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viernes, 8 de septiembre de 2023

FLORILEGIO DE MÁRTIRES ESPAÑA 1936-1939 (RELIGIOSOS MARTIRIZADOS)

 


    19. P. José Mateos, Prior de los Carmelitas Calzados del Colegio de Montoro (Córdoba), sabio y ejemplar religioso, en las horas tan llenas de sobresaltos, y en medio del ambiente denso de inquietud en que vivía con sus religiosos, quiso superarse revistiéndose de la fortaleza propia de los mártires, y cuando le preguntaban que porqué no se marchaba de Montoro en aquella situación, contestó con estas ponderadas palabras, que se pueden considerar como cláusula de su testamento espiritual: “Nunca ningún santo huyó del martirio. Si me matan será por el reino de Dios. Yo no seré yo ni el primero ni el útlimo mártir. A otros muchos han matado por predicar la doctrina de Jesucristo. ¿Qué importa que me maten a mí…?”. Con estas bellas expresiones, y más aún su conducta, quería el santo religioso hacer bueno el refrán: “Al mal tiempo, buena cara”.

El 20 de julio, cuando el día comenzaba a clarear sonaban una voces que quebrantaron el silencio de la oración, entre las que destacaban hirientes blasfemias y terrorificas amenazas. ¡Abrid la puerta que le pegamos fuego! Y como los buenos religiosos no la abrieran, llevaron a efecto la amenaza incendiaria…

Unos instantes después comenzó a dolorosa flagelación, así, en sentido literal. Con látigos y gruesos cordeles cruzaban los sayones los rostros y lastimaban las espaldas de aquellos pacientes religiosos que no abrían la boca sino para bendecir a Dios y perdonar a sus enemigos… Y así los verdugos sacaron de la capilla del Colegio a los cuatro religiosos (de los seis, dos jóvenes habían salvarse con la huida), y los pasearon por la vía pública, repitiendo cada dos por tres las blasfemias y también los golpes y los azotes. Asi llegaron a la cárcel, lívidos extenuados. Eran las diez y media de la mañana del día 21 de julio.

En la cárcel encontraron nuestros religiosos a  unos sesenta caballeros de significación derechista… El Padre Mateos clavó los ojos en aquella buena gente y pensó al punto que la cárcel le podía servir de campo de apostalado. Ayudando del Padre Eliseo y del prebítero Don Pedro Luque, también preso, comenzó a administrar el sacramento de la penitencia, confesándose todos, como preparación inmediata para la muerte.

Llegó, por fin, la hora indicada del martirio.. El 22 de julio, a las tres y media de la tarde, se dio la voz en la ciudad de que las tropas de Franco estaban ya en Pedro Abad, pueblo de la comarca y que se dirigían a Montoro. Realmente era así…

Las turbas callejeras comenzaron a aullar más fuerte… y en vez de correr a las afueras, se dirigieron a la cárcel… Llegaron, por fin, los del motín abigarrado, con mujeres y todo. Al interrumpir en la dependencia que ocupaban los presos, los cuatro religiosos carmelitas, sintiéndose con vocación de adalides, corrieron a colocarse delante de los sesenta compañeros de prisión…

Cayeron de rodillas y pusieron los brazos en cruz… Esta actitud, gallarda y heroica, no podía ser ni más elocuente, ni dejar de entenderla los más lerdos… Por si los verdugos no lo entendían, o para añadir a la clarividencia del gesto el ardor de la palabra, el P. Mateos, en un exabrupto inesperado, les gritó así: “Matadnos a nosotros que no descomponemos ninguna casa de familia, pero no matéis a estos pobres, que casi todos tienen hijos”…

Luego sin mas tregua, sin esperar una señal convenida, se abalanzaron los asesinos sobre sus víctimas, y comenzaron a matar a diestro y a siniestro, a hachazos y con otras armas blancas, con armas de fuego cortas y algunos petardos. Las primeras víctimas que cayeron fueron los cuatro religiosos carmelitas…, luego fueron cayendo todos los demás, menos unos catorce, que lograron escapar rompiendo con los puños unos tabiques que daban al Casino Primitivo, que era el antiguo Convento del Carmen.

