CAPÍTULO
VII.
Sobre
la admirable Sabiduría de Dios
al
hacer el Purgatorio y el Infierno.
Como el
espíritu purificado y limpio solo puede encontrar descanso en Dios, pues con
ese fin ha sido creado, no hay otro lugar para un alma en pecado que el
Infierno, y así fue ordenado por Dios. Cuando el alma deja el cuerpo en pecado
mortal, en el instante en que cuerpo y espíritu se separan, el alma busca el
lugar que le corresponde, sin ninguna guía excepto sus propios pecados. Y si en
este momento el alma no estuviera atada por ninguna ordenanza procedencia de la
justicia de Dios, iría aún a un infierno mayor que aquel donde Dios le ha dado
menor pena de la que realmente merece. El alma, que no encuentra lugar donde
ir, manteniendo el mal en ella, termina encontrando por ordenanza divina en el
Infierno su propio lugar.
Pero
retornando a nuestra cuestión, el Purgatorio, allí va el alma al separarse del
cuerpo, cuando ya no está limpia como ha sido creada. Viendo por sí misma este
impedimento, sólo por medio del Purgatorio puede limpiarse, y ella se ubica
allí voluntariamente. No hay una orden que así haga que suceda, y lo haría,
aunque en ese momento hubiera para ella un Infierno peor que el Purgatorio,
porque ve que a causa de tal impedimento, no puede acercarse a Dios, que es su objetivo.
Y tanto le importa ello, que en comparación el Purgatorio no cuenta en
absoluto, aunque sea como el Infierno, comparado con conseguir a Dios, ello
aparece como casi nada.
CAPÍTULO
VIII.
Sobre
la necesidad del Purgatorio, y cuán terrible es.
Cuando veo
a Dios, no veo ninguna puerta que impida entrar al Paraíso y, como él es todo
misericordioso, desea que entremos allí. Él está ante nosotros con los brazos
abiertos para recibirnos en Su Gloria. Pero, bien veo, la esencia divina es de
tal pureza, mucho mayor de lo que pudiera imaginarse, que un alma con la más
mínima imperfección, mejor sería que ella misma se arrojara a mil infiernos,
antes que verse manchada en presencia de la Majestad Divina. Así pues, el alma,
comprendiendo que el Purgatorio ha sido hecho con el fin de eliminar tales
manchas, ella misma va allí y encuentra que ha sido tratada con misericordia al
permitírsele eliminar el impedimento constituido por las manchas del pecado.
No hay
lenguaje que pueda explicar, ni mente que pueda comprender la seriedad de esta
cuestión acerca del Purgatorio.
Mas yo,
aunque veo que hay un Purgatorio tan penoso como el Infierno, veo también que
el alma con la menor mancha de pecado acepta el Purgatorio, como he dicho, como
una merced y aún le parece poco comparado con el impedimento que implica.
Me
parece que el dolor de las almas en el Purgatorio por haber disgustado a Dios,
esto es, lo que ellas voluntariamente hicieron contra Su gran bondad, es mayor
que cualquier pena que puedan sentir en el Purgatorio, y por ello que ven, por
su gracia, la verdad y la gravedad de los obstáculos que les impide acercarse
más a Dios.
CAPÍTULO
IX.
De
cómo Dios y las almas en el Purgatorio se miran mutuamente.
La
santa entiende que su descripción no expresa cabalmente este asunto.
Todas
las cosas que tengo en mente, hasta donde en esta vida me ha sido posible
comprenderlas, cuando las comparo con lo que he dicho, se extreman en grandeza.
Aparte de ellas, todas las visiones, sonidos, justicia y verdades de este mundo
me parecen mentiras o parecen nada. Me he sentido confundida por no poder
encontrar palabras que expresen suficientemente todas estas cosas.
Percibo
que debe haber conformidad entre Dios y las almas cuando Él las ve en la pureza
con que su Divina Majestad las ha creado. El les da un ardiente amor que las
acerca a Él mismo, el cual es lo suficientemente fuerte como para destruirlas,
aunque inmortales, y las transforma hasta que Él las ve como si no fueran nada
más que Él mismo. Incesantemente las va acercando con el fuego, nunca se aparta
hasta que llegan al estado óptimo de total pureza con la cual las creó.
