"Y a vosotros, Venerables Hermanos, os pedimos y rogamos con la mayor instancia que, uniendo vuestros esfuerzos a los Nuestros, procuréis con todo ahínco extirpar esta asquerosa peste que va serpeando por todas las venas de la sociedad. A vosotros toca defender la gloria de Dios y la salvación de los prójimos: ante tales fines en el combate, no ha de faltaros ni el valor ni la fuerza."
Carta Encíclica
del Papa León XIII
promulgada el 20 de abril de1884
del Papa León XIII
promulgada el 20 de abril de1884
El
humano linaje, después que, por envidia del demonio, se hubo, para
su mayor desgracia, separado de Dios, creador y dador de los bienes
celestiales, quedó dividido en dos bandos diversos y adversos: uno
de ellos combate asiduamente por la verdad y la virtud, y el otro por
todo cuanto es contrario a la virtud y a la verdad.
El
uno es el reino de Dios en la tierra, es decir, la verdadera Iglesia
de Jesucristo, a la cual quien quisiere estar adherido de corazón y
según conviene para la salvación, necesita servir a Dios y a su
unigénito Hijo con todo su entendimiento y toda su voluntad; el
otro es el reino de Satanás, bajo cuyo imperio y potestad se
encuentran todos los que, siguiendo los funestos ejemplos de su
caudillo y de nuestros primeros padres, rehusan obedecer a la ley
divina y eterna, y obran sin cesar o como si Dios no existiera o
positivamente contra Dios. Agudamente conoció y describió Agustín
estos dos reinos a modo de dos ciudades contrarias en sus leyes y
deseos, compendiando con sutil brevedad la causa eficiente de una y
otra en estas palabras: Dos amores edificaron dos ciudades: el amor
de sí mismo hasta el desprecio de Dios edificó la ciudad terrena;
el amor de Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial[1].
2.
En el decurso de los siglos, las dos ciudades han luchado, la una
contra la otra, con armas tan distintas como los métodos, aunque no
siempre con igual ímpetu y ardor. En nuestros días, todos los que
favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelear con la
mayor vehemencia, bajo la guía y auxilio de la sociedad que llaman
de los Masones, por doquier dilatada y firmemente constituida. Sin
disimular ya sus intentos, con la mayor audacia se revuelven contra
la majestad de Dios, maquinan abiertamente y en público la ruina de
la Santa Iglesia, y esto con el propósito de despojar, si pudiesen,
enteramente a los pueblos cristianos de los beneficios conquistados
por Jesucristo, nuestro Salvador.
Llorando
Nos estos males, y movido Nuestro ánimo por la caridad, Nos
sentimos impelidos a clamar con frecuencia ante el Señor: He aquí
que tus enemigos vocearon; y levantaron la cabeza los que te odian.
Contra tu pueblo determinaron malos consejos, discurrieron contra
tus santos. Venid, dijeron, y hagámoslos desaparecer de entre las
gentes[2].
3.
En tan inminente riesgo, en medio de tan atroz y porfiada guerra
contra el nombre cristiano, es Nuestro deber indicar el peligro,
señalar los adversarios, resistir cuanto podamos a sus malas artes
y consejos, para que no perezcan eternamente aquellos cuya salvación
Nos está confiada, y no sólo permanezca firme y entero el reino de
Jesucristo que Nos hemos obligado a defender, sino que se dilate con
nuevos aumentos por todo el orbe.
4.
Los Romanos Pontífices Nuestros antecesores, velando solícitos por
la salvación del pueblo cristiano, conocieron muy pronto quién era
y qué quería este capital enemigo, apenas asomaba entre las
tinieblas de su oculta conjuración; y como tocando a batalla les
amonestaron con previsión a príncipes y pueblos que no se dejaran
coger en las malas artes y asechanzas preparadas para engañarlos.
Dióse
el primer aviso del peligro el año 1738 por el papa Clemente XII[3]
cuya Constitución confirmó y renovó Benedicto XIV[4]. Pío VII[5]
siguió las huellas de ambos, y León XII, incluyendo en la
Constitución apostólica Quo graviora[6] lo decretado en esta
materia por los anteriores, lo ratificó y confirmó para siempre.
Pío VIII[7], Gregorio XVI[8] y Pío IX[9], por cierto repetidas
veces, hablaron en el mismo sentido.
5.
Y, en efecto, puesta en claro la naturaleza e intento de la secta
masónica por indicios manifiestos, por procesos instruidos, por la
publicación de sus leyes, ritos y revistas, allegándose a ello
muchas veces las declaraciones mismas de los cómplices, esta Sede
Apostólica denunció y proclamó abiertamente que la secta
masónica, constituida contra todo derecho y conveniencia, era no
menos perniciosa al Estado que a la religión cristiana, y
amenazando con las más graves penas que la Iglesia puede emplear
contra los delincuentes, prohibió terminantemente a todos
inscribirse en esta sociedad.
Llenos
de ira con esto sus secuaces, juzgando evadir o debilitar a lo
menos, parte con el desprecio, parte con las calumnias, la fuerza de
aquellas censuras, culparon a los Sumos Pontífices que las
decretaron de haberlo hecho injustamente o de haberse excedido en el
modo. Así procuraron eludir el peso y autoridad de las
Constituciones apostólicas de Clemente XII, Benedicto XIV, Pío VII
y Pío IX; aunque no faltaron en aquella misma sociedad quienes
confesasen, aun a pesar suyo, que lo hecho por los Romanos
Pontífices, conforme a la doctrina y disciplina de la Iglesia, era
según derecho. En lo cual varios príncipes y jefes de Gobierno se
hallaron muy de acuerdo con los Papas, cuidando, ya de acusar a la
sociedad masónica ante la Silla Apostólica, ya de condenarla por
sí mismos, promulgando leyes a este propósito, como en Holanda,
Austria, Suiza, España, Baviera, Saboya y en algunas otras partes
de Italia.
6.
