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jueves, 13 de junio de 2019

SOBRE LA MODESTIA


Hablaremos de la modestia del cuerpo, de los buenos modales y de la modestia de los ojos. 

(La virtud de la modestia: Modestia en el cuerpo) 

La virtud de la modestia sin duda brillaba en San José; virtud que se relaciona a su vez con la virtud de la pureza y con la virtud de la humildad (ambas muy importantes, ambas difíciles de conseguir).

 Al exponer sobre la modestia, seguiremos a un autor francés del Siglo XIX y comienzos del Siglo XX1 . Comenzamos por la modestia en el cuerpo. Nuestro cuerpo, por haber tenido el pecado original, tiene malas tendencias, y ellas nos empujan, a modo de tentaciones, hacia el pecado (además, estas malas tendencias se empeoran con nuestros pecados actuales). Por ello, debemos estar siempre buscando dominar nuestro cuerpo; aquí entra la ascética, los ayunos, las mortificaciones, las vigilias. Pero también está aquí el guardar, con nuestro cuerpo, las reglas de la modestia y de los buenos modales. 

 Sobre nuestros cuerpos y las cosas que hacemos con él, hay un principio de San Pablo que nos sirve como fundamento: (I Corintios 6,15 y 19) “¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?... ¿Por ventura no sabéis que vuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo?: Nescitis quoniam corpora vestra membra sunt Chriti?... An nescitis quoniam membra vestra, templum sunt Spiritus Sancti?” 

 Hemos de respetar nuestros cuerpos como algo santo, como parte de Cristo y como templos del Espíritu Santo. Por eso aquí quedan fuera de lugar los pecados de la lujuria (lujuria que una persona haga sola en su propio cuerpo; lujuria “acompañada”; etc). 

De hecho, San Pablo –perdón por la crudeza; el que está hablando es San Pablo- reprueba allí el ir con prostitutas; en latín “meretrices”. También, para tener la virtud de la modestia, quedan fuera de lugar no sólo los vestidos indecentes (aprovechamos para recordar a las damas que deben vestirse bien, sin ropa ajustada, usar faldas correctas –que no sean faldas cortas, que lleguen más abajo de las rodillas-, vestir sin escotes, etc), sino también los vestidos o vestimentas que no son tan apropiados, o que no condicen con el momento y las circunstancias. Y en esto último entran también los caballeros. 

Sirva entonces para recordarles a ellos que cuando haya fiestas importantes (tal vez también la de hoy), hagan un esfuerzo para estar más formales, con saco y corbata. Aquí hay también para los jóvenes, adolescentes y niños, e incluso para los adultos, para ir a Misa en general, y para la Misa del Domingo en especial: No está bien venir tan informalmente que se traiga pantalón de deportes (“sudadera” dicen en Colombia), zapatos de fútbol, tenis “colorinches” (“zapatillas” dicen en mi país), camisetas también “colorinches” o llamativas o de los clubes de fútbol, etc. Debemos ser más formales con las cosas sagradas, con la Misa, etc. 

Lo correcto es que cada uno vista según su condición, sencilla y modestamente, pero siempre con decencia y limpieza, y con mayor formalidad para los eventos importantes. Para las mujeres, San Francisco de Sales daba los siguientes consejos a su dirigida “Filomena”2 : “Has de andar aseada, Filomena, sin llevar pingajos ni desgarrones… pero huye de toda afectación, vanidad, primor y locura; arrímate cuanto puedas a la sencillez y modestia, que es ciertamente el mayor ornamento de la belleza y el mejor disimulo de la fealdad… las mujeres que tienen vanidad son tenidas por poco firmes en la castidad, pues, si la tienen, a lo menos no lo manifiestan con tantos adornos y bagatelas… 

En pocas palabras (…) cada uno ha de vestir según su estado, de tal manera que los buenos y prudentes no puedan decir que hay exceso, ni los jóvenes puedan notar que hay falta”. 

 Otro tema: Los religiosos y religiosas, así como los eclesiásticos, las almas consagradas, tienen reglas más o menos precisas acerca de la forma, clase y modo de sus vestidos, y a esas reglas hemos de ajustarnos. No hace falta decir que el acicalamiento al uso mundano ha de estar lejos de nosotros. Por dar un ejemplo: En estos años de sacerdocio, los fieles algunas veces nos han dado como presente un perfume; en el Seminario nos enseñaban, por supuesto, que debemos ser limpios y usar los elementos habituales o comunes de limpieza, pero que un religioso o un sacerdote o un seminarista no usa perfumes o aguas de colonia. 

Sobre nuestra ropa y objetos personales, nos enseñaban o decían, para tener espíritu de pobreza, no usar o comprar elementos caros, ropa de alto costo, zapatos caros, relojes de alto precio, etc.

 (La virtud de la modestia: Modestia a través de los buenos modales) 
Los buenos modales. Los buenos modales se relacionan con la virtud de la modestia, y son también una excelente mortificación al alcance de todos. Dice este autor francés: 1 Padre Adolfo Tanquerey: 1 de mayo de 1854 - 21 de febrero de 1932. 2 San Francisco de Sales, “Vida Devota”, Parte III, capítulo 25. “Evitar cuidadosamente las posturas muelles y afeminadas; mantener el cuerpo derecho sin violencia ni afectación, no torcido, ni colgando de un lado o del otro; no mudar con frecuencia de postura; no cruzar… las piernas [ojo con sentarse en la Misa cruzando las piernas]; no recostarse muellemente en la silla o en el reclinatorio [así dice este autor y nosotros agregamos: en la Misa “algunos” –jóvenes y también adultos- están todos “desparramados y deshechos” en el banco o silla de la iglesia o de la capilla; eso no está bien y es un poco una falta de respeto hacia Dios]; evitar los movimientos bruscos y los gestos desordenados: todas estas cosas, y otras muchas, son modos de mortificarnos sin peligro para nuestra salud, sin llamar la atención, y que nos dan gran señorío sobre nuestro cuerpo”. 

