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miércoles, 16 de julio de 2014

MODO PRÁCTICO PARA HACER LAS CONSIDERACIONES ( MEDITACION)

                              

   Por Don Vital Lehodey

   Las consideraciones varían según se trate de un hecho o un misterio sensible que hable a la imaginación, o bien de una verdad puramente espiritual.

   I.- Si el asunto de la meditación es un hecho o misterio sensible, como la muerte, el juicio, el cielo, el infierno, la vida y Pasión de Jesucristo y otras cosas semejantes, procuraré representármelo con sus diversas circunstancias, cual si ocurriera actualmente delante de mí; evitaré sin embargo la excesiva tensión que fatiga la cabeza y los nervios; apartaré de mi imaginación los sueños vanos y las distracciones, y no tomaré por realidades las creaciones que forme  mi fantasía. Mientras por su medio doy vida al conjunto y detalles del acontecimiento o misterio,  mi espíritu debe procurar penetrarse de las enseñanzas que contiene y aplicárselas prácticamente. Puedo servirme de las preguntas indicadas en el famoso verso latino:
“Quis? Quid? Ubi? Quibus auxiliis? Cur? Quomodo? Quando?”      
              
   Medito en la Pasión, y me pregunto ¿Quis? ¿quién es el que sufre? –El Hijo de Dios. Quid? ¿qué penas sufre?-Pienso en la muchedumbre e inmensidad de sus dolores.- Ubi? ¿En dónde? –recorro en espíritu los diferentes lugares donde sufrió: el huerto, los tribunales, el Calvario.- Quibus auxiliis? ¿Por qué medios?- el desamparo de su Padre, la desolación de su Madre, la huída de los Apóstoles, la traición de Judas, las negaciones de Pedro, el odio y la perfidia de jueces y testigos, la revuelta del pueblo, la cobardía de Pilatos, la rabia de los verdugos, etc. –Cur? ¿Por qué padece? –por su amor a la gloria del Padre y a nuestra salvación, por su odio al pecado, por nuestras iniquidades.- Quomodo? ¿Cómo? –Entrega voluntariamente su cuerpo y su alma al sufrimiento, se deja en manos de sus enemigos, y escoge la más ignominiosa de las muertes, etc… Quando? En qué tiempo? –Cuando por la fiesta Pascual estaba llena Jerusalén de extranjeros y de habitantes de toda la Judea que le habían oído y presenciado sus milagros.

   Como se ve, este procedimiento es inacabable y capaz de llenar horas enteras; aun a veces será bueno dividirlo.

   II.- Si en cambio el asunto es puramente espiritual, me puedo imaginar ver a Nuestro Señor dándome el ejemplo o formulando el precepto que medito; recuerdo lo que la fe y la razón me enseñan sobre ello, considero todas sus circunstancias, y procuro grabarlas en mi espíritu, apropiarlas a mis necesidades actuales y sacar conclusiones prácticas, examinando cuál ha sido en este punto mi conducta pasada y la resolución que he de tomar.
   Repetimos que toda oración debe tener por fin nuestra espiritual reforma, y especialmente sobre tal pecado que corregir o tal virtud que practicar. Los soldados y el ejército que pelean para alcanzar esta victoria son las consideraciones, las peticiones, los afectos, los propósitos, los detalles y el conjunto de este ejercicio;  y la estrategia que regula todos nuestros movimientos en la oración nunca debe perder de vista este objeto.

   Por consiguiente, al meditar en una virtud hay que considerar su naturaleza, sus propiedades, su hermosura, su utilidad, su necesidad, los medios para adquirirla y las ocasiones de practicarla; al meditar en un vicio se ha de examinar su maldad, sus malas consecuencias y sus remedios.

   En cuanto a los motivos para llegar a una resolución práctica, hay tres principales. Primero el deber; nada más justo, tal es la voluntad de Dios, reclámanlo nuestro interés y el de nuestro prójimo, la gratitud por los beneficios recibidos, etc. Segundo, el interés; nada más ventajoso en el tiempo  y en la eternidad; es el medio de conservar y aumentar en mí y en otros la gracia, las virtudes y los méritos, la paz con Dios, con mi conciencia y con mis semejantes; además hay un cielo, un infierno, un purgatorio, castigos temporales del pecado, etc. Y tercero, la facilidad; tantos otros ayudados de la gracia han triunfado; ¿Por qué no haré yo lo mismo?

   “Si vuestro espíritu, dice San Francisco de Sales, encuentra suficiente gusto, luz y provecho en una consideración, deteneos en ella sin pasar adelante, imitando a las abejas que no dejan una flor mientras pueden sacar miel de ella. Pero si no encontráis lo que queréis en una consideración, o cuando esté agotada, pasad a otra”.

