CRISTO ES AZOTADO
Petición: Jesús mío, dame lágrimas y pena interna de lo mucho que padeces por mí.
Punto 1.- Mirar las personas.
Viendo el presidente que el pueblo y los sacerdotes pedían la muerte del Señor, mandó azotarle.
Juez cobarde, cruel, vividor, que por no enemistarse con los judíos hace traición a su conciencia y se deshonra a sí mismo.
Político sin pudor, sin visión, que creyó conservar sus honores a costa de la Sangre de Cristo y los perdió por haberla derramado injustamente.
¡Qué alegría diabólica la de los sacerdotes, al saber la orden del presidente! Porque de aquel tormento saldría el Salvador o muerto o inútil para la vida, destrozado en su cuerpo e inhábil para la vida social, por la pena que era castigo de bestias y de esclavos.
Los sayones ejecutores de la flagelación, soldados romanos, avezados a los espectáculos de sangre, reciben encargo y promesas de los príncipes de los sacerdotes para que traten a Cristo sin compasión.
La muchedumbre de los soldados se agrupa en torno al Señor para gozar de aquel espectáculo sangriento, como gozaban en los espectáculos del circo. Un hombre sufre cuando ve que se maltrata a un perro, y aquellos soldados gozan viendo correr la sangre de un hombre inocente.
Y ahora miremos a Cristo, desnudo de medio cuerpo arriba, atadas las manos a la columna, colgado de ella o inclinado sobre ella, ofreciendo sus espaldas a los verdugos.
Punto 2.- Oír lo que dicen.
Lo que el presidente dice es que azoten al Salvador y que luego lo libertará. Es decir, lo considera inocente, pero por miedo a los judíos lo azota. ¿Qué dicen los sacerdotes? ¿Y Tú eres Hijo de Dios? ¿Un Hijo de Dios que se deja descuartizar? ¿Y Tú pronto vendrás sobre las nubes del cielo lleno de Majestad?
Los soldados piensan: “No grita, ni gime, ni suspira como si fuera de hierro. ¡Qué vergonzoso es!
Mientras tanto, Cristo calla y pide a su Padre perdón por nuestras sensualidades.
¿Qué dice la Virgen? Nada, porque sólo le quedan fuerzas para sentir. Sabe que azotan terriblemente a su Hijo y no muere, porque pide al Eterno Padre no morir para sufrir. Morir sería vivir, y vivir un perpetuo morir.
¡Oh dulce Madre! ¡Qué horas tan amargas te quedan aún que pasar! ¿Qué dirán los ángeles? Toda la corte del Cielo bajaría al Pretorio, y viendo al Verbo hecho Hombre, ensangrentado, pediría al Eterno Padre: ¡Señor de la Majestad! Haz con nosotros el milagro que con tu Hijo. Concédenos que gozando de tu visión podamos padecer milagrosamente por su amor.
Punto 3.- Mirar lo que hacen.
El presidente pasea agitado por los salones de su palacio, víctima de sus remordimientos.
Los príncipes de los sacerdotes gózanse satánicamente en los dolores y heridas del Salvador.
Los soldados que le azotan descargan furiosamente sus golpes sobre las carnes santas y delicadas de Cristo.
Los soldados de la cohorte, presentes al tormento, aplauden los golpes más atroces como un premio a la fuerza y al valor.
La Virgen llora y ora. No hace otra cosa, ni puede. Como su Hijo, sufre y ora por mí.
Los ángeles cubren sus rostros y se arrodillan en torno a la columna, adorando a Cristo encendidos en su amor.
¿Y yo? Trato regaladamente mi cuerpo, cuyas culpas fueron causa de este tormento del Hijo de Dios.
Punto 4.- Mirar cómo sufre la Humanidad de Cristo.
Sufre vergüenza por verse desnudo ante las miradas curiosas de hombres sin pudor.
Vergüenza, porque padece pena de animales y de esclavos.
Vergüenza porque paga con este tormento las infinitas y sucísimas deshonestidades de los hombres.
Vergüenza porque queda deshonrado a los ojos de todo el pueblo.
Pero, sobre todo, dolores indecibles por la terribilidad del tormento.
Dolores intensísimos por los instrumentos del suplicio, que son varas de fresno, o correas hechas con nervios de bueyes, o cadenillas de hierro.
Dolores agudísimos por la calidad de los ejecutores del tormento, soldados romanos hechos a la sangre y a la crueldad.
Dolores que a veces producían la muerte, o, por lo menos, dejaban el cuerpo inutilizado para la vida.
Dolores grandes por la terribilidad de los azotes, que entre los judíos no podían pasar de cuarenta y entre los romanos de sesenta y seis.
Dolores muy acerbos, porque Pilato intentaba mover a lástima a los judíos.
Dolores más crueles por la complexión delicada del cuerpo Santo del Salvador.
Dolores que guardaban proporción con las sensualidades bestiales de todo el género humano.
¡Dulce Salvador nuestro! ¿Cómo pudiste no quedar muerto en este suplicio?
Punto 5.- Cómo se oculta la Divinidad de Cristo.
Basta el barro del cuerpo humano para ocultar la existencia del alma humana. Por eso tantos hombres la niegan. Y aun los mismos cristianos viven como si no existiera.
¡Cuánto menos podía describirse la Divinidad de Cristo a través de los tormentos de su Humanidad!
Dios hecho hombre, Dios deshonrado, Dios azotado. ¡Imposible! La razón sin la Fe no puede comprender estos misterios. ¿Qué puede Dios sacar de eso? ¿Qué necesidad tiene de eso? ¿Quién puede forzarle a eso? Sólo tu caridad, Dios mío, que hace eclipsarse a nuestros ojos todos tus demás divinos atributos.
Punto 6.- Cristo sufre por mí.
¡Por mí! ¡Dios es azotado por mí! ¡Para satisfacer por mí! ¡Para darme ejemplo de humildad y penitencia a mí! ¡Para darme a conocer la gravedad del pecado a mí! ¡Para librarme del infierno a mí!
¡Oh Jesús mío, por mí! Pero ¿tú sabías quién era yo? ¿Y sabiéndolo sufrías los azotes por mí? ¿Y en cada uno de ellos pensabas en mí?
Ignacianas
Angel Ayala, S.J.