Al reservar el nombre de obediencia para indicar el
cumplimiento de la voluntad significada, y el de la conformidad
para indicar la sumisión al beneplácito divino, hemos creído
seguir el uso más generalizado; con todo, preciso es
reconocer que reina una gran divergencia sobre este punto.
San Alfonso en particular expresa frecuentemente las dos
cosas bajo el nombre de conformidad. Será, pues, necesario
atender al contexto para ver en qué sentido toman los autores
estos términos.
Como todas las demás virtudes, la conformidad con la
Providencia, o la sumisión al beneplácito de Dios, abarca
muchos grados de perfección, ora se mire la acción más o
menos generosa de la voluntad, ora se considere el motivo
más o menos elevado de esta adhesión.
1º Tomando por base de esta clasificación la generosidad
con que adaptamos nuestro querer al de Dios, el P. Rodríguez
reduce estos grados a tres:
«El primero es cuando las cosas de pena que suceden, el
hombre no las desea ni las ama, antes las huye, pero quiere
sufrirías antes que hacer cosa alguna de pecado por huirías.
Este es el grado más ínfimo y de precepto; de manera que
aunque un hombre sienta pena, dolor y tristeza con los males
que le suceden, y aunque gima cuando está enfermo y dé
gritos con la vehemencia de los dolores, y aunque llore por la
muerte de los parientes, puede con todo eso tener esta
conformidad con la voluntad de Dios.
»El segundo grado es cuando el hombre, aunque no desea los males que le suceden, ni los elige, pero después de
venidos los acepta de buena gana por ser aquélla la voluntad
y el beneplácito de Dios: de manera que añade este grado al
primero, tener alguna buena voluntad y algún amor a la pena
por Dios, y el quererla sufrir no solamente mientras está de
precepto obligado a sufrirla, sino también mientras el sufrirla
fuera más agradable a Dios. El primer grado lleva las cosas
con paciencia; este segundo añade el llevarlas con prontitud y
facilidad.
»El tercero es cuando el siervo de Dios, por el grande amor
que tiene al Señor, no solamente sufre y acepta de buena
gana las penas y trabajos que le envía, sino los desea y se
alegra mucho con ellos, por ser aquélla la voluntad de Dios».
Así es como los Apóstoles se regocijaban de haber sido
juzgados dignos de padecer ultrajes por el nombre de Jesús, y
San Pablo rebosaba de gozo en medio de sus tribulaciones.
¿Nos será permitido observar que el amor de donde
procede el segundo grado puede muy bien ser el amor de
esperanza, y que la diferencia entre este segundo grado y el
tercero tal vez estuviera declarada mejor de otro modo?
Esta clasificación es comúnmente admitida, de suerte que
aun variando los detalles, según los autores, el fondo es el
mismo. La encontramos ya en nuestro Padre San Bernardo, y
hasta nos parece que nadie ha estado tan acertado como él,
ni en precisar los grados ni en señalar los motivos. Recuerda
las tres vías clásicas de los principiantes, de los proficientes y
de los perfectos, asignándoles por móviles respectivos, el
temor, la esperanza y el amor; y luego añade: «El principiante,
impulsado por el temor, sufre la cruz de Cristo con paciencia;
el proficiente, impulsado por la esperanza, la lleva con gusto;
el que está consumado en la caridad la abraza ya con amor».
2º Atendiendo al motivo de nuestra conformidad con el
beneplácito de Dios, distinguiremos la que proviene de puro
amor, y la que procede de cualquier otra causa sobrenatural.
En opinión de San Bernardo, a los principiantes que no
poseen por lo general sino la simple resignación, esta
conformidad les viene del temor; los proficientes, en cambio,
llevan la cruz con gusto, y su conformidad es más elevada que
la anterior y tiene por causante la esperanza; los perfectos abrazan la cruz con ardor, y esta perfecta conformidad es el
fruto del amor divino.
Entiéndase fácilmente que el temor basta para producir la
simple resignación; mas para que la sumisión crezca en
generosidad, para que suba hasta el gozo menester es
suponer un desasimiento más completo, una fe más viva, una
confianza en Dios más firme. Con todo no es necesariamente
hija del puro amor, ya que a tales alturas puede muy bien
elevarnos el deseo de los bienes eternos. Un alma ansiosa del
cielo tendrá por gran dicha las pequeñas pruebas y aun las
grandes tribulaciones, según se hallare de penetrada por las
seductoras promesas del Apóstol. «No son de comparar los
sufrimientos de la vida presente con la futura gloria que se ha
de manifestar en nosotros. Nuestras tribulaciones tan breves y
ligeras nos producen el eterno peso de una sublime e
incomparable gloria».
Hay, en fin, la conformidad por puro amor, que es en sí la
más perfecta, porque nada hay tan elevado, delicado,
generoso y perseverante como el amor sobrenatural. Ahora
bien, puesto que la caridad es para todos un mandamiento, no
hay al parecer, un solo fiel que no pueda emitir, al menos de
cuando en cuando, actos de conformidad por amor, actos que
él producirá mejor y con más gusto, conforme fuere creciendo
en caridad. Y aun día vendrá cuando, viviendo principalmente
por puro amor, también por puro amor se conforme con las
disposiciones de la Providencia, por lo menos de una manera
habitual. Mas también, así como el alma adelantada puede
elevarse de continuo en el amor santo, así igualmente podrá
crecer sin cesar en la conformidad que nace del amor.
Esto supuesto, ¿qué lugar ocupa el Santo Abandono entre
los mencionados grados de espiritual conformidad?
Indudablemente, el más encumbrado, y eso ya se mire a la
generosidad de la sumisión, ya al móvil de la misma.
Si se atiende a la generosidad, el Santo Abandono sólo
parece hallarse satisfecho en el grado superior; no así el
primer grado, es decir, en resignación, que no sube tan alto, y
que basta para la simple vida cristiana, pero no para la vida
perfecta, eso fuera de que no implica el total desasimiento y la
total entrega de la voluntad que es inherente al abandono; y lo mismo se diga de lo que hemos llamado segundo grado, que
con ser más generoso que el anterior aún carece del completo
desapego, sin el cual no podría el alma mostrarse indiferente a
todo y poner enteramente su voluntad en manos de la
Providencia.
Si se considera el motivo determinante, el abandono es
una conformidad por amor, con particulares matices que le
dan un carácter acentuado de confianza filial y de total
donación. En una palabra, y como se verá mejor más
adelante, es la cumbre del amor y de la conformidad.
No sólo no quisiéramos restar méritos a la simple
resignación, como tampoco a la conformidad que no nace del
puro amor; al contrario, nos felicitaríamos de hacer resaltar su
valor e importancia. Pero nuestro designio es tratar
explícitamente tan sólo del Santo Abandono, y así
comenzaremos a describirle de manera clara y minuciosa
según la doctrina de San Francisco de Sales; esperando, sin
embargo, que las almas menos adelantadas en la conformidad
podrán seguir con provecho el desarrollo de nuestro trabajo, y,
habida la conveniente proporción, aplicarse muchas cosas.