¡Qué desventura! Ver la cabeza oficial de la Tradición de la Iglesia humillada ante el arrogante judío es el clímax del desastre, signo apocalíptico, desesperanza ante lo humano de la Iglesia; también declive, hundimiento total de la Fraternidad San Pío X. Agonía de la misma Iglesia ahora colgada del hilo de la Resistencia.
M. Fellay y los miembros de su cúpula, sin honor, sin vergüenza, sin pudor y llenos de mentiras se han entregado al enemigo ancestral de Cristo. ¡Qué afeminamiento! No han sabido morir de pie, como hombres en el campo de batalla. Da angustia contagiosa al ver el rostro atemorizado y cobarde de Fellay ante su victorioso enemigo.
¡Qué tristeza! Los últimos cristianos no se prepararon para morir mártires como los primeros. No supieron que había que enfrentar un tiempo extraordinario, una bestia global; no entendieron que la prostitución de sus jerarquías con los reyes de la tierra ya estaba anunciada. ¿Qué ejemplo queda?