Detengámonos a considerar este privilegio grandioso que Dios concedió
a María en su concepción.
1.- Fue un privilegio único.- Figúrate al demonio que a la entrada del
mundo según van pasando los hombres a comenzar la vida, a todos marca con el
sello del pecado, en todos pone su asquerosa baba inmunda de serpiente infernal,
así hemos nacido todos, a los ojos de Dios como algo sucio, asqueroso,
repugnante por esa mancha del demonio. Piensa bien lo que significa ese ¡todos!
Recuerda a los santos más grandes, a los más amantes y más amados de Dios. Mira
pasar por tu imaginación a los patriarcas, profetas, apóstoles, mártires,
vírgenes… y todos tienen que decir con David “Fui concebido en la iniquidad y
en pecado fui engendrado”. ¡Qué pena!
¡Qué dolor! ¡Qué espectáculo tan triste!
Pero mira cómo cambia la escena. Ahora es todo lo contrario. Contempla a
esa alma purísima que brota de las manos de Dios, y burlando al demonio entra
en el mundo victoriosa, mientras los ángeles la acompañan y la cantan “Toda
hermosa eres María, y no hay en ti mancha alguna”. Repite muchas veces: todos
menos Tú. Donde todos caen Tú no caes. Donde todos mueren, Tú vives, donde
todos se manchan, Tú permaneces pura e Inmaculada –Privilegio gloriosísimo por
ser único.
2.- Privilegio grande.- Porque por él aparece grande, muy grande,
nuestra Madre querida ante los ojos de Dios, de los ángeles y de nosotros
mismos. Si todos naciéramos en gracia, no encontraríamos en este privilegio una
de las razones más principales para enaltecer la figura de María. Ella misma se
refería, sin duda, a este privilegio, cuando decía que el Señor había hecho en
su alma grandes cosas y que para hacerlas había tenido que poner en juego toda
la fuerza de su brazo poderoso. Y así es. Demostró su grandeza al hacer a María
objeto de una redención especial. Todos hemos sido redimidos por Cristo y ésta
es nuestra gran gloria, pero María, si no pecó, no fue redimida, luego,
nosotros ¿hemos recibido de Cristo más que Ella? ¿Tenemos una gloria que Ella
no tiene? Nada de eso. Muy al contrario.
Hay dos Redenciones: una liberativa, que levanta a los caídos y da vida a los
que habían por el pecado muerto; así fuimos nosotros redimidos. Otra es preventiva,
la que previene para que uno no caiga; ésta es la de María, en virtud de la
Redención de Cristo y por la previsión de sus méritos divinos alcanzó Ella sola
la gracia de no caer. Su Redención es, pues, más perfecta que la nuestra y, por
tanto, también en esto nos aventaja.
¡Qué grandioso así considerado es este privilegio!
3.- Privilegio divino.- Sólo Dios pudo obrar semejante prodigio de
hermosura y de gracia. Dios como legislador que es, está por encima de todas
las leyes, y por eso Él solo tenía poder para disponer de esta ley universal.
Este privilegio es una excepción, pero que no podían hacerla los hombres, no
estaba en sus manos. Únicamente pudo hacerla Dios. Recuerda cómo por medio de Josué
detuvo el sol, por medio de Moisés dividió las aguas del mar, y por medio de
sus ángeles impidió que las llamas del horno de Babilonia hicieran daño a los
tres jóvenes hebreos. Ese mismo Dios hizo que las aguas del pecado se
dividieran ante María y no la tocaran lo más mínimo. Todo aquello fue una
figura de este milagro inmenso del poder
y amor de Dios. Por eso el triunfo de
María Inmaculada es un triunfo de Dios. Este privilegio es verdaderamente
divino y la gloria de la Inmaculada, es una gloria divina.
4.- Nuestro privilegio.- También nosotros participamos de este
privilegio. Nacimos en pecado, pero enseguida tuvimos el privilegio de ser
bautizados y nuestras almas quedaron ya entonces puras e inocentes, semejantes
a la de María. La gracia bautismal nos hizo bellísimos y hermosísimos ante
Dios. Por eso al celebrar con alegría y meditar con gozo en la Concepción
Inmaculada de María debemos celebrar y meditar la nuestra a la vida de la
gracia, para preguntarnos ante el ejemplo de María: “¿Sigo yo con aquella
pureza inmaculada de mi bautismo? ¿La he perdido? ¿No la he sabido apreciar?
Pedir perdón a María y su ayuda
para vivir siempre esa vida de pureza y castidad de su Purísimo Corazón.