Cuando
con su visión interna las almas se ven así, llevadas por Dios con ese fuego
amoroso, fundidas en ese centelleante amor por Dios, su más querido Señor, se
sienten inundadas por ese amor; y ven que esa luz divina no cesa de llevarlos
amorosamente hacia Él, con gran cuidado y previsión a ser plena perfección de
Su puro Amor.
Pero el
alma, obstruida por el pecado, no puede ir más que hasta donde Dios la lleva
hacia Sí Mismo. Nuevamente, el alma se da cuenta de que no puede trasponer, o
avanzar hacia esa luz unitiva todo lo que quisiera, y clama por ser destrabada.
Yo digo
que es la visión de estas cosas lo que logra en las almas el dolor que sienten
en el Purgatorio, y es imposible describirlo, es el más grande, y ya no pueden
volver a verse a sí mismas yendo contra la voluntad de Dios, cuyo amor por
ellas ven tan claramente dentro de este fuego.
Intensa
e incesantemente este amor lleva a las almas a esta unidad como si ninguna otra
cosa pudiera hacerse. Si pudiera el alma que comprendió, encontrar un peor
Purgatorio donde librarse más pronto de los obstáculos de su camino,
rápidamente se arrojaría allí, guiada por el amor entre ella y Dios.
CAPÍTULO
X.
De
cómo Dios utiliza el Purgatorio para hacer al alma íntegramente pura.
El
alma adquiere ahí una pureza tan grande que estaría bien para ella permanecer
allí aún después de purgada de pecado, y ya no tuviera que sufrir.
Veo,
además, ciertos rayos de luz emanando del amor divino hacia las almas y
penetrándolas tan fuertemente que parecería destruir no solo el cuerpo sino el
alma; esos rayos pueden cumplir dos funciones. La primera, purificación; la
segunda, destrucción.
Miren el
oro, cuanto más se lo funde, mejor se vuelve. Ustedes podrían fundirlo hasta que desaparezca toda
imperfección. Así actúa el fuego sobre las cosas materiales. El alma no puede
ser destruida en tanto está en Dios, pero en sí misma, como tal, sí puede ser
destruida; cuanto más purificada, más se destruye en sí misma hasta que al
final es pura en Dios.
Cuando el oro ha sido purificado hasta 24
quilates, ya no puede ser consumido por el fuego, porque no es el oro sino las
impurezas lo que el fuego consume. Así funciona el fuego divino con las almas. Dios
mantiene a las almas en el fuego hasta llegar a la perfección, igual que el
ejemplo de los 24 quilates; cada alma según el grado de imperfección que trae.
Y, cuando el alma ya está por completo con Dios y nada de egoísmo queda en
ella, pues Él la ha limpiado para llevarla hacia Sí Mismo, ya el alma no sufre,
no hay más pena. El fuego de amor divino es como la vida eterna, y en ningún
caso, contrario a ella.
CAPÍTULO
XI.
Sobre
el deseo de las almas en el Purgatorio
de
ser completamente lavadas de sus pecados.
La
sabiduría de Dios en ocultar, de pronto, sus faltas a estas almas.
El alma
fue creada en total capacidad de alcanzar la perfección, siempre y cuando viva
como Dios ha ordenado hacerlo, sin cometer pecados. Mas, habiendo ya fallado en
el pecado original, pierde sus dones, sus gracias, y muere no pudiendo resurgir
salvo por intermedio de Dios mismo.
Cuando
Dios, por medio del bautismo, la rescata de la muerte y del mal, se conduce al
pecado actual solamente, a menos que se resista, y entonces cae en la muerte
otra vez. Entonces Dios, por otra gracia especial, la levanta nuevamente, aún
cuando permanezca tan hostil y auto-centrada que todas las tareas divinas a las
que me he referido se necesitan para llevarla al estado prístino en que Dios la
creó; sin ellos, difícilmente retorne a ese estado.
