¿No tenéis paz? No
la tenéis porque la buscáis por caminos errados.
¡Oh!, ¡Si tuviésemos la lámpara de Aladino para descubrir en qué piensan
los hombres!... Los pensamientos de
muchos católicos durante el día; ¿son diferentes de los que pudieron tener los
paganos honrados, los paganos rectos, antes de la venida de Cristo? Un poco de
bondad natural, una honradez exterior, cortesía…; pero, en el fondo del alma,
un mundo helado, un mundo sin Cristo.
Y la gran apostasía se continuó en el hablar.
Hablamos de las cosas que pensamos, de las cosas que llenan nuestro
corazón. De la abundancia del corazón habla la boca. No pensamos en Cristo, en
sus leyes, en su Iglesia; por este motivo, tampoco entran en nuestros temas de conversación. ¡De cuántas
cosas se habla hasta entre los católicos! Deporte, veraneo, diversiones,
peinados, modas, clima, política, del dólar, del cine, de la salud, dietas,
estudios… pero ¿y de Cristo? No hablamos de Él, sencillamente, porque no
pensamos en Él.
Estamos dispuestos a charlar largo y tendido de cualquier tontería; pero
nos sonrojamos de hablar de Dios, que nos creó. Hacemos una lista de los
propios méritos y, cuando llega el momento de hablar de Aquel ante quien han de
hincarse todas las rodillas, cuando nos toca hablar de cosas religiosas, nos
sentimos encogidos.
¿Cuántas veces al año se pronuncia el nombre de Cristo? ¡Menos todavía
el de Cristo Rey! ¡Oh pobre Rey desterrado!
Esta es la triste situación de la sociedad moderna.
Hemos desterrado al Rey. “No queremos que éste reine sobre nosotros” La política dijo: ¿A qué viene aquí
Cristo? La vida económica exclamó: El negocio no tiene nada que ver con la
moral. La industria proclamó: con Cristo no obtendríamos tantas ganancias. En las ventanillas de los Bancos le dijeron: Vete, nada tienes que buscar entre
nosotros. En las universidades: La fe y
la ciencia se excluyen… Y, finalmente, hemos desembocado en la situación actual
que parece escribir: ¡Cristo no existe! ¡El Rey ha muerto!
El 11 de diciembre de 1925, Su Santidad el Papa Pío XI, en su encíclica
Quas primas instituyó una nueva festividad; mandó consagrar que un domingo del
año se celebrase la fiesta de la “Realeza de Cristo”.
Cristo es Rey de todos nosotros: Es Rey de la Iglesia, Rey del
sacerdocio, Rey de los confesores, Rey de los atribulados, Rey del individuo y
de la sociedad. Política, matrimonio, deportes, costumbres, vida moral,
infancia, juventud, mujer, familia, ¿a dónde llegan cuando siguen a Cristo?
¿Cuál es su resultado si prescinden de Él?
Una noche fría, una noche sin Cristo envuelve las almas. Cristo no es
más que un vago recuerdo que no influye apenas en sus vidas.
Cristo es Rey de mi corazón, Cristo es el Rey de mi hogar, pero ¡no
basta! Cristo es Rey… también en la escuela, en la prensa, en el Congreso, en
la fábrica, en el pueblo…
Si Cristo bajara de nuevo a la tierra, volvería a ser rechazado como
ocurrió en la noche de Belén, cuando sus padres le buscaban hospedaje.
Cristo no cuenta para nada en este mundo. ¡”Cristo Rey”! ¡Oh pobre Rey
sin tierra!
Hace siglos que los bacilos de la peste de la inmoralidad se han
infiltrado solapadamente en la sangre de la humanidad; a costa de ir diluyendo
cada vez más la doctrina de Cristo, ¡ahora nos encontramos que está todo
corrompido!
El destierro de Cristo empezó en el mundo de las ideas.
Día tras día íbamos pensando en todo menos en Dios. Nuestra fe se
debilitaba cada vez más.
Jesucristo debe tener voz y voto
en mis pensamientos, en mis planes, en mis negocios, en mis diversiones. Pero
esto nos resulta muy duro y no queremos admitirlo. Porque si Cristo tiene
razón, es patente que nosotros no la tenemos; no tiene razón mi orgullo, mi
afán de gloria, mis ansias de placeres,
mis idolatrías de tantas cosas terrenas, mi culto al becerro de oro.
Esta es la causa por la que nos resistimos a someternos al yugo de
Cristo.
No quiero a Cristo, porque su humildad condena mi jactancia.
No quiero a Cristo, porque su pobreza reprueba mi afán de bienestar y de
placeres.
No quiero a Cristo, porque su confianza en la Providencia condena mi
materialismo y autosuficiencia.
Pero si Cristo es mi Rey y mi Dios, entonces no pueden ser mis ídolos la
razón, el placer ni el dinero.
¡Señor vuelve a ser nuestro Rey!
¡Tú eres nuestra vida!
Cristo Rey
Mons. Tihamer Toth