La siguiente es una
carta pastoral de Su Eminencia, el cardenal Giuseppe Siri, arzobispo de Génova,
Italia. En él se explica en profundidad por qué es peligroso e inadecuado para
las mujeres usar pantalones en lugar de vestidos o faldas. Es no sólo una cuestión
de pudor, es sobre todo, como explica su eminencia, una cuestión de psicología
femenina, de la dignidad femenina, e incluso de viciar las relaciones entre
hombre y mujer. Si usted piensa que esto es ridículo o inaceptable, sólo
pedimos que le den al cardenal el derecho a la defensa. Escrito hace casi 56
años, hemos visto tristemente que las predicciones de su eminencia se hacen
realidad y por lo tanto sus advertencias son reivindicadas.
Génova, 12 de junio, 1960 Para el
Reverendo Clero, a todas las hermanas de enseñanza, a los hijos predilectos de
la Acción Católica, a los educadores con intención de seguir realmente la
Doctrina Cristiana Los primeros signos de la tardía llegada de nuestra
primavera indican que este año hay un cierto incremento en el uso de vestimenta
de hombres en niñas y mujeres, incluso madres de familia. Hasta 1959, en
Génova, tal forma de vestir se veía sólo en turistas, pero ahora parece haber
un número significativo de niñas y mujeres de la propia Génova que eligen, al
menos en viajes de placer, el uso de pantalones.
La extensión de este
comportamiento nos obliga a tomarlo en serio, y solicitamos a aquellos a
quienes se dirige la presente Carta que amablemente presten toda la atención
que merece este problema por parte de cualquier persona consciente de ser, de
alguna manera responsable ante Dios. Buscamos, sobre todo, dar un juicio moral
equilibrado sobre el uso de pantalones por las mujeres. De hecho, nuestros
pensamientos sólo se basan en la moral. En primer lugar, cuando se trata de
cubrir del cuerpo femenino, no puede decirse que el uso de pantalones
constituya una grave ofensa contra el pudor, porque ciertamente, los pantalones
cubren más del cuerpo de la mujer de lo que lo hacen las faldas de la mujer
moderna. En segundo lugar, sin embargo, la ropa debe cubrir la necesidad no
sólo de cubrir el cuerpo, sino también de no adherirse demasiado al mismo.
Ahora bien, es cierto que hoy, cierta ropa femenina se adhiere más al cuerpo de
lo que lo hace el pantalón, pero éstos pueden estar hechos para adherirse aún
más, de hecho, por lo general lo hacen, por lo que el apretado ajuste de tal
ropa nos da no menos motivos preocupación que la exposición del cuerpo.
Por lo
tanto, la inmodestia del uso de pantalones sport mujeres es un aspecto del
problema que no vamos a dejar fuera de una visión total del problema, incluso
tratando de no ser artificialmente exagerados.
Sin embargo, es un aspecto
diferente del uso de pantalones por la mujer el que nos parece la más grave. El
uso de pantalones, en primer lugar, afecta a la mujer misma, al cambiar su
psicología femenina, propia de la mujer; en segundo lugar, afecta a la mujer
como esposa, al tender a viciar las relaciones entre los sexos; en tercer
lugar, que afecta a la mujer como madre, al dañar su dignidad a los ojos de sus
hijos. Cada uno de estos puntos deben ser considerados cuidadosamente por
separado:
A. LOS
PANTALONES CAMBIAN LA PSICOLOGÍA DE LA MUJER
En realidad, el motivo que impulsa
a las mujeres a usar pantalones siempre es el de imitar, o, mejor dicho, el de
competir con el hombre, que se considera más fuerte, menos atado, más
independiente. Esta motivación muestra claramente que la vestimenta masculina
es la ayuda visible para lograr una actitud mental de ser "como un
hombre." En segundo lugar, desde que el hombre es hombre, la ropa que usa,
demanda, impone y modifica gestos, actitudes y comportamientos, de tal manera
que sólo por el hecho de usarlos, se impone una particular manera de pensar.
Ahora, déjennos agregar que la mujer que usa pantalones siempre indica más o
menos su reacción contra su femineidad como si ésta fuera signo de
inferioridad, cuando en realidad, es sólo diversidad. La perversión de su
psicología puede verse claramente. Estas razones, que son un resumen de muchas
más, son suficientes para advertirnos cómo el uso de pantalones lleva a las
mujeres a pensar erróneamente.
B. EL
USO DE PANTALONES POR PARTE DE LA MUJER, TIENDE A VICIAR LAS RELACIONES ENTRE
MUJERES Y HOMBRES
En verdad,
cuando con la mayoría de edad se desarrollan las relaciones entre los dos
sexos, predomina el instinto de atracción mutua. La base esencial de esta
atracción es la gran diversidad entre los dos sexos que se hace posible sólo
por su complementación o el completarse el uno con el otro. Si esta "diversidad"
se hace menos evidente debido a que se elimina uno de sus principales signos
externos y porque se debilita la estructura psicológica normal, lo que resulta
es la alteración de un factor fundamental en la relación. El problema va más
allá todavía. La atracción mutua entre los sexos es precedida de forma natural,
por ese sentido de la vergüenza que impone respeto al aumento de los instintos
en jaque, y tiende a elevar a un nivel más alto la estima mutua y el saludable
temor a los actos incontrolados a los que esos instintos pueden conducir.
