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miércoles, 28 de mayo de 2025
lunes, 26 de mayo de 2025
EL SANTO ABANDONO (CONCLUSION)
Vamos a resumir con brevedad este trabajo, a fin de poner
de relieve conclusiones prácticas.
La voluntad divina es la regla suprema de nuestra vida, la
norma del bien, de lo mejor, de lo perfecto; cuanto más se
conforma con ella, más se santifica el alma.
Existe la voluntad de Dios significada a la que corresponde
la obediencia. Para nosotros religiosos, su principal
manifestación es la Santa Regla con las órdenes de los
Superiores. De parte de Dios es la dirección estable y
permanente, y en cuanto a nosotros, el trabajo normal y de
todos los días. La obediencia será, pues, el gran medio de
santificación.
Existe también el beneplácito divino, al cual corresponde la
conformidad de nuestra voluntad. Este se manifiesta por los
acontecimientos; preséntasenos como ellos, variable,
imprevisto, a veces desconcertante; en el fondo, es un querer
de Dios, siempre paternal y sabio. La Regla está hecha para la
Comunidad; el beneplácito divino corresponde más a nuestras
necesidades personales, y lejos de suplantar a la Regla,
añade a la acción de ésta la suya propia, siempre beneficiosa
y con frecuencia eficaz, y a veces hasta llega a ser decisiva. El
verdadero espiritual se adhiere con amor a toda voluntad de
Dios, sea significada o de beneplácito, de suerte que pueda
recoger todos los frutos de santidad que aquélla le
proporciona.
La conformidad nacida del temor, o la simple resignación, produce
desde luego efectos saludables; nadie hay que no
pueda y deba practicarla. La conformidad, fruto de la
esperanza, es más elevada en su causa y más fecunda en sus
resultados y es accesible a todas las almas piadosas. La
conformidad que produce el amor divino es sin comparación la
más noble, la más meritoria, la más dichosa; transformada en
hábito forma el camino de las almas adelantadas. Es esta
conformidad perfecta, amorosa y filial la que hemos estudiado
bajo el nombre de abandono.
El Santo Abandono eleva en nosotros a su más alto grado,
y con tanta fuerza como suavidad, el desasimiento universal,
el amor divino, todas las virtudes. En la cadena más poderosa
y más dulce para hacer nuestra voluntad cautiva de la de Dios
en una unión del todo cordial, de una humilde confianza y de
una afectuosa intimidad. El abandono es por excelencia el
secreto para asegurar la libertad del alma, la igualdad del
espíritu, la paz y la alegría del corazón. Nos procura un
agradable reposo en Dios, y lo que aún vale más, es que El es
el artista de nuestras más encumbradas virtudes, el mejor
maestro de la santidad. Llevándonos de la mano de concierto
con la obediencia, nos guía con seguridad por los caminos de
la perfección, nos prepara una muerte feliz y nos eleva a
pasos agigantados a las cumbres del Paraíso. Es el verdadero
ideal de la vida interior. ¿Qué alma, por poco clarividente que
sea, no aspirará a tal estado con todas sus fuerzas? Si se
conociera mejor su valor, ¿podría uno ser indiferente en tender
a él, acercarse, establecerse firmemente y hacer en él, de
continuo, nuevos progresos? Seguramente que sin pagar el
precio debido no podremos obtenerlo, mas una vez
posesionados de este tesoro, ¿no recompensa con usura
nuestro trabajo? ¿Qué hemos de hacer, pues, para
conseguirlo?
Ante todo el abandono, según lo hemos visto, exige tres
condiciones y trataremos, de hacernos indiferentes por virtud a
los bienes y a los males, a la salud y a la enfermedad, a las
consolaciones y a las sequedades, a todo lo que no es Dios y
su santa voluntad, a fin de que El pueda disponer de nosotros
a su agrado sin resistencia de nuestra parte. Y puesto que la
naturaleza tiene sus raíces más profundas en el orgullo y la
independencia, consagraremos nuestros más exquisitos
cuidados a la obediencia y a la humildad.
