“Esa
doctrina, supuesto regalo dado a los angloamericanos; para ser el nuevo pueblo
“elegido” por Dios, y regenerar al mundo”
Que el Yahvé bíblico, decían
ellos, había inspirado a sus líderes desde el siglo XVI, cuando el monarca
inglés, de entonces, decidió portar sobre su cabeza la tiara de sumo pontífice
adoptando el rimbombante título de “Intérprete de la verdad y canal de
todas las gracias sobrenaturales”
No cabe duda que“esas
gracias sobrenaturales”; no venían del Espíritu Santo , sino del Príncipe
de este Mundo quien en esa ocasión ofreció a Inglaterra, el Poder material del
orbe, y ésta, lo aceptó gustosa.
Acción nunca vista dentro de
la Cristiandad, escandalosa y herética a todas luces, y que evocaba el paganismo
de los antiguos césares romanos. Máximo acto de orgullo y rebeldía contra el
Creador cometido antes por Luzbel y por la primera pareja del Edén.
Con el título de “Destino
Manifiesto” fue llamada, en el siglo XIX, la doctrina política y
religiosa que a partir del siglo XVI se había ido formando bajo los reyes
herejes de Inglaterra; fortaleciéndose en el XVII por los puritanos calvinistas
de la primera república, bajo Oliverio Cromwell , y decantada al fin en las
colonias angloamericanas, por las ideas de los filósofos John Locke, David
Hume, Adam Smith, y sobre todos, por Benjamín Franklin , quien era ardiente
partidario del llamado “Destino imperial angloamericano” de
acuerdo con la Gran Logia masónica de Inglaterra para destruir la
Religión Católica y su espada el Imperio Español.
La Doctrina política del
liberalismo y la doctrina religiosa del libre examen calvinista fueron el
origen y resultado jurídico de la antigua rebelión protestante.
Del acta de Independencia de
las Colonias inglesas en América, llamada:
“Declaración de independencia
de los 13 Estados Unidos de América” en 1776, y la posterior acta llamada:
“La
Constitución de los Estados Unidos de América” en 1787
En aquel entonces, la soberbia
humana hizo exclamar a un estadista y escritor inglés, un tal William E.
Gladstone, lo siguiente:
“The
American constitution is the most wonderful work ever struck off at a given
time by the brain and purpose of a man….”
“La Constitución Americana es
la obra más maravillosa, nunca antes salida del cerebro humano….”
Copiar esa Constitución salida
de cerebro humano fue la ruina de las naciones hispanoamericanas que la
adoptaron.
La Nueva
España del siglo XVIII
Muchos años ante de que los
colonos angloamericanos se rebelaran contra su rey; los habitantes de la Nueva
España habían dado al mundo, un ejemplo de unidad sin precedentes dentro del
gran Imperio Español: la gran potencia oceánica y adalid de la Verdadera
Cristiandad, es decir: de la Católica.
Los españoles, indios y castas se reconocieron como hijos de una misma Madre
espiritual viendo en Nuestra Señora de Guadalupe
del Tepeyac la siempre Virgen María Madre de Dios, como la patrona del Reino de
la Nueva España y se declararon sus hijos sin distinción de clases sociales.
A la cabeza de las máximas
autoridades del Reino: el virrey y el arzobispo de la capital; desde las
principales familias de la aristocracia hasta los más humildes habitantes
peregrinaron para darse cita en el Santuario.
Este suceso extraordinario,
aunque en cierto modo resultado de la maduración de la sociedad novohispana,
aconteció felizmente el 12 de diciembre de 1747 a un poco más de dos siglos de
las apariciones marianas del cerro del Tepeyac. Y a dos siglos exactos del
fallecimiento del fundador de la nación: Hernán Cortés.
En esa fecha se celebró
la Jura Nacional del Patronato de la Virgen de Guadalupe. Es interesante
recalcar que fue durante el siglo XVIII, ya madura la nación, cuando se
celebraron varios homenajes públicos en honor de la Virgen de Guadalupe, como,
la jura de 1737 declarándola Patrona de la ciudad de México, el nombramiento de
Protectora de toda la América Septentrional en 1746, la jura de 1747 como
patrona de la Nueva España y la confirmación de ese protectorado territorial
por disposición del papa Benedicto XIV en 1756.
Cuando él mismo acuñó la
conocida frase del salmo 147, versículo 20
“Non fecit táliter omni
nationi”, “No hizo nada igual con ninguna otra nación”.
Frase que revistió un alto
sentido político, distinguiendo al criollismo y conformando la identidad
novohispana, elevando en igualdad a la Nueva con la Vieja España; al Virreinato
con la Metrópoli.
El papa Benedicto XIV enfatizó
que el catolicismo estaba destinado a asentarse en los territorios de la Nueva
España, previniendo a la Iglesia, de las infiltraciones protestantes que ya
empezaban a manifestarse en los territorios fronterizos del Virreinato.
Refiriéndose a lo anterior, el
padre jesuita Bernard Bergöend escribió en 1913 en la ciudad de México:
“Con la Jura
Nacional, se puede dar por terminada la serie de acontecimientos naturales, que
como factores esenciales, habían ido formando durante más de dos siglos el alma
nacional mexicana, y por lo tanto, debe mirarse el día 12 de diciembre de 1747,
como la fecha memorable en que se consumó de derecho y para siempre la unidad
nacional de Nueva España”.
Sus habitantes, unidos ya con
unas mismas leyes y sometidos a la misma autoridad, se habían reconocido como
hermanos, con amor e intereses comunes, como miembros de una misma familia
espiritual, esto es; pertenecientes a una misma nacionalidad, “a los
pies de la Madre de Dios”
Sin embargo, nubes de tormenta
oscurecían los cielos de este estupendo Imperio. En solamente veinte años más,
se concretaría un hecho lamentable, que marcó el inicio de la demolición del
Impero donde no se ponía el sol:
Los ancestrales y eternos
valores del ser verdadero cristiano que habían asumido Doña
Isabel y Don Fernando, comprometiéndose ante el papado luego del
Descubrimiento de América, ya no eran vigentes para la sociedad europea de la
segunda mitad del siglo XVIII. Solamente la Compañía de Jesús continuaba
con la santa labor de su fundador San Ignacio de Loyola dentro de la
Cristiandad ya deslucida por el protestantismo.
“El
Descubrimiento de América había ocurrido en un momento de verdadera encrucijada
histórica. La Conquista había comenzado al culminar el siglo XV y se había
asentado durante el XVI, cuando en el resto de Europa la Edad Media ya no era
más que un recuerdo del pasado, en medio de una terrible crisis, en camino de
la desintegración progresiva”
“Las
actividades humanas como el arte, la cultura, la economía y la política, que
antes se desarrollaban en jerarquía y gozosa subordinación a la Teología, ahora
buscaban “liberarse” de sus principios rectores. Sobre este edificio ya
averiado, la Reforma protestante había caído como un rayo”
Alfredo Sáenz.
La expulsión
de la Sociedad de Jesús
El 25 de junio de 1767, en la
madrugada, se presentaron las fuerzas armadas del virrey Carlos Francisco,
Marqués de Croix y del visitador don José de Gálvez para ejecutar las órdenes
reales de expulsión.
Los soldados de Cristo, sorprendidos sin ninguna advertencia, no opusieron
resistencia. Fueron separados brutalmente de sus alumnos y familiares,
amenazando a éstos con cárcel si trataban de avisar a los vecinos
Esos eméritos maestros, luminarias del saber de entonces, fueron custodiados
como criminales, sin tener en cuenta su categoría sacerdotal o religiosa, y
custodiados a Veracruz para embarcarlos hacia algún territorio que los quisiera
recibir.
De todos los rumbos de Nueva
España fueron concentrados en Veracruz 678 sacerdotes, hermanos y algunos
estudiantes. Siendo las dos terceras partes de ellos criollos de diversas
regiones americanas. Sus bienes personales les fueron confiscados.
¿Cuáles eran las razones
oficiales para aplicarles tanto rigor?, las razones oficiales podrían parecer
graves, pero ninguna tenía fundamento.
He aquí las más conocidas:
·
Inmenso poder y
enriquecimiento por las Misiones, llamadas reducciones.