Cambiar la ropa que por su diversidad revela y sostiene los límites de la
naturaleza y la defensa de las acciones, es allanar las diferencias y ayudar a
derribar las vitales barreras de contención del sentido de vergüenza. Lo menos
que puede decirse, es que obstaculiza ese sentido. Y cuando se impide el freno
que impone el sentido de vergüenza, se sigue una relajación de las relaciones
entre el hombre y la mujer hasta hundirse en sensualidad pura, desprovista de todo
respeto mutuo o estima. La experiencia nos muestra que cuando la mujer es
"des feminizada", son socavadas las defensas y la aumenta la
debilidad.
C. A
LOS OJOS DE LOS HIJOS, EL VESTIDO MASCULINO PERJUDICA LA DIGNIDAD DE MADRE.
Todos los niños
tienen el instinto del sentido de la dignidad y el decoro de su madre. Un
análisis de la primera crisis interna de los niños cuando despiertan a la vida
a su alrededor, incluso antes de que entren en la adolescencia, muestra cuánto
cuenta en ellos el sentido de su madre. Los niños son extremadamente sensibles
en este punto. Por lo general, los adultos suelen dejar todo detrás y no
piensan más en ello. Pero haríamos bien en recordar las severas demandas que
por instinto hacen los niños a su propia madre, y las reacciones profundas e
incluso terribles despertadas en ellos mediante la observación de la mala
conducta de su madre. Muchas líneas de la vida se trazarán más tarde - y no
para bien - en estos primeros dramas interiores de la infancia y la niñez.
El
niño puede no saber la definición de la exposición, la frivolidad o la
infidelidad, pero posee un instintivo sexto sentido que las reconoce cuando se
producen, y las sufren, y son amargamente heridos en su alma por ellas.
Pensemos seriamente a la importancia de todo lo dicho hasta ahora, incluso si
la mujer al aparecer con pantalones no dé inmediatamente lugar a todo el
malestar causado por una grave inmodestia. El cambio de la psicología femenina
hace fundamentales y, a la larga, irreparables daños a la familia, a la fidelidad
conyugal, a los afectos humanos y a la sociedad humana. Es cierto que los
efectos de un vestido inadecuado no son vistos a corto plazo. Pero debemos
pensar en lo que está siendo lenta e insidiosamente desgarrado y pervertido ¿Es
imaginable alguna satisfactoria reciprocidad entre marido y mujer si se cambia
la psicología femenina? ¿O puede imaginarse una verdadera educación de los
niños, tan delicada en su procedimiento, por lo tejida de factores
imponderables en los que la intuición y el instinto de la madre desempeñan el
papel decisivo en esos tiernos años? ¿Qué van a ser capaces estas mujeres de
dar a sus hijos cuando han usado tanto tiempo pantalones, que su autoestima se
basa más en competir con los hombres que en su funcionamiento como mujeres? Nos
preguntamos por qué, desde que los hombres han sido hombres, o más bien desde
que se civilizaron, en todos los tiempos y lugares invariablemente han hecho
una división diferenciada entre las funciones de los dos sexos, ¿No tenemos
aquí cabal testimonio del reconocimiento por parte de toda la humanidad de una
verdad y una ley que está por encima del hombre?
Resumiendo, dondequiera que
las mujeres lleven ropa de hombre, puede eso ser considerado como un factor que
a largo dañará el orden humano. La consecuencia lógica de todo lo presentado
hasta ahora es que cualquier persona en posición de responsabilidad debe
llenarse de alarma en el estricto sentido de la palabra, de una alarma grave y
decisiva.
Dirigimos a una grave advertencia a los párrocos, a todos los
sacerdotes en general y, en particular, a los confesores, a los miembros de
toda clase de asociación, a todos los religiosos, a todas las monjas, en
especial a las de enseñanza. Los invitamos a ser claramente conscientes del
problema, de modo que decidan la acción a seguir. Esta conciencia es lo que
importa. A su debido tiempo se sugerirá la acción apropiada. ¡Pero no dejemos
que nos invada el deseo de ceder ante el cambio inevitable, como si nos
enfrentáramos a una evolución natural de la humanidad!
Los hombres pueden ir y
venir, porque Dios ha dejado mucho espacio para el vaivén de su libre voluntad;
pero las líneas sustanciales de la naturaleza y las líneas no menos
sustanciales de la Ley Eterna nunca han cambiado, no cambian y no cambiarán.