Empeño nuestro ha de ser crecer cada día en la fe y
confianza en la Providencia. El acaso no es más que una
palabra. Dios es quien dirige los grandes acontecimientos del
mundo y los menores incidentes de nuestra vida. Se sirve de
las causas segundas, pero éstas no obran sino bajo su
impulso. Quieran o no, los malos como los buenos no son en
sus manos sino simples instrumentos; reservándose El
recompensar a los unos y castigar a los otros; quiere, sin
embargo, hacer servir sus virtudes y sus defectos para nuestro
adelantamiento espiritual, y ni los mismos pecados podrán
estorbarle en sus designios; están ya previstos por El y los ha
hecho entrar en sus planes. Ahora bien, Aquel que todo lo ha
combinado y que es el Soberano Dueño de los hombres y de
los acontecimientos, es también nuestro Padre infinitamente
sabio y bueno, es nuestro Salvador que ha dado su vida por
nosotros, es el Espíritu de amor ocupado por completo en
nuestra santificación. Sin duda, se propone su gloria, mas no
la cifra sino en hacernos buenos y felices. Buscará, pues, en
todo el bien de su Iglesia y de nuestras almas. Piensa sobre
todo en nuestra eternidad. Nos ama como Dios, y de la
manera que El sabe hacerlo, pura y sinceramente; y si
crucifica en nosotros al hombre viejo, es para dar la vida al hijo
de Dios; aun cuando castiga con alguna dureza, su amor es
quien dirige su mano, su sabiduría regula los golpes. ¡Pero no
siempre lo entendemos así y a veces la conducta de la
Providencia nos irrita y desconcierta! Pudiera entonces
decirnos el buen Maestro como a Santa Gertrudis: «Sería muy
de mi agrado que mis amigos me juzgasen menos cruel.
Deberían tener la delicadeza de pensar que no uso de
severidad sino para su bien, y para su mayor bien. Hágolo por
amor; y si esto no fuera necesario para curarlos o para
acrecentar su gloria eterna, ni siquiera permitiría que el viento
más leve los contrariara.» Jesús, instruyendo a su fiel esposa,
«hízola comprender poco a poco que todo cuanto sucede a los
justos viene de mano de Dios; que los sufrimientos, las
humillaciones son de un precio incomparable y constituyen los
más preciados dones de su Providencia; que las enfermedades
espirituales, las tentaciones, las faltas mismas
vienen a ser, por medio de su gracia, poderosos instrumentos
de santificación.
Mostróle Jesús cómo escucha las oraciones
de sus amigos, aun en aquellas ocasiones en que se creen
olvidados o rechazados; cómo a sus ojos la intención avalora
sus actos; cómo -en los fracasos- los buenos deseos pasan y
son considerados como obras. Le reveló también la elevada
perfección de un abandono completo al divino beneplácito, y la
alegría que halla su corazón al ver un alma entregarse
ciegamente a los cuidados de su Providencia y de su amor.»
Santa Gertrudis comprendió estas divinas enseñanzas, y
tan profundamente las grabó en su corazón, que supo repetir
en cualquiera ocasión con nuestro Maestro: «Sí, Padre mío,
puesto que tal es vuestro beneplácito.» Si queremos también
nosotros entonar continuamente este himno del abandono,
debemos penetrarnos de estas verdades saludables, nutrirnos
de ellas a satisfacción en la oración y piadosas lecturas, de
suerte que poco a poco nos formemos un estado de espíritu
conforme al Evangelio. Hasta será conveniente, dado el caso,
no cerrar los ojos a esta luz de la fe para no mirar sino el lado
desagradable de los acontecimientos. Este aviso es de la más
alta importancia, porque la naturaleza orgullosa y sensual no
gusta de ser contrariada, humillada, molestada en sus
comodidades, privada de gozos y saturada de sufrimientos.
Rebélase entonces, entregada por completo al sentimiento de
su dolor, murmura contra la prueba y contra los causantes de
ella, olvida a Dios que nos la envía, sin pensar en los frutos de
santidad que de ahí espera El sacar. De aquí proviene tanta
turbación, inquietud y amargura, cuando por el contrario, esta
dañosa agitación debiera hacer comprender que nuestra vista
se extravía y la voluntad se doblega. ¡ Dichosos aquellos que
poseen la sabiduría de ver la mano de nuestro Padre celestial
en todos los acontecimientos, agradables o penosos, y no
mirarlos sino a la luz de la eternidad!
