¡Cuánto
sufren las pobres Almas del Purgatorio!
Ven,
mortal, penetra con el espíritu en aquellos horrendos calabozos, en donde la
Justicia divina acrisola las almas del Purgatorio; mira si fuera del infierno pueden darse penas
mayores, ni aún semejantes a las que allí se padecen. Considera todos los dolores que han sufrido
los enfermos en todos los hospitales y lugares del mundo; aquellos dolores de cabeza y de vientre tan
agudos, aquellos tan rabiosos de costado y de muelas, aquellas convulsiones y
contorsiones espantosas de miembros, aquellas llagas y postemas insoportables,
aquellos dolores de parto y males de corazón que han acabado con la vida de
tantas personas: ¿igualarían todos estos males reunidos a los dolores que
padece un alma en el Purgatorio? No, dice San Agustín; pues estos exceden a
todo cuanto se pueda sentir, ver o imaginar en este mundo. Añadid a todos estos males los suplicios y
tormentos que la crueldad de los Nerones, Dioclecianos, Decios y demás
perseguidores de la Iglesia, inventó contra los cristianos, aquellas tenazas y
garfios de hierro con que les despedazaban las carnes; aquellas parrillas en
que los asaban vivos; aquellas herramientas con que les descoyuntaban los
miembros; aquellas ruedas de navajas y puntas de hierro; aquellas prensas y
máquinas con que los martirizaban; todo este horrible aparato de dolores y
tormentos cruelísimos ¿no igualarían al Purgatorio? Tampoco, dice San Anselmo,
pues la menor pena de aquel lugar de expiación es más terrible que el mayor
tormento que se pueda imaginar en este mundo.
Entonces ¡qué penas serán aquéllas!
¡Ah! son tales, dice San Cirilo de Jerusalén, que cualquiera de aquellas almas querrían más
ser atormentadas hasta el día del juicio con cuantos dolores y penas han
padecido los hombres desde Adán hasta la hora presente, que no estar un solo
día en el Purgatorio sufriendo lo que allí padecen. Pues todos los tormentos y penas que han
sufrido en este mundo, comparados con los que sufre un alma en el Purgatorio,
pueden tenerse por consuelo y alivio.
¡Quién no tiembla!
¡Cuánto las olvidamos nosotros, los
mortales!
¡Pobres
almas! Están padeciendo tormentos y
penas inexplicables; no pueden merecer, ni esperar alivio sino de los vivos; y éstos,
ingratos, no se acuerdan de ellas.
Tienen en el mundo tantos hermanos, parientes y amigos; y no hallan como
José, un Rubén piadoso que las saque de aquella profunda cisterna. Sus tinieblas son más dolorosas que la
ceguedad de Tobías, y no encuentran ningún hijo que les dé la vista deseada
para contemplar el rostro hermosísimo de Dios.
Se abrazan en más ardiente sed que el criado de Abraham; y no hallan una
oficiosa Rebeca que se la alivie. Son
infinitamente más desgraciadas que el caminante de Jericó y el paralítico del
Evangelio, más no encuentran un Samaritano u otra persona compasiva que las
consuele. ¡Pobres almas! ¡Qué tormento tan grande será para vosotras
este olvido de los mortales! ¡Podrían
tan fácilmente aliviaros y libertaros
del purgatorio, bastaría una Misa, una Comunión, un Vía Crucis, una indulgencia
que aplicasen, y nadie se acuerda de ofrecérosla!
¡Cómo recompensará el Señor a los devotos de las
benditas almas!
¿Cómo
pensáis vosotros que premiará el Señor al que haya sacado una o más almas de
las abrasadoras llamas del purgatorio?
Decid, padres y madres: si aquel hijo que es la niña de vuestros ojos
cayese en un río o en el fuego, y un hombre generoso lo sacara y os lo
presentara vivo, ¿cómo se lo agradeceríais?
Si vosotros fueseis ricos y potentados, y él pobre, ¿cómo lo
premiaríais? Entonces: ¿qué tiene que
ver el cariño del padre más amoroso con el amor que Dios profesa a aquellas
almas, que son sus hijas y esposas muy amadas?
¿Qué son todos estos peligros y males de este mundo, comparados con las
espantosas penas del purgatorio? ¿Y qué
comparación hay entre el poder y la generosidad de un miserable mortal y el
poder y la generosidad infinita de Dios, que promete un inmenso premio de
gloria por la visita hecha a un preso, a un enfermo, o por el vaso de agua dado
a un pobre por su amor? ¡Ah, hijo, hija!
Yo, casi diré, miro como asegurada tu salvación, si logras sacar a una sola
alma del purgatorio. ¿Y no harás lo
posible por lograrlo?