·
Haber obstaculizado la
política de Carlos III y haber intentado envenenarlo.
·
Haber adquirido mucha
influencia en la política europea.
·
Haber intentado los asesinatos
de los reyes José de Portugal y de Luis XV de Francia
Pero, con investigar
superficialmente, la actuación de la Masonería del siglo XVIII sabremos bien
cuál era la verdadera razón del odio contra la Compañía de Jesús. A los ojos de
los seguidores del Príncipe del Mundo, uno era su crimen: Haberse
opuesto tenazmente a la destrucción del Orbe Católico, a la destrucción de la
Cristiandad. Existen dos cartas de conocidos masones franceses que han
reproducido casi todos los historiadores: La una, de Jean le Rond
D’Alemberta Chatolai:
“Para destruir a la Iglesia
Católica, hay que comenzar por los jesuitas como los más valientes”.
La otra de François
Marie Arouet, alias Voltaire a Claude Adrien
Helvetius en 1761:
“Destruidos los jesuitas,
venceremos a la infame”. La infame, para él, era la
Iglesia Católica.
Una grave consecuencia de la
expulsión de los jesuitas de los territorios americanos del Imperio Español,
fue la profunda aversión que sus habitantes sintieron por las disposiciones de
la Corona. Por tanto, no hay que descartar en ese episodio, las semillas de la
separación de España, así como la introducción de la literatura enciclopedista francesa
en la educación de las clases altas, educación ayuna del fuerte sostén
jesuítico.
Acto seguido, el Liberalismo
se encargaría de preparar a la opinión pública ensanchando la brecha que se
producía entre los españoles americanos y los peninsulares.
La España del siglo XVIII, ya
no era la de los Reyes Católicos, ni la de Carlos V o la de Felipe II. Como
bien lo dice don Ramiro de Maeztu en su obra En defensa de la
Hispanidad:
“De las incertidumbres
hispanoamericanas del siglo XIX tiene la culpa el escepticismo español del
siglo XVIII….”
La España de ese siglo conoció una etapa lamentable de ablandamiento, de una
gran decadencia, sobre todo en la monarquía. La corrupción, que ya se notaba en
las altas capas del clero y de la aristocracia, siguió de manera ascendente con
la admiración de todo tipo de novedades que llegaban principalmente de Francia.
Siguiendo a Maeztu, transcribo
otro párrafo de su obra:
Defensa de
la Hispanidad
“El hidalgo de los siglos XVI
y XVII recibía una educación severa y disciplinada de modo que el pueblo asumía
de buena gana su superioridad, pero cuando dicha educación se hizo notoriamente
muelle, y al espíritu de servicio a la comunidad, sucedió el de privilegio, los
caballeros se convirtieron en señores, primero, y en señoritos después, no es
extraño que el pueblo les perdiera el respeto”.
En la segunda mitad del siglo
XVIII gobernaron aristócratas masones, cuyo propósito último era dejar a España
sin religión.
Por supuesto que la impiedad no entró a España blandiendo ostensiblemente sus
principios anticatólicos, sino que entró en secreto.
Durante muchas décadas los
nobles siguieron rezando su rosario. Pero empezaron por envidiar el fasto y la
pujanza de las naciones extranjeras, principalmente si eran protestantes,
admiraron sin reservas, las flotas y el comercio de Holanda e Inglaterra, los
lujos de la corte de Versalles, después se asomaron a los autores extranjeros,
comenzando por Montesquieu, el más antihispanista de todos. Llegando hasta
experimentar vergüenza por la gesta evangelizadora de los Reyes Católicos y de
la Casa de Austria.
Entre los valores de la
Cristiandad que España había transmitido al continente americano estuvo la
certeza inamovible de ser, ella misma, la espada de Dios sobre la tierra,
preservando la fe del pueblo español y propagando en todas partes la verdadera
Religión.
Recordemos que la conquista de
Granada acaeció precisamente en 1492, tras siete siglos de incesante lucha
contra el infiel. En ese año se decretó la expulsión de los judíos no
bautizados, por pretender ellos, ofrecer a los Reyes Católicos el dominio del
mundo por medio de las finanzas. Ofrecimiento hecho a Inglaterra y aceptada por
esta en 1532. El Cisma de la iglesia anglicana aconsejada por el canciller
privado del Rey, el hereje Thomas Cromwell en 1532, provocó la división entre
los ingleses, pues mañosamente había propiciado el ingreso a la Cámara de los
Comunes de una mayoría de burgueses anticlericales, quienes de acuerdo
con las sociedades secretas pidieron la ruptura con Roma tomando como
pretexto el deseo real de divorciarse de la Reina.
Ante el peligro de
contaminación de la religión, ya manifestado varias décadas antes por los
falsos conversos, los Reyes Católicos habían pedido al Papa la instauración del
Santo Oficio, el Tribunal de la Santa Inquisición.
Con el Santo Oficio, España
quedó exenta de la contaminación de la Cábala Gnóstica y posteriormente de
la invasión herética protestante que había conmovido al resto de Europa.
El Imperio, y con él, la
Cristiandad pudo enfrentar los embates contra la religión por medio de la
Compañía de Jesús y su obra la Contrarreforma, y el posterior Concilio de
Trento. En Lepanto, el Imperio Español lucho y triunfó en favor de los pueblos
europeos en general, aunque ninguno de sus gobiernos se lo agradeció,
resaltando entre todos la traición del rey Francisco I de Francia y de los
Dogos venecianos.
Los valores eternos de la
Cristiandad, tan bien representados en la Edad Media y conservados por la
España de los siglos XV, XVI y la mayor parte del XVII, se manifestaban en la
sociedad organizada de cara a Dios, siguiendo todos, un mismo fin:
La Iglesia y el Estado, la
Universidad, las Leyes, las costumbres y la educación que se proporcionaba a
los pueblos, los inducía a vivir para la mayor gloria de Dios
Por el espíritu del Concilio
de Trento, el Estado español realizó un renacimiento propio, de cuño
español, cuya concreción arquitectónica se plasmó en el Monasterio del
Escorial.
Al tiempo que libraba a la
jerarquía eclesiástica de la tentación mundana característica de la Sede papal
y neutralizaba el influjo del humanismo laico de Erasmo de Rotterdam.
Pero, esta Cristiandad, este
Imperio medieval, apresado entre las garras del nominalismo filosófico, del
voluntarismo teológico y del creciente naturalismo agonizó sin remedio a fines
del siglo XVIII.
La Nueva España del mar Océano que había sido fundada y evangelizada por esta
Cristiandad y este Imperio medieval formidables, que había disfrutado desde la
fundación por H. Cortés de innumerables privilegios de la Corona, y que
administraba desde México, su hermosa y estupenda ciudad capital, inmensos y
ricos territorios. Este verdadero Reino de Ultramar se encontraba inerme, sus
habitantes confiados e inconscientes, sin pensar que vivían los últimos años de
bonanza, orden y paz.
Adormecidos como estaban, no
podían imaginar que a la vuelta de unas cuantas décadas iban a sufrir las
consecuencias de su descuido. ¡Qué diferencia! Entre los primeros monarcas de
la Casa de Austria y los últimos de esta dinastía, así como los pertenecientes
a la nueva, la borbónica, del siglo XVIII.
Un botón de muestra nos da
ejemplo del interés que el Emperador don Carlos tenía por los nacientes reinos
americanos. Ya en sus últimos años como gobernante decretó lo siguiente:
“Para servir
a Dios nuestro Señor y bien público de nuestros Reinos, conviene que nuestros
vasallos súbditos naturales, tengan en ellos Universidades y estudios Generales
donde sean instruidos y graduados en todas las ciencias y facultades, y por el
mucho amor y voluntad que tenemos de honrar y favorecer a los de nuestras
Indias, y desterrar de ellas las tinieblas de la ignorancia, criamos, fundamos
y constituimos en la ciudad de Lima de los Reinos del Perú y en la ciudad de
México de la Nueva España, Universidades, y estudios generales, y tenemos por
bien y concedemos a todas las personas que en las dichas Universidades fueran
graduadas, que gocen en nuestras Indias, Islas y Tierras Firmes del Océano, de
las libertades y franquicias de que gozan en estos Reinos, los que se guardan
en la Universidad y estudios de Salamanca…”
España, desde el principio de
la Conquista había sido por esencia fundadora, los conquistadores fueron fieles
a este concepto y fundaron una nueva sociedad. España había fundado la polis
grecorromana en un Nuevo Mundo, fundó en fusión con el mundo
precolombino, mediante el mestizaje, la erección de ciudades, el
establecimiento de la Iglesia Católica y las instituciones del gobierno civil,
los cabildos.