Si el desprendimiento universal, la fe viva y la confianza en
la Providencia nos disponen admirablemente al Santo
Abandono, es el amor de Dios quien lo realiza en nosotros. A
El solo pertenece fundir nuestra voluntad en la de Dios, y dar a
esta unión tan íntima el carácter de amorosa intimidad y de filial
confianza, que señala el Santo Abandono. Mas esta
metamorfosis de nuestra voluntad, esta donación total de
nosotros mismos, la lleva a cabo como naturalmente el amor
divino; es su tendencia y de ello experimenta necesidad, y
sólo con esta condición se satisface; con el corazón da
también la voluntad, se entrega por completo y sin reservarse
nada. Así, al menos, sucede cuando el amor ha tomado
incremento. Por consiguiente, la ciencia del abandono no es
otra cosa que la ciencia del amor, y para progresar en esta
perfecta conformidad, es necesario aplicarse a crecer en el
amor, no en este amor en el cual secretamente se mezcla
cierto escondido interés con que nos buscamos a nosotros
mismos, sino en el amor enteramente puro, que sabiamente
se olvida de sí para darse del todo a Dios.
Ricos de fe, de confianza y de amor, nos hallamos en
excelentes disposiciones para recibir con respeto y sumisión
los acontecimientos todos del divino beneplácito, a medida
que se produzcan, o para esperarlos con una dulce
tranquilidad de espíritu y en una paz llena de confianza.
Haciendo la voluntad de Dios significada, y sin omitir la
previsión y los esfuerzos que requiere la prudencia, se
desecha fácilmente la turbación y la inquietud, se reposa en
los brazos de la Providencia, al modo de un niño en el seno de
su madre.
El desprendimiento universal, la fe, la confianza y el amor,
no son posibles sino con la gracia, y ésta se precisa muy
abundante para obtenerlos en el grado que los exige el Santo
Abandono. La oración, pues, se impone. Nos recomienda San
Alfonso: «no olvidemos que es necesario orar, sea cualquiera
el estado en que nos hallemos», aun en las consolaciones, la
calma y prosperidad: mayormente bajo los golpes de la
adversidad, en las tentaciones, las tinieblas y las pruebas de
todo género. Nos enseña a «clamar a Dios: Señor,
conducidme por el camino que os plazca, haced que cumpla
vuestra voluntad, no deseo otra cosa». Sin duda, tenemos
derecho a pedir que el Señor nos alivie la carga, mas San
Alfonso nos indica un camino más generoso: «Esposa bendita
de Jesús -dice a su Monja santa- acostumbraos en la oración
a ofreceros siempre a Dios; protestad que por su amor estáis
dispuesta a padecer cualquier pena de espíritu o de cuerpo,
cualquier desolación, cualquier dolor, enfermedad, deshonra o
persecución, pidiéndole siempre os dé fuerzas para hacer en
todo su santa voluntad.» Sin embargo, por nuestra parte no
aconsejaríamos de ordinario pedir a Dios pruebas; creemos
también que en lugar de considerar las cruces de un modo
particular, será más prudente aceptar en general las que Dios
nos destine, confiándonos a su bondad y discreción. «No
olvidéis -continúa San Alfonso este excelente consejo que dan
los maestros de espíritu, a saber: cuando sucede alguna grave
adversidad, entonces no hay materia más propia para la
oración, y por consiguiente para hacer repetidos actos de
resignación, como tomar objeto de ella la misma tribulación
que ha sobrevenido. Este ha sido el continuo ejercicio de los
santos, conformar su voluntad con la de Dios. San Pedro de
Alcántara lo practicaba aun durante el sueño. Santa Gertrudis
repetía trescientas veces al día: Jesús mío, no se haga mi
voluntad sino la vuestra.» San Francisco de Sales
recomendaba a Santa Juana de Chantal «que hiciera un
ejercicio particular de querer y de amar la voluntad de Dios
más enérgicamente, con más ternura y con más amor que a
ninguna cosa del mundo; y esto no tan sólo en las
circunstancias soportables, sino en las más insoportables.