Pero lo que sobre todo importa es ver comprobada por los sucesos la
previsión de Nuestros Antecesores. En efecto, no siempre ni en
todas partes lograron el deseado éxito sus cuidados próvidos y
paternales; y esto, o por el fingimiento y astucia de los afiliados
a esta iniquidad, o por la inconsiderada ligereza de aquellos, a
quienes más interesaba haber vigilado con diligencia en este
negocio. Así que en espacio de siglo y medio la secta de los
Masones ha logrado unos aumentos mucho mayores de cuanto podía
esperarse, e infiltrándose con tanta audacia como dolo en todas las
clases sociales ha llegado a tener tanto poder que parece haberse
hecho casi dueña de los Estados. De tan rápido y terrible progreso
se ha seguido en la Iglesia, en la potestad de los príncipes y en
la salud pública la ruina prevista muy de atrás por Nuestros
Antecesores; y se ha llegado a punto de temer grandemente para lo
venidero, no ciertamente por la Iglesia, cuyo fundamento es bastante
firme para que pueda ser socavado por esfuerzo humano, sino por
aquellas mismas naciones en que logran influencia grande la secta de
que hablamos u otras semejantes que se le agregan como auxiliares y
satélites.
7.
Por estas causas, apenas subimos al gobierno de la Iglesia, vimos y
experimentamos cuánto convenía resistir en lo posible a mal tan
grave, interponiendo para ello Nuestra autoridad.
En
efecto, aprovechando repetidas veces la ocasión que se presentaba,
hemos expuesto algunos de los más importantes puntos de doctrina en
que parecía haber influido en gran manera la perversidad de los
errores masónicos. Así, en Nuestra carta encíclica Quod apostoli
muneris emprendimos demostrar con razones convincentes las
enormidades de los socialistas y comunistas; después, en otra,
Arcanum, cuidamos de defender y explicar la verdadera y genuina
noción de la sociedad doméstica, que tiene su fuente y origen en
el matrimonio; además, en la que comienza Diuturnum, propusimos la
forma de la potestad política moderada según los principios de
sabiduría cristiana, tan maravillosamente acorde con la naturaleza
misma de las cosas y la salud de los pueblos y príncipes. Ahora, a
ejemplo de Nuestros Predecesores, hemos resuelto ocuparnos
expresamente de la misma sociedad masónica, de toda su doctrina,
así como de sus planes y manera de pensar y de obrar, a fin de que
así llegue a conocerse, con la mayor claridad posible, su maliciosa
naturaleza, y pueda evitarse el contagio de peste tan funesta.
8.
Hay varias sectas que, si bien diferentes en nombre, ritos, forma y
origen, unidas entre sí por cierta comunión de propósitos y
afinidad entre sus opiniones capitales, concuerdan de hecho con la
secta masónica, especie de centro de donde todas salen y adonde
vuelven. Estas, aunque aparenten no querer en manera alguna
ocultarse en las tinieblas, y tengan sus juntas a vista de todos, y
publiquen sus periódicos, con todo, bien miradas, son un género de
sociedades secretas, cuyos usos conservan. Pues muchas cosas hay en
ellas a manera de arcanos, las cuales hay mandato de ocultar con muy
exquisita diligencia, no sólo a los extraños, sino a muchos de sus
mismos adeptos, como son los planes íntimos y verdaderos, así como
los jefes supremos de cada logia, las reuniones más reducidas y
secretas, sus deliberaciones, por qué vía y con qué medios se han
de llevar a cabo. A esto se dirige la múltiple diversidad de
derechos, obligaciones y cargos que hay entre los socios, la
distinción establecida de órdenes y grados y la severidad de la
disciplina por que se rigen. Tienen que prometer los iniciados, y
aun de ordinarios se obligan a jurar solemnemente, no descubrir
nunca ni de modo alguno sus compañeros, sus signos, sus doctrinas.
Con estas mentidas apariencias y arte constante de fingimiento,
procuran los Masones con todo empeño, como en otro tiempo los
maniqueos, ocultarse y no tener otros testigos que los suyos.
Celebran reuniones muy ocultas, simulando sociedades eruditas de
literatos y sabios, hablan continuamente de su entusiasmo por la
civilización, y de su amor hacia los más humildes: dicen que su
único deseo es mejorar la condición de los pueblos y comunicar a
cuantos más puedan las ventajas de la sociedad civil. Aunque fueran
verdaderos tales propósitos, no todo está en ellos. Además, deben
los afiliados dar palabra y seguridad de ciega y absoluta obediencia
a sus jefes y maestros, estar preparados a obedecerles a la menor
señal e indicación; y de no hacerlo así, a no rehusar los más
duros castigos ni la misma muerte. Y, en efecto, cuando se ha
juzgado que algunos han traicionado al secreto o han desobedecido
las órdenes, no es raro darles muerte con tal audacia y destreza,
que el asesino burla muy a menudo las pesquisas de la policía y el
castigo de la justicia.
Ahora
bien: esto de fingir y querer esconderse, de sujetar a los hombres
como a esclavos con fortísimo lazo y sin causa bastante conocida,
de valerse para toda maldad de hombres sujetos al capricho de otro,
de armar a los asesinos procurándoles la impunidad de sus crímenes,
es una monstruosidad que la misma naturaleza rechaza; y, por lo
tanto, la razón y la misma verdad evidentemente demuestran que la
sociedad de que hablamos pugna con la justicia y la probidad
naturales.
9.
Singularmente, cuando hay otros argumentos, por cierto clarísimos,
que ponen de manifiesto esta falta de probidad natural. Porque, por
grande astucia que tengan los hombres para ocultarse, por grande que
sea su costumbre de mentir, es imposible que no aparezca de algún
modo en los efectos la naturaleza de la causa. No puede el árbol
bueno dar malos frutos, ni el árbol malo dar buenos frutos[10]. Y
los frutos de la secta masónica son, además de dañosos, muy
amargos. Porque de los certísimos indicios antes mencionados
resulta claro el último y principal de sus intentos, a saber:
destruir hasta los fundamentos todo el orden religioso y civil
establecido por el cristianismo, y levantar a su manera otro nuevo
con fundamentos y leyes sacadas de las entrañas del naturalismo.
