El cobarde no siempre se reconoce como tal, sino que trata de convencerse de que en realidad es “prudente” cuando no avanza; “tolerante” cuando NO RESISTE; “humilde” cuando somete de buena gana sus principios; “pacífico” cuando establece componendas con el enemigo. ¿Mera cuestión de terminología?…No: cuestión de fe, y de amor a Cristo Crucificado.
Santo
Tomás trata este tema cuando se refiere a la pusilanimidad, que en
nuestros tiempos de minimalismo teológico y moral –hijo dilecto
del modernismo-, tal vez sea el vicio por antonomasia. Señala el
Doctor Angélico:
“…Así como por la presunción uno sobrepasa la medida de su capacidad al pretender más de lo que puede, así también el pusilánime falla en esa medida de su capacidad al rehusar tender a lo que es proporcionado a sus posibilidades. Por tanto, la pusilanimidad es pecado, lo mismo que la presunción. De ahí que el siervo que enterró el dinero de su señor y no negoció con él por temor, surgido de la pusilanimidad, es castigado por su señor, como leemos en Mt 25, 14 ss y Lc 19, 12 ss.
(…)
La pusilanimidad puede incluso provenir en algún modo de la
soberbia; por ejemplo, si el pusilánime se aferra excesivamente a su
parecer, y por eso cree que no puede hacer cosas de las que es capaz.
De
ahí que se diga en Pr 26, 16: “El perezoso se cree prudente más
que siete que sepan responder”. En efecto, nada impide que para
unas cosas uno se sienta abatido y muy orgulloso respecto de otras.
(…)La
pusilanimidad, según su propia especie, es pecado más grave que la
presunción, ya que por ella el hombre se aparta del bien, lo cual es
pésimo, según leemos en IV Ethic.
San
Juan en el Apokalypsis, que es una profecía acerca de los últimos
tiempos, añade a la lista de pecados otros dos que no están en San
Pablo: “los mentirosos y los cobardes”. Lo cual parece indicar
que en los últimos tiempos habrá un gran esfuerzo de mentira y de
cobardía.
La cobardía en un cristiano es un pecado serio, porque es señal de poca fe en Cristo
La cobardía en un cristiano es un pecado serio, porque es señal de poca fe en Cristo
Como
testamento de su última cena, Jesús anuncia tribulaciones, pero
invita a la confianza en su victoria, que adelanta la de los que lo
aman: “No temáis, yo he vencido al mundo” (Jn.16,33). Y el
apóstol Juan exhorta a su comunidad diciendo:“Os he escrito,
jóvenes, porque sois fuertes y habéis vencido al maligno” (Jn
2,14)
.
La acedia, en efecto, aún en sus formas atenuadas de tibieza, ingratitud o indiferencia, es ya una parálisis y debilidad del amor y denota por lo tanto una débil adhesión al Bien, un miedo al sacrificio por amor, que conduce de antemano a la derrota en la lucha entre el bien y el mal, a sacrificar el amor al otro, en este caso a Dios, por el amor propio.
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La acedia, en efecto, aún en sus formas atenuadas de tibieza, ingratitud o indiferencia, es ya una parálisis y debilidad del amor y denota por lo tanto una débil adhesión al Bien, un miedo al sacrificio por amor, que conduce de antemano a la derrota en la lucha entre el bien y el mal, a sacrificar el amor al otro, en este caso a Dios, por el amor propio.
La
cobardía procede de la debilidad del amor o de la falta de amor, o
de inconstancia en el amor al punto de que se la pueda considerar
como un nombre del desamor y hasta de la traición. Haber preferido
sus intereses, el temor, el miedo a perjudicar sus bienes, lo hacen
indigno de llevar en nombre de católico. Le sucede algo parecido a
Esaú con la venta de su progenitura. Y al joven rico del evangelio
cuyas riquezas le impiden atarse a Jesús.
A
veces la caridad resulta demasiado cara. Permanecer en la caridad
enfrenta al amigo de Dios una y otra vez al examen del precio que
está dispuesto a pagar por mantenerse en esa amistad. La dilección
no es sólo una elección inicial. Es una elección que se renueva.
Siempre hay que estar vendiéndolo todo por la perla preciosa,
vendiéndolo todo para comprar el campo del tesoro escondido. La
fortaleza que nace de la caridad es la que hace posible seguir
sacrificando siempre, cada vez con mayor alegría a medida que crece
la amistad y el amor, cada vez con mayor decisión y facilidad.
En
la historia de la Iglesia, San Cipriano discernía las causas
profundas por la que algunos cristianos habían terminado negando a
Cristo. No lo hicieron, discierne el santo obispo, por haber estado
demasiado apegados a sus casas, sus bienes y sus intereses. Una
cadena de oro los retuvo. En no dejarla se puso de manifiesto que
estaban ya minusvalorando el tesoro de la amistad con Dios. No hay
que admirarse, concluye Cipriano, que llegado el momento negaran al
que habían ya menos-preciado en su corazón.
Se comprende así, que la cobardía, en su sentido amplio de miedo a sacrificar, como vicio opuesto al amor antes que a la misma fortaleza, sea considerada, por el autor del Apocalipsis, como un pecado tan horrendo, que encabeza la lista de pecados que precipitan para siempre en el lago ardiente, y en la muerte segunda:
“Los COBARDES, los incrédulos, los abominables, los asesinos, los impuros, los hechiceros, los idólatras, y todos los embusteros tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apocalipsis 21,8).”