Hay límites, más allá de los que cada uno puede desviarse hasta donde lo
considere oportuno, pero hacerlo termina en la muerte; existen límites de los
que fantasías filosóficas pueden burlarse o no tomar en serio, pero son un
conjunto de duros hechos, y la naturaleza castiga a cualquiera que pase por
encima de ellos.
Y la historia, ha enseñado lo suficiente, de la vida y la
muerte de las naciones, con aterradoras pruebas, en respuesta a todos los
infractores de las reglas de la "humanidad", que esto desemboca siempre,
tarde o temprano, en catástrofe. A partir de la dialéctica de Hegel, han sonado
en nuestros oídos lo que no son más que fábulas, y por escucharlas tan a
menudo, muchos terminan por acostumbrarse a ellas, aunque sólo sea en forma
pasiva.
Pero la verdad del asunto es que la naturaleza, y la Verdad, y la Ley
sujeta a ambas, siguen su camino imperturbablemente, y destrozan a los
simplones que sin ningún motivo creen en radicales y profundos cambios en la
estructura misma de hombre. Las consecuencias de tales violaciones no son un
nuevo esquema del hombre, pero los trastornos, la nociva inestabilidad de todo
tipo, la aterradora sequedad de las almas, el incremento de estos náufragos
humanos, impulsado desde hace mucho tiempo, conducen a vivir su caída en el aburrimiento,
la tristeza y el rechazo.
Alineadas en la demolición de las normas eternas, se
encuentran familias rotas, vidas truncadas antes de tiempo, hogares y viviendas
fríos, ancianos hechos a un lado, jóvenes voluntariamente degenerados y - por
último- almas desesperadas que se quitan la vida. ¡Todas estas miserias humanas
dan testimonio del hecho de que la “línea de Dios” no cede, ni tampoco admite
ninguna adaptación a los sueños delirantes de los llamados filósofos!
Hemos invitado a
todos aquellos a quienes dirigimos la presente Carta Pastoral a tomar seria
consciencia del problema al que nos enfrentamos. Por lo tanto, ellos saben lo
que tienen que decir, empezando por las pequeñas niñas aun en la falda de su
madre.
Saben que sin exagerar ni convertirse en fanáticos, tendrán que limitar
estrictamente hasta donde toleran como regla general el que las mujeres vistan
pantalones. Saben que nunca deben ser tan débiles como para permitir que nadie
crea que hacen la vista gorda a una costumbre que se está imponiendo y socava
la integridad moral de todas las instituciones. Ellos, los sacerdotes, saben
que la línea que tienen que tomar en el confesionario, si bien no sosteniendo
que el que la mujer vista como hombre, es una falta grave, debe ser fuerte y
decisiva. Todos tienen que reflexionar sobre la necesidad de una línea de
acción unida, reforzada por todas partes por la cooperación de todos los
hombres de buena voluntad y todas las mentes iluminadas, con el fin de crear un
verdadero dique para contener la inundación.
Aquellos de
ustedes que en cualquier medida son responsables de las almas, saben lo útil
que es tener como aliados en esta campaña de defensa los hombres de las artes,
a los medios de comunicación y las artes gráficas. La posición adoptada por las
casas de diseño de moda, sus brillantes diseñadores y la industria de la
confección, es de crucial importancia en toda esta cuestión. El sentido
artístico, el refinamiento y el buen gusto juntos, pueden encontrar soluciones
adecuadas, pero dignas en cuanto a la vestimenta que deben usar las mujeres
cuando tienen que utilizar una motocicleta o participar en uno u otro ejercicio
o trabajo.
Lo que importa es preservar la modestia, junto con el eterno sentido
de la feminidad, esa feminidad, que, más que cualquier otra cosa los niños
continuarán asociando con su madre. No negamos que la vida moderna presenta
problemas y permite requerimientos desconocidos para nuestros abuelos. Pero
afirmamos que hay valores que necesitan ser protegidos de las experiencias fugaces,
y que en todas las inteligencias siempre hay buen sentido y buen gusto
suficiente como para encontrar soluciones aceptables y dignas a los problemas a
medida que surgen. Aparte de la caridad, estamos luchando contra el
aplastamiento de la humanidad, contra el ataque a esas diferencias sobre las
que descansa la complementariedad del hombre y de la mujer.
Cuando veamos a
una mujer con pantalones, debemos pensar no tanto en ella, sino en toda la
humanidad, en lo que será cuando las mujeres se hayan masculinizado a sí mismas
para siempre. Nadie ganará ayudando a lograr un futuro de vaguedad, ambigüedad,
imperfección y, en una palabra, monstruosidad. Esta carta pastoral no está
dirigida al público, sino a los responsables de las almas, a los educadores, a las
asociaciones católicas. Dejar que ellos hagan su tarea, y que no sean atrapados
como centinelas dormidos en sus puestos mientras se introduce el mal.
Cardenal Giuseppe
Siri
Arzobispo de Génova