EN EL
CORAZÓN DE LA CIUDAD ETERNA
Las reliquias de los Papas y de los mártires, que son
las más elocuentes voces de la tradición, los invitaban con San Cipriano a amar
cada vez más “esta Cátedra de San Pedro y esta Iglesia principal, origen de la
unidad del sacerdocio”. Al regresar volvieron por las calles cercanas al
seminario y se dieron cuenta que las grandes universidades eclesiásticas se
encontraban cerca de Santa Chiara. ¡Qué barrio tan ideal para el Seminario Francés!
Formar jóvenes en la romanidad doctrinal…tal fue su vocación por voluntad de
Pio IX cuando este Papa propuso y luego aprobó, en 1853, que la naciente casa
de estudios fuera confiada a la dirección de los espiritanos. Pero ¿Por qué a
los espiritanos?
LA
CONGREGACION DEL ESPIRITU SANTO
La Congregación del Espíritu Santo había sido fundada
dos veces. En 1700 un joven bretón, Claude François Poullar des Places llego a
Paris con el fin ingresar al sacerdocio, no en la Sorbona, infectada de
jansenismo, sino en el colegio de los jesuitas. Impresionado de algunos
compañeros, el joven clérigo de tan solo veinticuatro años estableció el 27 de
mayo de 1703, fiesta de Pentecostés, la comunidad y seminario consagrado al Espíritu
Santo bajo la invocación de la Santísima Virgen sin pecado concebida. Ordenado
sacerdote en 1707, murió dos años después, en 1709, a la edad de treinta años,
dejando sus hijos espirituales un conmovedor modelo de sacerdote humilde,
pobre, piadoso y doctrinal. En efecto, Claude Poullart quiso que sus “pobres
clérigos” “se educasen en los principios
de la más sana doctrina de la Iglesia católica y romana”. Al joven fundador le
gustaba repetir como máxima favorita: “Un clérigo piadoso sin ciencia tiene una
devoción ciega, y un clérigo sabio sin piedad se expone a convertirse en hereje
y rebelde de la Iglesia”.
Los sacerdotes formados en esa piedad doctrinal en el Seminario del Espíritu
Santo se reincorporaban a sus diócesis o entraban en la Compañía de Luis María
Grignion de Monfort, pero pronto muchos de ellos partieron a las misiones
extranjeras en Canadá (1732) Conchinchina y Senegal (1770-1790).
Después de la revolución, la comunidad, fue reconocida
por la Santa Sede como congregación, ofreciendo un clero excelente a
nueve territorios coloniales, entre otros las Antillas y Senegal. El Seminario
se convirtió en el hogar del pensamiento católico y romano, por el cual pasaron
el historiador Rohrbacher, el canonista Bouix, el protologo Migne, el
paleógrafo Dom Pitra, Dom Geranger, Monseñor Parisis y el Cardenal Gousset o
Luis Veullot que acudieron a dicho Seminario para tratar los problemas de
actualidad a la luz de las enseñanzas de Roma.
Sin embargo, en 1847 la Congregación se encontraba
anémica. Fue entonces cuando la Divina Providencia infundió sangre nueva
insertando en el viejo tronco de Poullart des Places al joven injerto de
Liberman.
EL PADRE LIBERMAN, EL
CORAZON DE MARIA Y LA CASA SANTA CHIARA
Nació el 11 de abril de 1802, Jacob Liberman, hijo del
rabino de Severne, recibió la gracia del bautismo la noche buena de 1826,
adoptando los nombres de François, Marie y Paul: “En el mismo instante, dijo,
en el que el agua santa corrió sobre mi cabeza de judío, ame a María, a la que
hasta entonces detestaba”. Tras ingresar en el Seminario de San Sulpicio en
Paris y luego en Issy, animó rápidamente con su ardor, a todo un grupo de compañeros, concibiendo el
proyecto de enviar a África todo un ejército de apóstoles “para los negros más
desfavorecidos”.
Alentado por Roma y curado milagrosamente de su
epilepsia fue ordenado sacerdote en 1841 y envió a sus “primeros misioneros del
Corazón de María” a Senegal y Gabón. La presencia de los primeros en algunas de
esas tierras de ultramar los dejo pensando. En 1848 su Instituto se fusionó con
el del Espíritu Santo, que tomo el nombre de “Congregación del Espíritu Santo
bajo la advocación del santo e Inmaculado Corazón de María”. Murió cuatro años
después el 2 de febrero de 1852. Al año siguiente respondiendo al llamado y a la decisión del Papa Pio IX, la Congregación
fundaba en Roma el Seminario Francés traslada en 1854 al antiguo convento de
Santa Chiara, la casa espiritual (pietas cum sciencia) a la cual León XIII
concedió en 1902 el título, raro en esa época, de Seminario Pontificio, en 1904
el Padre Le Floch recibía, de las debilitadas manos del Padre Alphonse
Eschbach, la antorcha de la romanidad doctrinal.