  “ Fr. Luis de Granada y San Francisco de Sales aconsejan a aquellos a quienes cuesta trabajo el razonar o meditar, particularmente al principio, el tomar un libro: lean el primer punto, y si no se les viene ningún pensamiento que los entretenga, sigan leyendo otras pocas líneas y reflexiones de nuevo para producir afectos de agradecimiento, dolor y humildad.  Cuando encuentren algo que les conmueva, deténganse y saquen el fruto que les sea posible”.  Santa Teresa declara haber pasado más de catorce años sin poder meditar sino era leyendo. Debemos procurar, no obstante, que la oración no se convierta en lectura, y que el afán de leer y la pereza de reflexionar no impidan el trabajo propio del espíritu. Dios mira la buena voluntad y la recompensa. Poco a poco disminuirán las reflexiones, afluirán los sentimientos, gustará, se alimentará, se inflamará el corazón, y a veces para ocuparnos mucho tiempo bastará una palabra.

   Es muy recomendable hacer actos de fe sobre lo que se medita.
  “Nadie llega de una vez a la cumbre, dice San Bernardo; para alcanzar lo alto de la escala no se vuela sino que se sube. Subamos, pues, valiéndonos como de pies de la oración y de la meditación. La meditación muestra lo que falta, la oración lo obtiene. Aquella enseña el camino, ésta nos conduce a él; por la meditación conocemos los peligros que nos amenazan, y por la oración nos preservamos de ellos”.

   Demos pues la mayor importancia a los afectos, peticiones y propósitos; debemos consagrarles más de la mitad de la oración. Al principio, sin embargo, no podremos hacer esto, pues el alma necesita reflexionar mucho; más adelante, en cambio, traspasarán su límite los afectos y lo invadirán todo; tal es la oración afectiva.

   Llamamos afectos a aquellos movimientos del alma que nacen de la consideración (o sencillamente de algún pensamiento) sobre cualquier asunto, tales como los actos de todas las virtudes, fe, esperanza, caridad, adoración, admiración, alabanza, acción de gracias, ofrecimiento, contrición, confusión  por la vida pasada y otros semejantes.

   Aquél a quien pedimos no está lejos de nosotros, es un ser soberano realmente vivo y presente, que ve todas nuestras necesidades, que quiere y puede aliviarlas, pero que generalmente espera a que se le pida. Está aquí cerca de nosotros, mirándonos amorosamente, atendiendo a nuestras súplicas y más deseoso de darnos que nosotros de recibir. Siempre que pidamos cosas buenas y útiles, tiene empeñada su palabra de oírnos. “Llamemos y nos abrirán”. Nuestro Señor se queja de que “nada le hemos pedido hasta ahora; pedid, pues, y recibiréis. Parece que goza dando.

   ¡Ah! Nuestra gran desgracia en la oración es que no sabemos ni “tratar con el Dios invisible como si le viéramos”, ni  “pedir con fe y sin vacilar”, aunque Nuestro Señor tenga hecha promesa solemne contenida en estas palabras: “Si tenéis fe y no dudáis…, diréis a un monte, arrójate en el mar, y así se hará; todo cuanto pidiereis con fe y confianza, lo recibiréis”.

   Es indudable que debemos también pedir, penetrados de nuestra miseria e indignidad, porque “la oración del que se humilla penetra el cielo”. “Resiste el Señor a los orgullosos y da su gracia a los humildes”. Odioso es el orgullo a los ojos de Dios, sobre todo “el orgullo en la pobreza”. Tampoco debe la humildad destruir la confianza: si son muy profundas nuestras miserias acudamos a “la misericordia de Dios que es muy grande y a la multitud de sus clemencias”; nuestra flaqueza experimentada tantas veces hará resaltar más el poder de la gracia. Más gloria tendrá Nuestro Señor en salvarnos; la gravedad de nuestros males pondrá más de relieve la sabiduría de médico divino; cuanto más desgraciado es el mendigo, más compasión inspira al rico que abre su mano para socorrerle. Muy bueno es el sentir nuestras debilidades y nuestra impotencia, pero digamos con el Real  Profeta: “Perdonadme, Señor, mis culpas, por vuestro nombre, pues son muchas”. Lo que cierra el corazón de Dios no son las  miserias sino el apego a ellas, el orgullo que nos impide conocerlas, el espíritu de independencia que no quiere ni pedir ni someterse, y en fin la falta de fe que no acierta a esperarlo todo de la misericordia divina.

   Deben ser por último nuestras oraciones perseverantes: “Cuando Dios difiere el conceder lo pedido no es que niegue sus dones, sino que quiere hacerlos valer. Deseados durante mucho tiempo, se obtienen con más placer; concedidos inmediatamente, tienen menos valor. Pedid, buscad, insistid. Pidiendo y buscando os disponéis para alcanzar. Dios guarda, lo que no os da enseguida, a fin de que aprendáis a desear mucho sus dones.

   Hay que pedir para sí y para el prójimo.
   Cuanto a lo primero, parece mejor empezar por las peticiones que se refieren al asunto de nuestra oración; el cultivar una virtud, huir de un defecto, la gracia de un misterio, según las consideraciones y afectos a que  nos hemos entregado.