Cuando
el alma se encuentra a sí misma en el camino a ese estado primario, se necesita
para la transformación un fuego como el Purgatorio. En realidad, es ese
instinto o tendencia irrefrenable hacia Dios, lo que hace al Purgatorio.
Un
último acto de amor hace Dios por el hombre sin su ayuda. Hay tantas
imperfecciones escondidas en el alma que, si pudiéramos verlas, viviríamos en
la desesperación. Pero en el estado al que me he referido, todas esas
imperfecciones son eliminadas, y sólo entonces Dios se muestra, y les enseña el
funcionamiento de esto para que vean cómo el fuego del amor, por bondad divina,
está quemando, eliminando todas las imperfecciones.
CAPÍTULO
XII.
De
cómo el sufrimiento en el Purgatorio va acoplado a la alegría.
Sé que
lo que el hombre considera perfección en él, a la vida de Dios no lo es, porque
todas las cosas que un hombre hace, lo que ve, lo que siente, o desea, o
recuerda, no puede tener un perfecto parecido porque el hombre hace sus cosas
para él, cuando deberían ser hechas para Dios y con Él, y no principalmente por
el hombre.
Nos
referimos al trabajo divino que funciona en nosotros, como un amor limpiador,
que solo a Dios pertenece y no es mérito nuestro, y tan penetrante en el alma
que el fuego parece envolver al cuerpo en una hoguera…
Es
cierto que el amor por Dios llena el alma hasta rebasar y le da, así lo veo,
una felicidad indescriptible, felicidad que va junto con el dolor en el
Purgatorio. Es el amor en estas almas que se encuentran obstruidas lo que causa
en ellas el dolor, y así, cuando mayor es el alma que tienen, más grande es su
dolor.
Para que
las almas en el Purgatorio disfruten la mayor felicidad en el Purgatorio debe
haber también un gran dolor, uno no va sin el otro.
CAPÍTULO
XIII.
Las
almas en el purgatorio ya no están en condiciones de hacer méritos.
Cómo
ven estas almas la caridad hacia ellas en el mundo.
Si las
almas en el Purgatorio pudieran purgarse a sí mismas por medio de la
contrición, pagarían toda su deuda en un instante de tal vehemencia que
quemarían todo lo que las separa de Dios. Pero nada les será ahorrado ni
abreviado, en lo que hace a ellas mismas, pues eso ha sido determinado por la
justicia de Dios. Tanto en lo que hace a ellas mismas cuanto a lo que Dios
hace, ellas no pueden elegir, sólo prevalece la voluntad de Dios; porque así se
ha decidido para ellas.
Y si
alguna caridad es hecha por aquellos que están en el mundo, para disminuir su
tiempo de dolor, las almas no pueden cambiar las cosas, pues está la balanza de
la justicia divina; dejan todo en manos de Dios y su infinita Bondad. Si
pudieran volverse para contemplar las caridades como si estuvieran dentro de la
voluntad divina, habría egoísmo en ello, y perderían de vista la voluntad de
Dios, lo cual les acreditaría el Infierno. Por lo tanto, ellas aguardan
imperturbablemente lo que Dios quiera darles, sea placer, felicidad o dolor, y
nunca ya vuelven la mirada hacia atrás.
CAPÍTULO
XIV.
Sobre
la sumisión de las almas del Purgatorio a la voluntad de Dios.
Tal es
la intimidad con Dios en el Purgatorio, y tan cambiadas están las almas,
tornadas hacia Su Voluntad, que en todas las cosas hay sumisión a la orden
divina. Aún cuando un alma fuera traída ante Dios cuando todavía algo aunque
sea nimio le falta purgar, se le haría un gran daño; venir manchada a la
presencia de Dios sería un sufrimiento mayor que diez Purgatorios. Ver a Dios
cuando el tiempo aún no ha llegado, aunque sea por un período tan corto como un
pestañeo, sería intolerable para esa alma. Se echaría ella misma a miles de
infiernos, para quitar esa pequeña suciedad que no ha sido eliminada, antes que
permanecer así en la presencia divina.
CAPÍTULO
XV.
