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sábado, 9 de septiembre de 2017

“EL ACUERDO SIGNIFICABA UNA PROFUNDA HUMILLACIÓN PARA LA IGLESIA”: Cardenal Mindszenty

NDB: En esta lectura podemos notar la nocividad de los acuerdos en el espíritu de combate de los católicos. En la actualidad hay quienes hacen o hicieron acuerdos como la nueva FSSPX, como el IBP, Fraternidad San Pedro, Campos e indulto. Traicionaron a NSJ porque prefirieron la amistad de los hombres a la de Dios. 

Pero hay otros que son disidencia de la nueva FSSPX, también conocidos como falsa resistencia. Aparentan probidad pero han escandalizado por acción y omisión a los católicos que resistían el liberalismo de la FSSPX, han desparramado a los que sí querían resistir. Sus adeptos defienden los errores en doctrina de sus obispos tradicionales (¡4!), no vaya a ser que se queden sin obispos o caigan en su desgracia. Al parecer la consigna era desenmascarar a mon Fellay (bien hecho), pero en cuanto a sus propios escándalos, esos sí que deben tolerarse.

Dios quiera que estos flamantes obispos de la falsa resistencia y los que se quedaron en la nueva FSSPX imiten a los que los precedieron en la lucha como mons Lefebvre y el cardenal Mindszenty. ¡Rezamos  por ello!



  “Durante mi estancia en la cárcel no había podido hacerme una idea exacta de los sufrimientos de la Iglesia católica, que en aquel intervalo se habían acrecentado considerablemente.

  El golpe más grave asestado a la Iglesia fue la nacionalización de las escuelas católicas. Esta medida tenía como objetivo alejar mejor a la juventud de la religión. Quienes consideran el concepto de la libertad religiosa en un sentido occidental, no darán importancia a este cambio. En los sistemas comunistas la voluntad de los padres no tiene valor alguno. De igual manera ejercieron los comunistas una acción represiva contra la educación religiosa en los templos y el propio seno de las familias. Por ello se procuraba alejar sistemáticamente a la juventud del círculo familiar. 

Los domingos ocupaban el tiempo de los jóvenes con cualquier actividad, de manera que los padres no pudieran llevarlos a Misa. Otros jóvenes especialmente comisionados para ello espiaban a la puerta de los templos y tomaban  nota de los acudían a confesarse o comulgar, es decir, de cuantos practicaban la fe. Quien hacía profesión de su fe, podía contar con el despido de su puesto de trabajo, y con ello la falta de su medio de vida, así como en bastantes casos con la detención, los trabajos forzados o la cárcel.

  La otra herida grave causada a la Iglesia durante mi cautiverio fue la disolución de las órdenes religiosas. La disolución afectó a 187 conventos masculinos y 456 femeninos, con un total aproximado de once mil miembros. Los edificios con sus bibliotecas y archivos clausurados pasaron a formar parte del patrimonio del estado.

  La nacionalización de las escuelas, la suspensión de la asignatura religiosa y la disolución de las órdenes dejaron en el puro esqueleto Diocesano al antes rico y floreciente organismo de la Iglesia católica húngara. La actividad de los párrocos era objeto de vigilancia por parte del partido comunista  e  incluso dirigida  por el mismo. La causa principal de mi encarcelamiento  había sido la resistencia que opuse siempre a semejante acuerdo. Llegó el momento en que la mayoría de los obispos estuvo dispuesta a aceptar la posibilidad de un acuerdo.

  En aquella atmósfera de tensión, artificialmente creada y en interés de los 11,000 religiosos amenazados con la deportación a Siberia, el episcopado aceptó finalmente el acuerdo global. Fue firmado el 30 de agosto de 1950.

  El acuerdo significaba una profunda humillación para la Iglesia. Esta humillación estaba, naturalmente, prevista en los planes de los comunistas. Con el acuerdo, los comunistas quebrantaron la resistencia de los sacerdotes y también con el hecho de que mediante presiones y engaños organizaron un grupo sacerdotal disidente. El pueblo los denominaba sacerdotes “pro paz”. Su papel estribaba  principalmente en socavar la unidad y la fortaleza de la Iglesia desde dentro, de acuerdo con las consignas de los comunistas y según las líneas de orientación por ellos indicadas. Durante mucho tiempo fueron escasos los sacerdotes a los que el régimen consiguió atraer  con el señuelo de la organización pro paz.

  La prensa los elogiaba como sacerdotes fieles al régimen y se urdió el plan de publicar un órgano de aquellos sacerdotes pro paz que llevaría el nombre de “La Cruz”. Este plan se frustró en un principio, pues el sacerdote que estaba previsto como redactor se asustó de su papel de Judas y al tratar de huir del país, fue alcanzado por el proyectil de un guarda de fronteras y murió.

Entonces el canónigo Miklos Bersztocky a quien las torturas infligidas quebrantaron su ánimo estuvo dispuesto a hacerse cargo de la organización y jefatura de los sacerdotes pro paz. Después de un año sólo había 35 sacerdotes pro paz.

  Pero, tras firmarse el acuerdo, la situación cambió. Los obispos prohibieron a sus sacerdotes que ingresaran en el movimiento. Así que se trató de acrecentar con medios hábiles y astutos el aspecto de dignidad del movimiento. Pusieron sacerdotes pro paz en parroquias destacadas, se trató la cuestión de los estipendios y se determinó una elevación de los emolumentos.  La mayoría de los sacerdotes se atuvo a la prohibición de los obispos y siguió condenando el movimiento pro paz.  Los comunistas tropezaron con una tenaz  oposición  que solo podían quebrantar mediante la violencia.

  Condenaron a 15 años de reclusión al arzobispo József Grósz tras un falso proceso semejante al mío. Detuvieron a cuatro obispos y los obligaron a cubrir los puestos de sus vicarios generales con sacerdotes pro paz. Entonces la conferencia episcopal así compuesta afirmó su lealtad sin reservas al gobierno en nombre de todo el catolicismo húngaro y se comprometió a apoyar el movimiento de la paz de acuerdo con el “espíritu de acuerdo”. En la práctica, aquello significaba el reconocimiento y la aprobación de los sacerdotes pro paz. De esta manera los comunistas habían alcanzado su objetivo: manos libres en el proceso de desmoralización, relajamiento de la disciplina eclesiástica y la fe.

  CARDENAL MINDSZENTY
  MEMORIAS