EN PADRE LE FLOCH, LOS
PAPAS Y LA CRUZADA.
Henri le Lefloch.
El 26 de octubre de 1923 por la tarde, el Padre
superior reunió a los seminaristas para la primera conferencia espiritual del
curso. El Padre Henri Le Floch se hallaba en el ocaso, a los sesenta y un años,
en el ocaso de su vida, pero no de su capacidad intelectual. Era, decía el
Padre Berto, alumno suyo entre 1921 y 1926, un roble bretón, en la magnífica
robustez de su madurez.
De estatura elevada, el porte seguro, el rostro relleno
y ligeramente colorado, en el que el vigor de la ceja realzaba la finura de la
nariz y de los labios, la cabeza erguida y de sobrecogedora dignidad, los ojos
gris azulados de mirada firme, de una gravedad natural mitigada por un aire de
bondad y una sonrisa apenas dibujada, pero pronta a aparecer, infundía respeto sin
ninguna afectación. Todo él era dignidad y afabilidad.
Apare de ello, era la combinación de una extrema
seguridad en sí mismo y de un extremo olvido de si: no era más que un servidor
de la Iglesia, un hombre de la verdad, el hombre de la doctrina católica,
teólogo por lo tanto, pero intuitivo e impaciente, su espíritu llegaba a la
cima sin obligarse a pasar por los escalones de la argumentación teológica. No
es que despreciara la teología como ciencia racional, sino que no la usaba de
esa manera: inmutable en la fe, se había establecido en los principios
fundamentales de la teología.
El espíritu de Claude
Poullart des Places. Doctrina romana y piedad doctrinal
En una memorable conferencia dada en Chevily en 1902
el Padre Le Floch, basándose en los documentos de la “fusión” de 1948, había
demostrado que así como el venerable Liberman era el revivificador de la
congregación y su iniciador en el espíritu misionero religioso, el siervo de
Dios Polluart des places era su fundador. La comunidad del Espíritu Santo,
aprobada como asociación Francesa por el real decreto de 1734, no había dejado
de existir en 1848, como acababa de probarlo Monseñor Le Roy, superior general
en el Consejo de Estado, salvando a la Congregación de las “expulsiones” en agosto de 1901. Desde
entonces, la intención primera de Claude Polluart seguía siendo firme y válida
y el Seminario Francés de Roma era el heredero del glorioso Seminario del Espíritu
Santo: simplemente había superado la pequeña escala del clero colonial.
El Padre Le Floch encontró en Santa Ciara la tradición
espiritana de adhesión a la santa doctrina romana y de una piedad profunda basada en esta
doctrina, pero él la desarrollo, la estableció al estado puro y la gravo en el
reglamento del seminario; incluso la destilo mediante la lectura en el comedor,
una vez cada tres años, de la vida del Padre Jean Baptiste Aubry, un ex alumno
del Seminario Francés que había adquirido allí el entusiasmo por el estudio de
la teología y el gusto por una piedad teológica:
“Sigue siendo una pretensión de la escuela anti teológica,
escribía, separar el sacerdocio, la piedad de la doctrina: escuela sentimental
que con el pretexto, de la piedad, acaba con la piedad. A una doctrina sin
espiritualidad corresponde una espiritualidad sin doctrina. Doctrina seca,
espiritualidad insípida, poco consistente, malsana, totalmente sentimental y,
por consiguiente sin duración. Escuela que niega la necesidad de una teología
dogmatica tan profunda como sea posible para formar al verdadero sacerdote, al
hombre interior, al hombre apostólico”.
Sin razón alguna, añadía el Padre Aubry, algunos se
limitan a estudiar la teología moral y la separan del dogma por considerarlo
inútil. Al obrar así, quitan de los estudios “todo lo que sirve para formar, en
el joven teólogo, el alma sacerdotal, el sentido teológicos, el hombre de
principios y de doctrina, la inteligencia solida, el espíritu elevado” (Este
mal, ¿no se estará presentando actualmente en la formación de los seminaristas
de la Fraternidad donde los principios, la doctrina y el espíritu elevado desde
hace tiempo están brillando por su ausencia? Nota del trascriptor)
“Sentire cum Ecclesia”,
sentir con la Iglesia.
La fe en los principios y en la eficacia practica de
la verdad, de la verdad católica: esto es lo que el Padre Le Floch inculcaría a
sus discípulos. En 1936, con motivo de sus bodas de oro sacerdotales, sus
antiguos alumnos dejaron por escrito su gratitud por la formación que habían
recibido de él. “Conservo el entusiasmo de mis dieciocho años, escribía el canónico
Joseph Taillade, superior del Seminario de Perpiñan, a usted se lo debo, se lo
debo a Santa Ciara, donde recibí los principios que han sido la dicha de mi
vida.