¡Ah! Dichosos ustedes, si socorréis a las pobres
almas del purgatorio, “Venid”, os dirá algún día nuestro generosísimo Juez, “Venid
benditos de mi Padre celestial; aquellas pobres almas tenían hambre, y vosotros
comulgando las habéis alimentado con el pan de vida de mi sacratísimo Cuerpo:
morían de sed, y oyendo o haciendo celebrar Misas les habéis dado a beber mi
Sangre preciosísima: estaban desnudas, y con vuestras oraciones y sufragios las
habéis vestido con una estola de inmortalidad: gemían en la más triste prisión,
y con vuestros méritos e indulgencias las habéis sacado de ella. Y no es precisamente a las almas a quienes
habéis hecho estos favores; a Mí me lo habéis hecho: “Mihi fecistis”: pues todo lo que hicisteis por ellas, Yo
lo miro por tan propio, como si lo hubieseis hecho para Mí mismo. Por lo tanto, venid benditos de mi Padre
celestial, a recibir la corona de gloria que os está preparada en el cielo”. ¿Y no querríais, hijo, hija, lograr tanta
dicha? Pues en tu mano está.
¡Qué
gran agradecimiento y ayuda de las benditas almas para con sus devotos!
¡Y
qué dicha la tuya, si has logrado librar del purgatorio a alguna de aquellas
almas! El cielo debe a tus sufragios el
nuevo regocijo y la nueva gloria accidental que ahora experimenta, por tener un
nuevo santo en el cielo. Y aquellas
almas dichosas te deben la libertad, y con ella la posesión de una felicidad
infinita. ¿Qué súplicas, pues, tan
fervorosas no harán a Dios por ti? ¿En
qué necesidad podrás encontrarte que no se apresuren a socorrerte? ¿Qué empeño no pondrán en conseguirte las
gracias necesarias para vencer las tentaciones, adquirir las virtudes y
triunfar sobre los vicios? Y si alguna
vez te vieren en peligro de pecar y de caer en el infierno, con cuánto más celo
que el pueblo de Israel lo hizo a favor de Jonatás, dirán al Señor: ¿y permitiréis,
oh gran Dios, que se pierda eternamente una persona que me ha librado a mí de
tan horribles penas? ¿No prometisteis que alcanzarían misericordia los que
hubiesen usado de misericordia con el prójimo?
¿Y consentiríais ahora que cayese en el infierno aquel que con sufragios
me abrió las puertas del cielo? ¡Sí,
dichoso tú! ¡Cuánto envidio tu
dicha! Persevera, y ten por segura la
palma de la gloria.
¡Forma parte del Ejército
heroico en rescate de las Almas del Purgatorio!
Para formar parte de este ejército heroico, y
ayudar al rescate del mayor número posible de almas del Purgatorio, se debe rezar
el siguiente ofrecimiento heroico:
OFRECIMIENTO
HEROICO EN FAVOR DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO
Para mayor honra
y gloria de Dios, uno en esencia y trino en personas; para alguna imitación de
mi dulce Redentor Jesucristo, y para muestra de mi cordial esclavitud a la
Madre de misericordia, María Santísima, Madre amorosa de todas las almas del
Purgatorio.
Yo propongo
cooperar a la redención y libertad de las almas que están presas en él, porque
aún deben a la divina justicia algunas penas por sus culpas; y en la forma que
puedo lícitamente y sin obligación alguna de pecado y espontáneamente, hago
ofrecimiento de redimir aquella alma o almas que quisiere la misma Virgen
Madre; renunciando y haciendo donación de mis obras satisfactorias, tanto en
esta vida como en la otra; y por lo mismo, hago y confirmo este voto, sin obligación
o pecado.
Y en caso de no
tener yo bastantes obras satisfactorias para pagar las deudas de aquella alma o
almas escogidas por la misma Madre de misericordia, y para satisfacer las mías
por mis pecados, los cuales detesto de todo mi corazón, con firme propósito de
nunca más pecar, me obligo y quiero pagar en la cárcel del Purgatorio, con
penas, todo lo que me faltare de obras satisfactorias. Y lo declaro y confirmo,
citando por testigos a todos los vivientes en las tres Iglesias, triunfante, militante
y paciente. Amén.
ANÉCDOTA
Santa
Gertrudis, aquella esposa tan generosa del Señor, había hecho donación de todos
sus méritos y obras buenas a las almas del purgatorio; y para que los sufragios
tuvieran más eficacia y fueran más gratos a Dios, suplicaba a su divino Esposo
le manifestara por qué alma quería que satisficiese. Se lo otorgaba su Divina Majestad, y