“No sabéis cuándo sucederán estas cosas: velad y orad para que no os tomen por sorpresa.
Llegó la hora de la noche, la hora del poder de las tinieblas, velad para que vuestra lámpara no se apague. Más bien, levantad vuestras cabezas al cielo.
Jamás se habrá visto al mal tan desencadenado; y al mismo tiempo más contenido en la mano de Dios. La prueba será abreviada por causa de los elegidos, y los elegidos se salvarán y serán todos los verdaderos humildes.
La prueba concluirá por un triunfo inaudito de la Iglesia.
Volviendo las espaldas a la Fe, el mundo va camino de las tinieblas. Al renegar de Nuestro Señor Jesucristo, es preciso que caiga en las garras de Satán.
Este desprecio de la Verdad, este abuso de las gracias, tendrá como consecuencia la revelación del hombre de pecado.
La humanidad habrá querido a este amo inmundo: lo tendrá.
Nuestro Señor sólo hizo milagros por bondad, y se negó a hacer milagros por pura ostentación; el Anticristo se complacerá en ellos, y los pueblos, por un justo juicio de Dios, se dejarán engañar por sus malabarismos.
Está claro que el Anticristo se presentará al mundo como el tipo más completo de estos falsos profetas que fanatizan a las masas, y que las conducen a todos los excesos bajo el pretexto de una reforma religiosa.
El Anticristo tendrá diez reyes a su servicio, como si fueran diez cuernos en la frente.
Todo el mundo tendrá pronto las miradas vueltas hacia el impostor, cuyas hazañas celebrarán las trompetas de una prensa complaciente.
El Anticristo abatirá a tres de sus rivales. En ese momento todos los pueblos, fanatizados por sus prodigios y sus victorias, lo aclamarán como el salvador de la humanidad, y los otros reyes no tendrán más remedio que sometérsele.
Comenzará entonces una crisis terrible para la Iglesia de Dios, pues el cuerno de impiedad después de llegar a la cumbre del poder, hará la guerra a los santos.
Judío, se presentará a los judíos como el Mesías prometido, como el restaurador de la Ley de Moisés; tratará de aplicar a su favor las misteriosas profecías de Isaías y de Ezequiel. Reconstruirá el templo de Jerusalén. Los judíos deslumbrados por sus falsos milagros y su fasto insolente, lo recibirán a él, el falso Cristo; y pondrán a su disposición la alta finanza, toda la prensa y las logias masónicas del mundo entero.
Es también muy verosímil que el Anticristo tratará con consideración, para encumbrarse, a los partidarios de las falsas religiones. Se presentará como plenamente respetuoso de la libertad de cultos, una de las máximas y una de las mentiras de la bestia revolucionaria. Dirá a los budistas que él mismo es un Buda; a los musulmanes, que Mahoma es un gran profeta, incluso no es nada imposible que el mundo musulmán acepte al falso Mesías de los Judíos como un nuevo Mahoma.
Tal vez llegará a decir, en su hipocresía que quiere adorar a Jesucristo como dijo Herodes. Pero será sólo una burla amarga. ¡Ay de los cristianos que soporten sin indignación que su adorable Salvador sea colocado en pie de igualdad con Buda y Mahoma, en no sé qué panteón de falsos dioses!
Todos estos artificios, semejantes a las caricias del caballero que quiere subirse a su montura, ganarán el mundo para el enemigo de Jesucristo, pero una vez asentado sobre los estribos, hará valer los frenos y las espuelas y pesará entonces sobre la humanidad la más espantosa de las tiranías.
San Pablo nos da a conocer de un solo trazo de pluma el carácter extremo de esta tiranía, la más odiosa que existió y que existirá jamás.
El hombre de pecado, dice, el hijo de la perdición, el impío, “hará frente y se levantará contra todo lo que se llama Dios o tiene carácter religioso, hasta llegar a invadir el santuario de Dios, y poner en él su trono, ostentándose a sí mismo como quien es Dios” (II Tes. 2 4).
Así, pues, cuando el Anticristo haya sometido al mundo, cuando haya colocado en todas partes sus lugartenientes y sus criaturas, cuando pueda hacer valer en su propio provecho todos los recursos de una centralización llevada a su colmo: entonces se quitará la máscara, proclamará que todos los cultos quedan abolidos, se presentará como el único Dios, y bajo las más espantosas e infamantes penas intentará forzar a todos los habitantes de la tierra a que adoren su propia divinidad, con exclusión de toda otra.
A eso llegará la famosa libertad de cultos, que tanto se predica ahora.
Mientras estaba en la tierra, el adorable Jesús, dulce y humilde de corazón, siendo Dios, no se propuso nunca la adoración de los apóstoles; al contrario, llegó hasta ponerse de rodillas ante ellos, al lavarles los pies. Mas el Anticristo, monstruo de impiedad y de orgullo, se hará adorar por la humanidad enloquecida y seducida, ella habrá escogido este amo, prefiriéndolo al primero.
¡Y no se piense que la trampa será evidente! El monstruo dispondrá del poder del diablo para hacer prodigios, dice San Gregorio. Sólo los verdaderos humildes, afianzados en Dios, se darán cuenta de la impostura y escaparán a la tentación.