Es el nacimiento de una
civilización nueva, distinta, original, enraizada en la tradición mediterránea
greco-romana-ibérica y católica sobre lo indígena americano. España es en suma
la madre histórica de América.
España no vaciló en mezclar su
sangre con la del nativo, dando origen al “hombre de la tierra”
Refiriéndose al proceder de
los seudo historiadores materialistas de todas las épocas, cuando quieren
juzgar la actuación de España en el Nuevo Mundo. El historiador argentino
don Alfredo Sáenz nos proporciona esta reflexión muy clara y
apropiada para formar nuestro criterio histórico:
“Si se quita la intención
evangelizadora, la conquista de América aparece – y así se ha querido
reiteradamente mostrar por la Leyenda Negra como el caso de un pueblo poderoso
que se enfrentó con pueblos débiles, que los vence, los explota lo más posible,
y de este modo acrecienta el patrimonio de la Corona y las posibilidades
mercantilistas de la Metrópoli. En una concepción semejante, el aspecto
religioso pasa a ser solamente anecdótico y también expresión del “atraso y
oscurantismo” secular de España”.
Visión parcial y malévola de
la Conquista, tan querida por los materialistas dialécticos de todos los
tiempos, los protestantes angloamericanos y sus corifeos de todas las nacionalidades.
He relatado brevemente los
acontecimientos más destacados que sucedieron en la Nueva España durante el
siglo XVIII en materia religiosa; ahora, también brevemente hablaré de su
situación económica y moral: Para esto, voy a seguir la información que nos da
don Pedro Sánchez Ruiz
en su estupenda obra “Historia de la Nación Mejicana”, de su última
edición de este año 2005, en dos tomos.
“La ejemplar paz y armonía
social, el desarrollo de las ciencias, las artes y las letras. El progreso
económico de que disfrutó la Nueva España en los siglos XVI y XVII, y que se
manifestó pujante en el siglo XVIII, no obstante las primarias y más urgentes
necesidades de evangelización y civilización de los naturales. Se inicia la
decadencia religiosa, política, cultural y económica de Méjico. Por su
situación geográfica con respecto a la Metrópoli, por la extensión de su
territorio, población y recursos de todas clases, por sus instituciones
religiosas, políticas, sociales y culturales, el Reino de la Nueva España estaba
predestinado a ser una nación independiente y soberana, y ya en ese siglo
reunía todos los elementos necesarios para llegar a serlo. Era prácticamente la
metrópoli de un mundo que se extendía desde Asia hasta la cuenca de mar Caribe,
pasando por todos los territorios occidentales de Norte América. Y como
consecuencia natural de los valores de todo orden acumulados en los dos siglos
precedentes, la Nueva España llegó a su máximo esplendor”.
En la página 173 del primer
tomo de la obra citada anteriormente, don Pedro Sánchez Ruiz nos da esta
información:
“Según don Marcelino Menéndez
y Pelayo, la Nueva España era toda una nación, la primera del continente, la
más culta, y que mayores elementos tenía para engrandecerse, la parte
predilecta y más cuidada del Imperio”. “Donde la cultura española había echado
más hondas raíces”
El virrey Marqués de
Cerralvo, escribía al rey don Felipe III a principios del
siglo XVII:
“La capital es la ciudad más
culta y elegante del continente, pocas poblaciones tiene la Monarquía de
Vuestra Majestad de más lustre que la de Méjico…”
A principio del siglo XIX, el
diario angloamericano Morning Post citó en su editorial del 15 de
octubre de 1804:“Es Méjico la ciudad más rica y espléndida del mundo, el
centro de todo lo que se transporta entre América y Europa, por una parte, y
entre América y las Indias Orientales por la otra”. Don Lucas Alamán y
Escalada en la página del Tomo I, cap. III de su “Historia de México”, escribe
lo que se revela como una nostalgia del la Nueva España que le toco ver:
“La abundancia y prosperidad
que se disfrutaba, constituía un bienestar general que hoy se recuerda en toda
la América, como en la antigua Italia el siglo de oro y el reinado de Saturno,
más bien se mira como los tiempos fabulosos de nuestra historia, que
como una cosa que en realidad hubo o que es posible que existiese”.
La Nueva España tenía todo
para ser de por sí, un Reino independiente pese a su poca población en relación
con su enorme extensión territorial; más de tres veces toda la Europa
occidental estaba muy organizada en todo, con riquezas y moneda propia. Con
flota propia, renovada ya, después que los ingleses la destruyeran como
venganza por haber apoyado a Felipe V, en vez de Carlos de Austria.
También, don Lucas Alamán
relata en el capítulo III del primer tomo de su obra un curioso proyecto que
destaca la importancia de la Nueva España:
“A
principios del siglo XVIII, durante la guerra de sucesión dinástica, la América
toda se conservó adicta a la casa de Borbón, cuyo dominio tuvo tiempo de
afirmarse antes de las hostilidades, Felipe V, ocupado Madrid en dos ocasiones
por las tropas aliadas al archiduque don Carlos que sostenían los derechos de
la Casa de Austria, creyendo no poder conservar su trono en España, pensó
trasladarse a la Nueva España y hacer de su capital, Méjico, la capital de sus
dominios ultramarinos”
Esta idea del nuevo monarca
Borbón estuvo a punto de realizarse, de haber sido así, estos territorios, con
su riqueza hubieran dado nueva vida al vetusto Imperio de los Austria.
Más tarde, en 1783, apenas
firmado el Tratado de París que reconocía la Independencia de los Estados
Unidos por las potencias europeas, el conde de Aranda advertía a Carlos
III de la peligrosidad de la nueva nación republicana a quien la Corona había
ayudado a independizarse de Inglaterra. Y recomendaba colocar a sus tres
infantes españoles en sendos Reinos de ultramar, tomando el monarca el título
de Emperador. No se le escuchó entonces.
En 1808, vendría otra
oportunidad cuando Napoleón invadió a España. Unos meses antes, en marzo se
previó la posibilidad de que el rey Carlos IV se refugiara en Nueva España,
como lo había hecho el de Portugal en Brasil.
Manuel Godoy, el primer
ministro del Monarca ideó un bien estructurado plan con todas las posibilidades
de realizarse. Ya estaba todo preparado para el viaje de la familia real, con
la anuencia indirecta de Napoleón para tener el campo libre de la Corte, cuando
en 18 de ese mes se produjo una rebelión de los empleados y servidores del
palacio que iban a quedar sin empleo y más aún por venir la idea del odiado
Godoy.
La rebelión contagió al pueblo
de Aranjuez donde se hallaba la corte desencadenando toda una catástrofe para
la Corona. Los cabecillas del motín querían la cabeza del favorito Manuel Godoy
quien tuvo que huir para salvar su vida y al día siguiente, obligaron al rey a
abdicar en favor de su hijo don Fernando. Don Lucas Alamán, refiriéndose a ese
suceso comenta:
“Proyecto ese que hubiera
producido los mejores resultados y que un siglo antes concibió Felipe V”. “La
independencia de Méjico se hubiera hecho sin violencia y sin sacudimientos como
sucedió con el Brasil…..”
Es muy interesante repasar con
cuidado los capítulos III y IV del primer tomo de esta Historia de Alamán,
porque en ellos relata todos los intentos, pequeños y grandes de separar a
Nueva España del Imperio por los propios gobernantes españoles.
De su atenta lectura, se deduce entre líneas, las actuaciones de las Sociedades Secretas que maquinaron durante todo el siglo XVIII y principios del XIX, no nada más en Nueva España, sino en todo el Imperio; para desmembrarlo a favor de Francia, Inglaterra o los Estados Unidos.
Orígenes del
Destino Manifiesto de los angloamericanos
La doctrina del Destino
manifiesto angloamericano sigue viva, actuante y ofensiva; de manera más sutil
en unos casos, de forma brutal en otros, pero mayormente, con vestido de
caridad.
