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miércoles, 23 de enero de 2019

La mujer perdida de Roma: EL INFIERNO



EL INFIERNO
Monseñor De Ségur
SI LO HAY – QUÉ ES – MODO DE EVITARLO
Paris, 1875
La mujer perdida de Roma
En el año de 1873, algunos días antes de la Asunción, tuvo lugar en Roma una de aquellas apariciones de ultratumba que corroboran tan eficazmente la verdad del infierno.
En una de esas casas de mala fama, que la invasión sacrílega del dominio temporal del Papa ha hecho abrir en Roma en crecido número, una desgraciada joven se hirió en la mano, y hubo de ser trasladada al hospital de la Consolación. Sea que su sangre viciada por su mala conducta hubiese producido una gangrena, sea a causa de una inesperada complicación, falleció repentinamente durante la noche.
Al mismo instante una de sus compañeras, que ignoraba totalmente lo que acababa de pasar en el hospital, empezó a dar gritos desesperados hasta el punto de despertar a los habitantes del barrio, de poner en cuidado a las miserables criaturas de aquella casa, y de motivar la intervención de la policía. Se le ha aparecido la difunta del hospital rodeada de llamas, y le había dicho:
“Estoy condenada, y si tu no quieres serlo como yo, sal de ese lugar de infamia, y vuelve a Dios a quien has abandonado”.
Nada pudo calmar la desesperación y el terror de aquella joven, que al despuntar el alba se alejó, dejando sumergida en estupor toda la casa desde que supo la muerte de la joven en el hospital.
A tales sucesos la dueña de la casa, exaltada garibaldina y conocida por tal entre sus hermanos y amigos, cayó enferma. Envió entonces buscar al cura de la iglesia vecina, San Julián de losBanchi,quien, antes de pasar a la referida casa, consultó a la autoridad eclesiástica, la cual delegó a este efecto a un digno prelado, monseñor Sirolli, cura de la parroquia de San Salvadorin Lauro.Provisto éste de especiales instrucciones, se presentó y exigió ante todo a la enferma, en presencia de muchos testigos, completa retractación de los escándalos de su vida, de sus blasfemias contra la autoridad del Sumo Pontífice y de todo el mal que a los demás había causado. Hízolo la desgraciada sin vacilar, se confesó y recibió el Santo Viático con grandes sentimientos de arrepentimiento y humildad.
Sintióse morir, suplicó con lágrimas al buen párroco que no la abandonase, espantada como estaba de lo que había pasado ante sus ojos. Más la noche se acercaba, y monseñor Sirolli, perplejo entre la caridad, que le dictaba quedarse, y las conveniencias, que le imponían el deber de no pasar la noche en tal lugar, hizo pedir a la policía dos agentes, quienes fueron, cerraron la casa, y permanecieron allí hasta que la agonizante hubo exhalado el último suspiro.
Roma entera conoció pronto los detalles de estos trágicos acontecimientos. Como siempre, los impíos y los libertinos se rieron de ellos, guardándose bien enterarse de sus pormenores; y los buenos se aprovecharon para ser mejores y más fieles a sus deberes.