10.
Cuanto hemos dicho y diremos, debe entenderse de la secta masónica
en sí misma y en cuanto abraza otras con ella unidas y
confederadas, pero no de cada uno de sus secuaces. Puede haberlos,
en efecto, y no pocos, que, si bien no dejan de tener culpa por
haberse comprometido con semejantes sociedades, con todo no
participan por sí mismos en sus crímenes e ignoran sus últimas
intenciones. Del mismo modo, aun entre las otras asociaciones unidas
con la masonería, algunas tal vez no aprobarán ciertas
conclusiones extremas que sería lógico abrazar como dimanadas de
principios comunes, si no causara horror su misma torpe fealdad.
Algunas también, por circunstancias de tiempo y lugar, no se
atreven a hacer tanto como ellas mismas quisieran y suelen hacer las
otras; pero no por eso se han de tener por ajenas a la confederación
masónica, pues ésta no tanto ha de juzgarse por sus hechos y las
cosas que lleva a cabo, cuanto por el conjunto de los principios que
profesa.
11.
Ahora bien: es principio capital de los que siguen el naturalismo,
como lo declara su mismo nombre, que la naturaleza y razón humana
ha de ser en todo maestra y soberana absoluta; y, sentado esto,
descuidan los deberes para con Dios o tienen de ellos conceptos
vagos y erróneos. Niegan, en efecto, toda divina revelación; no
admiten dogma religioso ni verdad alguna que la razón humana no
pueda comprender, ni maestro a quien precisamente deba creerse por
la autoridad de su oficio. Y como, en verdad, es oficio propio de la
Iglesia católica, y que a ella sola pertenece, el guardar
enteramente y defender en su incorrupta pureza el depósito de las
doctrinas reveladas por Dios, la autoridad del magisterio y los
demás medios sobrenaturales para la salvación, de aquí el haberse
vuelto contra ella toda la saña y el ahínco todo de estos
enemigos.
12.
Véase ahora el proceder de la secta masónica en lo tocante a la
religión, singularmente donde tiene mayor libertad para obrar, y
júzguese si es o no verdad que todo su empeño está en llevar a
cabo las teorías de los naturalistas. Mucho tiempo ha que trabaja
tenazmente para anular en la sociedad toda influencia del magisterio
y autoridad de la Iglesia; por esto proclaman y defienden doquier el
principio de que "Iglesia y Estado deben estar por completo
separados" y así excluyen de las leyes y administración del
Estado el muy saludable influjo de la religión católica, de donde
se sigue que los Estados se han de constituir haciendo caso omiso de
las enseñanzas y preceptos de la Iglesia.
Ni
les basta con prescindir de tan buena guía como la Iglesia, sino
que la agravan con persecuciones y ofensas. Se llega, en efecto, a
combatir impunemente de palabra, por escrito y en la enseñanza, los
mismos fundamentos de la religión católica; se pisotean los
derechos de la Iglesia; no se respetan las prerrogativas con que
Dios la dotó; se reduce casi a nada su libertad de acción, y esto
con leyes en apariencia no muy violentas, pero en realidad
expresamente hechas y acomodadas para atarle las manos. Vemos,
además, al Clero oprimido con leyes excepcionales y graves, para
que cada día vaya disminuyendo en número y le falten las cosas más
necesarias; los restos de los bienes de la Iglesia, sujetos a todo
género de trabas y gravámenes y enteramente puestos al arbitrio y
juicio del Estado; las Ordenes religiosas, suprimidas y dispersas.
13.
Pero donde, sobre todo, se extrema la rabia de los enemigos es
contra la Sede Apostólica y el Romano Pontífice. Quitósele
primero con fingidos pretextos el reino temporal, baluarte de su
independencia y de sus derechos; en seguida se le redujo a situación
inicua, a la par que intolerable, por las dificultades que de todas
partes se le oponen; hasta que, por fin, se ha llegado a punto de
que los fautores de las sectas proclamen abiertamente lo que en
oculto maquinaron largo tiempo, a saber, que se ha de suprimir la
sagrada potestad del Pontífice y destruir por entero el
Pontificado, instituido por derecho divino. Aunque faltaran otros
testimonios, consta suficientemente lo dicho por el de los
sectarios, muchos de los cuales, tanto en otras diversas ocasiones
como últimamente, han declarado que el propósito de los Masones es
perseguir cuanto puedan a los católicos con una enemistad
implacable, y no descansar hasta lograr que sea destruido todo
cuanto los Sumos Pontífices han establecido en materia de religión
o por causa de ella.
Y
si no se obliga a los adeptos a abjurar expresamente la fe católica,
tan lejos está esto de oponerse a los intentos masónicos, que
antes bien sirve a ellos. Primero, porque éste es el camino de
engañar fácilmente a los sencillos e incautos y de atraer a muchos
más; y después, porque, abriendo los brazos a cualesquiera y de
cualquier religión, consiguen persuadir de hecho el grande error de
estos tiempos, a saber, el indiferentismo religioso y la igualdad de
todos los cultos; conducta muy a propósito para arruinar toda
religión, singularmente la católica, a la que, por ser la única
verdadera, no sin suma injuria se la iguala con las demás.
14.
Pero más lejos van los naturalistas, porque, lanzados audazmente
por las sendas del error en las cosas de mayor momento, caen
despeñados en lo profundo, sea por la flaqueza humana, sea por un
justo juicio de Dios, que castiga su soberbia. Así es que en ellos
pierden su certeza y fijeza aun las verdades que se conocen por luz
natural de la razón, como son la existencia de Dios, la
espiritualidad e inmortalidad del alma humana.
