El Señor San José no solo amaba a Jesús y a María como debe ser amado
Dios y su madre, es decir, con todo su corazón, sino que también amaba al
prójimo por amor de Dios, formando dichos amores el torrente infinito de la
caridad de José; él amaba al prójimo con todo su corazón en Dios y por Dios,
mostrándole su amor con toda clase de beneficios. José, en fuerza de su amor,
deseaba enjugar las lágrimas de todo el género humano, socorrer a los
necesitados, alegrar al triste y desconsolado y trabajar por la salvación de
todos. Por esto, en Belén no se queja de los desprecios, vive con los pastores,
los introduce a Jesús y hace a los reyes magos reyes de sí mismos y de su
gloria.
Por esto, con su bondad, gana en Egipto el corazón de sus habitantes,
arranca a muchos de sus supersticiones, les alcanza gracias admirables para que
adoren a un solo Dios verdadero y, con sus palabras de sabiduría, puso los
cimientos de la vida santísima que se estableció en aquellas regiones después
de algunos años. José en su patria hacía para su prójimo las más heroicas obras
del más perfecto israelita, ni podía ser de otro modo como formado en la
escuela de Jesús y de María. José amó al prójimo haciéndole todos los bienes
que podía, entregándole al Hijo y a la Madre para su redención y continuando él
poniendo su dulzura inalterable a los malos tratamientos, un perfecto silencio
a injurias horribles, una paciencia a toda prueba a los desprecios y el mayor
sufrimiento a sus penas.
¡Oh! Si lo amásemos en Dios y para Dios. ¡Oh! Si cumpliéramos la parte
esencial de tan importante precepto.
Acordémonos del amor de José y pidámosle tan importante gracia.
Las Glorias de San
José
R.P. José María Vilaseca