    20. Doctor Dn. Cruz Laplana, obispo de Cuenca. Según puede verse en el “Martirologio de Cuenca” el Sr. Cirac Estopañán, “el día 28 de julio penetró en el Palacio Episcopal una cuadrilla de milicianos, con intención de prender al Obsipo, que estaba orando en la Capilla.

Al darse cuenta de lo que pasaba sumió con reverencia al Santísimo Sacramento y salió tranquilamente al encuentro de los escopeteros”. Con el Obispo fueron detenidos el Mayordomo, Dn. Manuel; el Capellán, Dn. Fernando Español, y su hermana, los cuales fueron conducidos , entre milicianos armados, al Seminario. A la propuesta de la huida respondió una vez más: “Tengo que morir como mi grey”.

El dia 7 de agosto, después de la cena, llaman a Dn. Fernando, el cual comunicó al Sr. Obisto que en la portería lo reclamaban. El Prelado vestido con traje talar, cruz y aniñño pastoral, acompañado de su fiel capellán, camina hacia la portería del Seminario-prisión; ambos van tranquilos. Al obispo se le oyó decir: “Si es preciso que yo muera por España, muero a gusto… Ya estoy preparado y confesado.”.

Los milicianos quisieron despojarle de la sotana, pero el Obispo le rogó le permitieran llevarla hasta el fin. En la calle esperaba un autobús, el que introdujeron al Prelado.

Al querer subir al coche Dn. Fernando, le ordenaron los milicianos: “Quédese Vd. Que no hace falta”, a lo que Dn. Fernando respondió: “Donde va mi señor, hago falta yo también”. Quédese usted, porque le pesará”, le replicaron; a lo que de nuevo contestó: “Nunca me peso acompañar al Sr. Obispo, y ahora tampoco me pesará. “Mire que le mataremos”, a lo que Dn. Fernando Español, sentándose en el coche al lado del Sr. Obispo santiguándose, asintió: “Pues me matáis”.

Eran las primeras horas de la mañana del 8 de agosto; por las calles desiertas, silencio, oscuridad y desolación. El Obispo, sereno, recordaría sin duda el día en que también en coche, recorría las mismas calles entre aclamaciones de sus diocesanos, que le saludaban como “al que viene en el nombre del Señor”; y como entonces bendice a su pueblo, sus calles, casas y moradores, y va orando con su capellán en silencio…

En aquellas circunstancias, aun quiso aprovechar aquellos trágicos momentos para ejercer con sus propios verdugos el ministerio de Maestro y Pontífice, y con palabra inspirada les dijo:

“Sé que me váis a matar, pero si mi vida es necesaria, la ofrezco por España.. ¿Creéis que no hay cielo? ¡Hay Cielo, hijos míos!... ¿Creéis que no hay infierno?... ¡Hay infierno, hijos míos!... Me podréis matar; el cuerpo os lo dejo, pero el alma irá al cielo… Yo os perdono, y en el cielo rogaré por vosotros”. Además de estas frases, exhortaba a sus asesinos al arrepentimiento y a la práctica del bien.

“Cuando llegaron al K. 5 de la carretera de Villa de Olalla, en el cerro más arriba del Puente de la Sierra un poco a la derecha de la carretera, paró el autobús u todos bajaron a tierra. Un miliciano dijo: “Vamos a matarlo con esta hacha”. El deje de la cuadrilla respondió: “No, yo lo mataré de un tiro”.

Mientras los milicianos se disponían a disparar, el obispo y su familiar se arrodillaron, se absolvieron nuevamente el uno al otro, hicieron la señal de la cruz sobre sí mismos, se levantaron, se abrazaron, se cogieron de la mano y dijo tranquilamente el Sr. Obispo: “Ya estabamos dispuestos; que Dios os perdone, como yo os perdono y os bendigo…”. Mosen Fenrando dijo: “Yo también”…

Mientras la mano sagrada del Prelado trazaba la señal de la cruz, como signo del perdón y de bendición, sobre los asesinos, una bala sacrílego atravesó la mano en el aire y otra penetró en la sien del Obispo. Al mismo tiempo, una lluvia de balas ametralló el cuerpo de Mosen Fernando”.