Y
la secta de los Masones da en estos mismos escollos del error con no
menos precipitado curso. Porque, si bien confiesan, en general, que
Dios existe, ellos mismos testifican no estar impresa esta verdad en
la mente de cada uno con firme asentimiento y estable juicio. Ni
disimulan tampoco ser entre ellos esta cuestión de Dios causa y
fuente abundantísima de discordia; y aun es notorio que últimamente
hubo entre ellos, por esta misma cuestión, no leve contienda. De
hecho la secta concede a los suyos libertad absoluta de defender que
Dios existe o que no existe; y con la misma facilidad se recibe a
los que resueltamente defienden la negativa, como a los que opinan
que existe Dios, pero sienten de El perversamente, como suelen los
panteístas; lo cual no es otra cosa que acabar con la verdadera
noción de la naturaleza divina, conservando de ella no se sabe qué
absurdas apariencias. Destruido o debilitado este principal
fundamento, síguese que han de quedar vacilantes otras verdades
conocidas por la luz natural: por ejemplo, que todo existe por la
libre voluntad de Dios creador; que su providencia rige el mundo;
que las almas no mueren; que a esta vida ha de suceder otra
sempiterna.
15.
Destruidos estos principios, que son como la base del orden natural,
importantísimo para la conducta racional y práctica de la vida,
fácilmente aparece cuáles han de ser las costumbres públicas y
privadas. Nada decimos de las virtudes sobrenaturales, que nadie
puede alcanzar ni ejercitar sin especial gracia y don de Dios, de
las cuales por fuerza no ha de quedar vestigio en los que desprecian
por desconocidas la redención del género humano, la gracia divina,
los sacramentos, la felicidad que se ha de alcanzar en el cielo.
Hablamos
de las obligaciones que se deducen de la probidad natural. Un Dios
creador del mundo y su próvido gobernador; una ley eterna que manda
conservar el orden natural y veda el perturbarlo; un fin último del
hombre y mucho más excelso que todas las cosas humanas y más allá
de esta morada terrestre; éstos son los principios y fuente de toda
honestidad y justicia; y, suprimidos éstos, como suelen hacerlo
naturalistas y masones, falta inmediatamente todo fundamento y
defensa a la ciencia de lo justo y de lo injusto. Y, en efecto, la
única educación que a los Masones agrada, y con la que, según
ellos, se ha de educar a la juventud, es la que llama laica,
independiente, libre; es decir, que excluya toda idea religiosa.
Pero cuán escasa sea ésta, cuán falta de firmeza y a merced del
soplo de las pasiones, bien lo manifiestan los dolorosos frutos que
ya se ven en parte; en dondequiera que esta educación ha comenzado
a reinar más libremente, una vez suprimida la educación cristiana,
prontamente se han visto desaparecer las buenas y sanas costumbres,
tomar cuerpo las opiniones más monstruosas y subir de todo punto la
audacia en los crímenes. Públicamente se lamenta y deplora todo
esto, y aun lo reconocen, aunque no querrían, no pocos que se ven
forzados a ello por la evidencia de la verdad.
16.
Además, como la naturaleza humana quedó inficionada con la mancha
del primer pecado, y por lo tanto más propensa al vicio que a la
virtud, requiérese absolutamente para obrar bien sujetar los
movimientos obcecados del ánimo y hacer que los apetitos obedezcan
a la razón. Y para que en este combate conserve siempre su señorío
la razón vencedora, se necesita muy a menudo despreciar todas las
cosas humanas y pasar grandísimas molestias y trabajos. Pero los
naturalistas y masones, que ninguna fe dan a las verdades reveladas
por Dios, niegan que pecara nuestro primer padre, y estiman, por
tanto, al libre albedrío en nada amenguado en sus fuerzas ni
inclinado al mal[11].
Antes, por lo contrario, exagerando las
fuerzas y excelencia de la naturaleza, y poniendo en ésta
únicamente el principio y norma de la justicia, ni aun pensar
pueden que para calmar sus ímpetus y regir sus apetitos se necesite
una asidua pelea y constancia suma. De aquí vemos ofrecerse
públicamente tantos estímulos a los apetitos del hombre:
periódicos y revistas, sin moderación ni vergüenza alguna; obras
dramáticas, licenciosas en alto grado; asuntos ara las artes,
sacados con proterva de los principios de ese que llaman realismo;
ingeniosos inventos para una vida muelle y muy regalada; rebuscados,
en suma, toda suerte de halagos sensuales, a los cuales cierre los
ojos la virtud adormecida. En lo cual obran perversamente, pero son
en ello muy consecuentes consigo mismos, quienes quitan toda
esperanza de los bienes celestiales, y ponen vilmente en cosas
perecederas toda la felicidad, como si la fijaran en la tierra. Lo
referido puede confirmar una cosa más extraña de decirse que de
creerse. Porque, como apenas hay tan rendidos servidores de esos
hombres sagaces y astutos como los que tienen el ánimo enervado y
quebrantado por la tiranía de las pasiones, hubo en la secta
masónica quien dijo públicamente y propuso que ha de procurarse
con persuasión y maña que la multitud se sacie con la innumerable
licencia de los vicios, en la seguridad que así la tendrán sujeta
a su arbitrio para poder atreverse a todo en lo futuro.
17.
Por lo que toca a la vida doméstica, he aquí casi toda la doctrina
de los naturalistas. El matrimonio es un mero contrato: puede
justamente rescindirse a voluntad de los contratantes; la autoridad
civil tiene poder sobre el vínculo matrimonial. En el educar los
hijos nada hay que enseñarles como cierto y determinado en punto de
religión; al llegar a la adolescencia, corre a cuenta de cada cual
escoger lo que guste. Esto mismo piensan los Masones; no solamente
lo piensan, sino que se empeñan, hace ya mucho, en reducirlo a
costumbre y práctica. En muchos Estados, aun en los llamados
católicos, está establecido que fuera del matrimonio civil no hay
unión legítima; en otros, la ley permite el divorcio; en otros se
trabaja para que cuanto antes sea permitido. Así, apresuradamente
se corre a cambiar la naturaleza del matrimonio en unión inestable
y pasajera, que la pasión haga o deshaga a su antojo.
