Meditación Del
Santísimo Sacramento
Del Padre Fr. Luis de Granada
Es muy provechosa la consideración de cuánto
resplandece en este misterio la suma bondad, el inmenso poder y la infinita
sabiduría de Dios. Para lo cual pondera, ¿qué mayor bondad puede ser que
comunicarse tan estrechamente tan grande Dios a tan bajas criaturas? ¿Qué mayor
poder que encerrarse debajo de una especie de pan Dios y hombre todo junto, y
partirse en tantas partes sin disminuirse? ¿Qué mayor sabiduría que hallar tan
conveniente y saludable remedio para la cura de nuestras enfermedades? Convenía
sin duda, que los que por una comida habíamos perdido la vida, por otra la
recobrásemos, y así como el fruto de un árbol nos destruyó, así el fruto de
otro árbol nos reparase. Del fruto de aquel árbol se dijo: En cualquier día que
comieres de él, morirás; mas de este por el contrario se dice: Quien comiere de
este pan, vivirá para siempre. De suerte, que recibiendo y conservando en sí la
virtud y gracia que este pan del cielo da, vivirá el hombre en este mundo vida
celestial y divina, y esa misma vida se continuará en toda la eternidad. Pues
acá y allá viven los justos la misma vida, que es vida espiritual y divina, y
así este majar se diferencia de los otros manjares, y del mismo maná que se dio
a los padres, porque estos no dan mas que vida temporal; mas este da vida
eterna, la cual se comienza en esta vida, y con la muerte no solo no se acaba,
mas antes se confirma y perpetua.
Convenía también pues todos habíamos sido
mordidos de aquella ponzoñosa serpiente y necesitábamos algo para sanar de
aquella dolencia. Y esta fue la que ordenó este Médico del cielo. Porque este manjar que es el divino Sacramento es
una medicina espiritual contra aquella antigua ponzoña.
Convenía también que así como había en el
mundo una carne dañada, que corrompía todas las almas que con ella se juntaban;
así hubiese otra carne purísima que purificase todas las almas que con ella se
juntasen. No hay más de dos carnes en el mundo, una de Adán, inficionada por el
pecado, y otra de Cristo concedida del Espíritu Santo. Pues así como en
juntándose nuestra alma con aquella carne en el vientre de nuestras madres,
contrae la mancha del pecado original, y todos los males que se siguen de él;
así juntándose con esta otra carne purísima por medio de este Sacramento, es
llena de gracia, y de todos los bienes que se siguen de ella. Allí es el hombre
unido con Adán, y así se hace participante de todos los bienes de Adán: aquí es
unido con Cristo, y así se hace participante de todos los beneficios de Cristo.
Venid pues ahora todas las almas amadoras de
Cristo y sentaos en esta mesa, y comed de este Manjar, y haceos una cosa con
vuestro Creador. No os contentéis con abrazarlo espiritualmente, sino abrazadlo
también corporalmente por medio de este Sacramento. Porque así como Dios no se
contentó con amar espiritualmente a la naturaleza humana, sino que también se
juntó con ella corporalmente por medio de su Encarnación; así no nos habemos de
contentar con amarlo espiritualmente hasta juntarnos con Él por medio de esta
Sagrada Comunión.
Considérese también que no tenemos otro
medio mayor para cumplir con todas nuestras obligaciones, y proveer a todas
nuestras necesidades, que este Divino Sacramento. Porque tres cosas, entre
otras muchas, tienen cercado al hombre por todas partes: la muchedumbre de los
beneficios divinos, por los cuales ha de dar gracias; y la de sus pecados, por
los cuales ha de pedir perdón; y la de sus necesidades y flaquezas, para quien
ha de pedir remedio. Para esto había antiguamente en la ley tres cosas, que
eran ofrendas que los hombres ofrecían a Dios por los beneficios recibidos, y
sacrificios que ofrecían por los pecados cometidos, y otro género de
sacrificios que llamaban víctimas, que ofrecían para impetrar salud y remedio
para sus necesidades. Pues en lugar de
estas tres cosas nos proveyó el Salvador de mayores y mejores remedios
instituyendo este admirable Sacramento; porque él es la más preciosa ofrenda
que podemos ofrecer al Padre por sus beneficios, y es sacrificio aceptabilísimo
para alcanzar perdón de nuestros pecados; y es la víctima gloriosa por quien
conseguimos remedio para todas nuestras necesidades.