En Salamanca, en España, san Juan de Sahagún González de Castrillo, presbítero de la Orden de los Ermitaños de San Agustín, que, con su santidad de vida y sus coloquios constantes, logró la concordia entre las facciones existentes entre los ciudadanos. Tras ser paje del obispo de Burgos, Alonso de Cartagena, se hizo sacerdote y en 1449 llegó a Salamanca a estudiar en el Colegio Mayor de San Bartolomé, donde permanecería tres años. A raíz de una enfermedad grave, hace el voto de que si se curaba, tomará los hábitos de agustino, cosa que ocurre; abandona el colegio y se convierte en novicio del Convento de San Agustín, donde tomará los hábitos a los 33 años (hacia 1463) dedicándose por completo a la predicación y a la oratoria; el ayuntamiento lo nombra predicador oficial.
De él se recuerdan en Salamanca dos milagros. Cuentan las crónicas que un niño se cayó a un pozo que se recuerda en la calle donde estaba: Pozo Amarillo. El pozo era profundo, pero Juan echó su cíngulo, que se alargó milagrosamente hasta donde el niño pudo tomarlo. Entonces el santo tirando del cíngulo subió al niño, fuera del pozo.
El otro milagro dice que un toro bravo se había escapado de la feria de ganado celebrada en la orilla del Río Tormes y estaba causando terror por las calles de Salamanca. Cuando iba a acometer a una madre que iba con su hijo pequeño, Juan se interpuso y lo detuvo y amansó diciendo: "Tente, necio". La calle donde esto ocurrió tiene ahora el nombre de Tentenecio.
Consiguió apaciguar a los bandos de familias nobles que durante cuarenta años disputaron en Salamanca, con muchas muertes por ambas partes, por lo que se ganó el apodo de El Pacificador. El acuerdo se hizo en una casa de la calle de San Pablo (casa de la familia Paz, de la que se conserva el arco de entrada, con la divisa ira odium generat concordia nutrit amoren), que se llamó desde entonces Casa de la Concordia y la plaza frontera también tomo el nombre de Plaza de la Concordia.
Se dice de él que con sus oraciones libró a Salamanca de la peste del tifo negro.
Parece que murió envenenado por una tal Marquesa Isabel, despechada porque había sido abandonada por su amante, convertido y arrepentido por la predicación del Santo.
Sus restos reposan en una urna de plata en la Capilla Mayor de la Catedral Nueva de Salamanca.
El papa Clemente VIII lo beatificó en 1601 y el 5 de junio de 1602 se le nombró patrono de la ciudad de Salamanca. El 16 de octubre de 1690, Alejandro VIII lo canoniza y en 1868, el Papa Pío IX lo declaró Patrón de toda la Diócesis de Salamanca.