También
tiene puesta la mira, con suma conspiración de voluntades, la secta
de los Masones en arrebatar para sí la educación de los jóvenes.
Ven cuán fácilmente pueden amoldar a su capricho esta edad tierna
y flexible y torcerla hacia donde quieran, y nada más oportuno para
lograr que se forme así para la sociedad una generación de
ciudadanos tal cual ellos se la forjan. Por tanto, en punto de
educación y enseñanza de los niños, nada dejan al magisterio y
vigilancia de los ministros de la Iglesia, habiendo llegado ya a
conseguir que en varios lugares toda la educación de los jóvenes
esté en manos de laicos, de suerte que, al formar sus corazones,
nada se les diga de los grandes y santísimos deberes que ligan al
hombre con Dios.
18.
Vienen en seguida los principios de la ciencia política. En este
género dogmatizan los naturalistas que los hombres todos tienen
iguales derechos y son de igual condición en todo; que todos son
libres por naturaleza; que ninguno tiene derecho para mandar a otro,
y el pretender que los hombres obedezcan a cualquier autoridad que
no venga de ellos mismos es propiamente hacerles violencia. Todo
está, pues, en manos del pueblo libre; la autoridad existe por
mandato o concesión del pueblo; tanto que, mudada la voluntad
popular, es lícito destronar a los príncipes aun por la fuerza. La
fuente de todos los derechos y obligaciones civiles está o en la
multitud o en el Gobierno de la nación, organizado, por supuesto,
según los nuevos principios. Conviene, además, que el Estado sea
ateo; no hay razón para anteponer una a otra entre las varias
religiones, pues todas deben ser igualmente consideradas.
19.
Y que todo esto agrade a los Masones del mismo modo, y quieran ellos
constituir las naciones según este modelo, es cosa tan conocida que
no necesita demostrarse. Con todas sus fuerzas e intereses lo están
maquinando así hace mucho tiempo, y con esto dejan expedito el
camino a no pocos más audaces que se inclinan a peores opiniones,
pues proyectan la igualdad y comunidad de toda la riqueza, borrando
así del Estado toda diferencia de clases y fortunas.
20.
De lo que sumariamente hemos referido aparece bastante claro que sea
y por dónde va la secta de los Masones. Sus principales dogmas
discrepan tanto y tan claramente de la razón, que nada puede ser
más perverso. Querer acabar con la religión y la Iglesia, fundada
y conservada perennemente por el mismo Dios, y resucitar después de
dieciocho siglos las costumbres y doctrinas gentílicas, es necedad
insigne y muy audaz impiedad.
Ni es menos horrible o más llevadero
el rechazar los beneficios que con tanta bondad alcanzó Jesucristo,
no sólo a cada hombre en particular, sino también en cuanto viven
unidos en la familia o en la sociedad civil, beneficios
señaladísimos hasta según el juicio y testimonio de los mismos
enemigos. En tan feroz e insensato propósito parece reconocerse el
mismo implacable odio o sed de venganza en que arde Satanás contra
Jesucristo.
Así
como el otro vehemente empeño de los Masones, el de destruir los
principales fundamentos de lo justo y lo honesto, y animar así a
los que, a imitación del animal, quisiera fuera lícito cuanto
agrada, no es otra cosa que empujar el género humano ignominiosa y
vergonzosamente a su extrema ruina.
21.
Aumentan el mal los peligros que amenazan a la sociedad doméstica y
civil. Porque, como otras veces lo hemos expuesto, hay en el
matrimonio, según el común y casi universal sentir de todos los
pueblos y siglos, algo de sagrado y religioso: veda, además, la ley
divina que pueda disolverse. Pero si esto se permitiera, si el
matrimonio se hace profano, necesariamente ha de seguirse en la
familia la discordia y la confusión, cayendo de su dignidad la
mujer y quedando incierta la prole tanto sobre sus bienes como sobre
su propia vida.
22.
Pues el no cuidar oficialmente para nada de la religión, y en la
administración y ordenación de la cosa pública no tener cuenta
ninguna de Dios, como si no existiese, es atrevimiento inaudito aun
entre los mismos gentiles, en cuyo corazón y en cuyo entendimiento
tan grabada estuvo no sólo la creencia en los dioses, sino la
necesidad de un culto público, que reputaban más fácil encontrar
una ciudad sin suelo que sin Dios.
De
hecho la sociedad humana a que nos sentimos naturalmente inclinados
fue constituida por Dios, autor de la naturaleza; y de El emana,
como de principio y fuente, la naturaleza y perenne abundancia de
los bienes innumerables en que la sociedad abunda. Así, pues, como
la misma naturaleza enseña a cada uno en particular a dar piadosa y
santamente culto a Dios por tener de El la vida y los bienes que la
acompañan, así, y por idéntica causa, incumbe este mismo deber a
pueblos y Estados. Y los que quisieran a la sociedad civil libre de
todo deber religioso, claro está que obran no sólo injusta, sino
ignorante y absurdamente.
Si,
pues, los hombres por voluntad de Dios nacen ordenados a la sociedad
civil, y a ésta es tan indispensable el vínculo de la autoridad
que, quitando éste, por necesidad se disuelve aquélla, síguese
que el mismo que creó la sociedad creó la autoridad. De aquí se
ve que quien está revestido de ella, sea quien fuere, es ministro
de Dios, y, por tanto, según lo piden el fin y la naturaleza de la
sociedad humana, es tan puesto en razón el obedecer a la potestad
legítima cuando manda lo justo, como obedecer a la autoridad de
Dios, que todo lo gobierna; y nada tan falso como el pretender que
corresponda por completo a la masa del pueblo el negar la obediencia
cuando le agrade. Todos los hombres son, ciertamente, iguales: nadie
duda de ello, si se consideran bien la comunidad igual de origen y
naturaleza, el fin último cuya consecuencia se ha señalado a cada
uno, y finalmente los derechos y deberes que de ellos nacen
necesariamente.