Pero ¿dónde establecerá su culto el Anticristo? San Pablo dice: “en el templo de Dios”. San Ireneo, casi contemporáneo de los Apóstoles, precisa más, y dice que en el templo de Jerusalén, que hará reconstruir, ese será el centro de la horrible religión. La imagen del monstruo será propuesta en todas partes a la adoración de los hombres. Entonces el budismo, mahometismo, protestantismo, etc. serán suprimidos y abolidos. El furor del mundo se dirigirá contra Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia. El Anticristo hará cesar el culto público. Suprimirá, dice Daniel, el sacrificio perpetuo. No se podrá ya celebrar la Santa Misa más que en las cavernas y lugares ocultos.
Las iglesias profanadas presentarán a las miradas de todos, la abominación de la desolación, a saber, la imagen del monstruo colocada sobre los altares del verdadero Dios.
Aquí se dejará sentir la mano de Dios, abreviará esos días de suma angustia, durará tres años y medio.
El diablo será públicamente adorado, y también el Anticristo; y no será un doble culto, pues el primero será adorado en el segundo.
Y lo adorarán todos los que habitan sobre la tierra, cuyo nombre NO ESTÁ ESCRITO EN EL LIBRO DE LA VIDA DEL CORDERO, que había sido degollado desde la creación del mundo.
El Anticristo tendrá su colegio de predicadores y de apóstoles a la inversa. Y estos doctores de mentira serán algo así como nuestros sabios modernos, pero aumentados con poderes de magos o de espiritistas.
Tendrán la apariencia del Cordero, simularán las máximas evangélicas de paz, de concordia, de libertad, de fraternidad humana, pero bajo estas apariencias propagarán el ateísmo más desvergonzado.
Estos predicadores serán apoyados por falsos prodigios. Instruidos por el diablo y su satélite de secretos naturales todavía desconocidos, los misioneros del Anticristo espantarán y seducirán a las muchedumbres por toda clase de sortilegios; harán descender fuego del cielo, y hablar las imágenes del Anticristo que habrán levantado. Obligarán a todos los hombres, bajo pena de muerte, a adorar estas imágenes parlantes. Los obligarán a llevar en la mano derecha o en la frente, el número del monstruo. Y todo el que no tenga este número, no podrá ni comprar ni vender.
Aquí se muestra el espantoso refinamiento de la persecución suprema. El que no lleve la marca de monstruo se encontrará, por este solo hecho, fuera de la ley, fuera de la sociedad, merecedor de muerte.
Que los creyentes se consuelen. Todos estos extremos servirán, en los planes de Dios, para hacer brillar la paciencia y la fe de los santos.
En ese estado humillado de la Iglesia crecerá la recompensa de los buenos, que se aferrarán a ella únicamente con miras a los bienes celestiales.
La Iglesia salvará a los pequeños de su rebaño por medio de la fuga. Ella les preparará refugios inaccesibles, donde los colmillos de la Bestia no los alcanzarán.
Dios proveerá por sí mismo a la seguridad de los fugitivos. Durante ese tiempo, la Iglesia, en la persona de los débiles, huirá al desierto, a la soledad; y Dios mismo se cuidará en mantenerla escondida y alimentarla.
Mientras los débiles orarán con seguridad en una soledad misteriosa, los fuertes y los valientes entablarán una lucha formidable, en presencia del mundo entero.
Está fuera de duda, que habrá, en los últimos tiempos, santos de una virtud heroica.
San Agustín se pregunta: ¿Habrá aún conversiones, en esos tiempos de perdición? ¿Se bautizará aún a los niños, a pesar de las prohibiciones del monstruo? El gran Doctor contesta afirmativamente. Sin lugar a dudas, las conversiones serán más raras, pero por eso mismo resultarán más sorprendentes. En esos días, Dios se complacerá en mostrar que su gracia es más fuerte que el fuerte mismo, en su desencadenamiento más furioso.
El Anticristo será sobre todo un impostor, por consiguiente, encontrará como principales adversarios a los apóstoles armados del crucifijo.
Henoc y Elías están vivos, eso es seguro. ¿Dónde los ha escondido Dios? Nadie lo sabe.
Los siglos pasan debajo de sus pies, sin afectarlos. La aparición de los testigos de Dios coincidirá con la persecución del Anticristo. Anunciarán con energía la proximidad del juicio.
El socorro dado a la Iglesia será proporcionado a la magnitud del peligro.
Los Evangelios insinúan con bastante claridad que habrá un cierto lapso de tiempo, aunque bastante corto, entre el castigo del monstruo y la consumación de las cosas.
¿Qué dice Nuestro Señor? Comienza por describir una tribulación tal, cual no la hubo jamás desde el comienzo del mundo, es la persecución del Anticristo.
Los hombres podrán burlarse de las advertencias de la Iglesia, pero cuando oigan crujir la máquina del mundo, palidecerán.
La muerte del Anticristo será seguida de un triunfo sin igual de la Santa Iglesia de Jesucristo.