Influyendo a los pueblos
desprevenidos con su artificiosa propaganda. Y todo esto, en nombre de Dios,
quien en Su misericordia “ha predestinado a un nuevo pueblo, los
angloamericanos, -dicen ellos-, para regenerar la tierra y reconquistar el
Paraíso perdido”
Para comprender mejor este
famoso Destino Manifiesto; es necesario remontarnos un poco a los fundamentos
de la nación inglesa y de la comunidad judía asentada en las islas. En el año
597, fin del siglo VI después de Cristo, el papa san Gregorio Magno envió a un
grupo de monjes a cuya cabeza iba Agustín, mas tarde consagrado primer
arzobispo de Canterbury y canonizado santo, con la misión de re evangelizar a
los bretones, quienes después de la sangrienta invasión de los bárbaros
anglosajones, habían quedado sin sacerdotes y bajo la autoridad espiritual de
sus jefes tribales y de sus consejeros judíos.
Agustín y sus monjes
cumplieron su cometido, pero la Inglaterra quedó bajo la protección y autoridad
espiritual directa del Papa, lo que significó mayores impuestos además del
diezmo correspondiente. Esto no gustó a los reyezuelos y con el tiempo, se
rebelarían contra la Santa Sede.
Durante toda la Edad Media, la historia de Inglaterra está marcada por las
luchas entre la Monarquía y la Iglesia. Ejemplos significativos de esta lucha
son los martirios del arzobispo santo Thomas Becket por Enrique II en 1172 y
del canciller santo Tomás Moro por Enrique VIII en 1535. Hemos de aclarar que
el sacrificio de estos dos buenos hijos de la Iglesia no fueron causados tanto
por la maldad o ira de esos reyes, sino por la debilidad del primer rey como
por la impiedad del segundo rey, ambos acosados por consejeros nominalmente
cristianos pero en realidad judíos. Sin embargo, la Iglesia tuvo que recurrir
en Inglaterra varias veces al brazo armado de los reyes, cuando la nación
entera estuvo gravemente amenazada por los prestamistas judíos. Tales fueron
los casos de la pequeña expulsión ordenada en 1189 por Ricardo I, “Corazón de
León” y la gran expulsión dictada en noviembre de 1290 por Eduardo I,
Plantagenet contra los judíos que conspiraban contra la Monarquía en favor de
Francia. Quedando en Inglaterra pocos cientos quienes aceptando el bautizo
juraron aparente fidelidad a la Corona.
Con la economía del Reino en
sus manos, Eduardo I inició un brillante período de florecimiento interno, de
equilibrado desenvolvimiento de la industria y de expansión hacia el exterior.
Pero como en la España del
siglo XVI, sus enemigos intrigaron desde los países vecinos, principalmente
desde Gales. A donde personalmente encabezó la invasión, y una vez ganada
nombró a su hijo como primer príncipe de Gales.
Ricardo C. Albanés, “Los
judíos a través de los siglos”, Edit. La Verdad, 1988, Lima-Perú.
Un personaje
clave en la confección del Destino Manifiesto
John Wicleff nació en
Yorkshire en 1330 de familia neo conversa estudió teología y fue ordenado
sacerdote, a la edad de 40 años, era profesor en Oxford y en 1374 era párroco
de Lutterworth donde comenzó a elaborar su doctrina de “La Predestinación” que
le llevó a rechazar la enseñanza tradicional de la Iglesia y a confeccionar una
especie de puritanismo casi 200 años antes que Juan Calvino. Fundó una nueva
Iglesia que se distinguiría por su santidad y pureza: “La
Comunidad de los Santos elegidos y predestinados” donde no habría
sacerdotes, porque afirmaba:“En la Gloria todos son sacerdotes consagrados
por Dios, frente a los que no forman parte de la grey”
A despecho de las autoridades
eclesiásticas instauró en su parroquia un nuevo culto, según él, más puro y
santo. Desechó el idioma latino de la Misa, celebrándola en la lengua
vernácula, “para que todos los fieles la entendieran”, afirmaba que
no existía la Transubstanciación de las especies y que la Eucaristía era una
fiesta conmemorativa, un deleite espiritual donde solamente participaban los
elegidos. Suprimió la confesión individual, la penitencia y las indulgencias,
despojó su iglesia de las imágenes de los santos, y en sus prédicas proclamaba
la desaparición del celibato y de toda referencia a la Santa Sede. La comunidad
de los santos elegidos y predestinados” la formó con unos monjes pobres
mendicantes que enviaba a los pueblos cantando salmos en inglés con la Biblia
en mano y que los campesinos llamaron “loulards”. Estos simpáticos monjes
fundaron círculos de lectura para leer la Biblia que interpretaban a su manera
y enseñaban a los fieles, a ser constantes en el trabajo manual y olvidarse de
las oraciones y meditaciones porque eran fuente de holgazanería. Su popularidad
llegó a personas influyentes hasta alcanzar a la familia real, en la persona
del Duque de Lancáster, John de Gaunt, antepasado de doña Isabel la Católica.
El Duque tomó bajo su protección a John Wicleff para evitar ser procesado por
la jerarquía eclesiástica inglesa, y al principio simpatizó con la doctrina del
Abad de Luterworth Wicleff, por su poderoso protector, pudo morir en su
monasterio sin problemas con Roma. Cuando los lolardos se sintieron poderosos
comenzaron por predicar la libertad y la justicia social contra los ricos
propietarios y contra los bienes de la Iglesia. Instaron a repartir la riqueza
entre todos los habitantes como lo habían hecho los primeros cristianos. Pero
el movimiento desembocó en franca rebeldía y ataque contra los señores feudales
y contra el mismo rey, provocando la primera revolución social de los
campesinos. Entonces el duque de Láncaster tuvo que retirarles su protección y
él mismo los combatió hasta vencerlos. Los círculos de lectura de Biblia
continuaron en Inglaterra, pero esta vez, como Sociedad Secreta. John Wicleff
puede considerarse, sin lugar a dudas, como el antecesor de los herejes
reformistas del siglo XV, Juan Huss y Jerónimo de Praga, a través de ellos los
herejes del siglo XVI: Lutero, Zwinglio y Calvino, tomaron sus doctrinas de
la “Predestinación de los elegidos”
Años después de la muerte de Wicleff, cuando sus lolardos propagaban la
Revolución en Hungría, la Iglesia mandó desenterrar sus huesos y quemarlos
públicamente como hereje judaizante. Porqué los judíos son los causantes de
tantos males en la Cristiandad
Camino
abierto al Destino Manifiesto
La doctrina predicada por los
seguidores de John Wicleff “La Predestinación de los elegidos”, no era una
idea nueva en la mente de los hombres, esta idea tiene su raíz en el convencimiento
de los judíos de ser “El pueblo elegido de Dios para traer al Mesías” una
elección que ningún otro pueblo se merecía.
Los hijos de Abraham aceptaron esa elección divina como una bendición, pero
también, la sufrieron como una carga insoportable. Los menos; una exigua
minoría, aceptaron la elección con alegría, con resignación, con obediencia y
sufrimiento, con la esperanza de ver un día
al Ungido de Yahvé quien reinaría sobre todos los pueblos y por toda la tierra.
Estos, continuaron las tradiciones de los Patriarcas y de los Profetas
concentrándose en la llamada Casa de David.
La mayoría, quienes sirvieron de “corteza al meollo”, se rebelaban,
apostataban, se contaminaban, se corrompían y cometían los peores crímenes; de
la misma forma que sus vecinos paganos. Constantemente reconvenidos por Yahvé a
través de los Profetas, estos judíos infieles preferían eliminar a los enviados
de Dios y martirizarlos.
San Pablo, en su carta a los
romanos, capítulo XI, nos recuerda la queja que el profeta Elías dirige a Dios
contra Israel:
“¡Oh Señor!,
a tus profetas los han muerto, demolieron tus altares, y he quedado yo solo y
atentan a mi vida”.