Reproches
que las almas del Purgatorio hacen a la gente del mundo.
Y
entonces la bendita alma, viendo las cosas mencionadas por la luz divina, dijo:
“Querría lanzar un lamento tan fuerte que diera miedo a todos los hombres en la
tierra. Yo les diría: ‘Desgraciados, ¿por qué ustedes se permiten deslumbrarse
así por el mundo, ustedes cuyas necesidades son tan grandes y dolorosas, como
sabrán en el momento de su muerte, y que no hacen ninguna previsión en absoluto
para ésta?
“Ustedes
tienen todo el resguardo tomado bajo la esperanza en la misericordia de Dios
que es, como ustedes dicen, muy grande, pero ustedes no ven que esta gran
bondad de Dios los juzgará por haber ido contra la voluntad de tan buen Señor.
Su bondad debe llevarlos a hacer toda Su Voluntad, no darles esperanzas en
hacer mal las cosas, porque Su justicia no puede fallar y de una manera u otra
deben satisfacerse las necesidades.
“Dejen
de abrazarse, diciendo: ‘Yo confesaré mis pecados y entonces recibiré la
indulgencia plenaria, y en ese momento me purgaré de todos mis pecados y así me
salvaré’. Piensen en la confesión y la contrición necesarias para esa
indulgencia plenaria, que vienen aparejadas. Si ustedes supieran, temblaría de
gran miedo, más seguros de que nunca la ganaron que de que alguna vez lo
hicieron”.
CAPÍTULO
XVI.
Las
almas mostraron nuevamente cómo los sufrimientos de las almas en el Purgatorio
no son obstáculo en absoluto para su paz y alegría.
Veo a
las almas que sufren los dolores del Purgatorio tener ante sus ojos dos
trabajos de Dios:
Primero,
ellas se ven sufriendo dolor de buena gana, y cuando consideran sus propios
desiertos y reconocen cómo han afligido a Dios, les parece que Él les ha tenido
una gran misericordia, porque si Su bondad no hubiera templado la justicia con
la misericordia, satisfaciendo la misma con la preciosa sangre de Jesucristo,
un pecado merecería mil infiernos perpetuos. Y por consiguiente las almas
sufren el dolor de buena gana, y no lo dejarían por nada, sabiendo que ellas lo
merecen totalmente y que esto ha sido bien ordenado, y no se quejan de Dios,
sino aceptan su voluntad.
El
segundo trabajo que ven es la felicidad que sienten cuando contemplan la
ordenanza de Dios y el amor y misericordia con que Él trabaja en el alma.
En un
instante Dios imprime estas dos visiones en sus mentes, y porque ellas están en
la gracia son conscientes de estas visiones y las entienden como son, en la
medida de su capacidad. Así una gran felicidad se les concede qué nunca les
falta; más bien crece cuando tienen a Dios más cerca. Estas almas no ven estas
imágenes en sí mismas sino en Dios, en Quien están mucho más interesadas que en
los dolores que sufren, y de Quien tienen mucho tan gran beneficio que pierde
toda comparación con sus dolores. Cada destello que pueden tenerse de Dios
cualquier dolor o alegría que un hombre puede sentir es excedido. Sin embargo,
aunque excede el dolor y la alegría de estas almas, no los disminuye en
absoluto.
CAPÍTULO
XVII.
Ella
concluye aplicando todo lo que ha dicho de las almas en el Purgatorio
a
lo que ella siente, y ha probado en su propia alma.
Esta
forma de purgación que yo veo en las almas en el Purgatorio, las siento en mi
propia mente. En los últimos dos años he sentido la mayoría; todos los días las
veo y siento más claramente. Veo mi alma dentro de este cuerpo como en un
purgatorio, formada como es el verdadero Purgatorio, pero tan medido que el
cuerpo puede soportarlo y no puede morirse.
Veo a mi
espíritu extrañado de todas las cosas, incluso de las cosas espirituales, que
pueden alimentarlo como la alegría, deleite y consuelo, y sin poder para
disfrutar algo, espiritual o temporal, por voluntad o mente o memoria, que me
permita decir que una cosa me contenta más que otra.