Poned vuestros ojos en la voluntad general de Dios con la que
quiere todas las obras de su misericordia y de su justicia en el
cielo, en la tierra, bajo la tierra; y con profunda humildad
aprobad, alabad y después amad esta santa voluntad
enteramente equitativa y bella en extremo. Poned vuestros
ojos en la voluntad especial de Dios, con la cual ama a los
suyos; considerad la variedad de consolaciones, pero sobre
todo de tribulaciones que los buenos sufren, y después con
grande humildad aprobad, alabad y amad esta voluntad.
Considerad esta voluntad en vuestra persona, en todo cuanto
os acontezca y puede aconteceros de bueno y malo,
exceptuando el pecado; después aprobad, alabad y amad
todo esto, protestando que queréis eternamente honrar, amar,
adorar esta soberana voluntad, entregando a merced suya
vuestra persona, a todos los vuestros, y a mí entre ellos.
Terminad por último con una ilimitada confianza de que esta
voluntad hará todo bien para nosotros y para nuestra felicidad.
Después de haber hecho dos o tres veces en la forma
indicada este ejercicio, podréis acortarlo, variarlo y
acomodarlo como mejor os parezca, ya que es necesario
fijarlo con frecuencia en el corazón a modo de jaculatoria».
La princesa Isabel en su prisión, de la que no había de salir
sino para subir al cadalso, repetía con frecuencia y todas las
mañanas esta oración: «¿Qué me sucederá hoy, Dios mío? Lo
ignoro por completo, pero sé que nada me acontecerá que
Vos no lo hayáis previsto, regulado y ordenado desde toda la
eternidad. Esto me basta, Dios mío, esto me basta: adoro
vuestros inescrutables designios y a ellos me someto con todo
mi corazón por amor vuestro. Todo lo quiero, todo lo acepto,
de todo os hago un sacrificio, y uno este sacrificio al de
Jesucristo mi divino Salvador. En su nombre y por los méritos
infinitos de su Pasión os pido la paciencia en mis trabajos, y la
perfecta sumisión que os es debida por todo lo que queréis y
permitís. Así sea.»
Podemos decir de cuando en cuando con el P. Saint-Jure:
«Señor mío y Dios mío, quiero y recibo con agrado todo lo que
Vos queréis, y cuando lo quisiereis, como lo quisiereis y para
los fines que os propusiereis, en cuanto al frío, al calor, a la
lluvia, a la nieve, a las tempestades y a todos los desórdenes
de los elementos, lo mismo en cuanto al hambre, a la sed, a la
pobreza, a la infamia, a los ultrajes, a los disgustos, a las
repugnancias y a todas las demás miserias. Me abandono a
Vos con un corazón sumiso, para que dispongáis de mi en
esto como en todo lo demás, según vuestro beneplácito.
Referente a las enfermedades, Vos sabéis las que habéis
resuelto enviarme. Yo las quiero y desde este momento las
acepto y las abrazo en espíritu, inmolándome a vuestra divina
y adorable voluntad. Esas quiero y no otras, porque son las
que Vos queréis, las recibo con una perfecta conformidad en
vuestra voluntad como las habéis Vos ordenado, ya en cuanto
al tiempo de su venida, ya al de su duración o al de su
cualidad. No las quiero ni más crueles ni más suaves, ni más
cortas ni más largas, ni más benignas ni más agudas, sino tan
sólo como ellas deben serlo según vuestra voluntad.» En
todas las cosas, «Señor mío y Dios mío, me abandono y me entrego
por completo a Vos; os entrego mi cuerpo, mi alma,
mis bienes, mi honra, mi vida y mi muerte. Adoro todos
vuestros designios sobre mí, y con todo mi corazón os suplico
que cuanto hayáis resuelto acerca de mi, sea en el tiempo,
sea en la eternidad, se cumpla en el más alto grado posible de
perfección.»