En esa misma carta paulina, en
el capítulo IX, versículos 27 a 29, nos recuerda el reclamo del profeta Isaías. “Aún
cuando el número de los hijos de Israel fuese como las arenas del mar, solo un
residuo de ellos se salvará. Porque Dios en su justicia reducirá su pueblo a un
corto número; el Señor hará una gran rebaja sobre la tierra”
Tanto el Antiguo Testamento
como el Evangelio citan muchas veces esa elección divina a un corto número. Los
verdaderos elegidos de Dios han sido los judíos que reconocieron al Mesías como
hijo de Dios, quienes le siguieron durante su paso por la tierra y fueron la
raíz de la Iglesia de Jesucristo.
Como todos sabemos, los que
fueron iluminados por el Espíritu Santo en Pentecostés. Los demás, los que
ignoraron, rechazaron y sacrificaron a N. S. Jesucristo; Dios les ha dado en
castigo a su rebeldía, dice San Pablo “Un espíritu de estupidez y
contumacia. Ojos para no ver y oídos para no oír”. Israel buscaba la
justicia por medio de la Ley, mas no por la Fe, pero la han hallado aquellos
que han sido escogidos por Dios, habiéndose cegado todos los demás… Los judíos
poscristianos son los rechazados, se les ha quitado el Reino espiritual, (San
Mateo: 8,11-13 y 21,38-46) a ellos no les ha quedado otro camino que seguir al
mundo material; que rendirse al Príncipe de este Mundo, por lo que en sus
academias del destierro confeccionaron el Talmud como una interpretación
materialista de la Sefer Thora o Pentateuco. Y en ese engendro del demonio que
es el Talmud como regla de conducta para su pueblo en lo sucesivo, han asentado
la destrucción del orden cristiano, de ahí han salido, por dos mil años, todas
las herejías y los ataques que la Sinagoga ha impulsado y sigue impulsando
contra todo lo que represente a Cristo y a Su Iglesia. Las pocas conversiones
verdaderas han sido por gracia especial de Nuestro Señor Jesucristo.
A lo largo de los últimos dos
mil años, los judíos han influido en el curso de la Historia como ningún otro
pueblo. Se han valido de todos los medios, de todos los sistemas teológicos,
filosóficos, económicos. De todos los individuos, religiones, gobiernos y
naciones, aún de la propia jerarquía eclesiástica católica, en muchas
ocasiones; para conseguir su fin último, es decir: El dominio material del
Mundo.
La catástrofe que padeció la
Cristiandad a principio del siglo XVI con la llamada Reforma protestante tuvo
sus antecedentes, como hemos visto, en las herejías de John Wicleff, pero
también en la contaminación cabalística de las escuelas de traductores de
Toledo en el siglo XIII, y en el Humanismo del siglo XIV, aunque anteriormente
había brotado parcialmente en la Francia del siglo VIII y en las Universidades
del XIII.
El Humanismo, como un
movimiento espiritual para darle mayor valor al hombre en sí mismo, basado en
el conocimiento de los clásicos paganos; especialmente griegos, a través de los
bizantinos ortodoxos.
Este Humanismo difería del
antiguo sometido a los cánones cristianos, los clérigos más avispados los
juzgaban rígidos y sofocantes para su deseo de libertad intelectual. El nuevo
Humanismo reinterpretaría la civilización cristiana, “porque el hombre había
madurado”, decían sus corífeos, era necesario “vivir el cielo en la tierra ” La
reinterpretación de la civilización cristiana “revitalizada” por el mundo
clásico se configuró como una actitud filo científica a partir de una imitación
de los paganos griegos y romanos. Se desarrollaron normas de liberar al
individuo de las normas cristianas medievales, acompañadas de un nuevo interés
por la Naturaleza, la afirmación del Yo como centro rector del Universo. Todo
esto atacó directamente al pensamiento teocéntrico medieval.
El nuevo humanismo no se
detuvo ahí, sino que, a través de la admiración por el arte y las costumbres
paganas dio paso al llamado Renacimiento. Quebrando la
imaginería religiosa tan recatada de los siglos anteriores, exponiendo el cuerpo
desnudo o semidesnudo aún en los personajes de la historia sagrada. En el siglo
XIII y principios del XIV sería la ciudad de Aviñón asiento de varios
antipapas, uno de ellos, Benedicto XIII, don Pedro de Luna destacó por su
protección a los humanistas, sin menoscabo de su piedad religiosa. Aviñón fue
sede del nuevo Humanismo, junto a las cortes de los magnates italianos como los
Colonna y los Médici donde brillaron Francesco Petrarca, Dante y otros con sus
loas al amor profano. Entre los que rodearon al papa Luna había varios
españoles.
No tardarían en aparecer en el
siglo XV los humanistas españoles, comenzando con Juan Fernández de Heredia
(1394), Alonso de Cartagena (1384-1456), Juan de Moles (1404-1484), el marqués
de Santillana (1 ) y terminando ya, en el siglo XVI, por Erasmo de Rotterdam y
otros. El siglo XV va ver engrandecerse a la Burguesía: los comerciantes y los
industriales, con su nueva moral económica contrapuesta a la moral cristiana
del Medioevo.
La corrupción de las costumbres, de la moral y de la práctica religiosa abrirán
las compuertas al libertinaje, llamado “deseo de libertad” por los
intelectuales. Tal va a ser el caldo de cultivo del que saldrán el Libre Examen
y las ideas democráticas de los herejes protestantes.
El libre examen o libre interpretación de las Sagradas Escrituras, unido a la
doctrina de la predestinación propiciada por John Wicleff en base a la supuesta
elección divina de los “nacidos de nuevo o renacidos”, ideas retomadas por
Martín Lutero, cundieron como fuego en paja por el Imperio Alemán.
Desde la prohibición que el
joven Carlos V en 1521 le hizo de publicar sus escritos hasta la desafortunada
Paz de Augsburgo en 1555; los herejes tomaron la iniciativa en la construcción
de una falsa Cristiandad que a pesar del Concilio de Trento y de la
Contrarreforma española siguió creciendo impulsada por los eternos enemigos del
catolicismo y de su espada: el Imperio Español.
La falsa
Cristiandad protestante, máscara de la Revolución anticatólica
Después del reconocimiento
oficial de la Reforma por la firma de la Paz de Augsburgo, la antigua Doctrina
de la Predestinación que había tomado forma bajo la teocracia calvinista de
Ginebra, y que entre los años 1541 y 1546 había llevado a la hoguera a 58
personas y desterrado a 76 dirigentes opositores; se asentó en los Países
Bajos. La herejía religiosa calvinista introdujo en los fundamentos de la nueva
religión el principio democrático, pues afirmaba que en la comunidad de los
santos no debía haber sacerdotes ni jerarquía alguna. Solamente un presidente
de la Asamblea elegido por los fieles. Este principio democrático ejerció
preponderante influencia en la vida política de sus creyentes, a medida que
aumentó la importancia del calvinismo.
El calvinismo se propagó principalmente entre los sencillos
campesinos y los más ignorantes habitantes de los cantones suizos. Ahí se acuñó
el nombre de “Iglesia del Pueblo”, iglesia de los pobres, algo así como la
Teología de la liberación sudamericana conducida por los desheredados.
En cuanto a la moral; Calvino cambió
“La mística de la consolación”, la certeza de la salvación por la Fe, de Martín
Lutero; por “La mística de la elección divina”, hecho evidente en la pureza
de la vida personal. Consiguió mantener la creencia en la salvación por la Fe y
la necesidad de las obras como señal de Fe y su consecuencia de la riqueza por
el trabajo. Mas tarde esta doctrina se llamaría “puritanismo”. La doctrina de
Juan Calvino prendió en Francia con el movimiento de los “Hugonotes”, fanáticos
anticatólicos y antiespañoles, y en Inglaterra y Holanda, con el movimiento de
los puritanos no conformistas, también rabiosamente anticatólicos y
antihispanos. De esta diabólica combinación nació el Destino Manifiesto
angloamericano, engendro de la ancestral Revolución de Luzbel que San Pablo
llama: “El Misterio de Iniquidad que ya está actuando….” en la
2ª Carta a los Tesalonicenses
El embrión de la doctrina del
Destino Manifiesto angloamericano pasó a las colonias de Inglaterra en la costa
oriental de Norteamérica con los puritanos anglo holandeses expulsados por
los protestantes menos acelerados escandalizados de sus ideas. Mientras que los
anglicanos eran partidarios de llegar a un acuerdo con la Iglesia de Roma para
mejorar las condiciones de los católicos fieles al Papa a quienes los puritanos
del Parlamento veían como traidores a Inglaterra.