Interiormente
me encuentro como si estuviera sitiada. Todas las cosas por las cuales la vida
espiritual o corporal es refrescada han sido, poco a poco, tomadas de mi
interior, que sabe que se han ido. Pero tan odiosas y detestables son estas
cosas, como son conocidas por el espíritu, que se han ido para nunca más
volver. Esto es debido al instinto del espíritu a librarse de cualquier cosa
que impida su perfección; así de duro es él para cumplir su propósito de
guiarse a cualquier lugar menos ser lanzado al Infierno. Por consiguiente
alguna vez priva al hombre interno de todo aquello en lo que puede alimentarse,
sitiándolo tan hábilmente que no permite el menor átomo de paso de imperfección
inadvertido.
En
cuanto a mi exterior, éste también, desde que el espíritu no responde a él,
está tan sitiado que no encuentra nada que lo refresque en la tierra si sigue
su instinto humano. Ningún consuelo le queda excepto Dios que hace todo esto
por amor y muy misericordiosamente en la satisfacción de Su justicia. Percibir
esto da a mi naturaleza exterior gran paz y felicidad, pero felicidad que nada
disminuye mi dolor ni debilita el sitio. Ya ningún dolor podría infligirse en
mi vida tan grande que yo deseara escapar de la ordenanza divina. No dejo mi prisión ni la busco: ¡permito a
Dios hacer lo necesario! Mi felicidad es que Dios se
satisfaga, ni yo podría sufrir un peor dolor que el de huir fuera de la
ordenanza de Dios, así de justo lo veo y así de misericordioso.
Todas
estas cosas de las que he hablado son lo que yo veo, pero no puedo encontrar
las palabras para decir tanto cuanto podría del tema. Ni yo puedo decir
exactamente lo que he contado del trabajo hecho en mí debidamente, qué he
sentido espiritualmente. Sin embargo lo he contado.
La
prisión en que parezco estar es este mundo, mis cadenas el cuerpo, y es mi alma
iluminada por la gracia que sabe la gravedad de sujetarse o mantenerse lejos
impedida de seguir su fin. Esto da gran dolor a mi alma pero por su bien. Por
la gracia de Dios recibe una cierta dignidad que la hace ir hacia Dios; no, más
bien Él le permite compartir Su bondad para que se vuelva uno con Él. Y como
que es imposible que Dios sufra dolor, esta inmunidad ocurre a las almas que se
acercan a Él también; cuanto más se acercan a Él, más comparten de lo que es
Suyo.
Por
consiguiente estar en este camino, como es, causa el alma un dolor insufrible.
El dolor y las trabas la arrebatan de su primer estado natural que por la
gracia se revela a ella, y encontrándose privada de lo que puede recibir, sufre
un dolor más grande según la medida de su estima por Dios. Cuanto más el alma
conoce Dios, más lo estima y más pura se vuelve, y así los estorbos hacia Él le
parecen más terribles que nunca, sobre todo porque el alma que está
desembarazada y totalmente recogida en Dios lo conoce como Él es de verdad.
Como el
hombre que permitiría que le maten antes de ofender a Dios siente la muerte y
su dolor, pero se da por la luz de Dios un celo que le hace valorar el honor
divino antes que la muerte corporal, para el alma que sabe la ordenanza de Dios
la valora sobre todos los posibles tormentos internos y exteriores, aunque
puedan ser terribles, porque esto es un trabajo de Dios que supera todo lo que
pueda ser sentido o imaginado. Es más, cuando Dios ocupa un alma, aunque sea en
un grado pequeño, la mantiene totalmente ocupada en Su Majestad para que nada
más cuente para ella. Así pierde todo lo que le es propio, y no puede por sí
misma ver ni hablar sin conocer pérdida o dolor. Pero, como ya he dicho
claramente, sabe todo en un instante cuando deja esta vida.
Finalmente
y como conclusión, debemos entender que Dios es mejor y más grande causa que
todo lo que el hombre ha de perder, y que el Purgatorio lo que hace es
limpiarnos.
Fin
Fin