Un obsipo de la Iglesia de Cristo, mártir de su fe, no podía morir sino bendiciendo; es un gesto sacerdotal por excelencia.

Nota: Mi fin, como dije en el prólogo, ha sido destacar algunos ejemplos demuertes edificantes, o sea, de los martirizados en los días de guerra civil española; y como ya existen obras extensas como las citadas en el prólogo, en ellas pueden verse las muertes de otros obispos y personas religiosas y seglares, que con su ejemplo nos estimulan a vivir santamente y a morir, si es preciso, como ellos en defensa de nuestra fe cristiana.

 

 

Martirio colectivo

 

Si bien he hablado de ciertos martirios aislados, también podía hablar de un martirio colectivo, de comunidades asesinadas en casi su totalidad, como las 27 religiosas Adoratrices de Madrid que fueron cruelmente asesinaddas el 10 de septiembre de 1936, y también de 5 Carmelitas Descalzas, de 20 Capuchinas, de 26 Carmelitas de la Caridad, los 28 Dominicos de Almagro (Ciudad-Real), 30 Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, los 17 monjes Trapenses de Cobreces, y en fin algunos de todas las Ordenes Religiosas: jesuitas, mercenarios, escolapios, pasionistas, salesianos, etc…

Y ¿qué pudo motivar la muerte de todos ellos? Fue sencillamente el odio satánico a Cristo y a su Iglesia.

Hubo listas interminables de conducciones, llevados muchos a la cárcel Modelo en reata como un rebaño que es conducido al matadero… Veinte camiones y varios coches ligeros pasaron por Canillejas y se dirijieron hacia Paracuellos del Jarama, y ya en tierra, se les iba distribuyendo en grupos variables, entre 10 y 25, y se los forzaba a caminar hasta las zanjas. Llegados al borde, caía sobre ellos la descarga cerrada de un piquete, compuesto por unos 30 o 40 milicianos.

Más de doscientos sepulteros, estaban reclutados entre los que llamaban facistas del los pueblos inmediatos, muchos de los cuales, después de acabada la guerra, han podido facilitar detalles sobre las estremecedores eschenas presenciadas.

Muchos fueron los asesinados por su fe, las tristes escenas descritas nos recuerdan la voz de la sangre de los mártires que claman al cielo, y de los que se nos habla en el Apocalipsis:

“Vi debajo del altar las almas de los que habían sido degollados. Clamaban a grandes voces diciendo: ¿Hasta cuando Señor, Santo, Verdadero, no juzgarás y vengarás nuestra sangre en los que moran sobre la tierra? Y a cada uno le fue dada una túnica blanca, y les fue dicho que estuvieran callados un poco de tiempo aún, hasta que se completara el numero de sus consiervos y hermanos, que también habían de ser muertos como ellos” (6, 9s).

Hasta el final de los tiempos habrá persecuciones de las fuerzas del mal contra los santos o verdaderos cristianos, y habrá nuevos mártires y cuando se complete ya el número ya conocido por Dios, se verá el triunfo definitivo de Cristo sobre las fuerzas del mal, que quedarán completamente humilladas, y entonces los mártires, o sea, los muertos por su fe en Cristo y en su Iglesia brillarán con una gloria inenarrable por toda la eternidad.

 

Palabras de la Sagrada Escritura:

“Dios los ha probado, y los ha hallado dignos de sí. Los probó como el oro en el crisol, y le fueron aceptos como sacrificio de holocaustro” (Sab. 3, 5-6)

“Bienaventurados el hombre que soporta la prueba, porque una vez probado, recibirá la corona de la vida que Dios ha prometidos a los que le aman” (Sant. 1,12)

“Por la fe conquistaron reinos los santos, ejercieron la justicia, alcanzaron las promesas…, se hicieron valientes…, unos sufrieron tormentos, rehusaron la liberación para alcanzar una resurreción mejor. Otros soportaron escarnios y azotes, aún más, cadenas y cárceles. Fueron apedreados, tentados, aserrados, murieron al filo de la espada… No era el mundo digno de ellos… Y todos estos, probados por el testimonio de la fe” fueron hallados fieles en Cristo Jesús, Señor nuestro (Heb. 11, 33ss)