   Así como hay actos fundamentales, humildad confiada, contrición y amor, que deben hacerse en toda oración, así también hay peticiones fundamentales, que será necesario  no omitir nunca. Por eso aconseja San Alfonso María de Ligorio el pedir siempre la perseverancia final y la caridad, porque constituyen nuestro fin.

   San Francisco de Sales decía que obteniendo el amor divino, se obtienen todas las gracias; porque un alma que ama de verdad a Dios con todo su corazón, evitará por sí misma todo lo que pueda desagradar al Señor y se esforzará en complacerle siempre en todas las cosas.

   La caridad es una reina a la cual cortejan las demás virtudes, es un don eminentísimo que no se obtiene sino de limosna; es el tesoro celestial que Dios da más a gusto; nunca harta porque siempre puede ir creciendo.

   La perseverancia final es también una gracia soberana y el don de los dones. “Suplico al lector, dice San Alfonso María de Ligorio, que no se canse al ver que pido sin cesar el amor y la perseverancia. Estas dos gracias comprenden las demás, y cuando se consiguen, todo está conseguido”.

   Propósitos
   Si no hay propósitos firmes y eficaces, se asemejará al enfermo que se limita a pensar en sus males y no quiere tomar ningún remedio.

   No se debe juzgar una buena meditación por la ternura que hemos sentido, sino por el provecho que hemos sacado.  Cuando dejáis la oración con propósito de corregiros y de hacer la voluntad de Dios, no habéis perdido el tiempo, por muy seca que haya sido.

   Hay propósitos generales como amar a Dios de corazón, huir del pecado, practicar las virtudes, conformarse con la voluntad divina. Y propósitos particulares como mortificarse en tal ocasión, ser dulce y paciente con tal persona, someterse a la voluntad de Dios en tal pérdida, humillación o enfermedad.

   No deben ser tan generales que rayen en indeterminados, ni tan particulares que el atender a  los detalles nos haga olvidar las cosas de más importancia.

   Hagamos resoluciones humildes y confiadas a la vez; humildes, porque la fe  nos enseña que sin Nuestro Señor nada podemos, ni aun tener un buen pensamiento y menos todavía quererlo ejecutar y ponerlo en práctica. Este punto es muy importante. Con frecuencia son nuestras caídas castigo del orgullo, debiendo ser su remedio.

   Sin embargo, nuestras resoluciones deben estar llenas de confianza; por muy grandes que hayan sido nuestros contratiempos y nuestras desilusiones hasta la hora presente, sírvannos para conocer nuestra impotencia y para no contar sino con la gracia divina. No será más confundida nuestra esperanza, pues Dios se inclina amorosamente al alma que con humildad la invoca. Podremos  no ser vencidos se dejamos la lucha, pero no le seremos seguramente si esforzados entramos en combate. La victoria coronará nuestra constancia, cada esfuerzo es un paso adelante, cada propósito renovado nos acerca al éxito final.

   Por último, debemos reiterar con frecuencia nuestras resoluciones. No son eficaces si se cambian a menudo aun cuando estén bien escogidas; no se puede vencer la pasión dominante, ni adquirir la virtud que nos falta en un día, ni en una semana. Hay que perseverar y seguir. Conviene pues tomar la misma resolución durante algunas semanas y algunos meses, siempre que no llegue a hacerse por rutina.

   Advertencias:
- Bueno es limitarse a un solo propósito particular que permanezca grabado en el espíritu, así como el cazador  no persigue a un tiempo muchas piezas sino que se fija en una sola.
 -Puesto que deben ser  eficaces  nuestras resoluciones, preciso será proporcionar el trabajo a nuestras fuerzas y empezar por lo más fácil antes de emprender lo  más dificultoso, de otra suerte  nos desanimaríamos muy pronto.

   Conclusión
   La conclusión de la oración es muy sencilla:
   1.- Se dan gracias a Dios por la honra que nos ha dispensado, concediéndonos una audiencia tan larga, bien como por las luces, afectos piadosos y buenos propósitos que nos ha inspirado.
   2.- Pedirle perdón por las faltas y negligencias cometidas en tan santo ejercicio.
   3.- Ofrecerle el alma, el espíritu, el corazón, nuestra vida y nuestra muerte, y especialmente el día presente, y los propósitos que hemos hecho. Rogarle, en fin, por última vez, que nos bendiga y nos dé su gracia para poner por obra lo que nos ha inspirado, representándole nuestra flaqueza e inconstancia.
   4.- Hacer el ramillete espiritual, esto es, según San Francisco de Sales, “tomar los pensamientos que más nos han conmovido, y que creemos sernos más útiles delante de Dios, para rumiarlos durante el día, hacer sobre ellos jaculatorias, y unirnos con toda la frecuencia posible a su Divina Majestad”.