23.
Mas como no pueden ser iguales las capacidades de los hombres, y
distan mucho uno de otro por razón de las fuerzas corporales o del
espíritu, y son tantas las diferencias de costumbres, voluntades y
temperamentos, nada más repugnante a la razón que el pretender
abarcarlo y confundirlo todo y llevar a las leyes de la vida civil
tan rigurosa igualdad.
Así como la perfecta constitución del
cuerpo humano resulta de la juntura y composición de miembros
diversos, que, diferentes en forma y funciones, atados y puestos en
sus propios lugares, constituyen un organismo hermoso a la vista,
vigoroso y apto para bien funcionar, así en la humana sociedad son
casi infinitas las diferencias de los individuos que la forman; y si
todos fueran iguales y cada uno se rigiera a su arbitrio, nada
habría más deforme que semejante sociedad; mientras que si todos,
en distinto grado de dignidad, oficios y aptitudes, armoniosamente
conspiran al bien común, retratarán la imagen de una ciudad bien
constituida y según pide la naturaleza.
24.
Además, de los turbulentos errores, que ya llevamos enumerados, han
de temerse los mayores peligros para los Estados. Porque, quitado el
temor de Dios y el respeto a las leyes divinas, menospreciada la
autoridad de los príncipes, consentida y legitimada la manía de
las revoluciones, sueltas con la mayor licencia las pasiones
populares, sin otro freno que el castigo, ha de seguirse
necesariamente el trastorno y la ruina de todas las cosas. Y aun
precisamente esta ruina y trastorno, es lo que a conciencia maquinan
y expresamente proclaman unidas las masas de comunistas y
socialistas, a cuyos designios no podrá decirse ajena la secta de
los Masones, pues favorece en gran manera sus planes y conviene con
ellas en los principales dogmas. Y si de hecho no llegan
inmediatamente y en todas partes a las últimas consecuencias, no se
atribuya a sus doctrinas ni a su voluntad, sino a la eficacia de la
religión divina, que no puede extinguirse, y a la parte más sana
de los hombres, que, rechazando la servidumbre de las sociedades
secretas, resisten con valor a sus locos conatos.
25.
¡Ojalá juzgasen todos del árbol por sus frutos y conocieran la
semilla y principio de los males que nos oprimen y los peligros que
nos amenazan! Tenemos que habérnoslas con un enemigo astuto y
doloso que, halagando los oídos de pueblos y príncipes, ha
cautivado a unos y otros con blandura de palabras y adulaciones.
Al
insinuarse entre los príncipes fingiendo amistad, pusieron la mira
los Masones en lograrlos como socios y colaboradores poderosos para
oprimir a la religión católica; y para estimularles más con
insistente calumnia acusaron a la Iglesia de que, envidiosa,
disputaba a los príncipes su potestad y prerrogativas reales.
Lograda por tales artes la audacia y la seguridad, comenzaron a
intervenir con gran influencia en el régimen de las naciones,
estando dispuestos -por lo demás- a sacudir los fundamentos de los
imperios y a perseguir, calumniar y destronar a los príncipes,
siempre que ellos no se mostrasen inclinados a gobernar a gusto de
la secta.
No
de otro modo engañaron, adulándolos, a los pueblos. Voceando
libertad y prosperidad pública, haciendo ver que por culpa de la
Iglesia y de los monarcas, no había salido ya la multitud de su
inicua servidumbre y de su miseria, engañaron al pueblo, y,
despertada en él la sed de novedades, le incitaron a combatir
contra ambas potestades. Pero ventajas tan esperadas están más en
el deseo que en la realidad, y antes bien, más oprimida la plebe,
se ve forzada a carecer en gran parte de las mismas cosas en que
esperaba el consuelo de su miseria, las cuales hubiera podido hallar
con facilidad y abundancia en la sociedad cristianamente
constituida. Y éste es el castigo de su soberbia, que suelen
encontrar cuantos se vuelven contra el orden de la Providencia
divina: que tropiezan con una suerte desoladora y mísera allí
mismo donde, temerarios, la esperaban próspera y abundante según
sus deseos.
26.
La Iglesia, en cambio, como que manda obedecer primero y sobre todo
a Dios, Soberano Señor de todas las cosas, no podría, sin injuria
y falsedad, ser tenida por enemiga de la potestad civil, usurpadora
de algún derecho de los príncipes; antes bien, quiere se de al
poder civil, por dictamen y obligación de conciencia, cuanto de
derecho se le debe; y el hacer dimanar de Dios mismo, conforme hace
la Iglesia, el derecho de mandar, da gran incremento a la dignidad
del poder civil y no leve apoyo para captarse el respeto y
benevolencia de los ciudadanos.
Amiga de la paz, la misma Iglesia
fomenta la concordia, abraza a todos con maternal cariño y, ocupada
únicamente en ayudar a los hombres, enseña que conviene unir la
justicia con la clemencia, el mando con la equidad, las leyes con la
moderación; que no ha de violarse el derecho de nadie; que se ha de
servir al orden y tranquilidad pública y aliviar cuanto se pueda
pública y privadamente la necesidad de los menesterosos.
Pero por
esto piensan, para servirnos de las palabras mismas de San
Agustín[12], o quieren que se piense no ser la doctrina de Cristo
provechosa para la sociedad, porque no quieren que el Estado se
asiente sobre la solidez de las virtudes, sino sobre la impunidad de
los vicios. Conocido bien todo esto, sería insigne prueba de
sensatez política y empresa conforme a lo que exige la salud
pública que príncipes y pueblos se unieran, no con los Masones
para destruir la Iglesia, sino con la Iglesia para quebrantar los
ímpetus de los Masones.
27.
Sea como quiera, ante un mal tan grave y ya tan extendido, lo que a
Nos toca, Venerables Hermanos, es aplicarnos con toda el alma a la
busca de remedios.