Es fácil reproducir estos actos en tanto no se deje sentir la
prueba, mas lo importante es repetirlos sobre todo cuando la
cruz pesa sobre nuestros hombros. «En vez de perder el
tiempo -dice el P. de la Colombière- en quejaros de los
hombres o de la fortuna, arrojaos sin demora a los pies del
Divino Maestro, pidiéndole la gracia de llevarlo todo con
paciencia y constancia. Un hombre que ha recibido una herida
mortal, si es prudente, no corre tras el que le ha herido, sino
que se va derecho al médico que puede curarle. Además, si
buscáis al autor de vuestros males, aun en este caso os es
preciso ir a Dios, puesto que no hay fuera de El quien pueda
realmente causarlos. Id, pues, a Dios; id empero prontamente,
id al momento; que sea éste vuestro primer cuidado. Id, por
decirlo así, a devolverle el azote con que os ha azotado y de
que se ha servido para heriros. Besad mil veces las manos de
vuestro Crucifijo, esas manos que os han golpeado, que han
llevado a cabo todo el mal que os aflige. Decidle muchas
veces estas hermosas palabras que El mismo decía a su
Padre en su cruel agonía. Señor, no se haga mi voluntad, sino
la vuestra. Os bendigo con todo mi corazón, os doy gracias de
que vuestras órdenes se ejecuten en mi, y aunque pudiera
resistir a ellas, no dejaría de someterme. De grado recibo esta
calamidad tal cual es y en todas sus circunstancias. No me
quejo ni del mal que sufro, ni de las personas que me lo
causan, ni de la forma en que me viene, ni del tiempo ni del
lugar en que me ha sorprendido. Seguro estoy de que Vos
habéis querido todas esas cosas, y preferiría morir antes que
oponerme en nada a vuestra santísima voluntad. Si, Dios mío,
todo lo que quisiereis en mí y en todos los hombres, ahora y
en todo tiempo, en el cielo y en la tierra; hágase vuestra
voluntad, pero que se haga en la tierra tal como se cumple en
el cielo.»
Si supiéramos ver siempre esta santísima y adorable voluntad,
significada o de beneplácito, aprobaría, adherirnos
siempre a ella, cumplirla con generosidad, con amor y
fidelidad como los santos y los ángeles lo hacen en el cielo,
esta voluntad divina transformaría muy pronto la faz de la
tierra; la santidad florecería por todas partes, reinarían la
alegría en los corazones, la caridad entre los hombres, la paz
en las familias y en las naciones. A pesar de las pruebas, la
vida deslizaríase dulce y placentera, embalsamada de
confianza y de amor, cargada de virtudes y de méritos.
Llegado el momento, abandonaríamos con gusto el destierro
por la patria y, lejos de temer a Dios como juez, nos
apresuraríamos a ir a nuestro Padre. Vendría, pues, a ser la
tierra la antesala del cielo, y el Paraíso sería para nosotros
admirablemente rico de gloria y felicidad. ¡Cuánto han de
bendecir al Señor los que han aprendido a amarle y a seguirle
con amor y confianza por cualquiera parte que los conduzca!
¡Cuán miserablemente se engañan los esclavos de su propia
voluntad, que no tienen suficiente confianza en Dios, su
Padre, su Salvador, el Amigo verdadero, para permitirle
santificarlos y hacerlos felices! Nosotros, al menos, amemos a
nuestro dulce Maestro, tan sabio y tan bueno; hagamos con
ánimo esforzado todo lo que El quiere; aceptemos con
confianza todo cuanto El dispone: éste es el camino de
elevadas virtudes, el secreto de la dicha para el tiempo y para
la eternidad.
martes, 20 de mayo de 2025
LOS TRES DIAS DE OBSCURIDAD (Marie-Julie Jahenny)
Marie Julie Jahenny: "Todo debe perderse sin remedio humano posible, para que se vea bien que la salvación viene de Él solo".
La religión permanecerá solo en «las almas solitarias de unos pocos que serán acosados y perseguidos». Habrá un «nuevo clero» y «nueva misa… nuevos predicadores y nuevos sacramentos, nuevos bautismos, nuevas cofradías… No quedará ningún vestigio del Santo Sacrificio». San Miguel le dijo que Satanás tendría posesión de todo y "toda bondad, fe y religión serán enterradas en la tumba".
En 1873 recibió del Cielo el más importante regalo místico: Los Estigmas de Cristo, desde los 23 años de edad hasta su muerte, 60 años más tarde, llevó en su cuerpo las Llagas de Nuestro Señor en el grado más visible que ninguna otra persona los ha llevado en la historia de la Iglesia.
A más de las Cinco Llagas en sus manos, pies y costado, Marie-Julie sufrió también, las heridas infringidas por la Corona de Espinas, y las marcas de los hombros que Jesucristo Nuestro Señor padeció por cargar la Santa Cruz. A todo esto, ella también padeció las heridas causadas por los azotes en la espalda de Cristo.
