Corazón comunica á los corazones fieles, y que en ellos quiere que resplandezcan.
EL SAGRADO CORAZÒN DE JESÙS por Monseñor Segur