Y
porque sabemos que la mejor y más firme esperanza de remedio está
puesta en la virtud de la religión divina, tanto más odiada por
los Masones cuanto más temida, juzgamos ser lo principal el
servirnos contra el común enemigo de esta virtud tan saludable. Así
que todo lo que decretaron los Romanos Pontífices, Nuestros
Antecesores, para impedir las tentativas y los esfuerzos de la secta
masónica, y todo cuanto sancionaron para alejar a los hombres de
semejantes sociedades o sacarlos de ellas, todas y cada una de estas
cosas las damos por ratificadas y las confirmamos con Nuestra
autoridad apostólica. Y confiadísimos en la buena voluntad de los
cristianos, rogamos y suplicamos a cada uno en particular por su
eterna salvación que estimen deber sagrado de conciencia el no
apartarse un punto de lo que en esto tiene ordenado la Silla
Apostólica.
28.
Y a vosotros, Venerables Hermanos, os pedimos y rogamos con la mayor
instancia que, uniendo vuestros esfuerzos a los Nuestros, procuréis
con todo ahínco extirpar esta asquerosa peste que va serpeando por
todas las venas de la sociedad. A vosotros toca defender la gloria
de Dios y la salvación de los prójimos: ante tales fines en el
combate, no ha de faltaros ni el valor ni la fuerza.
29.
Vuestra prudencia os dictará el modo mejor de vencer los obstáculos
y las dificultades que se alzarán; pero como es propio de la
autoridad de nuestro ministerio el indicaros Nos mismo algún plan
razonable, pensad que en primer lugar se ha de procurar arrancar a
los Masones su máscara, para que sean conocidos tales cuales son,
que los pueblos aprendan por vuestros discursos y pastorales, dados
con este fin, las malas artes de semejantes sociedades para halagar
y atraer, la perversidad de sus opiniones y lo criminal de sus
hechos. Que ninguno que estime en lo que debe su profesión de
católico y su salvación juzgue serle lícito por ningún título
dar su nombre a la secta masónica, como repetidas veces lo
prohibieron Nuestros Antecesores. Que a ninguno engañe aquella
honestidad fingida; puede, en efecto, parecer a algunos que nada
piden los Masones abiertamente contrario a la religión y buenas
costumbres; pero como toda la razón de ser y causa de la secta
estriba en el vicio y en la maldad, claro es que no es lícito
unirse a ellos ni ayudarles en modo alguno.
30.
Además, conviene con frecuentes sermones y exhortaciones inducir a
las muchedumbres a que se instruyan con todo esmero en lo tocante a
la religión, y para esto recomendamos mucho que en escritos y
sermones oportunos se explanen los principales y santísimos dogmas
que encierran toda la filosofía cristiana. Con lo cual se llega a
sanar los entendimientos por medio de la instrucción y a
fortalecerlos así contra las múltiples formas del error como
contra los varios modos con que se presentan atractivos los vicios
en esa tan grande libertad de publicaciones y curiosidad tan grande
de saber.
Grande
obra, sin duda; pero en ella será vuestro primer auxiliar y
colaborador de vuestros trabajos el Clero, si con vuestro esfuerzo
lográis que salga bien pertrechado en virtudes y en ciencia. Mas
empresa tan sana e importante reclama también en su auxilio el celo
activo de los seglares, que juntan en uno el amor de la religión y
de la Patria con la probidad y el saber. Aunadas las fuerzas de una
y otra clase, trabajad, Venerables Hermanos, para que todos los
hombres conozcan bien y amen a la Iglesia; porque cuanto mayor fuere
este conocimiento y este amor, tanto mayor será así la repugnancia
con que se mire a las sociedades secretas como el empeño en
rehuirlas.
31.
Y aprovechando esta oportunidad, renovamos ahora justamente Nuestro
deseo, ya repetido, de que se propague y se fomente con toda
diligencia la Orden Tercera de San Francisco, cuyas reglas con
lenidad prudente hemos suavizado hace muy poco tiempo. El único fin
que le dio su autor es el de traer los hombres a la imitación de
Jesucristo, al amor de su Iglesia, al ejercicio de toda virtud
cristiana; mucho ha de valer, por tanto, para extinguir el contagio
de estas perversísimas sociedades. Y así, que cada día aumente
más esta santa Congregación; pues, además de otros muchos frutos,
puede esperarse de ella el insigne de que vuelvan los corazones a la
libertad, fraternidad e igualdad, no como absurdamente las conciben
los masones, sino como las alcanzó Jesucristo para el humano linaje
y las siguió San Francisco: esto es, la libertad de los hijos de
Dios, por la cual nos veamos libres de la servidumbre de Satanás y
de las pasiones, nuestros perversísimos tiranos; la fraternidad que
dimana de ser Dios nuestros Creador y Padre común de todos; la
igualdad que, teniendo por fundamento la caridad y la justicia, no
borra toda diferencia entre los hombres, sino que con la variedad de
condiciones, deberes e inclinaciones forma aquel admirable y
armonioso concierto que aun la misma naturaleza pide para el bien y
la dignidad de la vida civil.
32.
Viene, en tercer lugar, una institución sabiamente establecida por
nuestros mayores e interrumpida por el transcurso del tiempo, que
puede valer ahora como ejemplar y forma para lograr instituciones
semejantes.
Hablamos
de los gremios y cofradías de trabajadores con que éstos, al
amparo de la religión, defendían juntamente sus intereses y, a la
par, las buenas costumbres.
Y
si con el uso y experiencia de largo tiempo vieron nuestros mayores
la utilidad de estas asociaciones, tal vez la experimentaremos mejor
nosotros por ser especialmente aptas para invalidar el poder de las
sectas. Los que conllevan la pobreza con el trabajo de sus manos,
fuera de ser dignísimos, en primer término, de caridad y consuelo,
están más expuestos a las seducciones de los malvados, que todo lo
invaden con fraudes y engaños. Débeseles, por ello, ayudar con la
mayor benignidad posible y atraer a sociedades honestas, no sea que
los arrastren a las infames.
