En todos los misterios de la
infancia de Jesús se experimenta el sabor de lo dulce y de lo amargo.
Dulce es verle recién nacido, y amargo verle sobre pajas tiritando.
Dulce es verle honrado con el nombre de Jesús, y amargo verle vertiendo
sangre.
Dulce es verle presentado en el templo, y amargo profetizado como signo
de contradicción.
Es la imagen de nuestra vida. Dios es tan humano, que no consiente una
vida ni de solas alegrías ni de solos pesares.
De solos pesares, porque sería un estado de violencia perpetua,
incompatible con la virtud y la bondad divina.
De solas alegrías, porque la prosperidad constante aleja el corazón de
Dios.
El dolor acerca a Dios más que el gozo; por eso Dios nos manda menos
goces que penas.
Y por eso Cristo, aun en su infancia, sufrió más trabajos que gozó
contentos, para ser nuestro dechado en todo.
Ignacianas
Angel Anaya, S.J.