Los puritanos habían logrado en el Parlamento, llevar al cadalso a muchos
sacerdotes católicos, mientras los jesuitas, pilares de las familias y
educadores de la juventud habían sido expulsados brutalmente acusados de
colocar bombas en el la sede de gobierno.
Poco antes de la muerte de
Jaime I, el heredero, príncipe Carlos, proclive a Roma, había ido a España para
concertar su matrimonio con doña Mariana de Austria, hija del rey Felipe III.
Cosa que desgraciadamente no logró por las maquinaciones de la corte francesa,
Carlos, casó posteriormente con Enriqueta de Francia y sus hijos fueron
bautizados católicos romanos. La enemistad del Partido puritano vocero de la
Revolución, con Cromwell a la cabeza fue completa, y solamente terminó con el
asesinato del rey.
El Partido puritano en el
Parlamento inglés se había convertido en nido de las Sociedades secretas y la
masonería anticatólica, cuyos prosélitos, ahora, a la sombra de los nuevos
principios revolucionarios dieron forma al movimiento más antimonárquico,
anticatólico, antiespañol de la época. Abriendo, también, camino a los
gobiernos seudo democráticos, republicanos y masónicos que comenzaron con la
república de Oliver Cromwell primera “decapitadora” de un rey en la
persona de Carlos I en 1642, siguieron con la rebeldía de los colonos
angloamericanos contra el rey Jorge III en 1776, continuaron con la república
francesa de 1789 y la decapitación de Luis XV en 1791; continuaron con la
rebeldía de las repúblicas hispanoamericanas contra España con ayuda
napoleónica, yanqui e inglesa, culminando, en México, con el asesinato
del Libertador Agustín de Iturbide el 19 de julio de 1824.
El proyecto
de Nación de don Agustín de Iturbide
Don Agustín Iturbide y
Aramburu ideó para salvar a Nueva España de la Revolución mundial, y que de
haber triunfado su proyecto, tendríamos ahora una potencia adalid de la
Hispanidad renovada. Para entender claramente el proyecto de nación enarbolado
por Iturbide debemos tener en cuenta al pensamiento y religiosidad de los
novohispanos de principios del siglo XIX. Desde 1767 año de la expulsión de los
padres de la Compañía de Jesús, habían pasado en más de 50 años, dos
generaciones al menos sin su educación religiosa, y la sociedad de la
Hispanidad había quedado al encargo de otras órdenes no tan celosas en la
pureza y combatividad por la Fe como la de los soldados de Cristo. Durante ese
medio siglo, solamente pequeños núcleos en las diferentes capas de la población
mantenían incólume la ortodoxia en las costumbres cristianas. Para la mayoría,
la fe católica se había diluido y la relajación en la moral era el pan de cada
día.
En la Nueva España había
aumentado considerablemente la población de las clases bajas, las castas, aún
no suficientemente civilizadas, todavía semi bárbaras constituían la mayoría.
Solamente faltaba un pretexto o el empuje de algunos líderes audaces para
moverlas como un huracán destructivo. Los enemigos de la Hispanidad lo sabían
muy bien por medio de sus agentes clandestinos que habían estado llegando al
país desde antes del triunfo de Napoleón, en la servidumbre de los últimos
virreyes, y desde la República americana de los Estados Unidos por infiltración
desde la Luisiana y las costas poco vigiladas de ambos litorales. Por la
correspondencia secreta entre don Luis de Onís, ministro plenipotenciario de
España en los Estados Unidos a los virreyes, sabemos de la conjura entre ese
país, de la Francia napoleónica e Inglaterra que desde 1803 habían decidido
separar a Nueva España del Imperio Español. Los directores de la Revolución
pusieron su atención en los curas y religiosos de costumbres relajadas, de la
misma forma ocurrida en la revolución francesa del 1789, que por su autoridad
sobre las masas eran elemento idóneo para rebelarlas. Estos curas relajados y
mundanos comenzaron por desorganizar la vida social y económica, dieron rienda
suelta a las manifestaciones del error, se afiliaron a las sociedades secretas
en complicidad con intelectuales charlatanes de Europa y América, y más tarde,
reunidos muchos de ellos en las cortes de Cádiz juraron la constitución
anticatólica de 1812, traicionando a su religión y a su patria. El prototipo de
ellos fue en novohispano fray Servando Teresa de Mier. Presentaré, aquí,
algunas referencias de la mencionada correspondencia de don Luis de Onís
siguiendo el libro en dos tomos que don Pedro Sánchez Ruiz acaba de reeditar
este año de 2005, obra, que considero de capital importancia para entender la
verdadera historia de México y que recomiendo consultar sin reservas. Seguiré
su libro en lo sucesivo pues relata claramente los acontecimientos referentes
al ascenso y caída del régimen de don Agustín Iturbide. El ministro de Onís
escribió a la Audiencia que gobernaba en ese momento, el 25 de febrero de 1810.
“Ofrece (Napoleón) todos los
auxilios que son necesarios, que quiere decir tropas y pertrechos de guerra,
sobre cuyos puntos está ya de acuerdo con los Estados Unidos de América, y que
están prontos a facilitárselos” A continuación mencionaré el plan que Napoleón
entregó al general Octaviano D’avilmar para seguirlo en Nueva España, y que fue
aplicado en todos sus puntos:
“Para conseguir todo
esto con facilidad, como el pueblo es por la mayor parte bárbaro, deberán ante
todas las cosas los comisionados, hacerse estimar de los Gobernadores,
Intendentes, Subdelegados, de los curas Párrocos y prelados religiosos. No
excusarán gasto ni medio algunos para lograr sus amistades, en particular con
los eclesiásticos, procurando que éstos en las conversaciones persuadan y
aconsejen a los fieles, que les conviene un gobierno independiente, y que no
deben perder una ocasión tan oportuna como la que les presenta y facilita el
Emperador Napoleón, haciéndoles creer que es un enviado de la mano de Dios para
castigar el orgullo y tiranía de los monarcas españoles, y que es un pecado
mortal que no admite perdón el resistirse a la voluntad Divina”.“Les
manifestarán la diferencia que hay entre los Estados Unidos y Las Américas Españolas,
la satisfacción de que gozan los angloamericanos, su progreso en el comercio,
la agricultura y navegación, y el gusto con que viven libres de todo yugo,
solamente con su gobierno patriótico y electivo, y les asegurarán, que siendo
libres las Américas de España, serán las legisladoras del Universo”.
“Cada comisionado, tanto los
jefes como los demás, deberán apuntar los nombres de los que se declaren amigos
y miembros de la Libertad, los subalternos remitirán sus listas a los jefes y
éstos al enviado mío en los Estados Unidos, para que mi gobierno
recompense debidamente a cada individuo”.“En los estandartes o banderas de la
sublevación irá escrito el mote de Viva la Religión Católica,
Apostólica, Romana y muera el mal gobierno”.
Desde 1808 con la entrada de
Napoleón en España y los intentos que se produjeron en Nueva España para formar
un gobierno autónomo cuyo presidente sería el virrey Iturrigaray, actuaba en la
sombra el agente Octaviano D’avilmar masón iniciador en su Logia de los
principales miembros del Ayuntamiento de México y de todos los cabecillas
insurgentes de la Revolución entre ese año y 1820.El Destino Manifiesto
angloamericano se aplicaba en Nueva España por medio de los agentes de
Napoleón, aparente incongruencia para los no enterados, pero clarísima para los
más avispados, como el ministro de España don Luis de Onís. La
horrenda destrucción que causó la guerra civil en Nueva España entre los años
1810 y 1820, por causa de las ideas o principios de los revolucionarios, no
eran de ninguna manera nuevas ni originales. Don Pedro Sánchez Ruiz escribe
atinadamente: en la pag. 230 del Tomo I de su obra “Nacimiento, grandeza,
decadencia y ruina de la nación mejicana” Lo siguiente:“Eran las
ideas del liberalismo político del filósofo inglés John Locke y de la tenebrosa
judeo-calvinista Inglaterra de Cromwell, desarrollados y difundidos por el
filosofismo y la Enciclopedia y aplicados en las constituciones de los Estados
Unidos en 1787, de Francia en 1791 y de Cádiz en 1812. “La Constitución de Apatzingán
de 1815 imitaba a la Constitución de Cádiz de 1812, adaptándola a la forma
republicana y apuntando ya, al sectarismo extremo que era necesario para
dividir la sociedad mejicana y arruinar conjuntamente a la Iglesia y a la
Patria”
En 1816, la Revolución parecía
dominada, sus principales jefes habían desaparecido por la energía e
inteligencia del virrey don Félix Calleja, así como por la actividad y valentía
de un joven coronel llamado Agustín de Iturbide. Ese mismo año el gobierno pasó
a don Juan Ruiz de Apodaca, quien siguió la política de su antecesor. “El
ejército virreinal contaba con unos 80 mil combatientes bien instruidos y
fogueados en batallas victoriosa que habían levantado grandemente su moral”.