(La virtud de la modestia: Modestia de los ojos) 

 El tercer tema: La modestia de los ojos. Hay miradas gravemente pecaminosas que hieren no solamente el pudor, sino también la castidad y la pureza. Hay otras que son peligrosas, cuando, sin razón, fijamos la vista en personas que pueden sernos motivo de tentaciones. Por eso, la Sagrada Escritura nos dice que no debemos fijar los ojos en ninguna doncella para que su belleza no sea motivo de pecado o de riesgo de pecado; literalmente dice así: “Vírginem ne conspicias –no andes mirando doncella-, ne forte scandalizeris in decore illíus –no sea que peques a causa de su belleza-” (Eccli 9,5). 

 El Santo Job dice palabras relacionadas con esto, para cuidar los ojos y la virtud de la pureza, para cuidarse en las tentaciones (o posibles tentaciones): (Capítulo 31,1ss) “1 Pepigi foedus cum oculis meis, ut ne cogitarem quidem de virgine (basándonos en Mons. Straubinger, traducimos con más libertad: Hice pacto con mis ojos, de no mirar doncella)”. 

 Y versículos más adelante, el Santo Job agrega lo siguiente sobre los pecados que se pueden seguir por no cuidar los ojos, por no cuidar lo que uno ve, y no tener la modestia de los ojos: “7 Si declinavit gressus meus de via (Si mis pasos se desviaron del camino), et si secutum est oculos meos cor meum (Y SI MI CORAZÓN SE FUE TRAS DE MIS OJOS)… 9 Si deceptum est cor meum super mulierem (Si mi corazón se ha dejado seducir por una mujer), et si ad ostium amici mei insidiatus sum (y si anduve acechando a la puerta de mi amigo)… 3 11 Hoc enim nefas est (Esto es cosa nefanda), et iniquitas maxima (y la máxima iniquidad)”. 

 Leemos ahora otro fragmento del autor francés. Las palabras que van a escuchar fueron dichas hacia 1920; qué diría hoy este sacerdote: “Y ahora, cuando la licencia en las exhibiciones [¿cómo andamos hoy en día con las exhibiciones, con las mujeres que se muestran?], cuando la inmodestia en el vestir, la procacidad de las representaciones teatrales [nosotros diríamos -además del teatro-: cuando la procacidad del cine, la televisión, las novelas, el internet, los videos, y la última moda: la gente que se saca fotos o se filma a sí misma o se muestran en vivo a través del internet y con las “camaritas” de sus computadoras”, ¡qué vergüenza!]… [ahora, cuando esas cosas:] nos cercan por todas partes de peligros, ¿qué recato no habremos de tener para no caer en pecado?” 

 Por eso, el católico de verdad, el que quiere salvar su alma cueste lo que cueste y santificarse, va más allá, y para no rendirse ante el deleite sensual, no sólo practica la modestia de los ojos, sino que mortifica SU CURIOSIDAD, por ejemplo: evitar el andar mirando rostros y formas, el asomarse por la ventana para ver quiénes pasan, para ver (o hasta espiar) por su ventana a otras personas, y tantos otros movimientos de curiosidad que tenemos a través de nuestros ojos. 

Piensen también que, por curiosidad, por ver lo que no tenía que ver, el Rey David cayó en fornicación, adulterio, intento de confundir la paternidad de un embarazo, y asesinato de un fiel servidor por haber pecado con la esposa de este último. Aun así, miren lo que puede hacer la gracia en nosotros, que a pesar de semejantes pecados, el Rey David después se terminó convirtiendo en un santo. 

Pero escuchemos ahora el relato de su pecado, que comenzó por haber usado mal sus ojos, por haberse puesto a ver lo que no tenía que ver: (II Reyes, ó II Samuel, capítulo 11,2ss) “2 Una tarde, cuando David se levantó de su cama y se puso a pasear sobre el terrado del palacio real, vio desde el terrado a una mujer que se estaba bañando. La mujer era muy hermosa. 3 David hizo averiguar quién era aquella mujer. Le dijeron: Es Betsabee, hija de Eliam, mujer de Urías, el heteo. 4 Entonces David envió mensajeros y la tomó; y llegada que hubo a su presencia se acostó con ella, apenas purificada de su inmundicia. Luego ella volvió a su casa, 5 y habiendo concebido mandó aviso a David, diciendo: Estoy encinta”.

En fin; ¡cuántas cosas!… Y al revés de todo esto, piensen en la modestia que tendría San José, en la modestia de su comportamiento, de su cuerpo, de sus vestidos, de sus miradas. Piensen cómo todas estas cosas se relacionan con la humildad y con la pureza, y son necesarias para estas dos. Pidamos, en esta Fiesta de San José, pidamos a él, que podamos tener estas virtudes: modestia en nuestros comportamientos, en nuestros cuerpos, en nuestra vestimenta, en nuestros ojos, en lo que vemos; y también la virtud de la humildad y la virtud de la pureza.
R.P. FA