Nuestro corazón es un altar. La víctima colocada sobre este altar son
nuestras malas inclinaciones. La espada para matar esta víctima es el espíritu
de sacrificio y de inmolación; el fuego sagrado que día y noche debe arder
sobre él, es el amor a Jesucristo; el soplo vivificante y fecundo que inspira y
mantiene este fuego sagrado del amor es la Eucaristía.
Regocijémonos en nuestras tribulaciones y midamos nuestra grandeza
venidera por nuestras amarguras presentes y por la dificultad de nuestra
prueba.
Unos instantes todavía y todo lo que debe terminar habrá terminado;
todavía algunos esfuerzos y habremos llegado al fin; todavía algunos combates y
tocaremos la corona; todavía algunos sacrificios y nos encontraremos en
Jerusalén, donde el amor es siempre nuevo y donde no habrá otro sacrificio que
la alabanza y el gozo.
Se acerca el tiempo en que sonará la hora suprema de la partida y en la
que el celestial Esposo, a quien hemos amado y servido, nos dirá: Pasa, ven a
mí, entra en la felicidad y en el reposo eterno.
¡Que así sea!
El Fin del Mundo y los Misterios de la Vida Futura
Charles Arminjon
(1824-1885)