Con exactitud predijo las dos Guerras mundiales, la elección del Papa San Pío X, varias persecuciones de la Iglesia, los castigos designados a Francia por su apostasía. Muchas de sus profecías han quedado sin publicarse. Sin embargo, sus advertencias para los Últimos Tiempos deben ser leídas por aquellos que “tengan oídos”. Marie-Julie tuvo el maravilloso don de poder distinguir el pan eucarístico del pan ordinario, los objetos benditos de los que no lo eran; sabía decir el lugar de donde venían las reliquias y finalmente, podía entender los cantos y oraciones sagradas de cualquier idioma.
Desde el 28 de diciembre de 1875 sobrevivió por cinco años con solo comer la Hostia Consagrada cada día. El Dr. Imbert-Gourbeyre comprobó que durante ese período de tiempo no tuvo ninguna excreción líquida o sólida. También, cuando estaba en éxtasis, no sentía ningún dolor ni era molestada por la intensidad de la luz. Algunos de estos éxtasis estaban acompañados de levitación y en ese momento su cuerpo no pesaba nada.
La vidente, hacia el fin de sus días quedó ciega, sorda, muda y tullida; subsistió milagrosamente con el Santísimo Sacramento en los últimos años de su vida.
Marie-Julie subió al Cielo el 4 de marzo de 1941 con la admiración de numerosos científicos que la examinaban continuamente, también con el desprecio de los descreídos y de los orgullosos; con la devoción de sus amigos de toda la vida como Mon. Fourier, obispo de Nantes y del grupo de quienes difundían sus mensajes y sus penas a un mundo ingrato e indiferente.
PROFECÍAS
Una de las profecías más interesantes de Marie-Julie es la visión que tuvo del diálogo entre Nuestro Señor Jesucristo y Lucifer-Satanás, en el que éste amenazó de la siguiente manera: “Atacaré a la Iglesia. Derribaré la Cruz, diezmaré la población y depositaré una gran debilidad en los corazones. Propiciaré la negación de la Religión Católica. Por un tiempo seré el amo de todas las cosas en la tierra, todo estará bajo mi control, aún Tu Templo y Tus fieles”
INVENTO DEL NUEVO RITUAL
El 27 de noviembre de 1902 y el 10 de mayo de 1904, Nuestro Señor Jesucristo y la Santísima Virgen María le anunciaron la conspiración del Nuevo Ritual de la Misa. “Te anunciamos la siguiente advertencia: Los discípulos que no son de Mi Evangelio están trabajando intensamente en estructurar, de acuerdo a sus propias ideas y bajo la influencia del enemigo de las almas, una nueva Misa que contenga conceptos odiosos a Mis designios.” “Cuando esta fatal hora llegue, la fe de mis sacerdotes se pondrá a prueba".
Marie- Julie Jahenny reveló que los que gobiernan el rebaño, serán los responsables de la crisis venidera. Aparentemente, el comunismo no podría triunfar si la Iglesia permaneciera en la Fe. También ella mencionó que la creciente libertad adquirida por los sacerdotes y Obispos la usarán malamente. Mencionó a un Papa venidero, que en el último momento, revertirá su política para hacer un llamado al clero. Pero, no será obedecido, al contrario, una Asamblea de Obispos le demandará aún mayor libertad, declarando que pronto no le obedecerían más. Marie Julie declaró que esa “revolución roja” lo derribará. Entonces una horrorosa religión remplazará a la religión Católica y vio a muchísimos obispos abrazando esa “sacrílega e infame religión.”
Los tres días de oscuridad han sido profetizados por muchos santos incluyendo a Anna María Taigi, al Padre Pío de Pietrelcina y a Marie-Julie Jahenny. Marie-Julie anunció tres días de oscuridad durante los cuales los poderes infernales serán soltados y ejecutarán a todos los enemigos de Nuestro Señor Jesucristo. “La crisis vendrá de repente, los castigos serán repartidos en todos y se sucederán uno tras otro sin interrupción……” 4 de enero de 1884. “Los tres días de oscuridad serán en JUEVES, VIERNES Y SÁBADO. Días del Sagrado Sacramento, de la Santa Cruz y de la Santísima Virgen...
miércoles, 14 de mayo de 2025
viernes, 9 de mayo de 2025
SOBRE EL SACRAMENTO DE LA CONFIRMACION EN TIEMPOS DE APOSTASIA
jueves, 8 de mayo de 2025
NO BASTA CON RECIBIR SACRAMENTOS VÁLIDOS PARA AGRADAR A DIOS
Este no es un sermón más.