Tal situación no convenía a
la Revolución Mundial y a su doctrina americana: del Destino
Manifiesto, por lo que en el mismo año de 1816, se puso en marcha otro
plan para destruir ese ejército. En Londres se organizó una expedición en la
intervendrían tropas de Inglaterra, Estados Unidos y el recientemente
independizado Haití. Para el efecto se escogió como su jefe militar al traidor
Francisco Javier Mina. Este, se relacionó en la capital inglesa, con dos
personajes significativos en la historia de México: el ya citado fray Servando
Teresa de Mier y el militar yanqui Winfield Scout invasor de nuestra
nación en 1847.
Mina, fray Servando y Scott
eran tres personalidades de extracción social muy diferente pero estaban
hermanados por las logias. En Londres se le dio a Mina un buque, dinero, armas
y vestuario, provisiones y medicinas. Winfield Scott le aseguró que al llegar a
los Estados Unidos tendría todo el apoyo de ese país, lo que así sucedió.
Por alguna razón de la
Providencia, Fco. Javier Mina tuvo un altercado con dos oficiales españoles
quienes al llegar al puerto de Norfolk denunciaron el plan a don Luis de Onís, este,
se comunicó inmediatamente con el virrey para alertarlo del peligro que corría
el Virreinato. Se tomaron las precauciones necesarias y Mina “el General
del ejército auxiliador de la República Mejicana” como se titulaba, a pesar de
todo el apoyo extranjero e interior de sus “hermanos”, terminó fusilado por la
espalda con sus principalmente seguidores, casi todos yanquis, el 11 de
noviembre de 1817 en el cerro del Bellaco perteneciente al rancho del Venadito,
cerca de Guanajuato.
Muy poco tiempo después
cayeron los fuertes de los Remedios y de Jaujilla sede de la Junta
revolucionaria. Las fuerzas virreinales tomaron a todos prisioneros, se les
hizo juicio sumario y fueron fusilados con todos sus capitanes angloamericanos:
Laurence Christie, James Dovers y Nickolson. Ya habían perecido en la toma
otras batallas; Young, David Bradburn y Pedro Moreno.
El fracaso de Mina no
desalentó a los directores de la Revolución, esta vez, utilizaron a los
revolucionarios sudamericanos de Venezuela, Argentina y de Chile para intentar
expediciones por la costa del Pacífico, pero solo los chilenos llegaron a
hostigar cerca de Acapulco y la península de California, sin ningún resultado.
Sin embargo la paz no
sobrevino en Nueva España, don Lucas Alamán relata en su “Historia de Méjico”:
“Los hombres más perdidos, los
criminales salidos de las cárceles, se ponían al frente de bandas de bandidos y
a la voz de Viva la América o Viva la Virgen de Guadalupe, llevaban al
exterminio en todos los lugares que tenían la desgracia de caer bajo su poder”
“Consumidas las haciendas de
los españoles, se echaban sobre todos los bienes y propiedades sin exceptuar
las de sus mismos adictos, de lo que siguió la ruina completa del Reino”.
Todo el Imperio se había
tambaleado con la actuación de los revolucionarios, pero, en la Nueva España y
en la mayor parte de América, desde 1818 se vivía un clima de conciliación, de
normalizar la vida del Continente entero.
Entonces, los directivos de la
Revolución Mundial decidieron darle la puntilla al Imperio siguiendo otra
estrategia:
Presionar a Fernando VII
para que volviese a reconocer la Constitución de Cádiz, ya abolida por el
monarca desde el 22 de marzo de 1814 y cuando este monarca, había restablecido
el Santo Oficio de la Inquisición, readmitido a la Compañía de Jesús, y anulado
todas las reformas de los legisladores de Cádiz. Sin embargo ya para el año
1820 se rumoraba en la capital novohispana la posibilidad de una restauración
de la Constitución liberal de Cádiz. En ese contexto las personas más conscientes
del Virreinato pretendieron llevar a cabo un plan para separarlo pacíficamente
de España, conservando el antiguo orden católico. Se pusieron al habla con los
personajes de México, tanto peninsulares como criollos que estuvieran de
acuerdo con lo proyectado.
Las Juntas
de la Profesa
El voluble y débil monarca
Fernando VII cedió a las presiones de sus validos liberales, jurando la
Constitución de 1812, bandera de la Revolución Mundial.
Contra la aplicación de esta Constitución, sus secuelas y sus promotores se
levantó un clamor entre todas las personas que deseaban la paz según el antiguo
régimen. Regresó la inquietud para los más, no así, para los promotores de la
Revolución quienes deseaban la separación del Imperio para proclamar la
República al estilo yanqui. Convocados y presidiendo las reuniones el Dr.
Matías Monteagudo en su aposentos de la Casa Profesa de los jesuitas.
Algunos pertenecientes al Oratorio de San Felipe Neri y la jerarquía
eclesiástica bien representada decidieron actuar de inmediato, invitar al
virrey a aceptarla y proclamar la separación.
Desde que se recibieron las
noticias de España, se trato de impedir su publicación, declarando “que
el rey estaba sin libertad, y que mientras la recobraba, La Nueva España
quedaba depositada en manos del virrey Apodaca, quien continuaría gobernando
según las Leyes de Indias, con Independencia de España, entretanto rigiese en
ella la Constitución de 1812 tal como había sucedido antes por la invasión de
Napoleón en 1808”
Para la ejecución de estas
ideas se necesitaba la conducción de un jefe militar de crédito, que mereciese
su confianza, éste sería sin duda, el de mayor prestigio: don Agustín de
Iturbide. Entonces se dio una situación muy extraña, de la que el genio
estratégico de don Agustín sacaría el mejor partido.
Tanto los promotores de la
Revolución como sus contrarios estaban de acuerdo en separar a la Nueva de la
Vieja España. Pero, por medios opuestos y encontrados fines.
Los católicos tradicionales y
los masones revolucionarios, se iban a reunir en la misma empresa
independentista, pero una vez obtenida por Iturbide; se enfrentarían
irremediablemente en una guerra a muerte. Las ovejas y los cabritos juntos en
un mismo rebaño no podrían naturalmente tolerarse.
Don Lucas Alamán y Escalada,
como siempre, nos da detalles extraordinarios en el Capitulo II del 5º tomo de
su “Historia de México”, de cómo se formó en Nueva España la secta masónica mas
numerosa del virreinato, por dos peninsulares que antes de venir al virreinato
habían estudiado en Alemania. El oidor Felipe Martínez de Aragón y el director
de la Minería don Fausto de Elhuyar, yerno y suegro, organizaron en 1817 a
todos los masones independientes en la logia “Arquitectura Moral”. Había muchos
otros pertenecientes a otras obediencias y ritos desde los albores del siglo
XIX.
Las autoridades de la nación
comenzando por el virrey Juan Ruiz de Apodaca, muchos nobles titulados, los
jefes militares, los dirigentes del Comercio y la Minería, hasta no pocos
sacerdotes del bajo clero pertenecían a la Masonería. La vuelta de la
Constitución de 1812 trajo como consecuencia, el en virreinato, una nueva
expulsión de los sacerdotes jesuitas, de los hermanos juaninos e hipólitos, y
de la supresión del Santo Oficio.