En consecuencia, para salud del pueblo,
tenemos vehementes deseos de ver restablecidas en todas partes,
según piden los tiempos, estas corporaciones bajo los auspicios y
patrocinio de los Obispos. Y no es pequeño Nuestro gozo al verlas
ya establecidas en diversos lugares en que también se han fundado
sociedades protectoras, siendo propósito de unas y otras ayudar a
la clase honrada de los proletarios, socorrer y custodiar sus hijos
y sus familias, fomentando en ellas, con la integridad de las buenas
costumbres, el amor a la piedad y el conocimiento de la religión.
33.
Y en este punto no dejaremos de mencionar la Sociedad llamada de San
Vicente de Paúl, tan benemérita de las clases pobres y tan insigne
públicamente en su ejemplaridad. Bien conocidas son su actuación y
sus aspiraciones; se emplea en adelantarse espontáneamente al
auxilio de los menesterosos y de los que sufren, y esto con
admirable sagacidad y modestia; pues, cuanto menos quiere mostrarse,
tanto es mejor para ejercer la caridad cristiana y más oportuna
para consuelo de las miserias.
34.
En cuarto lugar, y para obtener más fácilmente lo que intentamos,
con el mayor encarecimiento encomendamos a vuestro celo y a vuestros
desvelos la juventud, esperanza de la sociedad.
Poned
en su educación vuestro principal cuidado, y nunca, por más que
hiciereis, creáis haber hecho bastante en el preservar a la
adolescencia de aquellas escuelas y aquellos maestros, en los que
pueda temerse el aliento pestilente de las sectas. Exhortad a los
padres, a los directores espirituales, a los párrocos para que
insistan, al enseñar la doctrina cristiana, en avisar oportunamente
a sus hijos y alumnos sobre la perversidad de estas sociedades, y a
que aprendan desde luego a precaverse de las fraudulentas y varias
artes que sus propagadores suelen emplear para enredar a los
hombres. Y aun no harían mal, los que preparan a los niños para
recibir bien la primera Comunión, en persuadirles que se propongan
y se comprometan a no ligarse nunca con sociedad alguna sin decirlo
antes a sus padres o sin consultarlo con su confesor o con su
párroco.
35.
Bien conocemos que todos nuestros comunes trabajos no bastarán a
arrancar estas perniciosas semillas del campo del Señor si desde el
cielo el dueño de la viña no favorece benigno nuestros esfuerzos.
Necesario
es, por lo tanto, implorar con vehemente anhelo e instancia su
poderoso auxilio, como y cuanto lo piden la extrema necesidad de las
circunstancias y la grandeza del peligro. Levántase insolente y
orgullosa por sus triunfos la secta de los Masones, ni parece poner
ya límites a su pertinacia. Préstanse mutuo auxilio sus sectarios,
todos unidos en nefando contubernio y por comunes ocultos designios,
y unos a otros se animan para todo malvado atrevimiento.
Tan fiero
asalto pide igual defensa, es a saber, que todos los buenos se unan
en amplísima coalición de obras y oraciones. Les pedimos, pues,
por un lado que, estrechando las filas, firmes y a una, resistan
contra los ímpetus cada día más violentos de los sectarios; por
otro, que levanten a Dios las manos y le supliquen con grandes
gemidos, para alcanzar que florezca con nuevo vigor la religión
cristiana; que goce la Iglesia de la necesaria libertad; que vuelvan
a la buena senda los descarriados; y que, al fin, abran paso a la
verdad los errores y los vicios a la virtud.
36.
Como intercesora y abogada tengamos a la Virgen María Madre de
Dios, para que, pues ya en su misma Concepción purísima venció a
Satanás, sea Ella quien se muestre poderosa contra las nefandas
sectas, en las que claramente se ve revivir la soberbia contumaz del
demonio junto con una indómita perfidia y simulación.
Acudamos
también al príncipe de los Angeles buenos, San Miguel, el
debelador de los enemigos infernales; y a San José, esposo de la
Virgen santísima, así como a San Pedro y San Pablo, Apóstoles
grandes, sembradores e invictos defensores de la fe cristiana, en
cuyo patrocinio confiamos, así como en la perseverante oración de
todos, para que el Señor acuda oportuno y benigno en auxilio del
género humano que se encuentra lanzado a peligros tantos. Sea
prueba de los dones celestiales y de Nuestra benevolencia la
Bendición Apostólica, que de todo corazón os damos en el Señor,
a vosotros, Venerables Hermanos, al Clero y a todo el pueblo
confiado a vuestra vigilancia.
[1]
De civ. Dei. 14, 17.
[2] Ps. 82, 2-4.
[3] Const. In eminenti 24 april. 1738.
[4] Const. Providas 18 mai. 1751.
[5] Const. Ecclesiam a Iesu Christo 12 sept. 1821.
[6] Const. 13 mart. 1825.
[7] Enc. Traditi 21 mai. 1829.
[8] Enc. Mirari 15 aug. 1832.
[9] Enc. Qui pluribus 9 nov. 1846. -Aloc. Multiplices inter 25 sept. 1865, etcétera.
[10] Mat. 7, 18.
[11] Conc. Trid. sess. 6 de iustif. c. 1.
[12] Ep. 137 (al. 3) Ad Volusianum c. 5 n. 20.
[2] Ps. 82, 2-4.
[3] Const. In eminenti 24 april. 1738.
[4] Const. Providas 18 mai. 1751.
[5] Const. Ecclesiam a Iesu Christo 12 sept. 1821.
[6] Const. 13 mart. 1825.
[7] Enc. Traditi 21 mai. 1829.
[8] Enc. Mirari 15 aug. 1832.
[9] Enc. Qui pluribus 9 nov. 1846. -Aloc. Multiplices inter 25 sept. 1865, etcétera.
[10] Mat. 7, 18.
[11] Conc. Trid. sess. 6 de iustif. c. 1.
[12] Ep. 137 (al. 3) Ad Volusianum c. 5 n. 20.