Aquí termina el compromiso y comienza la Cruz.
En una época en la que muchos ofrecen sacramentos válidos mientras se mantienen sometidos a la Roma modernista, un sacerdote se niega a sacrificar la fe por acceso a sacramentos.
Mientras otros se esconden tras apariencias y evitan la confrontación, el Padre Hewko y el R. P. Rafael OSB se mantienen donde se mantuvieron los santos: intransigentes, claros, sin miedo.
Sin indulto. Sin neo-FSSPX. Sin sedevacantismo. Sin falsa resistencia.
No son etiquetas vagas. Cada una representa una traición real y mortal a Cristo y a su Iglesia.
El indulto funciona con el permiso de quienes rechazan la realeza de Cristo.
La neo-FSSPX silencia a su fundador y busca la reconciliación con los mismos errores que él condenó.
La falsa resistencia tolera el escándalo y la ambigüedad doctrinal mientras finge defender la Tradición.
Todos pueden ofrecer sacramentos válidos. Pero la validez no basta.
Este es el peligroso error del minimalismo sacramentista: la idea de que, mientras la forma sea correcta y el rito válido, es seguro asistir a la Misa.
Pero la Iglesia nunca ha enseñado que la validez por sí sola garantice el fruto espiritual.
Los sacramentos funcionan ex opere operato, pero solo dentro del marco de la verdadera fe católica.
Fuera de ese marco, pueden convertirse en un peligro para las almas. Incluso pueden convertirse en una trampa.
Una Misa ofrecida en unión con el error puede parecer santa. Pero se convierte en una puerta a la transigencia. Forma conciencias para aceptar medias verdades. Debilita la voluntad. Le dice al alma que la unión con la Roma modernista es tolerable, incluso beneficiosa. Pero no lo es.
Asistir a una Misa así no es un acto neutral. Es un consentimiento tácito a la traición.
Solo la plena fe católica sigue siendo agradable a Dios. No las verdades parciales. No la fidelidad condicional. No el minimalismo sacramentista.
Esta es la prueba de nuestro tiempo. ¿Aceptaremos sacramentos válidos de quienes han traicionado la Fe? ¿O permaneceremos fieles, incluso cuando eso signifique sacrificio, aislamiento y sufrimiento?
Aquí es donde se mantuvieron los santos en cada época de apostasía.
Fueron exiliados. Fueron perseguidos. Fueron martirizados.
No por falta de misas, sino porque se negaron a asistir a las que se ofrecían en unión con el error.
Sabían lo que debemos recordar: la fe es lo primero. Los sacramentos no son magia. No se dan para encubrir la traición. Son para quienes permanecen con Cristo, incluso cuando eso signifique la cruz.
Vigila, comparte y mantente firme en la verdad.
Porque ha llegado el momento en que incluso los sacramentos se usan para llevar almas al error. Y solo quienes aman a Cristo más que la comodidad verán el peligro.
Esta es la línea. Esta es la batalla.
Aquí es donde comienza la cruz.
PARA GANAR EL CIELO DÍA A DÍA
"¡Cuánto amo las pequeñas mortificaciones que nadie ve!: como levantarse un cuarto de hora más pronto, levantarse un momentito para rezar por la noche; pero hay personas que sólo piensan en dormir. Podemos privarnos de calentarnos; si estamos mal sentados, no buscar colocarnos mejor; si paseamos en el jardín, privarnos de algunas frutas que nos agradarían; al hacer la limpieza en la cocina, no picotear; privarse de mirar algo bonito que atrae la mirada en las calles de las grandes ciudades sobre todo. Cuando vamos por la calle, fijemos la mirada en Nuestro Señor llevando su cruz ante nosotros, en la Santa Virgen que nos mira, en nuestro ángel de la guarda que está a nuestro lado".
San Juan María Vianney (El Santo cura de Ars)