De la devoción al Sagrado Corazón de Jesús
Por el R. P. Grou
El Corazón de Jesús es su mismo interior. Nada hay en el hombre tan
íntimo como el corazón. Por el corazón somos buenos o malos, agradamos o
desagradamos a Dios. El Corazón de Jesús son sus virtudes, su amor hacia Su
Padre y hacia nosotros, su dulzura, su humildad.
Ser sólidamente devoto de este
Corazón adorable, es penetrar en Él con la ayuda de la meditación o de la
oración, para conocer sus inclinaciones, los objetos que tuvo presentes, los
principios que le hacían obrar, las
virtudes que practicó, es concebir con respecto a este Divino Corazón los
sentimientos de amor y de reconocimiento que de nuestra parte merece, de dolor
por todos los disgustos que le hemos ocasionado, y de lo que le hemos hecho
sufrir, de aquel deseo sincero y eficaz de contentarle, y de nada descuidar
para complacerle, expiando y reparando nuestras faltas pasadas. Es por fin aplicarnos a imitarle, pensando,
hablando, obrando como Él, por los mismos principios y para los mismos fines
que Él, de manera que nos le parezcamos en lo interior y en lo exterior.
Es imposible que si alguno la mira y la practica de la manera que acabo de decir no se vuelva
interior, porque la vida interior no tiene otro objeto de reflexión, de
contemplación, de afecto y de imitación que Jesucristo. Dad vuestro corazón a
Jesús, dejádselo a sus inspiraciones y a su gracia; Él os descubrirá todos sus
secretos, Él os comunicará el amor de que está inflamado, y con el amor todas
las virtudes que le acompañan. Dando a Él nuestro propio corazón, es como se
gana el suyo. Jesús os ha dado Su Corazón, y con esto tiene un derecho sobre el
vuestro. Negándoselo, perdéis el derecho que sobre el suyo tenéis, le cerráis
para vosotros mismos, y ya no sois dignos de entrar en Él.
Me diréis que vosotros estáis ya en la costumbre de dar vuestro Corazón a
Jesús, y que no por esto estáis más en posesión del suyo; que no por esto sois
más recogidos, más dispuestos a la oración, más interiores. No me es difícil
creeros. Mas, ¿De qué modo dais vuestro Corazón a Jesús? De boca solamente, por
una especie de hábito, recitando alguna fórmula que halláis en un libro. Es
preciso que vuestro mismo corazón sea quien se dé con toda la rectitud,
sinceridad y generosidad de que es capaz; que renuncie a poseerse y a
gobernarse por sí propio, que se abandone a discreción de Jesús para que haga
de él lo que tenga por conveniente y que se vea que esta entrega no es fingida. Y ¿Qué efectos han de ser estos? No
volvérselo a tomar, instigados por el amor propio, o abandonándoos a la
sensibilidad, a vuestra propia satisfacción y a todas vuestras naturales
inclinaciones; mostrarse atento y fiel a la gracia, que en todas ocasiones os
inspirará el morir a vosotros mismos para que viva en nosotros Jesucristo.
Aceptar con agrado todas las pequeñas mortificaciones, contrariedades y
humillaciones que os vengan de parte de las criaturas; apartaros de lo que
pueda disipar vuestro espíritu, extinguir en vosotros todo atractivo, hasta el
de la presencia de Dios y de la oración.
He aquí sin duda a todo lo que os obliga la entrega de vuestro corazón.
¿Y es esto lo que practicáis?
Sois devoto, decís, del Corazón de Jesús. Esto es, que el pensar en tan
dulce Corazón produzca en vos buenos movimientos y santas afecciones, os haga
derramar algunas lágrimas, os llene de gustos y de consuelos sensibles. Nada
más propio en efecto que el Corazón de Jesús para mover semejantes sentimientos.
Pero vos no aspiráis más que a esto. Aquí os limitáis, sin advertir que esto no
es amar el Corazón de Jesús, sino amaros a vos mismo. Id al verdadero objeto de esta devoción;
reformar vuestro propio corazón sobre el de Jesús. Copiad las virtudes cuyo
modelo os presenta; imitad su dulzura, su humildad, su paciencia, su caridad.
Ruégale sin cesar que os ayude a adquirirlas. Esto es honrar verdaderamente el
Corazón de Jesús, y tomar el camino de una devoción sólida e interior.