Era dar Carta blanca al
movimiento anticristiano agazapado desde 1814. Agustín de Iturbide conocía bien
los planes de la Masonería y los llamaba “El Nuevo Orden de cosas”,
sabía que la jura de la Constitución de Cádiz por el Rey, el virrey, el
Arzobispo y el Presidente de la Audiencia traería el aliento a los
revolucionarios promotores de los anteriores crímenes y desórdenes. Ante tal
situación, la más bella y rica parte de la América del septentrión iba a ser
despedazada por las sectas.
Iturbide pensó que la
Revolución era inevitable, que lo que mejor convenía era darle otra dirección,
orientada a las ideas católicas tradicionales de las Juntas de la Profesa que
ya inoperantes éstas quedaba él, en libertad de proceder como le pareciere
por bien de la Patria en su conjunto.
El Plan de
Iguala, Las Tres Garantías y Los Tratados de Córdoba
Iturbide se entrevistó con el
virrey Apodaca, para exponerle su preocupación por la vuelta a la Constitución
de 1812.
Apodaca, aún siendo masón, le
confió el mando del ejército del sur en sustitución del general Armijo. Con
esto, don Agustín comenzó a madurar su plan de Independencia apoyado en su
antiguo y fiel Regimiento de Celaya. Su Plan lo resumió cambiando genialmente
la divisa de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad y Fraternidad, de
la siguiente manera:
·
La
Libertad revolucionaria, por la verdadera libertad que da la Religión
Católica.
·
La
Igualdad revolucionaria por la verdadera igualdad que solo da la
Independencia.
·
La
Fraternidad revolucionaria por la Unión de todos los hombres bajo el
gobierno de Cristo Rey.
Una nueva
bandera de tres bandas en el siguiente orden:
Bandera Trigarante:
Blanco representando la
Religión, Rojo la Unión y Verde la Independencia, tres colores con una estrella
dorada sobre cada una de ellas.
Entonces, bajo esta divisa, la
guerra por la verdadera independencia de México iba a tener un sentido de
verdadera cruzada contra los enemigos de la Hispanidad católica, englobados en
el llamado DESTINO MANIFIESTO DE LOS ANGLOAMERICANOS.
Don Pedro Sánchez Ruiz
transcribe en su Historia lo siguiente: “Iturbide escribió al Virrey:
“Yo no soy europeo ni
americano, soy cristiano, soy partidario de la razón. Conozco el tamaño de los
males que nos amenazan: me persuado de que no hay otro medio de evitarlos, que
el que he propuesto a V. E. y veo con sobresalto que en sus superiores manos
está la pluma que debe escribir: Religión, Paz, Felicidad o confusión,
sangre y desolación a la América Septentrional”.
Y a su amigo el Arzobispo de Guadalajara:
Ilmo. Sr. Don Juan Ruiz de
Cabañas: “…..No creo que hay más que una religión verdadera que es la que
profeso, creo igualmente que esta religión sacrosanta se halla atacada de mil
maneras, y sería destruida sino hubiera espíritus de alguna fortaleza, que a
cara descubierta y sin rodeos salieran en su protección…. “me tiene ya en
campaña. Estoy decidido a morir o vencer…. O se ha de mantener en Nueva España
la religión pura y sin mezcla o Iturbide no ha de existir…..”
El virrey Apodaca rechazó el
Plan de las Tres Garantías respondiendo con la guerra total contra
El 24 de febrero de 1821,
reunidos los jefes, oficiales y tropa del Ejército Trigarante en la ciudad
de Iguala, don Agustín de Iturbide proclamó solemnemente la Independencia
de México con base en los 24 artículos del Plan de Iguala. Algunos de ellos por
lo relevante de su significado:
·
La Religión Católica,
Apostólica y Romana será la única sin tolerancia de alguna otra.
·
Este Reino será absolutamente
independiente.
·
El país se regirá por un
gobierno monárquico templado por una constitución.
·
Fernando VII o alguno de su
dinastía o de alguna otra reinante será emperador.
·
Todos los habitantes del
Imperio, sin otra distinción que su mérito y virtudes serán idóneos para obrar
cualquier empleo.
·
Sus personas y propiedades
serán respetadas y protegidas.
·
El Clero secular y regular
conservará todos sus fueros y propiedades.
Después juró el Plan de Iguala
de rodillas y ante el Crucifijo, así como cada uno de sus oficiales. arengó a
la tropa de la siguiente manera: “Acabáis de jurar observar la Religión
Católica, Apostólica y Romana, hacer la Independencia de esta América, proteger
la unión de los españoles; europeos y americanos, y prestar obediencia al Rey
bajo condiciones justas….Yo juro no abandonaros en la empresa que hemos
abrazado, y mi sangre si fuera necesario, sellará mi eterna fidelidad….”
Nada del pensamiento anterior
concordaba con la doctrina del Destino Manifiesto angloamericano ni con las
consignas de la Revolución Mundial que los asesores yanquis e ingleses
infiltrados entre los insurgentes novohispanos, así como los masones franceses
y españoles habían aconsejado para lograr la independencia.
Lo que propuso Iturbide para
hacer la verdadera Independencia de esta nación concordaba con los eternos
valores de la Hispanidad desde la caballerosidad de Ruy Díaz de Vivar, la
Cruzada de la Reconquista, el pensamiento de los Reyes Católicos, la conquista
de Hernán Cortés, la Evangelización de los indígenas del Nuevo Mundo y la
Contrarreforma contra los protestantes, decantada en el Concilio de Trento. El
recuerdo de la Jura del Patronato de la Virgen de Guadalupe que en 1747 había
unido verdaderamente a todas las clases sociales del Reino, seguía vivo.
Don Pedro Sánchez Ruiz escribe
al respecto:
Tales valores subyacían en
toda la población de Nueva España, en toda ella había esa conciencia colectiva,
aunque, adormecida por las sombras del enciclopedismo y del filosofismo tan en
boga. Por tanto, el Ejército Trigarante al mando de su jefe máximo, pudo ganar
todas las principales batallas y finalmente la guerra por la Independencia.
Más, por medio de la persuasión y del ejemplar comportamiento de sus tropas,
que por la sangre o la intriga.
El 24 de agosto de 1821,
Agustín de Iturbide, pudo firmar junto con el último gobernante enviado de la
Corona: don Juan O’Donojú los Tratados de Córdoba, reconociendo la
Independencia de la antigua Nueva España.
Finalmente el 27 de septiembre
de ese mismo año de 1821, el otrora pequeño ejército insurgente de Iguala,
entró en la capital convertido en el soberbio Ejército Nacional.
Todo parecía, que nacía entonces, de las ruinas que la Revolución había dejado
a lo largo de 11 años de destrucción, una potencia americana valladar de la
otra potencia herética del norte. Esta sí apoyada desde su nacimiento por la
Revolución Mundial
Todos nosotros sabemos de la
proclamación y caída del consumador de la Independencia nacional, de su amor a
la Región Católica, al reinado de Cristo sobre esta tierra y de la especial
protección de la Virgen María para este pueblo. Sabemos también, de la
generosidad de don Agustín con sus enemigos, tal vez más allá de la prudencia.
Pero pocos saben las causas principales de su asesinato.
Algunas
reflexiones:
Agustín de Iturbide el padre
de la nación mexicana, se asemeja en mucho al fundador de la Nueva España;
Hernán Cortés. Porque ambos, eran adalides de los valores eternos de la
Hispanidad, valores mismos de la Civilización Cristiana. El llamado Destino
Manifiesto angloamericano y su espada la Revolución Mundial cambiaron el
concepto de nación proyectada por Iturbide: De una Monarquía Católica y
aristocrática por una República Laica y plebeya.
Los jerarcas angloamericanos no le perdonaron a Iturbide, haber dado
nacimiento a un Imperio Nacional sin el concurso de las logias asentadas de
Charleston, Nueva Orleáns y La Habana. Lo atacaron, lo persiguieron y
finalmente lo asesinaron con la complicidad de los traidores nativos,
hermanados todos ellos, en el ideal cosmopolita de un Nuevo Orden político,
económico, religioso y mundial destructor de nuestra Hispanidad.
LUIS
OZDEN, 23 de noviembre de 2010
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